lunes, 16 de mayo de 2016

Segundo texto ambientador previo al finde: " Ecofeminismo "

O2   ECOFEMINISMO           
Según el mito griego, el rey Minos de Creta, tras vencer a la ciudad de Atenas, le impuso la obligación de entregar periódicamente catorce jóvenes de ambos sexos para alimentar al Minotauro, hijo monstruoso de los amores de su esposa con un toro. Las víctimas encontraban la muerte en un laberinto
donde el rey había encerrado a ese extraño y salvaje ser. Después de años de acatamiento, el joven Teseo decidió arriesgarse para liberar a sus compatriotas de tan horrible tributo. Se ofreció voluntario para integrar el grupo de jóvenes elegidos para el sacrificio. Cuando llegó a Creta, Ariadna, hija del rey, quedó impresionada por su valentía y, sin que nadie lo advirtiera, le entregó un ovillo para que pudiera guiarse con el hilo en el laberinto, matar al Minotauro y retornar victorioso. De esta manera, la criatura híbrida, mitad toro, mitad hombre, fue vencida. Teseo obtuvo el triunfo gracias a la secreta colaboración de Ariadna.

¿Podemos imaginar una nueva Ariadna que descubre que el monstruo encerrado no es un ser abominable y lo libera con su hilo? La nueva Ariadna no se queda esperando que actúe el héroe. Ella es también protagonista del cambio. Entra junto con Teseo en el laberinto del mundo para transformar la cultura en los tiempos del cambio climático.

El impulso por la igualdad de mujeres y hombres en occidente ha tenido su influencia en el movimiento ecologista. En algunas de sus organizaciones, se están replanteando temas como el trabajo doméstico y se cuida el lenguaje para no incurrir en sexismo.
Pero las mujeres no somos solamente víctimas. También somos sujetos activos en el cuidado medioambiental y en la nueva cultura respecto a la Naturaleza. Es la hora del ecofeminismo para que otro mundo sea posible. Un mundo que no esté basado en la explotación y la opresión
Mi propuesta ecofeminista practica una hermenéutica de la sospecha, por el sencillo hecho de que, durante siglos, las mujeres hemos sido excluidas de su construcción. Lo que Celia Amorós ha llamado «la fase del olfato» del feminismo, que descubre el sesgo de género del universo patriarcal. Si hemos estado ausentes de la cultura oficial, no es extraño que ésta conserve el rastro de los que eran sus únicos agentes autorizados.  Hay que evitar lo que Celia Amorós ha llamado las « ruinosas alianzas» del feminismo. Por eso es esencial que los proyectos medioambientales no pidan sacrificios a las mujeres, sino que, por el contrario, favorezcan su empoderamiento. La experiencia del feminismo nos enseña que no debemos sacrificarnos por causas que ignoren nuestras reivindicaciones.
No se trata de exigir, como hacía Simone de Beauvoir en su época, la pertenencia de las mujeres a la Cultura, sino nuestra doble pertenencia a la Naturaleza y a la Cultura, recordando al colectivo masculino que él también comparte esa doble pertenencia. Lograríamos así un ser humano un poco más realista, más igualitario y más acorde con la crisis ecológica.
La antropóloga Sherry Ortner planteó que la concepción de la mujer como mediadora entre hombres y Naturaleza podía explicar el origen del patriarcado. La posición subordinada de las mujeres se habría originado por sus tareas en el mundo natural. El embarazo, el parto, la lactancia, la tendencia a expresar los sentimientos y su mediación entre Naturaleza y Cultura (preparación de los alimentos, crianza, etc.), habrían contaminado el estatus femenino en todas las culturas.

El origen libertario
El término ecofeminismo lo acuñó en 1974 Francoise d’Eaubonne (París, 1920-2005)
D’Eaubonne dice:«La falocracia está en la base misma de un orden que no puede sino asesinar a la Naturaleza, en nombre del beneficio, si es capitalista, y en nombre del progreso, si es socialista».


El lazo que establece D’Eaubonne entre feminismo y ecología se apoya en el pasado de la humanidad. En los albores de nuestra especie no estaba clara la conexión entre unión sexual y gestación. El descubrimiento de la función paterna en la procreación habría destronado a la mujer, convirtiéndola en simple terreno que se puede poseer y fecundar
La líder eco-pacifista alemana Petra Kelly (1947- 1992), repetía: “ Pero debemos también imponer el problema de la opresión de las mujeres por los hombres como asunto fundamental, pues nuestra experiencia nos dice que los hombres no toman la opresión de la mujer tan en serio como otras causas. Cualquier compromiso con la justicia social y la no violencia que no señale las estructuras de dominación masculina sobre la mujer será incompleto. Ellos deben demostrar su buena voluntad para abandonar sus privilegios de miembros de la casta masculina». Estas palabras, surgidas de la experiencia como militante del ecologismo político, no han perdido su vigencia y deben ser todavía hoy objeto de reflexión por parte de las y los activistas.
Cuando hoy día se habla de ecofeminismo, se suele pensar en una primera forma de feminismo, que consideró que las mujeres, por su capacidad de dar a luz, estarían más cerca de la Naturaleza y tenderían a preservarla.
Volver a afirmar que las mujeres son Naturaleza es retornar al discurso patriarcal. Reivindicar los roles tradicionales podría entenderse como aceptación de la división sexual del trabajo de las sociedades patriarcales. Podría reforzar el conformismo y debilitar las reivindicaciones de igualdad. También podría incurrir en una demonización del varón, oponiendo una mujer tierna y nutricia a un hombre innatamente agresivo. Por eso, todavía hoy, cuando se nombra el ecofeminismo dentro de las filas del feminismo suele producirse una reacción muy negativa. Se teme un paso atrás hacia posiciones anteriores.

LA ÉTICA DEL CUIDADO
De una u otra manera, en la actualidad las distintas corrientes de ecofeminismo mantienen relaciones con una teoría llamada ética del cuidado.
El libro de Carol Gilligan —In a Different Voicehabla de «otra voz», aludiendo a la existencia de un sentir moral diferente al utilizado como modelo en los estudios del desarrollo moral y apunta a la necesidad de reconocer una forma particular en la construcción del juicio moral de las mujeres. Defiende una ética del cuidado, que no tendría por qué ser considerada inferior, sino complementaria. Se trata de una ética de la responsabilidad, distinta de una ética masculina, centrada exclusivamente en la justicia y el derecho y las mujeres parecerían razonar atendiendo más a las particularidades concretas del contexto. Su concepción del yo, de carácter más relacional, estaría en la base de su moral de la responsabilidad frente a los otros.

crítica a la Modernidad
En su Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana de 1790, la revolucionaria Olympe de Gouges recuerda que muchas mujeres habían apoyado la lucha contra el fanatismo, la superstición y los prejuicios: «Pero (el hombre) una vez en libertad, ha sido injusto con su compañera. ¡Oh, mujeres! ¡Mujeres! ¿Cuándo dejaréis de estar ciegas? ¿Qué ventajas habéis obtenido de la revolución? Un desdén más visible, un desprecio más marcado». Durante largo tiempo, las flamantes democracias nacidas de la Ilustración excluyeron a las mujeres de lo público de manera aún más estricta que bajo el Antiguo Régimen.
Y no faltaban motivos para la desconfianza respecto a la Ilustración, que exaltaba los valores de libertad e igualdad. Fue ejecutada en la guillotina en el Año del Terror de 1793.

La discusión se desplaza hacia claves psicológicas y manifiesta una nueva sensibilidad por un contacto más estrecho con animales de compañía. El universalismo ilustrado inspirará en algunos filósofos ideales igualitarios, que desbordan el marco de nuestra especie.


Las emociones positivas hacia las criaturas no humanas fueron creciendo, primero en la aristocracia, después en círculos más amplios de población y finalmente, entre las mujeres.
El concepto de filantropía aparecerá en el siglo XVIII, como relevo laico de la antigua caridad cristiana. Ya no se precisa la mediación divina para interesarse por los demás.

Naturaleza y libertad en el feminismo:  SIMONE DE BEAUVOIR
Simone de Beauvoir inicia su obra El segundo sexo con una frase de Poulain de la Barre, que pone de manifiesto la raíz ilustrada de su obra, con su crítica al prejuicio: «Todo cuanto han escrito los hombres sobre las mujeres debe ser sospechoso, pues son a un tiempo juez y parte
Tenemos una enorme deuda con Simone de Beauvoir. La libertad que gozamos en nuestras sociedades se la debemos en gran parte a ella. Su pensamiento ha transformado las sociedades occidentales de manera radical, al poner la autonomía de las mujeres como un pilar ineludible de la teoría y la praxis. Celia Amorós ha visto en Beauvoir la culminación de todo un ciclo de reivindicaciones de las mujeres, que han sido posibles gracias a las ideas ilustradas de individuo, ciudadanía y sujeto autónomo.
En el feminismo existencialista de Simone de Beauvoir, el ser humano no es una esencia fija, sino «existencia», es decir, «proyecto», «trascendencia», «autonomía», «libertad». Por lo tanto, escamotear a un individuo las posibilidades de proyectar su vida según lo que él quiera, por pertenecer al «segundo sexo», al sexo femenino, es dominación, es injusticia. Esta idea fundamental de El segundo sexo, es ahora asumida por millones de personas, que no han leído, ni han oído hablar esta obra.
Simone de Beauvoir se inscribe en una larga tradición que entiende la libertad como opuesta a la Naturaleza. El mundo natural es el «mundo de la necesidad» regido por las leyes de la física, sometido a las cadenas de la causalidad del mundo de los objetos, mientras que el ámbito de la libertad es sólo el del pensamiento o la acción dirigida por la razón. Esta antinomia descansa en los dualismos (Naturaleza/Cultura, cuerpo/mente, pasiones/razón) presentes en innumerables textos filosóficos. Simone de Beauvoir se propuso rescatar a las mujeres de la inmersión en el mundo natural a que las sometían las definiciones patriarcales. Pero desde el ecofeminismo, esos dualismos han sido puestos en tela de juicio.
 A pesar de haber perdido la fe en Dios, Beauvoir reconocerá una virtud en la educación cristiana que le dio su familia: pudo plantearse la igualdad entre los sexos, gracias a la formación religiosa, que le enseñó a pensarse a sí misma como alma, es decir, como entidad espiritual independiente del cuerpo.
Superar el dualismo mente-cuerpo implica comprender que los humanos no estamos «encerrados» en el cuerpo como pensaba Platón. Nuestros cuerpos son esa Naturaleza interna con conciencia de sí, gracias a la que existimos, formando parte del tejido de la vida.
La separación entre sexualidad y reproducción se ha consolidado. Dejar de exigir virginidad a las mujeres, significaba que su dignidad no residía en su conducta sexual, sino que se reconocía que eran personas libres.  Los fundamentalistas religiosos no aceptan los derechos sexuales de las mujeres que hoy facilita la ciencia. Contra el sida y los embarazos no deseados preconizan el antiguo remedio de la castidad. Encontramos en la Red acusaciones contra la llamada Carta de la Tierra, del año 2000, de ser un perverso documento pagano contrario a la evangelización. Y, como siempre, curiosamente, apelan a la jerarquía espíritu/materia, humano/animal, para impedir que la maternidad se convierta en lo que pedía Simone de Beauvoir: una elección consciente y responsable, una elección humana.

Sin duda, el advenimiento de una cultura que ve abyección y caída en la sexualidad y en el cuerpo (particularmente en el cuerpo femenino) se debe a un complejo proceso. Las sociedades griega y romana eran sexistas y tendían a mantener recluidas a las mujeres honestas, con una doble moral, que permitía a los maridos las relaciones bisexuales y extramatrimoniales, pero castigaba duramente el adulterio femenino.


Parece sin embargo probado que Jesús de Nazaret aceptó mujeres como discípulas. Rechazó la lapidación de la adúltera, castigo considerado justo por los hebreos de su época. La nueva religión cristina proclamaba valores que corregían antiguas injusticias. El cristianismo de los primeros tiempos les dio cierto protagonismo, al admitirlas como predicadoras e incluso como diaconisas, figura litúrgica que más tarde fue suprimida. Este rango inicial, unido a la afirmación de la igualdad de las almas, seguramente estimuló su participación. Amelia Valcárcel mantiene que el cristianismo, en tanto que universal, planteaba en sus inicios la misma regla para ambos sexos, pero a esta exigencia fue sumando otros elementos culturales, que dieron lugar a una tensión interna respecto a las mujeres: «la tribu ha ido venciendo, desde dentro, al racionalismo y al universalismo». Apoya la tesis de que hubo un peso femenino en el grupo inicial, que después habría dado paso a una religión masculinizada, por la inercia de las antiguas costumbres patriarcales.

Mujer, Naturaleza y moral sexual
Naturaleza y mujer despiertan recelo en muchas religiones. Tanto el velo como la antigua mantilla remiten en última instancia a la convicción de que el cuerpo femenino es intrínsecamente lujurioso, es una amenaza para los hombres y su sola visión puede hacer que éstos pierdan el control de sí mismos y regresen a la animalidad. El mito griego de Circe, la hechicera que convierte a los marineros de Odiseo en cerdos, demuestra que esta idea es muy antigua y se puede encontrar en culturas politeístas. Según han señalado especialistas en teología e historia de las religiones, la preocupación obsesiva por la sexualidad que ha caracterizado a la ortodoxia cristiana, no proviene de las enseñanzas de Jesucristo. Se trataría de una posterior incorporación de las tendencias ascéticas. Pero, en cambio, no cabe duda de que Mujer, Sexualidad y Mal mantienen estrechas relaciones en la tradición judeocristiana. Eva es la impura. La caída fue interpretada como pecado sexual y la mujer quedó vinculada a la serpiente tentadora. El timbre suave de la voz femenina era considerado lascivo.
La mentalidad misógina permite entender el fenómeno de la quema de brujas en la Edad Media.
 En las últimas décadas del siglo XIX y a principios del XX, el arte y la literatura europeos multiplicaron las representaciones de la perversidad de la Mujer. Una sexualidad femenina amenazante se insinuaba en la pintura, la escultura, la novela y la poesía.

Placer y libertad
El pensamiento socialista por su parte, cultiva una concepción positiva de la sexualidad como expresión natural. En El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Engels esboza la idea de una sociedad futura en la que la mujer, gracias al trabajo fuera del hogar, adquiere los mismos derechos al amor sexual que el hombre. El matrimonio, unidad económica, será reemplazado por uniones basadas en el afecto y la atracción mutua y libre.
Más tarde, Marcuse, realizará una relectura de Freud encaminada a devolverle sus potencialidades revolucionarias.. En su versión del progreso de la humanidad, el patriarcado y la represión de la sexualidad han sido el momento necesario de la negación, previo a un futuro de sublimación no represiva, lúdica y artística. En esa sociedad del porvenir, el sometimiento de las mujeres será abolido. Piensa que el futuro es femenino y que permitirá «el retorno de lo reprimido», es decir, la recuperación de la sintonía con la Naturaleza y sus placeres.
Frente a los fundamentalismos que describen una libido enmarcada en rígidas instituciones patriarcales, el discurso de la sexualidad como Naturaleza buena parece un soplo de aire fresco. Y, sin duda, mucho tiene de ello. Sin embargo, en su exaltación del retorno de lo reprimido, vincula a las mujeres con una naturaleza primitiva, aunque, esta vez, ensalce sus virtudes. Las mujeres en toda su variedad de individuos son transformadas en «la Mujer» con cualidades esenciales redentoras.


La idea radical de que las mujeres somos personas
Hoy como ayer las jóvenes harán lo que quieran, y no podría ser de otro modo, pero seguro que unas cuantas, las suficientes, seguirán tomando el testigo del feminismo y como en su día las sufragistas, las socialistas y las radicales, ellas cambiarán el mundo. (Ana de Miguel)
No obstante, es sorprendente que, aunque una parte cada vez más importante del colectivo femenino se incorpore al trabajo asalariado, la moda sigue exigiendo una exagerada dedicación a la apariencia personal, que se agrega a la ya injusta doble jomada de trabajo de la superwoman.
No propongo descuidar nuestra apariencia. Todo el mundo ama la belleza. No se trata de rechazarla, pero sí de redefinirla, de acuerdo con parámetros despojados de misoginia. Las mujeres no somos mera carne, ni tampoco sombras desencarnadas. Los diseñadores de la moda deben comprender que hemos adquirido el rango de sujetos activos, en una sociedad cada vez más favorable a la igualdad de oportunidades. Su asignatura pendiente consiste en apostar por el atractivo de las mujeres reales, con su gran variedad de edades y tipos. No es un asunto menor. Cuando la producción de deseos ha reemplazado a la coacción, los modelos de belleza impuestos son formas de poder, que influyen en la vida de innumerables mujeres. La mirada ecofeminista sobre el cuerpo propio nos invita a evitar agredirlo innecesariamente.

Las mujeres no somos «ángeles del ecosistema» ni representantes de la Naturaleza. La cultura del cuidado asociada históricamente al colectivo femenino está condicionada por el temperamento, la historia individual y las creencias religiosas de las protagonistas. Las mujeres somos individuos y, como tales, cada una de nosotras puede decidir prestar o no su voz a quienes no tienen voz. Defender la Naturaleza, luchar por un mundo sostenible en este momento de la Historia humana es una decisión libre. No es consecuencia automática de una esencia femenina. No todas las mujeres asumen una ética ecologista.
Las mujeres somos víctimas de la crisis ambiental, pero también protagonistas del cambio hacia una nueva cultura ecológica y no androcéntrica. Nuestro interés por las cuestiones ecológicas se debe a diversas razones, relacionadas con los roles e identidades en el sistema de sexo-género.
Desde su origen, el ecofeminismo compartió una característica fundamental con el ecologismo social: la doble preocupación por la Naturaleza y por la injusticia social. Todas las formas de ecofeminismo han explorado los vínculos entre la opresión de las mujeres y la opresión de la Naturaleza.
El cuidado de la vida en el ámbito doméstico es todavía hoy, en su inmensa mayoría, gratuito y realizado por las mujeres. Esta división sexual del trabajo se apoya en el dualismo que opone producción y reproducción. Las mujeres son las acreedoras de una “deuda del cuidado”, ya que entregan mucho más del que reciben. Esto vale para las mujeres inmigrantes del Sur, contratadas como empleadas domésticas precarias y mal pagadas. Ellas hacen posible que las del Norte salgan al mercado del trabajo asalariado, sin que un reparto equitativo de las tareas domésticas con los hombres y además dejando en sus países a personas dependientes, a cargo de otras mujeres de la familia.

Hacia una educación ambiental no androcéntrica
La educación ambiental se inició a finales de los setenta. Su objetivo fue concienciar sobre los límites de los modelos de progreso productivista. Tarea inmensa. Debe remar contra corriente contra una globalización que extiende los deseos consumistas superfluos a niños y niñas de países muy distintos.
 Llama a promover un consumo responsable de acuerdo con las tres R (Reducir, Reutilizar y Reciclar) y que tenga en cuenta las reivindicaciones del Comercio Justo.
 El profundo prejuicio androcéntrico que desprecia como «sensiblería» los sentimientos empáticos hacia los animales, las plantas y el resto de la Naturaleza, me parece poco apto para suscitar un cambio de valores y de actitudes en las nuevas generaciones.


Necesitamos pensar la realidad de nuestro mundo actual con las claves del feminismo y el ecologismo. El ecofeminismo nos da esa doble mirada, para recorrer una senda de crítica y otra constructiva. Mi propuesta se basa en la convicción de que el ecofeminismo ha de evitar los peligros que para las mujeres, encierra la renuncia al legado de la Modernidad. Por ello, tiene que ser un pensamiento crítico, que reivindique la igualdad, contribuya a la autonomía de las mujeres, acepte con precaución los beneficios de la ciencia y la técnica, fomente la universalidad de los valores de la ética del cuidado hacia los humanos, los animales y el resto de la Naturaleza, aprenda de la interculturalidad y afirme la unidad y continuidad de la Naturaleza desde el conocimiento evolucionista y el sentimiento de compasión.
Comencé exponiendo las principales ideas para trazar un mapa de este nuevo territorio del pensamiento. Voy a concluirlo resumiendo lo esencial de la propuesta ecofeminista. Se trata de un planteamiento que no reniega de la Ilustración pero es consciente de sus errores y deficiencias.
La palabra «ecofeminismo» todavía evoca desconfianza y rechazo entre las feministas porque se la asocia con teorías que identificaban a las mujeres con el mundo natural y con la maternidad. Esta aprensión es comprensible, si tenemos en cuenta que el feminismo como teoría y como movimiento, puede entenderse como un inmenso esfuerzo por liberar al colectivo femenino de las designaciones patriarcales y que la identificación de la Mujer con la Naturaleza ha sido una de ellas No es de extrañar que las pensadoras del ecofeminismo clásico haya sido objeto de intensas críticas, pues encerraba el peligro de fomentar el estereotipo de la mujer-madre que había sido instrumento de la exclusión.
 Por ello, frente a la bipolarización patriarcal Hombre-Mujer, el ecofeminismo crítico reconoce la individualidad.  
Desde el ecofeminismo planteo una universalización de las virtudes del cuidado, que han sido históricamente femeninas. En las sociedades modernas, las mujeres hemos incorporado características calificadas de masculinas en cuanto trabajo asalariado, cultura la política. El fenómeno inverso ha sido mucho menor . Aunque muchos varones comienzan a romper los moldes patriarcales, la mayoría no siente atracción por las habilidades del ámbito doméstico.
Respecto a la ética del cuidado, Celia Amorós ha advertido, que si queremos que sea universal, habrá que predicarla especialmente a los varones, pues de otra manera, se reforzarían los inmemoriales hábitos de sacrificio femeninos. Estoy de acuerdo. Pero también tenemos que saber que la formación e integración de las mujeres jóvenes en una sociedad, menos sexista, pero muy androcéntrica, irá borrando la predisposición femenina a atender las necesidades de los otros.
En el convencimiento de que «no hay camino sino estelas en la mar», nos enfrentamos a la radical finitud de un universo indiferente, en el que solo nuestras huellas trazan sendas.

Resumido por Alvaro Melgar del texto de  la profesora Alicia Puleo     

No hay comentarios:

Publicar un comentario