viernes, 30 de octubre de 2015

Vivimos en un mundo convulso

La ciudad de Copenhague se halla asociada al fracaso de la Cumbre sobre el Cambio Climático de diciembre de 2009. ¿Cómo es posible que, ante la gravedad de los datos facilitados por los científicos, los líderes políticos fueran incapaces de alcanzar un acuerdo, a pesar de la terrible amenaza que supondría la ausencia de respuesta? Se ha señalado que, tras el fracaso de Copenhague, nos encontramos en un “punto muerto climático”, para el que se sugieren tres razones principales: el enorme desafío económico que comporta la reducción de los gases de efecto invernadero, la complejidad de la ciencia del clima y las campañas deliberadas para confundir a la opinión pública y desacreditar a la ciencia.
Evolución Regional
Dando vueltas alrededor de los datos
Ni la “pretensión de ejercer un dominio incondicional sobre las cosas”, ni una ideología reduccionista y utilitarista que vea el mundo natural como un objeto de inacabable consumo, ni una concepción del medio ambiente basada en la supresión de “la diferencia ontológica entre el hombre y otros seres vivos” pueden ser aceptadas.
El desafío económico que representa la reducción de los gases de efecto invernadero se hizo patente en Copenhague: aunque no existe consenso sobre la cantidad de dinero que sería necesaria a tal fin, las estimaciones oscilan entre 500.000 y 800.000 millones de dólares anuales. Tener que discutir sobre cifras semejantes en medio de una severa crisis económica y financiera dificultó la consecución de un acuerdo y la obtención de recursos económicos para que los países pobres tengan acceso a la tecnología o, más importante aún, para ayudar a transformar los sistemas de producción de energía. Entender el clima de la Tierra y el componente de origen humano del cambio climático es una tarea difícil en la que participan miles de científicos del mundo entero. Esto ha dado pie a campañas destructivas contra la ciencia climática impulsadas por intereses e ideologías poderosas y encaminadas −al menos aparentemente− a crear un ambiente de ignorancia y confusión.

Aunque la respuesta política al cambio climático se encuentre en un punto muerto, como ya se ha señalado, el sufrimiento de millones de personas no puede esperar. Y tampoco se deben seguir aminorando las posibilidades de las generaciones futuras. No cabe duda de que nuestro planeta se encuentra amenazado, ni de que el actual modelo económico no se sostiene, a menos que decidamos actuar para invertir el sombrío y pernicioso futuro que aguarda a millones de personas. Esto sitúa la crisis ecológica en un contexto más amplio de relaciones intergeneracionales. Hasta ahora, la comprensión de los problemas medioambientales causados por actividades humanas se hallaba referida a acontecimientos de carácter local: por ejemplo, contaminación de ríos, deforestación, agotamiento de bancos de pesca o desprendimientos de tierras desencadenados por intervenciones en el territorio. Ahora, sin embargo, el cambio climático y la disminución de la capa de ozono hacen patente una nueva cara de la crisis ecológica: las acciones locales tienen consecuencias globales. El planeta está amenazado en su conjunto, y solo una respuesta dada por todos puede ser realmente efectiva.

La crisis ecológica cuestiona también nuestra fe. Lo que está amenazado es el sueño mismo de Dios como creador. Es el mundo entero, el mundo que Dios puso en las manos de la humanidad para que ésta lo guardara y preservara, el que corre verdadero peligro de destrucción.
Éste no es un mensaje apocalíptico, sino una posibilidad muy real en caso de que nos encerremos en la estrechez de nuestra vida y nos neguemos a actuar con convicción y firmeza. La primera víctima es la Tierra, con los recursos que contiene, destinados para las generaciones presentes y futuras. Especial mención merece la biodiversidad, cuya pérdida es irreversible y reduce significativamente la riqueza natural. El siguiente puesto entre las víctimas lo ocupan los más pobres de este mundo.

La crisis ecológica amenaza el sustento vital de todos los pueblos, especialmente el de los más pobres y vulnerables: estos viven en contextos crecientemente frágiles y caracterizados sobre todo por los riesgos naturales, las cambiantes condiciones climáticas, la contaminación, la deforestación, la desertificación y el agotamiento del suelo. Los pobres, por cuanto dependen en mayor medida de los recursos naturales, se saben más vulnerables al cambio medioambiental. A pesar del conocimiento que tienen de las singularidades de cada estación, los pobres –limitados en recursos debido a su condición socio-económica− no pueden prepararse para las consecuencias de la disminución de los recursos naturales, ni responder a la velocidad con la que acontece el cambio. Condiciones de vida antihigiénicas y un entorno de trabajo deficitario contribuyen sin duda a la falta de salud. En las áreas urbanas en particular, la contaminación de las fuentes de agua, la inundación de las viviendas, la carencia de alcantarillado, las aguas estancadas y la ausencia de instalaciones de saneamiento son a la vez causas y consecuencias de la pobreza. El vínculo entre medioambiente y pobreza es insoslayable, y ese es el verdadero desafío para todos nosotros.

La siguiente información trata concisamente de los retos medioambientales de cada región mundial y de las conexiones con la pobreza.


En África las cuestiones medioambientales están intrínsecamente relacionadas con los recursos naturales y la pobreza.
África es rica en recursos minerales; sin embargo, el continente sigue teniendo el porcentaje más alto de pobres del mundo. Para la mayor parte de África, la agricultura es la principal actividad económica y ofrece sustento y empleo hasta a un 70% de la población. Particularmente en África central y meridional, las industrias extractoras −dirigidas por empresas multinacionales− están más interesadas en los minerales que en el  bienestar de la gente o el medio ambiente. Comunidades enteras son desplazadas con frecuencia a fin de despejar el camino a las industrias mineras., deteriorando de modo permanente los vínculos culturales y espirituales de las personas con la tierra de sus antepasados, a cambio de una compensación insuficiente por la destrucción de sus medios de vida. Además, los beneficios de la minería no llegan a las comunidades donde se extraen los minerales. Algunas compañías hacen caso omiso de forma deliberada de las políticas nacionales de protección del medio ambiente, otras sobornan a funcionarios gubernamentales corruptos para evitar sanciones.
Nigeria está siendo devastada por las consecuencias ecológicas de los continuos vertidos de petróleo, la irresponsable extracción de combustibles fósiles y las que quizá sean las peores tasas de explosiones de gas de todo el mundo; el delta del Níger, por su parte, se ha convertido en una grave amenaza no solo para la seguridad de África Occidental, sino también para la paz mundial.
Los cambios en el clima afectan a la producción de alimentos y limitan de modo dramático la capacidad económica de África para reducir la pobreza. En Zambia, la intensidad y la frecuencia de sequías e inundaciones se han incrementado. Gran parte del continente −en especial los países sin salida al mar, como, por ejemplo, Chad− afronta importantes desafíos asociados a la desertización, la cual lleva a una creciente preocupación por la seguridad del agua.

En América Latina la destrucción del potencial productivo acontece a través del impacto social, cultural y medioambiental de los macro-proyectos de minería y energía, la privatización del agua, la introducción de modelos tecnológicos inadecuados y el devastador ritmo de extracción de recursos naturales. La difusión de modelos sociales de consumo lleva al deterioro de los ecosistemas a través de la erosión del suelo y el agotamiento de los recursos naturales.
La expansión agrícola en los trópicos latinoamericanos se lleva a cabo principalmente por poblaciones que han sido desalojadas de sus tierras tradicionales por la pobreza, la violencia y la escasez de suelo agrícola. La apropiación de las mejores tierras y de amplias zonas de laboro para la agricultura comercial y la cría de ganado ha desplazado la agricultura de subsistencia a las laderas y montañas. Existen desequilibrios regionales en el desarrollo que afectan especialmente a los pueblos indígenas, así como usos irracionales del agua, la energía, la selva tropical, los minerales y los recursos humanos, todo ello causado por la concentración urbana e industrial y la centralización política y económica.
La devastación de los recursos naturales y las repercusiones que este hecho tiene en los problemas medioambientales globales son en gran medida consecuencia de deficientes modelos de industrialización.
La elaboración y aplicación de modelos alternativos no es tan complicada como pueda parecer a primera vista, pero los conocimientos técnicos y científicos son también necesarios para desarrollar una producción sostenible de recursos tropicales.

Europa: Las naciones desarrolladas tienen una “responsabilidad común pero diferenciada” en la gestión de los gases de efecto invernadero22. La postura de la UE sobre futuras emisiones consiste en recortarlas un 20% para el año 2020. Europa necesitará también adaptarse a las nuevas circunstancias climáticas. Por una parte, habrá una drástica reducción del suministro de agua, como consecuencia de las sequías y de la desertización en los países meridionales; pero también se dará una disminución del suministro en la región alpina, de donde procede el 40% del agua dulce, originada en este caso por el incremento de la temperatura media.
Por otra parte, amplias zonas de Europa experimentarán un incremento de las precipitaciones. Europa necesita asegurar un sistema estable de abastecimiento y distribución de energía para todo el continente.
La Comisión Europea ha señalado un objetivo obligatorio: para el año 2020, el 20% de toda la energía consumida en Europa tendrá que proceder de fuentes renovables (eólica, solar, mareomotriz, biomasa, etc.). En la actualidad, las energías renovables proporcionan el 6,7% del consumo de energía en Europa. Uno de los principales problemas en este continente es el tratamiento de las enormes cantidades de residuos generadas por la actividad industrial y el consumo. Metales, papel, plásticos y otros residuos producidos en Europa son enviados principalmente a Asia.
La legislación de la UE favorece la exportación de residuos a otros continentes para su reciclaje. Para los países en vías de desarrollo, esto representa una fuente barata de materias primas, tales como papel o aluminio, pero las condiciones de trabajo suelen ser insalubres y no toman en consideración las consecuencias medioambientales de estas actividades.

En Asia Meridional las inquietudes ecológicas y la preocupación medioambiental han sido tradicionalmente vistas como cuestiones propias solo de Occidente. Hoy, sin embargo, la protección del medio ambiente se considera uno de los asuntos más urgentes, como se hace manifiesto en el cambio climático, el calentamiento global, los desastres naturales, la pérdida de biodiversidad, el agotamiento de los recursos naturales y la pérdida de los medios de vida. En el pasado reciente, muchas zonas de los países del sur de Asia han sido devastadas por inundaciones, ciclones y sequías, fenómenos de una magnitud desconocida; al mismo tiempo, poblaciones pobres y marginadas están sufriendo crisis medioambientales múltiples y perturbadoras que se traducen en escasez de energía, de agua y de medios de vida.
En la India, numerosos movimientos ecologistas de carácter popular han cuestionado el paradigma desarrollista y han conseguido que las preocupaciones ambientales accedan al primer plano de la escena política. Estos movimientos, tanto los más conocidos como los relativamente menos visibles, se preocupan de cuestiones relativas a la miseria que las comunidades marginadas padecen como consecuencia de haber sido privadas de sus medios de vida.
La voluntad política de abordar de modo holístico esta crisis ecológica brilla por su ausencia. En los últimos años, el gobierno indio, más que trabajar en pro de reformas agrícolas y procurar una equitativa distribución de recursos, ha facilitado tierra y recursos naturales gratis a compañías extranjeras. Como resultado de las políticas neoliberales, la situación socioeconómica ha empeorado recientemente, en especial para los pobres, los aborígenes y los dalits. Además de la total prohibición de la tala de árboles en el Himalaya, el pueblo demanda un mayor control local del bosque para usos propios.

En Norteamérica la dependencia de los combustibles fósiles es una cuestión medioambiental básica en Norteamérica. Históricamente, los Estados Unidos han sido el mayor emisor mundial de gases de efecto invernadero (superados solo por China en esta década); Canadá, por su parte, ocupa el séptimo puesto. A fin de que la acción internacional frente al cambio climático sea efectiva, se necesita la cooperación de Estados Unidos. Las tecnologías recientemente desarrolladas para la extracción de combustibles fósiles hasta ahora inaccesibles causan un inmenso daño a grandes espacios naturales (por ejemplo, extracción de arenas alquitranadas en Alberta, minería de carbón a cielo abierto en los Apalaches, extracción de pizarras bituminosas en Canadá y Estados Unidos y perforaciones petrolíferas en las profundidades marinas).
Otros desafíos medioambientales en Norteamérica son consecuencia de las tecnologías de agricultura industrial. La producción alimentaria es mayor que en cualquier otro momento de la historia, la agricultura industrial conlleva costes medioambientales externos generalizados, incluyendo la deforestación masiva, la pérdida de suelo, el agotamiento de acuíferos, la acumulación de herbicidas y pesticidas, la contaminación de ríos, la existencia de zonas costeras muertas y la liberación al medio ambiente de organismos genéticamente modificados que no han sido sometidos a suficientes controles.
Un tercer elemento, a saber, el consumo excesivo, es un catalizador del agotamiento de los recursos naturales, de la economía de bienes desechables y de la acumulación de residuos.
El incipiente movimiento ecologista está respondiendo con campañas de concienciación, investigación en energías limpias, innovadoras empresas “verdes”, cultivos ecológicos de pequeña escala, puntos de venta de productos usados y un consumo más responsable.

Asia Pacífico: Por lo que respecta al medio ambiente, la situación en la región de Asia Pacífico está empeorando. El aire de las ciudades se deteriora, la contaminación de las aguas se agrava, la erosión y la escasez de agua aumentan a pasos agigantados, los hábitats naturales se degradan y su número disminuye. Es verdad que en la última década unos 270 millones de personas han escapado de la pobreza en la región, pero el crecimiento económico –industrial y agrícola− se ha conseguido a un alto precio. Los pueblos indígenas sufren intensamente como consecuencia de la expansión tecnológica y de la explotación de recursos allí donde sus derechos son atropellados por el afán desarrollista. Los residuos generados por hogares e industrias, tales como los residuos sólidos, los contaminantes del aire y los gases de efecto invernadero, amenazan la prosperidad de la región y menoscaban los logros alcanzados en la reducción de la pobreza. La carrera por controlar la energía hidráulica −como, por ejemplo, sucede con el Mekong o con otras fuentes de energía en la región− pasa por encima de preocupaciones básicas sobre los medios de vida y la sostenibilidad de los ecosistemas. Quince de los veinticuatro principales ecosistemas se están degradando o están siendo utilizados de modo insostenible, y la elevada biodiversidad y el alto número de especies endémicas de la región empiezan a manifestar pérdidas. Las extrapolaciones de cambio climático indican que hay que contar con un incremento de la frecuencia de patrones climáticos extremos y de riesgos hidrológicos, tales como inundaciones y sequías. Aunque la región está cobrando importancia a causa de su crecimiento económico, las tasas de paro son todavía altas. Las migraciones, la dislocación social y la pobreza siguen siendo fenómenos generalizados, y las catástrofes relacionadas con el clima están aumentando. Todavía existen, sin embargo, muchas necesidades a las que dar respuesta, pues el crecimiento económico no ha beneficiado a todos los sectores de la población ni al medio ambiente.
El hecho es, sin embargo, que “muchos seres humanos, en todos los niveles, han continuado abusando de la naturaleza y destruyendo el bello mundo de Dios... Asistimos a una irresponsable degradación y a una absurda destrucción de la Tierra, que es ‘nuestra madre’.
Contemplar los “signos de los tiempos” es una manera de experimentar la necesidad de esta reconciliación. En último término, es a través de nuestra fe como llegamos a sentir una profunda pena al constatar la destrucción del don de Dios y el sufrimiento de las personas. Nos vemos llevados a preguntarnos a nosotros mismos: “¿No podríamos haber actuado de forma diferente?”.

NOTA: Artículo, adaptado de la revista PAPELES, enviado  por José Mª Castells. 

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