Cosmología, cosmogénesis,
reverencia
JOSE EIZAGUIRRE
El AUTOR:“Estudió arquitectura en Madrid y
administración de empresas en Mondragón. Es autor de artículos, conferencias y
cursos sobre ecología, consumo y estilos de vida alternativos. Es el creador de
la web www.biotropia.net
La Evolución
de las especies de Darwin supuso una revolución, en cuanto
conocimiento científico del origen y evolución del ser humano. Hoy vivimos otra
revolución, la del conocimiento científico del origen y evolución del cosmos,
lo que viene a llamarse “cosmología”.
Es una
revolución porque pone en cuestión los paradigmas de pensamiento que
Es normal
que los hombres de hace milenios contemplaran la realidad pensando que “siempre
ha sido así”. Con los conocimientos que tenían no podían ir más allá. Pero hoy
la ciencia nos revela que el universo no está terminado. Más aún, que el
cosmos, más que un “espacio” es un proceso, una sucesión de acontecimientos
enlazados que continúa su curso. Más que una escultura terminada, obra de un
divino Escultor, es un canto o una danza, obra de un
Dios cantor.
El jesuita Pierre Teilhard de Chardin hablaba
hace cien años de la “cosmogénesis“, el proceso de evolución del
universo. Y una de las preguntas más fascinantes que nos produce este
conocimiento es saber si este proceso tiene “sentido” o no, si el universo se
encamina hacia algún “punto omega” culminante o bien esta génesis se va
desarrollando azarosamente, es decir, por puro azar, hacia estados
impredecibles. Para los creyentes, además, la pregunta se enriquece con el
cuestionamiento de un Dios-Espíritu que estaría interviniendo en su creación,
guiando al cosmos a su plenitud.
Para responder a la difícil pregunta de hacia qué
estados se encamina el universo, lo más fácil es preguntarnos cómo ha llegado
hasta aquí, qué principios lo han guiado, qué constantes descubrimos en la
“cosmogénesis” hasta ahora. Es una pregunta científica, desde luego, pero
también lo es de sentido para nosotros, porque puesto que los seres humanos
formamos parte del universo, no cabe encontrar sentido para nuestras vidas al
margen del sentido del universo. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Para qué
estamos en el mundo? ¿Hacia dónde nos dirigimos? Son preguntas, en último
término, tan filosóficas y espirituales como científicas.
Hace años
la teoría del azar tenía cierta relevancia en la comunidad científica.
Según esta teoría, el mundo sería resultado de la afortunada combinación de
muchas circunstancias que habrían hecho posible la vida sobre la Tierra: un
planeta adecuado orbitando en torno a una estrella adecuada, en un universo con
unas condiciones adecuadas. El surgimiento de la vida sería fruto de esa
singular combinación de circunstancias favorables.
Hoy esta
teoría está siendo cuestionada. Cuanto más conocemos el origen del universo,
más nos fascinamos ante lo que los científicos llaman el “ajuste fino”. Todo
está tan increíblemente ajustado que parece difícil atribuirlo exclusivamente
al azar. Por ejemplo, la intensidad del primitivo Big Bang fue la
justa para hacer posible el desarrollo del universo. Si hubiera sido un poco
mayor, la energía se hubiera disipado sin haber formado galaxias y estrellas;
si hubiera sido un poco menor, al cabo de un tiempo todo se hubiera vuelto a
concentrar colapsando la evolución del cosmos. Y lo mismo podemos decir de las
fuerzas nucleares, electromagnéticas y gravitatorias que dan cohesión a la
energía y la materia: el “ajuste” de cada una es tan sutil que una pequeña
variación en sus constantes haría imposible el universo tal como lo conocemos.
La
probabilidad de que todo esto haya surgido por azar es infinitesimalmente
remota. Una
parábola que suele emplearse a este respecto es la de un grupo de monos
pulsando teclas aleatoriamente frente a teclados de ordenador, pongamos, a una
velocidad de una pulsación por segundo. La probabilidad de que el texto
resultante tenga algún sentido es ciertamente minúscula, pero si esperamos
mucho tiempo, tal vez sea más fácil que alguno de los monos, por pura
casualidad, llegue a escribir una página de El Quijote. Si el tiempo es
infinito, se puede argumentar que más pronto o mas tarde eso sucederá. La
cuestión es: ¿cuánto tiempo habría que esperar para que eso suceda? Y la
respuesta es tan inconmensurable que la conclusión es que habría que esperar
mucho más tiempo del que podemos concebir.
Del mismo
modo, ¿cuánto tiempo habría que esperar para que, por puro azar, el universo
generara las condiciones para el surgimiento de la vida y de la conciencia?
Y la respuesta es: muchísimo más del que ha trancurrido desde que el universo
comenzó su expansión hace 13.800 millones de años. Parece que en la respuesta
tienen que intervenir otros factores además del puro azar.
¿De qué
otros factores estamos hablando? Una respuesta plausible es que el universo
tiene “tendencias”. La energía tiene tendencia a organizarse y formar materia.
La materia tiene tendencia a organizarse cada vez en formas más complejas,
hasta el punto de originar eso que llamamos vida. La vida tiene tendencia a
autoorganizarse y complejizarse, multiplicando sus formas de presencia y
diversificándose en una asombrosa biodiversidad, hasta el punto de producir
seres vivos autoconscientes y capaces de darse altruistamente, manifestando eso
que llamamos amor… Y esto es lo que conocemos hasta ahora. ¡Al universo le
quedan todavía miles de millones de años por delante! Sería ingenuo pensar que
hemos llegado al culmen de la evolución (y más aún, que el ser humano es ese
culmen) ¿Hacia dónde continuará esta maravillosa cosmogénesis?
Lo asombroso
es que parece que todo esto tiene un propósito, una intención, unos fines: el
universo manifiesta así una tendencia a autoorganizarse en sorprendente
equilibrio, haciéndose cada vez más complejo, consciente, amoroso y espiritual.
¿No es
maravilloso todo esto? Esta “nueva cosmología” nos abre a una dimensión
inesperada. ¿No es sorprendente, fascinante, misterioso? Asombro, sentido de
pequeñez, reverencia y alabanza brotan espontáneamente…
Pero aunque
esta relativamente reciente reflexión científica nos abra a una nueva
comprensión del universo y de nuestro lugar en él, no hace falta tener estos
conocimientos para caer arrodillados ante el misterio de la realidad que nos
rodea y el propósito de todo esto. De alguna manera, la ciencia hoy estaría
confirmando un sentimiento ancestral del ser humano y una actitud
reverencial presente desde el principio de su existencia sobre la Tierra. Ojalá
recuperemos hoy esa actitud original que nunca debimos perder:
Como nunca
antes en la historia, el destino común nos hace un llamado a buscar un nuevo
comienzo […] Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por el despertar de
una nueva reverencia ante la vida; por la firme resolución de alcanzar la
sostenibilidad; por el aceleramiento en la lucha por la justicia y la paz y por
la alegre celebración de la vida
(Carta de la Tierra, citada por el papa Francisco en Laudato Si’ 207).
(Carta de la Tierra, citada por el papa Francisco en Laudato Si’ 207).
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