Una
experiencia concreta
¿Se puede vivir más despacio? El
decrecimiento como alternativa.
Diego de Isusi y María Merino. Bizkaia
¿Qué es el Decrecimiento?
El Decrecimiento es un movimiento a favor de la
disminución de la producción económica con el fin de restablecer el equilibrio
entre el ser humano y la naturaleza y entre las propias personas.
Las personas objetoras de crecimiento siguen la lógica
del caracol, como explica el humanista Ivan Illich: “El caracol construye la
delicada arquitectura de su concha añadiendo una tras otra las espiras cada vez
más amplias; después cesa bruscamente y comienza a enroscarse esta vez en
decrecimiento, ya que una sola espiral más daría a la concha una dimensión
dieciséis veces más grande, lo que, en lugar de contribuir al bienestar del
animal, lo sobrecargaría”.
Francisco lo expresa así: “Capaces de gozar
profundamente sin obsesionarse por el consumo. La constante acumulación de
posibilidades para consumir distrae el corazón e impide valorar cada cosa y
cada momento. En cambio, el hacerse presente serenamente ante cada realidad,
por pequeña que sea, nos abre muchas más posibilidades de comprensión y de
realización personal. […] Esto supone evitar la dinámica del dominio y la mera
acumulación”
¿Por qué se relaciona el tiempo con el decrecimiento?
El decrecimiento también se debe entender en el ámbito
del tiempo: decrecer en actividad. Estamos inmersas en una espiral cuantitativa
y consumista en la que parece que cuanto más hagas más eres, y sin embargo no
por mucho actuar se es mejor persona. En ese sentido Santiago Alba, en su
“Elogio al aburrimiento” dice que el neoliberalismo utiliza dos tácticas para
impedirnos pensar: la una es trabajar sin descanso y la otra divertirse sin
parar. Las multinacionales se esfuerzan en crear una realidad en la que la
persona consumidora está permanentemente insatisfecha, porque la gente
satisfecha nunca es lo suficientemente rentable.
Ante este desafío existen movimientos como el
downshifting o reducción de marcha, que va de la mano del decrecimiento. Busca
un nuevo equilibrio entre el ocio y el trabajo, asumiendo que la realización
personal y la construcción de relaciones es mucho más importante que el
consumismo y el éxito económico. El gran regalo es el tiempo, para poder, por
ejemplo, disfrutar con las personas más importantes de tu vida.
A menudo se ha relacionado la reducción laboral con el
imposible objetivo del pleno empleo. Eso supondría aceptar que necesitamos
menos de lo que la sociedad de consumo nos asegura machaconamente. Pero, ¿para
qué queremos tanto si es a costa de vivir estresados, agobiadas, sin tiempo
para compartir con nadie?
La frase de Karl Rahner “en el siglo XXI los
cristianos serán místicos o no lo serán” es muy clara a éste respecto. O
buscamos tiempo de silencio, meditación y oración (lo cual choca claramente con
el activismo en el que nosotras también a menudo nos sumergimos arrastrados por
el ansia de producir más), o seremos un fósil que, con razón, no interese a
nadie.
Menos es más
El ritmo al que nos empuja esta sociedad es realmente
una locura. Los niveles de crispación, estrés, ansiedad, depresión e incluso
ideas suicidas son alarmantes. No hay tiempo para pararse a pensar dónde
estamos y a dónde queremos ir. Francisco nos dice “Se hace difícil detenerse
para recuperar la profundidad de la vida. No nos resignemos a ello. No
renunciemos a preocuparnos por los fines y el sentido de todo”. Ir andando a la
escuela. Recoger conchas una tarde de invierno para luego pintarlas en casa.
Celebrar la primera comunión en el monte. Coger moras al final del verano y
hacer mermelada. Disfrutar de la brisa paseando. Pasar una mañana en la playa,
participando en su limpieza con otras familias. Escuchar la sabiduría de niños
y ancianas. Agradecer cada comida. Dar gracias al ter-minar el día. Son
pequeños gestos que indican sin duda que menos es más, que, en definitiva, se
puede ser feliz consumiendo menos.
¿Podemos desacelerar el tiempo?
¿Quién no ha sentido alguna vez cómo el tiempo se
para? En una placentera comida en familia, una buena conversación con una
amiga, un encuentro íntimo en pareja… La clave está en hacer cada cosa a la
velocidad adecuada, en lugar de hacerlo todo cada vez más rápido. Un árbol
necesita décadas para crecer, un bebé crece durante nueve meses antes de nacer,
una planta tarda semanas en dar sus primeros brotes… Todo necesita su tiempo.
Se puede empezar por dejar de llenarse de mil actividades, compartir con otros
y aprender también a disfrutar de la soledad y el silencio. Cada persona deberá
encontrar aquello que le haga sentir más plenitud. Para el ser humano, celebrar
y agradecer la vida es totalmente necesario, vernos, compartir y disfrutar
mutuamente.
¿Qué hacemos?
Nosotros participamos en varias iniciativas, pero
podríamos destacar las siguientes. ¿Qué comemos? Primamos lo local y de
temporada y el conocer a las personas que están detrás de la producción y
distribución frente al anonimato de las grandes superficies, que habitualmente
suponen mayores costes ecológicos y sociales. La filosofía subyacente promueve
un nuevo modelo de alimentación basado en la agroecología sostenida por la
comunidad, garantizando un producto cercano, sano, de calidad, sostenible y que
contribuye al mantenimiento de la actividad agrícola local.
¿Cómo nos vestimos y calzamos? Priorizamos la
sobriedad (reducir) y preferimos el consumo en tiendas de segunda mano y
calzado ecológico. Practicamos la donación, el intercambio de ropa entre
familiares y amistades, y procuramos arreglar y reutilizar antes de reciclar.
¿Dónde tenemos nuestro dinero? Somos socios de la
cooperativa internacional de finanzas éticas. Sobre las alternativas en el
sector de la energía, somos socios de la cooperativa Goiener desde 2014.
¿Por qué?
Todas y cada una de las pequeñas decisiones que
tomamos en el día tienen repercusiones sobre las desigualdades económicas y
sociales, sobre la Madre Tierra, sobre la salud, sobre la vida animal y
vegetal. Desde el jabón que usamos, el pescado que compramos o el calzado que
llevamos. Todo tiene efectos a este y al otro lado del planeta, y repercute
indudablemente en mayor medida en las personas más vulnerables. Estas pequeñas
opciones son las que marcan nuestro estilo de vida y consideramos que conforman
nuestra humilde aportación en esta tarea de construir un mundo mejor. “Sé tú el
cambio que quieres ver en el mundo” (Gandhi).
¿Qué nos aporta?
Nuestra experiencia nos da, sobre todo, satisfacción
personal. Lo que estamos viviendo lo entendemos como consecuencia de querer
transformar la realidad y vemos que, aunque sea a una escala minúscula, ésta ya
se está reflejando en algo: nuestra forma de vida. Los momentos en que hemos
participado en jornadas, el comienzo de los grupos de consumo responsable, etc,
han sido ilusionantes, porque hemos sido conscientes de que no estamos solos
ante el mundo y de que hay formas palpables de provocar cambios, así como
conocer otros proyectos diferentes. Y por supuesto han posibilitado que quienes
vienen detrás vean que hay alternativas.
En cuanto al tiempo, desde el momento que nació
nuestra hija mayor, vimos necesario dedicarnos tiempo de calidad. Y así abrimos
la puerta a aceptar medias jornadas o solicitar la reducción a un tercio, así
como buscar el lugar de trabajo cerca de casa, siendo Diego quien ha asumido
estas opciones. Esto queda muy enrollado hoy en día (podríamos decir que es un
modelo de nuevas masculinidades) pero la verdad es que ha sido así de una
manera totalmente natural. Organizarnos de ésta forma permite poder acompañar a
nuestras hijas a la escuela y pasar más tiempo
juntos. Y sí, hace falta un grado de militancia, y por supuesto, estamos llenos
de incoherencias. De ahí la necesidad de estar despiertas, de estar atentos a
los signos de los tiempos, y para eso también hace falta el silencio, no vaya a
ser que con tanta parafernalia decreciente acabemos también nosotros demasiado
sumidos en la vorágine.
Ultimas reflexiones
Está al alcance
de cualquiera comenzar a decrecer, como el caracol. Son prácticas a menudo
sencillas, que nos hacen la vida más básica y que nos acercan más a nuestra
esencia, lo cual supone también acercarnos más a Dios. Nos ayuda a
reconciliarnos con nuestra naturaleza y con la Naturaleza (que, al fin y al
cabo, quizá sea lo mismo), nos ayuda a vivir más despacio, nos hace personas
más solidarias ante las injusticias fomentadas por la sociedad de consumo y nos
enriquece alimentando nuestra felicidad, serenidad y alegría.
Y como suele ser, esto es también un camino. Como
cualquier transformación lo primero es tomar consciencia, después llegarán las
decisiones. Pero también hay que tener la valentía suficiente para poder luchar
contra la inercia que nos impide realizar cambios que a menudo no son tan
difíciles de poner en práctica.
Como decía Madre Teresa, no importa cuántas cosas
hagamos sino cuanto amor pongamos en cada una de ellas.
(Aportado
por El Largo)
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