A.- Lo
que me dicen los textos, mis notas:
A riesgo de estar equivocada
creo que el tamiz de los últimos 10 años de enriquecimiento de la Teología
Feminista, me ha hecho más impenetrable a las contaminaciones o confusiones que
tuve que limpiar de carácter religioso y sus rituales.
Aunque ciertamente hoy es
una epidemia del sentido holístico, creo haber
tenido siempre esa intuición de la que habla Martínez Lozano[1],
yo la experimenté desde niña y la contaminación del mapa religioso me enredó no
poco, pero al final he recuperado la transcendencia del estrecho marco de las
creencias y formas históricas. Yo solía decir ante distintas creencias hace más
de 30 años “mientras tú y yo caminemos en la misma dirección lo demás no
importa”.
Efectivamente, porque lo que
no importa pertenece al libre albedrío de cada cual, al respeto a su propio proceso.
Aunque es complejo poder compartir el territorio vital sin confusiones, sortear
las trampas propias y ajenas no es nada fácil, separar la conciencia de los
pensamientos, más que por difícil por confuso.
Ese progresivo
descentramiento del yo que dice Melloni, es un camino que inicié hace tiempo
allí donde lo tengo más claro “familia, gente más joven….” Busco
torpemente la unidad, sin alcanzar lo
que yo quisiera y me rebelo a veces por reducirme a la receptividad y donación,
qué torpeza la mía siendo esto último lo único a aspirar.
Ejemplos: los bellos
mensajes en wassapp, facebook nos saturan, ¿los borramos de la faz o seguimos
confiando en que servirán para algo? Todo va tan rápido hacia ningún lado en
apariencia, que me sobrepasa. Pero en estos trenes o mapas hay mucha anemia
espiritual, mucho ego y mucho vacío.
No tengo lugar donde
esconderme, no puedo, porque mi transcendencia no me lo permite y aún a
sabiendas de que estoy perdiendo el tiempo no puedo dejar de hacer lo que hago
aunque a veces mi cresta de ola esté bastante desdibujada, me puede el
mar, el agua que llevo dentro y esa es
mi fuente de sosiego y felicidad, sólo desde el agua admito.
Siempre me ha preocupado la
herencia de la sabiduría de las tradiciones, después de la experiencia última
de lucha por los estudios teológicos, pretendo no caer en la tentación del
abandono ni ser víctima de una malentendida orfandad, pues me siento más
conectada que nunca con Jesús de Nazaret, con D**S. Ahora en estas lides, desde
una mística laica que recoge agua de las grandes mujeres de todos los siglos.
Acepto el sufrimiento y el
dolor que me produce mi intento de coherencia, ya no me siento huérfana ni sola, paradójicamente cuando más sola estoy
caminando en diferentes territorios en los que la canalización espiritual es un
esqueleto y las espiritualidades existentes, en lugares en apariencia más
próximos, de territorio compartido, están muy fragmentadas babélicamente
hablando.
La fusión de
espiritualidades orientales y occidentales tienen, en apariencia para mi,
difícil confluencia en lo que entendemos “por trabajar duro” desde occidente.
La igualdad como norte
espiritual está plagada de dioses, la libertad más como autodesignación que
como compromiso responsable y las propuestas de corrección política, económica,
cultural y religiosa están sujetas a falsas creencias y tradiciones que se
sienten amenazadas al tiempo que caducas.
Creer en el amor es la única
referencia válida, pero vivir para D**s es lo único que tiene la unidad del
espíritu y del pensamiento. Llevarlo a la práctica exige el cuidado de nuestra
espiritualidad, razón de este grupo, de estos encuentros.
Còmo no estar de acuerdo con
la declaración de teolog@s de Juan XXIII, ahí estamos, con tantas fracturas,
errores, tristezas, alegrías, ahí va caminando el pueblo cristiano, en sus
redes múltiples tejidas entre tantas olas o gotas de agua.
“Qué mundo tan maravilloso”
y “Qué difícil es esta vida… (Amstron y Teresa) Vivo sin vivir en mí y muero porque no muero esta cárcel y
estos yerros.
B.-
Mi reflexión personal:
No hay nada nuevo Bajo el
sol, somos como las hormigas, habitantes de paso, brotes verdes que se
marchitan llegado su momento, el espíritu es el sentido primero y último que
nos da la conciencia humana, de pertenencia, de identidad común y amorosa a una
familia que sobrepasa lo biológico y lo que conocemos por naturaleza, pues ¿qué
es lo natural?
Lo natural es amar, lo
natural es sentirse amada, lo natural es la felicidad compartida en la radical
igualdad que no niega las diferencias, las ajusta en el crisol de colores de
las vidrieras de nuestras catedrales humanas construidas desde las grandes
diferencias y sufrimientos ¡ qué paradoja! ¿cuant@s se dejaron la vida en ella?
Siento que trabajo en la
construcción de una catedral laica, con vidrieras de infinitos colores que a
veces mi espiritualidad no logra unir en una misma visión, pues como al burro
que sigue caminando cuando la pared se acaba, también a mí me pasa que yo sigo.
Vivir el dolor y el
sufrimiento no es nada nuevo como podemos comprobar, la novedad es hacer fuerte
una espiritualidad compartida en esta hermosa catedral donde ética y estética
puedan caminar, donde las muertes de todo cuanto nos siega la vida sean
acogidas como victorias. Donde la barbarie consumista que mata todo amor y gozo
compartido haciendo de lo natural algo espantoso como el racismo, las
desigualdades y la exclusión.
La espiritualidad debe
iluminar las sombras de muerte, debe fortalecer la sonrisa de quienes tenemos
el privilegio de sabernos hijas e hijos de D**s pues nuestra familia natural
sobrepasa todos los límites conocidos.
Amar por necesidad no es un
pecado ni una limitación, es la coherencia de la respuesta de quienes hemos
descubierto que somos hijas e hijos del amor, estamos hech@s desde, por y para
el amor.
Otra cosa es la difícil
tarea de unir las luces en vidrieras para nuestra catedral.
Mercedes López
Herrera, El Collado de Alájar, noviembre 2014
[1]Religión y espiritualidad: Para Martínez Lozano, hay dos imágenes que se
suelen utilizar habitualmente para hablar de la relación entre ambas: la del
vaso y el agua, o la del mapa y el territorio. La espiritualidad es el agua que
necesitamos si queremos vivir y crecer; la religión es el vaso que contiene el
agua. La espiritualidad es el territorio último que anhelamos, porque
constituye nuestra identidad más profunda; la religión es el mapa que quiere
orientar hacia él. Cuando se vive al servicio de aquella, la religión
constituye un medio valioso o una "cinta transportadora" –en palabras
de Ken Wilber- que facilita la conexión con la dimensión espiritual: es el vaso
que proporciona el acceso al agua; el mapa que baliza el camino hacia el
territorio.
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