BUSCANDO UN MOMENTO DE CONTEMPLACIÓN EN SEMANA SANTA
HIMNO AL UNIVERSO (Teilhard de Chardin)
XVII
EN TODO
INSTANTE, por todos los resquicios, hace irrupción la gran Cosa horrible, ésta que nos esforzamos
por olvidar, por no pensar que está siempre ahí, del otro lado del tabique:
fuego, peste, tempestad, terremoto, desencadenamiento de oscuras fuerzas
morales, se llevan en un instante, y sin
consideraciones, lo que habíamos construido y ornado penosamente con toda
nuestra inteligencia y nuestro corazón.
Dios mío, ya
que por mi dignidad humana me está vedado cerrar los ojos sobre esto, como una
bestia o como un niño—para que no sucumba a la tentación de maldecir al
Universo y a quien lo hizo—, haz que lo adore viéndote escondido en él.
Señor,
repíteme la gran palabra liberadora, la palabra que a un mismo tiempo revela y opera:
Señor, ¡Este es mi cuerpo ¡. En verdad, la Cosa enorme y sombría, el fantasma,
la tempestad, si queremos, eres Tú.(“Soy yo, no temais”).
Todo cuanto
en nuestras vidas nos espanta, lo que a Ti mismo te consternó en el Huerto, Señor, en el fondo no son más
que especies o apariencias, materia de un mismo Sacramento.
Creamos y
basta. Creamos con mayor fuerza y más desesperadamente cuanto que la Realidad
parece más amenazadora y más irreductible. Y, entonces, oco a poco, veremos al
Horror universal distenderse para sonreírnos primero y tomarnos en sus brazos
más que humanos, luego.
No, no son
los rígidos determinismos de la Materia y de los grandes números los que
confieren al Universo su consistencia: son las suaves combinaciones del
Espíritu. El azar inmenso y la inmensa ceguera del Mundo sólo son una ilusión
para el que cree. “La fe es la substancia de la realidad”.
SONETOS
ESPIRITUALES PARA RECORDAR EN SILENCIO
ANÓNIMO
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido, muéveme ver tu cuerpo tan herido, muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera. |
Lope de Vega (1562-1635)
Pastor, que con tus silbos amorosos
me despertaste del profundo sueño;
tú que hiciste cayado de ese leño,
en que tiendes los brazos poderosos,
me despertaste del profundo sueño;
tú que hiciste cayado de ese leño,
en que tiendes los brazos poderosos,
vuelve los ojos a mi fe piadosos,
pues te confieso por mi amor y dueño,
y la palabra de seguirte empeño,
tus dulces silbos y tus pies hermosos.
pues te confieso por mi amor y dueño,
y la palabra de seguirte empeño,
tus dulces silbos y tus pies hermosos.
Oye, pastor, pues por amores mueres,
no te espante el rigor de mis pecados,
pues tan amigo de rendidos eres.
no te espante el rigor de mis pecados,
pues tan amigo de rendidos eres.
Espera, pues, y escucha mis cuidados,
pero ¿cómo te digo que me esperes,
si estás para esperar los pies clavados?
pero ¿cómo te digo que me esperes,
si estás para esperar los pies clavados?
Lope de Vega (1562-1635)
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno escuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué estraño desvarío
Si de mi ingratitud el yelo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
Alma, asómate agora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía!
¡Y cuántas, hermosura soberana:
Mañana le abriremos --respondía--,
para lo mismo responder mañana!
No hay comentarios:
Publicar un comentario