Hola: estoy releyendo un libro de Teilhard de Chardin ("La Energía Humana") y me acuerdo del colectivo porque, cuando leo algo sublime y motivador, me sale el comunicarlo. Y aprovecho las impresiones de este artículo. Jesús
La energía humana
Gaspar Rullán
Pekín,
20 noviembre, 1937. Negros nubarrones se acumulan sobre el viejo
continente: España en plena guerra fratricida, la culta Alemania ve
impasible el creciente poder del monstruo nazi, la Santa Rusia crea los
gulags en los que millones de seres humanos serán "purgados", la
católica Italia sueña con la nueva Roma Imperial, Inglaterra empieza a
sentir los desgarros de su imperio colonial y el resto de Europa confusa
y hundida en una grave crisis económica, no sabe cómo hacer frente a
estos monstruos totalitarios que prometen un Nuevo Hombre en un Nuevo
Orden Mundial.
Mientras
tanto, en el lejano oriente, un jesuita paleontólogo, Pierre Teilhard
de Chardin, colaborando en el descubrimiento de nuestro antepasado de
hace casi un millón de años, el "homo Pekinensis", nos invita a mirar,
no desde fuera, como meros espectadores de una obra teatral, sino desde
dentro, como actores del mismo drama, el sentido cósmico de todos estos
trágicos acontecimientos, como simples momentos de un proceso de
evolución creativa que empuja inexorablemente a la Humanidad, desde el
primer momento de su aparición, hacia una cada vez mayor convergencia,
cuyo elemento dinamizador es la energía humana, es decir, la suma total
de las energías que surgen del poder físico del cuerpo, y de los
pensamientos, afectos y voliciones de cada individuo de este pequeño
planeta tierra. Nosotros, pobres humanos, en nuestro cortísimo lapso de
tiempo en este mundo, nos es casi imposible abarcar los millones de años
en que se ha ido acumulando esta energía que ha ido moldeando nuestra
historia común, con sus éxitos y fracasos, pero siempre hacia adelante
buscando un punto final de máxima convergencia, que Teilhard de Chardin
llamó, el Punto Omega.
Imaginemos
la evolución técnica desde las toscas herramientas de piedra, hasta los
más sofisticados artilugios tecnológicos de nuestros días; el largo
camino recorrido desde que nuestro antepasado fue capaz de producir la
primera chispa que le permitió dominar el fuego, hasta la moderna
energía atómica; el lapso de millones de años desde que el primer
hombre, una noche estrellada, levantó la cabeza y se postró ante aquella
enorme luminaria en el cielo, y los pasos dados por sus descendientes
sobre la luna; las primeras pinturas en la pared de la cueva, y las
extraordinarias manifestaciones artísticas que cubren el planeta tierra;
las primeras ideas expresadas en sonidos guturales, y la riqueza de
lenguajes del mundo actual; y, sobre todo, la primera organización
social del grupo humano, y la complejísima estructuración de la actual
aldea global. No hay ninguna razón para pensar que esta evolución se
haya parado. Si no estamos ciegos, hemos de admitir que la familia
humana ha ido, y sigue yendo, con retrocesos esporádicos, mejorando
continuamente gracias a la aportación de cada individuo, de su
particular porción de energía humana. "En cada instante esta energía
humana está formada por la suma de todas las energías elementales
acumuladas en la superficie de la tierra. Esta es una extraordinaria
potencia la que se expresa en la pluralidad humana".
A
la luz de esta visión cósmica de la evolución humana, la Humanidad
aparece como un organismo vivo en el que cada individuo, sea rico o
pobre, fuerte o débil, cualquiera que sea su color de piel, su cúmulo de
conocimientos, sus creencias, su lengua, o su cultura, es como una
célula viva diferente que aporta su parte única de energía humana, no
para la mera supervivencia, sino para el desarrollo de una vida cada vez
más rica de nuestro cuerpo común. La marginación o exclusión de un solo
individuo es, por lo tanto, un crimen contra la Humanidad, pues
desperdicia la energía que este podría aportar a esta constante
evolución. "Una Humanidad, escribe el sabio jesuita, capaz de vibrar de
una sola pieza bajo una emoción compartida, cualesquiera que sean sus
imperfecciones residuales y las crisis ligadas a su metamorfosis,
conduce, necesariamente, a niveles más altos de humanización". Y termina
su exposición con la idea de que el Amor es la forma superior de la
energía humana. "El Amor de los actos individuales sobre sí mismo y
sobre los otros individuos, escribe, es la forma superior y totalizadora
de la energía humana".
Hoy,
en un brevísimo momento de la evolución humana en que la inseguridad y
el miedo parecen dominar la tierra, las palabras de Teilhard de Chardin,
cuyo fallecimiento el Domingo de Pascua de hace sesenta años,
recordamos hoy, deben llenarnos de esperanza para seguir caminando, pues
"bajo el efecto combinado de las necesidades materiales y de las
afinidades espirituales de la vida, la Humanidad comienza, alrededor
nuestro, a emerger de lo impersonal, para, de alguna manera, adquirir un
rostro y un corazón", palabras que repite el Papa Francisco cuando
escribe que nosotros los humanos: "alcanzamos la plenitud solamente
cuando rompemos las paredes que nos separan y el corazón se nos llena de
rostros y nombres".
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