Me parte el corazón. La observo en silencio. Sus hermosísimos ojos
negros, perfilados con tonos oscuros que los resaltan aún más. Un bello rostro
que cambia de expresión por instantes. La escucho y siento su dolor como si fuera
mío. A medida que se adentra en los detalles más delicados de su andadura
vital, el volumen de su voz se apaga, se hace apenas perceptible al oído. Es
como si no quisiera escucharse a sí misma. Demasiado sufrimiento para una
mujer de tan pocos años. Duelen sus palabras llenas de
resentimiento, como de persona adulta, castigada por el tiempo, el desamor, la
decepción, la desesperanza… Parece acumular en sus miradas la
tristeza de un pueblo antiguo, que tiene un pasado glorioso y
una vastísima cultura. Persia es para ella el origen y el sueño de algo
que quizás nunca conocerá y que identifica con la luz y la libertad que anhela.
Salió del infierno iraní con menos de veinte años. Irán no le ofrecía más
que un futuro controlado por esa casta política que venía gobernando el país, a
fuerza de restricciones y vigilancia de la vida cotidiana de la gente. Se
habían instalado con esa seudo moral pretendidamente musulmana, en la que,
especialmente las mujeres, no tenían ninguna capacidad para dirigir sus
vidas.