O2 ECOFEMINISMO
Según
el mito griego, el rey Minos de Creta, tras vencer a la ciudad de Atenas, le
impuso la obligación de entregar periódicamente catorce jóvenes de ambos sexos
para alimentar al Minotauro, hijo monstruoso de los amores de su esposa con un
toro. Las víctimas encontraban la muerte en un laberinto
donde el rey había
encerrado a ese extraño y salvaje ser. Después de años de acatamiento, el joven
Teseo decidió arriesgarse para liberar a sus compatriotas de tan horrible
tributo. Se ofreció voluntario para integrar el grupo de jóvenes elegidos para
el sacrificio. Cuando llegó a Creta, Ariadna, hija del rey, quedó impresionada
por su valentía y, sin que nadie lo advirtiera, le entregó un ovillo para que
pudiera guiarse con el hilo en el laberinto, matar al Minotauro y retornar victorioso. De esta manera, la
criatura híbrida, mitad toro, mitad hombre, fue vencida. Teseo obtuvo el triunfo
gracias a la secreta colaboración de Ariadna.
¿Podemos imaginar una nueva Ariadna que
descubre que el monstruo encerrado no es un
ser abominable y lo libera con su hilo? La nueva Ariadna no se queda esperando
que actúe el héroe. Ella es también protagonista del cambio. Entra junto con Teseo
en el laberinto del mundo para transformar la cultura en los tiempos
del cambio
climático.
El
impulso por la
igualdad de mujeres
y hombres en occidente ha
tenido su influencia en el movimiento ecologista. En algunas de sus
organizaciones, se están
replanteando temas como el trabajo doméstico y se cuida el lenguaje para no
incurrir en sexismo.
Pero las mujeres
no somos solamente víctimas. También somos sujetos activos en el cuidado
medioambiental y en la nueva cultura respecto a la Naturaleza. Es la hora del ecofeminismo para que otro mundo sea
posible. Un
mundo que no esté basado en la explotación y la opresión
Mi
propuesta ecofeminista practica una hermenéutica de la sospecha, por el
sencillo hecho de que,
durante siglos, las
mujeres hemos sido excluidas de su construcción. Lo que Celia Amorós ha llamado «la fase
del olfato» del feminismo, que descubre
el sesgo de género del universo patriarcal. Si hemos estado ausentes de la cultura
oficial, no es extraño que ésta conserve el rastro de los que eran sus únicos
agentes autorizados. Hay que evitar lo
que Celia Amorós ha llamado las « ruinosas alianzas» del feminismo. Por eso es
esencial que los
proyectos
medioambientales no pidan sacrificios a las mujeres, sino que, por el
contrario, favorezcan su empoderamiento. La experiencia del feminismo nos
enseña que no debemos sacrificarnos por
causas que ignoren nuestras reivindicaciones.
No
se trata de exigir,
como hacía Simone de Beauvoir en su época, la pertenencia de las mujeres a la
Cultura, sino nuestra doble pertenencia a la Naturaleza y a la Cultura,
recordando al colectivo masculino que él también comparte esa doble
pertenencia. Lograríamos así un ser
humano un poco más realista, más igualitario y más acorde con la crisis ecológica.
La
antropóloga Sherry Ortner planteó que la concepción de la mujer como mediadora entre hombres y Naturaleza
podía explicar el origen del patriarcado. La posición subordinada de las mujeres
se habría originado por sus tareas
en el mundo natural. El embarazo, el parto, la lactancia,
la tendencia a expresar
los sentimientos
y su mediación entre
Naturaleza y Cultura (preparación
de los alimentos, crianza,
etc.), habrían
contaminado el estatus femenino en todas las culturas.
El origen libertario
El
término ecofeminismo lo acuñó en 1974 Francoise d’Eaubonne (París, 1920-2005)
D’Eaubonne dice:«La falocracia está en la base misma
de un orden que no puede sino asesinar a la Naturaleza, en nombre del beneficio, si es capitalista, y en nombre del
progreso, si es socialista».
El lazo que establece
D’Eaubonne entre feminismo y ecología se apoya en el pasado de la humanidad. En
los albores de nuestra especie no estaba clara la conexión entre unión sexual y
gestación. El descubrimiento de la función paterna en la procreación habría
destronado a la mujer, convirtiéndola en simple terreno que se puede poseer y
fecundar
La
líder eco-pacifista
alemana Petra Kelly (1947- 1992), repetía: “ Pero debemos también imponer el
problema de la opresión de las mujeres por los hombres como asunto fundamental,
pues nuestra experiencia nos dice que los hombres no toman la opresión de la
mujer tan en serio como otras causas. Cualquier compromiso con la justicia
social y la no violencia que no señale las estructuras de dominación masculina
sobre la mujer será incompleto. Ellos deben demostrar su buena voluntad para
abandonar sus privilegios de miembros de la casta masculina». Estas palabras,
surgidas de la experiencia como militante del ecologismo político, no han
perdido su vigencia y deben ser todavía hoy objeto de reflexión por parte de
las y los activistas.
Cuando hoy
día se habla de ecofeminismo, se suele pensar en una primera forma de feminismo, que consideró que las mujeres, por su
capacidad de dar a luz, estarían más cerca de la Naturaleza y tenderían a preservarla.
Volver a
afirmar que las mujeres
son Naturaleza es retornar
al discurso patriarcal. Reivindicar los roles tradicionales podría entenderse
como aceptación de la
división sexual del trabajo de las sociedades patriarcales. Podría reforzar el
conformismo y debilitar las reivindicaciones de igualdad. También podría
incurrir en una demonización del varón, oponiendo una mujer tierna y nutricia a
un hombre innatamente agresivo. Por eso, todavía hoy, cuando se nombra el
ecofeminismo dentro de las filas del feminismo suele producirse una reacción
muy negativa. Se teme un paso atrás hacia posiciones anteriores.
LA ÉTICA DEL CUIDADO
De
una u otra manera, en la actualidad las distintas corrientes de ecofeminismo mantienen relaciones con una teoría
llamada “ética
del cuidado”.
El
libro de Carol Gilligan
—In a Different Voice— habla de «otra voz», aludiendo a la existencia de un sentir moral diferente al utilizado como modelo en
los estudios del desarrollo moral y apunta a la necesidad de reconocer una
forma particular en la construcción del juicio moral de las mujeres. Defiende
una ética del cuidado, que no tendría por qué ser
considerada inferior, sino complementaria. Se trata de una ética de la responsabilidad, distinta de una ética
masculina,
centrada exclusivamente en la justicia y el derecho y las mujeres parecerían razonar
atendiendo más a las particularidades concretas del contexto. Su concepción del
yo, de carácter más relacional, estaría en la base de su moral de la
responsabilidad frente a los otros.
crítica a la Modernidad
En
su Declaración de los Derechos de la Mujer y la
Ciudadana de 1790,
la revolucionaria Olympe de Gouges recuerda que muchas mujeres habían apoyado
la lucha contra el fanatismo, la superstición y los prejuicios: «Pero (el
hombre) una vez en libertad, ha sido injusto con su compañera. ¡Oh, mujeres!
¡Mujeres! ¿Cuándo dejaréis de estar ciegas? ¿Qué ventajas habéis obtenido de la
revolución? Un desdén más visible, un desprecio más marcado». Durante largo
tiempo, las flamantes democracias nacidas de la Ilustración excluyeron a las mujeres de lo
público de manera aún más estricta que bajo el Antiguo Régimen.
Y no faltaban
motivos para la desconfianza respecto a la
Ilustración, que exaltaba
los valores de libertad e igualdad. Fue ejecutada en la guillotina
en el Año del Terror de 1793.
La
discusión se desplaza hacia claves psicológicas y manifiesta una nueva
sensibilidad por un
contacto más estrecho con animales de compañía. El universalismo ilustrado inspirará en
algunos filósofos ideales igualitarios, que desbordan el marco de nuestra
especie.
Las
emociones positivas hacia las criaturas no humanas fueron creciendo,
primero en la
aristocracia,
después en círculos más amplios de población y
finalmente, entre las
mujeres.
El
concepto de filantropía aparecerá en el siglo XVIII, como
relevo laico de la antigua caridad cristiana. Ya no se precisará la mediación divina para interesarse
por los demás.
Naturaleza
y libertad en el feminismo: SIMONE DE BEAUVOIR
Simone
de Beauvoir inicia su obra El segundo sexo con una frase de Poulain de la Barre, que pone de manifiesto la raíz
ilustrada de su obra, con su crítica
al prejuicio: «Todo cuanto han escrito
los hombres sobre las mujeres debe ser sospechoso, pues son a un tiempo juez y
parte.»
Tenemos
una enorme deuda con Simone de Beauvoir. La libertad que gozamos en nuestras
sociedades se la debemos en gran parte a ella. Su pensamiento ha transformado
las sociedades occidentales de manera radical, al poner la autonomía de las mujeres
como un pilar ineludible de la teoría y la praxis. Celia Amorós ha visto en
Beauvoir la culminación de todo un ciclo de reivindicaciones de las mujeres, que han sido posibles gracias a las ideas
ilustradas de individuo, ciudadanía y sujeto autónomo.
En
el feminismo existencialista de Simone de Beauvoir, el ser humano no es una esencia fija, sino «existencia», es decir, «proyecto», «trascendencia», «autonomía»,
«libertad». Por lo tanto, escamotear a un individuo las posibilidades de
proyectar su vida según lo que él quiera,
por pertenecer al «segundo sexo», al sexo femenino, es dominación, es
injusticia. Esta
idea fundamental de El segundo sexo, es ahora asumida por millones de
personas,
que no han leído,
ni han oído hablar esta obra.
Simone
de Beauvoir se inscribe en
una larga tradición que entiende la libertad como opuesta a la Naturaleza. El
mundo natural es el «mundo de la necesidad» regido por
las leyes de la física,
sometido a las cadenas de la causalidad del mundo de los objetos, mientras que
el ámbito de la libertad es sólo el del pensamiento o la acción dirigida por la
razón. Esta antinomia descansa
en los dualismos
(Naturaleza/Cultura, cuerpo/mente, pasiones/razón) presentes en
innumerables textos filosóficos. Simone de Beauvoir se propuso
rescatar a las mujeres de la inmersión en el mundo natural a que las sometían
las definiciones patriarcales. Pero desde el ecofeminismo, esos dualismos han sido puestos en tela de
juicio.
A pesar de haber perdido la fe en Dios,
Beauvoir reconocerá una virtud en la educación cristiana que le dio su
familia: pudo plantearse la igualdad entre los sexos, gracias a la formación religiosa, que le enseñó a pensarse a sí misma
como alma, es decir, como entidad
espiritual independiente del cuerpo.
Superar
el dualismo mente-cuerpo implica comprender
que los humanos no estamos «encerrados» en el cuerpo como pensaba Platón.
Nuestros cuerpos son esa Naturaleza interna con conciencia de sí, gracias a la que existimos, formando parte del tejido de la vida.
La
separación entre sexualidad y reproducción se ha consolidado. Dejar de exigir virginidad a las mujeres,
significaba que su dignidad no residía en su conducta sexual, sino que se
reconocía que eran personas libres. Los
fundamentalistas religiosos no aceptan los derechos sexuales de
las mujeres que hoy facilita
la ciencia. Contra el sida y los embarazos no deseados preconizan el antiguo
remedio de la castidad. Encontramos en la Red acusaciones
contra la llamada Carta
de la Tierra, del año 2000, de ser un perverso
documento pagano contrario a la evangelización. Y, como siempre, curiosamente, apelan
a la jerarquía espíritu/materia, humano/animal, para impedir que la
maternidad se convierta en lo que pedía Simone de Beauvoir: una elección
consciente y responsable, una elección humana.
Sin
duda, el advenimiento de una cultura que ve abyección
y
caída en
la sexualidad y en el cuerpo (particularmente
en el cuerpo femenino)
se debe a un complejo proceso. Las sociedades griega y romana eran sexistas y
tendían a mantener recluidas a las mujeres honestas, con una doble moral, que permitía a los maridos las
relaciones bisexuales y extramatrimoniales,
pero castigaba duramente
el adulterio femenino.
Parece
sin embargo probado
que Jesús de Nazaret aceptó mujeres como discípulas. Rechazó la lapidación de
la adúltera, castigo considerado justo por los hebreos de su época. La nueva
religión cristina proclamaba
valores que corregían antiguas injusticias. El cristianismo de los primeros
tiempos les dio cierto protagonismo, al admitirlas como predicadoras e incluso como
diaconisas, figura litúrgica que más tarde fue suprimida. Este rango inicial, unido a la afirmación de la igualdad
de las almas,
seguramente estimuló su participación. Amelia Valcárcel mantiene que el
cristianismo, en tanto que universal,
planteaba en sus inicios la misma regla para ambos sexos, pero a esta exigencia fue sumando
otros elementos culturales,
que dieron lugar a una tensión interna respecto a las mujeres: «la tribu ha ido
venciendo, desde dentro, al racionalismo y al universalismo». Apoya la tesis de que hubo un peso femenino en
el grupo inicial, que después habría dado paso a una religión
masculinizada,
por la inercia de las antiguas costumbres patriarcales.
Mujer,
Naturaleza y moral sexual
Naturaleza y mujer
despiertan recelo en muchas religiones.
Tanto el velo como la antigua mantilla remiten en última instancia a la
convicción de que el cuerpo femenino es intrínsecamente lujurioso, es una
amenaza para los hombres y su sola visión puede hacer que éstos pierdan el
control de sí mismos y regresen a la animalidad. El mito griego de Circe, la
hechicera que convierte a los marineros de Odiseo en cerdos, demuestra que esta idea es muy antigua y
se puede encontrar en culturas politeístas. Según han señalado especialistas en
teología e historia de las religiones, la preocupación obsesiva por la
sexualidad que ha caracterizado a la ortodoxia cristiana, no proviene de las enseñanzas de
Jesucristo. Se trataría de una posterior
incorporación de las tendencias
ascéticas. Pero, en cambio, no cabe duda de que Mujer, Sexualidad
y Mal mantienen estrechas
relaciones en la tradición judeocristiana. Eva es la impura. La caída fue interpretada como pecado sexual y
la mujer quedó vinculada a la serpiente tentadora. El timbre suave de la voz
femenina era considerado lascivo.
La mentalidad misógina permite entender el fenómeno de la
quema de brujas en la
Edad Media.
En las últimas décadas del siglo XIX
y a principios del XX, el arte y la literatura europeos
multiplicaron las representaciones de la perversidad de la Mujer. Una
sexualidad femenina amenazante se insinuaba en la pintura, la escultura, la
novela y la poesía.
Placer
y libertad
El
pensamiento socialista por su parte, cultiva
una concepción positiva de la sexualidad como expresión natural. En El
origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Engels esboza la idea de una sociedad
futura en la que la mujer, gracias al trabajo fuera del hogar, adquiere los
mismos derechos al amor sexual que el hombre. El matrimonio, unidad económica,
será reemplazado por uniones basadas en el afecto y la atracción mutua y libre.
Más
tarde, Marcuse, realizará una relectura de Freud encaminada a devolverle sus
potencialidades revolucionarias.. En su versión del progreso de la humanidad,
el patriarcado y la represión de la sexualidad han sido el momento necesario de
la negación,
previo a un futuro de sublimación no represiva, lúdica y artística. En esa
sociedad del porvenir, el sometimiento de las mujeres será abolido. Piensa que el futuro es femenino y que
permitirá «el retorno
de lo reprimido», es decir, la recuperación de la sintonía con la Naturaleza y
sus placeres.
Frente
a los fundamentalismos que describen una
libido enmarcada en rígidas instituciones patriarcales, el discurso de la
sexualidad como Naturaleza buena
parece un soplo de aire fresco. Y, sin duda, mucho tiene de ello. Sin embargo,
en su exaltación del retorno de lo reprimido, vincula a las mujeres con una
naturaleza primitiva, aunque, esta vez, ensalce sus virtudes. Las mujeres en
toda su variedad de individuos son transformadas en «la Mujer» con cualidades esenciales redentoras.
La
idea radical de que las mujeres somos personas
Hoy como ayer las jóvenes harán lo que quieran, y no podría ser de otro
modo, pero seguro que unas cuantas, las suficientes, seguirán tomando el
testigo del feminismo y como en su día las sufragistas, las socialistas y las
radicales, ellas cambiarán el mundo.
(Ana de
Miguel)
No
obstante, es sorprendente que, aunque una parte cada vez más importante del
colectivo femenino se incorpore al trabajo asalariado, la moda sigue
exigiendo una exagerada
dedicación a la apariencia personal, que se agrega a la ya injusta doble jomada de trabajo de
la superwoman.
No
propongo descuidar
nuestra apariencia. Todo
el mundo ama la belleza. No se trata de rechazarla, pero sí de redefinirla, de acuerdo con parámetros despojados
de misoginia. Las mujeres no somos mera carne, ni tampoco sombras
desencarnadas. Los
diseñadores de la moda deben comprender que hemos adquirido el rango de sujetos
activos, en
una sociedad cada vez más favorable a la igualdad de oportunidades. Su
asignatura pendiente consiste en apostar por el atractivo de las mujeres reales,
con su gran variedad de
edades y tipos. No es un
asunto menor. Cuando la
producción de deseos ha reemplazado a la coacción, los modelos de belleza impuestos son
formas de poder,
que influyen
en la vida de innumerables mujeres. La mirada ecofeminista sobre el cuerpo
propio nos invita a evitar agredirlo innecesariamente.
Las
mujeres no somos «ángeles del ecosistema» ni representantes de la Naturaleza.
La cultura del cuidado asociada históricamente al colectivo femenino está condicionada
por el temperamento, la historia individual
y las creencias
religiosas de las protagonistas. Las mujeres somos individuos y, como tales, cada una de
nosotras puede decidir prestar o no su voz a quienes no tienen voz. Defender la
Naturaleza, luchar por un mundo sostenible en este momento de la Historia
humana es una decisión libre. No es consecuencia automática de una esencia femenina.
No todas las mujeres asumen
una ética ecologista.
Las
mujeres somos víctimas de la crisis ambiental, pero también protagonistas del
cambio hacia una nueva cultura ecológica y no androcéntrica. Nuestro interés por
las cuestiones ecológicas
se debe a diversas razones,
relacionadas con los roles e identidades en el sistema de sexo-género.
Desde
su origen, el ecofeminismo compartió una característica fundamental con el
ecologismo social: la doble preocupación por la Naturaleza y por la injusticia
social. Todas las formas de ecofeminismo han explorado los vínculos entre la
opresión de las mujeres y la opresión de la Naturaleza.
El cuidado
de la vida en el ámbito doméstico es todavía hoy, en su inmensa mayoría,
gratuito
y realizado
por las mujeres. Esta división sexual del trabajo se apoya en el dualismo que
opone producción y reproducción. Las mujeres son
las acreedoras
de una “deuda del cuidado”, ya que entregan mucho más del que
reciben. Esto vale para las mujeres inmigrantes del Sur, contratadas como
empleadas domésticas precarias y mal pagadas. Ellas hacen posible que las del Norte salgan al
mercado del trabajo asalariado, sin que un reparto equitativo de las tareas domésticas
con los hombres y además dejando en sus
países a personas
dependientes,
a cargo de otras mujeres de la familia.
Hacia
una educación ambiental no androcéntrica
La
educación ambiental se inició
a finales de los setenta. Su objetivo fue concienciar sobre los límites de
los modelos de progreso productivista. Tarea inmensa. Debe remar contra corriente contra una globalización que extiende los
deseos consumistas superfluos a niños y niñas de países muy distintos.
Llama a promover un consumo responsable de acuerdo con las
tres R (Reducir, Reutilizar y Reciclar) y que tenga en cuenta las
reivindicaciones del Comercio Justo.
El profundo prejuicio androcéntrico que desprecia como «sensiblería» los sentimientos empáticos
hacia los animales, las plantas y el resto de la Naturaleza, me parece poco apto para suscitar un
cambio de valores y de actitudes en las nuevas generaciones.
Necesitamos
pensar la realidad de nuestro mundo actual con las claves del feminismo y el ecologismo. El
ecofeminismo nos da esa doble mirada, para recorrer una senda de crítica y otra constructiva. Mi
propuesta se basa en la convicción de que el ecofeminismo ha de evitar los
peligros que para las mujeres, encierra
la renuncia al legado de la Modernidad. Por ello, tiene que ser un pensamiento
crítico,
que reivindique la igualdad, contribuya a la autonomía de las mujeres, acepte
con precaución los beneficios de la ciencia y la técnica, fomente la universalidad de los valores de la ética del
cuidado hacia los humanos, los animales y el resto de la Naturaleza, aprenda de
la interculturalidad y afirme la unidad y continuidad de la Naturaleza desde el
conocimiento evolucionista y el sentimiento de compasión.
Comencé
exponiendo las principales
ideas para trazar un mapa de este nuevo territorio del pensamiento.
Voy a concluirlo
resumiendo lo esencial de
la propuesta ecofeminista. Se trata de un planteamiento que no reniega de la
Ilustración pero es consciente de sus errores y deficiencias.
La
palabra «ecofeminismo» todavía evoca desconfianza y rechazo entre las
feministas porque se la asocia con teorías que identificaban a las mujeres con
el mundo natural y con la maternidad. Esta aprensión es comprensible, si tenemos en cuenta que el feminismo
como teoría y como movimiento,
puede entenderse como un inmenso esfuerzo por liberar al colectivo femenino de
las designaciones patriarcales y que la identificación de la Mujer con la
Naturaleza ha sido una de ellas No es de extrañar que las pensadoras del ecofeminismo
clásico haya sido objeto de intensas críticas, pues
encerraba el peligro de
fomentar el estereotipo de la mujer-madre
que había sido instrumento de la exclusión.
Por ello, frente a la bipolarización
patriarcal Hombre-Mujer, el ecofeminismo crítico reconoce la individualidad.
Desde
el ecofeminismo
planteo una universalización de las virtudes del cuidado, que han sido históricamente
femeninas. En las sociedades modernas, las mujeres hemos incorporado
características calificadas de masculinas en cuanto trabajo asalariado, cultura la
política. El fenómeno inverso ha sido mucho menor . Aunque muchos varones comienzan a romper los
moldes patriarcales, la mayoría no siente atracción por las habilidades del
ámbito doméstico.
Respecto a
la ética del cuidado, Celia Amorós ha advertido, que si queremos que sea universal,
habrá que predicarla especialmente a los varones, pues de otra manera, se reforzarían los
inmemoriales hábitos de sacrificio femeninos. Estoy de acuerdo. Pero también
tenemos que saber que la formación e integración de las mujeres
jóvenes en una sociedad, menos sexista, pero muy androcéntrica, irá borrando la predisposición
femenina a atender las necesidades de los otros.
En
el convencimiento de que «no hay camino
sino estelas en la mar», nos enfrentamos a la radical finitud de un universo indiferente,
en el que solo nuestras
huellas trazan sendas.
Resumido por Alvaro Melgar del texto de la profesora Alicia Puleo
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