jueves, 11 de diciembre de 2014

¿Qué perdura en mí de la tradición religiosa hasta mi actual espiritualidad?

A.- Lo que me dicen  los textos, mis notas:
A riesgo de estar equivocada creo que el tamiz de los últimos 10 años de enriquecimiento de la Teología Feminista, me ha hecho más impenetrable a las contaminaciones o confusiones que tuve que limpiar de carácter religioso y sus rituales.
Aunque ciertamente hoy es una epidemia del sentido holístico, creo haber tenido siempre esa intuición de la que habla Martínez Lozano[1], yo la experimenté desde niña y la contaminación del mapa religioso me enredó no poco, pero al final he recuperado la transcendencia del estrecho marco de las creencias y formas históricas. Yo solía decir ante distintas creencias hace más de 30 años “mientras tú y yo caminemos en la misma dirección lo demás no importa”.

Efectivamente, porque lo que no importa pertenece al libre albedrío de cada cual, al respeto a su propio proceso. Aunque es complejo poder compartir el territorio vital sin confusiones, sortear las trampas propias y ajenas no es nada fácil, separar la conciencia de los pensamientos, más que por difícil por confuso.
Ese progresivo descentramiento del yo que dice Melloni, es un camino que inicié hace tiempo allí donde lo tengo más claro “familia, gente más joven….” Busco torpemente  la unidad, sin alcanzar lo que yo quisiera y me rebelo a veces por reducirme a la receptividad y donación, qué torpeza la mía siendo esto último lo único a aspirar.
Ejemplos: los bellos mensajes en wassapp, facebook nos saturan, ¿los borramos de la faz o seguimos confiando en que servirán para algo? Todo va tan rápido hacia ningún lado en apariencia, que me sobrepasa. Pero en estos trenes o mapas hay mucha anemia espiritual, mucho ego y mucho vacío.
No tengo lugar donde esconderme, no puedo, porque mi transcendencia no me lo permite y aún a sabiendas de que estoy perdiendo el tiempo no puedo dejar de hacer lo que hago aunque a veces mi cresta de ola esté bastante desdibujada, me puede el mar,  el agua que llevo dentro y esa es mi fuente de sosiego y felicidad, sólo desde el agua admito.
Siempre me ha preocupado la herencia de la sabiduría de las tradiciones, después de la experiencia última de lucha por los estudios teológicos, pretendo no caer en la tentación del abandono ni ser víctima de una malentendida orfandad, pues me siento más conectada que nunca con Jesús de Nazaret, con D**S. Ahora en estas lides, desde una mística laica que recoge agua de las grandes mujeres de todos los siglos.
Acepto el sufrimiento y el dolor que me produce mi intento de coherencia, ya no me siento huérfana ni sola,  paradójicamente cuando más sola estoy caminando en diferentes territorios en los que la canalización espiritual es un esqueleto y las espiritualidades existentes, en lugares en apariencia más próximos, de territorio compartido, están muy fragmentadas babélicamente hablando.
La fusión de espiritualidades orientales y occidentales tienen, en apariencia para mi, difícil confluencia en lo que entendemos “por trabajar duro” desde occidente.
La igualdad como norte espiritual está plagada de dioses, la libertad más como autodesignación que como compromiso responsable y las propuestas de corrección política, económica, cultural y religiosa están sujetas a falsas creencias y tradiciones que se sienten amenazadas al tiempo que caducas.
Creer en el amor es la única referencia válida, pero vivir para D**s es lo único que tiene la unidad del espíritu y del pensamiento. Llevarlo a la práctica exige el cuidado de nuestra espiritualidad, razón de este grupo, de estos encuentros.
Còmo no estar de acuerdo con la declaración de teolog@s de Juan XXIII, ahí estamos, con tantas fracturas, errores, tristezas, alegrías, ahí va caminando el pueblo cristiano, en sus redes múltiples tejidas entre tantas olas o gotas de agua.
“Qué mundo tan maravilloso” y “Qué difícil es esta vida… (Amstron y Teresa) Vivo sin vivir  en mí y muero porque no muero esta cárcel y estos yerros.
B.- Mi reflexión personal:
No hay nada nuevo Bajo el sol, somos como las hormigas, habitantes de paso, brotes verdes que se marchitan llegado su momento, el espíritu es el sentido primero y último que nos da la conciencia humana, de pertenencia, de identidad común y amorosa a una familia que sobrepasa lo biológico y lo que conocemos por naturaleza, pues ¿qué es lo natural?
Lo natural es amar, lo natural es sentirse amada, lo natural es la felicidad compartida en la radical igualdad que no niega las diferencias, las ajusta en el crisol de colores de las vidrieras de nuestras catedrales humanas construidas desde las grandes diferencias y sufrimientos ¡ qué paradoja! ¿cuant@s se dejaron la vida en ella?
Siento que trabajo en la construcción de una catedral laica, con vidrieras de infinitos colores que a veces mi espiritualidad no logra unir en una misma visión, pues como al burro que sigue caminando cuando la pared se acaba, también a mí me pasa que yo sigo.
Vivir el dolor y el sufrimiento no es nada nuevo como podemos comprobar, la novedad es hacer fuerte una espiritualidad compartida en esta hermosa catedral donde ética y estética puedan caminar, donde las muertes de todo cuanto nos siega la vida sean acogidas como victorias. Donde la barbarie consumista que mata todo amor y gozo compartido haciendo de lo natural algo espantoso como el racismo, las desigualdades y la exclusión.
La espiritualidad debe iluminar las sombras de muerte, debe fortalecer la sonrisa de quienes tenemos el privilegio de sabernos hijas e hijos de D**s pues nuestra familia natural sobrepasa todos los límites conocidos.
Amar por necesidad no es un pecado ni una limitación, es la coherencia de la respuesta de quienes hemos descubierto que somos hijas e hijos del amor, estamos hech@s desde, por y para el amor.
Otra cosa es la difícil tarea de unir las luces en vidrieras para nuestra catedral.
Mercedes López Herrera, El Collado de Alájar, noviembre 2014




[1]Religión y espiritualidad: Para Martínez Lozano, hay dos imágenes que se suelen utilizar habitualmente para hablar de la relación entre ambas: la del vaso y el agua, o la del mapa y el territorio. La espiritualidad es el agua que necesitamos si queremos vivir y crecer; la religión es el vaso que contiene el agua. La espiritualidad es el territorio último que anhelamos, porque constituye nuestra identidad más profunda; la religión es el mapa que quiere orientar hacia él. Cuando se vive al servicio de aquella, la religión constituye un medio valioso o una "cinta transportadora" –en palabras de Ken Wilber- que facilita la conexión con la dimensión espiritual: es el vaso que proporciona el acceso al agua; el mapa que baliza el camino hacia el territorio.


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