Las nuevas soledades
Luis Farías Mackey
23.03.2020/01:36
La soledad
no es solo cuestión de compañía, de hecho tiene dos caras: estar sin compañía y
estar con uno mismo. Puede parecer un contrasentido, pero quien sabe estar
consigo mismo, jamás está solo.
No pretendo
impulsar el anacoretismo como forma de vida, pero sí destacar dos nuevos tipos
de soledad, ambas de y en las redes. Soledades pseudónimas, tramposas, ocultas,
falseadas y, como lo ha demostrado el coronavirus, hasta cierto grado
histéricas.
Estos nuevos
tipos de soledad se enmascaran en un nuevo tipo de compañía, la del dispositivo
móvil, a través del cual participamos en comunidades y conversaciones
virtuales, las más de las veces interrumpiendo y desplazando las presenciales.
Esta forma
de estar conectado con “todo el mundo” demandan en realidad ausencia de
compañía presencial, soledad. Conexión no es compañía. Conectar es “enlace,
atadura, trabazón, concatenación de una cosa con otra”. Hablamos de cosas que
se interconectan. Cuando nos referimos a la conexión entre personas siempre
media un instrumento que las enlaza. Así, cuando decimos que las redes nos
conectan, la acción y efecto de conectar está mediada por las propias redes y
se reduce a comunicaciones difusas, desordenadas, posiblemente diferidas, las
más de las veces iracundas o banales, y siempre ordenada por un algoritmo que
las circunscribe a interlocutores y temas afines.
Habrá quien
diga que las personas se conectan (trabazón) en el coito, pero incluso previa y
sobre esa “conexión”, priva la indispensable co-presencia (compañía), y más que
una concatenación, presenciamos la fusión de individualidades, el extravío en
el otro.
Conexión,
pues, no es compañía. Por conexión entendemos la “acción y efecto de unir”; del
prefijo con (junto), nectare (anudar, enlazar) y el sufijo ción
(acción y efecto); en tanto que por compañía mentamos “cualidad de compartir
tiempo junto”, del prefijo co (con, reunión), panis (pan) y del
sufijo ia (cualidad). Conectar es una acción y efecto; acompañar es una
cualidad, un conjunto de propiedades que se consideran particulares y
distintivas, de qualis (de qué clase). En un caso hay acción y efecto,
en el otro una categoría o forma de ser. La compañía, además, implica tiempo,
presencia (tiempo juntos) y algo que compartir en el tiempo-juntos: la otredad.
Además, la
compañía no es solo comunicación; por supuesto que el que acompaña se comunica
con quien acompaña, pero la comunicación no lo es todo entre ellos. La compañía
tampoco es solo presencia. Un mueble está presente, pero no acompaña; un twitt
comunica, pero no acompaña. Se puede vivir rodeado de riquezas y ahogado en
twitts y estar más solo que la luna. Acompañar no es solo estar y comunicarse,
es ante todo una forma de ser con otro, un con-vivir. Quien acompaña no solo
está, su estar comprende, asiste, ampara, consuela y, a veces, compadece, es
decir, padece el dolor de y con el otro. Acompañar es compartir; compartir
felicidad y tristeza; salud y enfermedad; momento y emociones; pesadillas y
sueños. En una palabra, vida (con-vivir).
La compañía,
además, enriquece, hasta convertirla en algo diferente, a la comunicación,
porque quien acompaña se expresa en palabras, pero éstas siempre van
acompañadas con un rico lenguaje corporal, coloraturas en la entonación, gestos
en el semblante, ademanes, la energía que emana de su persona, sus sensaciones,
emociones y calidez. Una mirada materna dice más que mil palabras de
comprensión; una palmada en la espalda, en el momento preciso y con la calidez
debida, otorga más fuerza que cien gimnasios; el guiño de la amada no halla
expresión posible en palabras. Decía Teilhard de Chardin que entre los
homínidos la sola presencia tiene expresión y contenido: “entre inteligencias,
una presencia no puede permanecer muda”.
La
diferencia entre conversación mediada y compañía, toda proporción guardada, es
la que media entre la forma, imagen y concepto apolíneo, y la voluntad
corporeizada, embriagante, misteriosa de Dioniso y su mundo espiritual que nos
abrasa, invisible más vivamente emotivo a través de quien nos acompaña. Entre
lo frío del símbolo y la tecnología, y la redención en un abrazo de almas.
Pero las
redes no solo nos aíslan de la compañía de los demás, aunque nos “conecten” con
“todos”; también nos aíslan de nosotros mismos. Tal es la segunda de las nuevas
soledades: los vacíos de nuestra soledad empiezan con nuestra ausencia en la
conversación interna. El hombre (en su acepción de género humano) necesita de
la solitud y silencio para estar consigo mismo, para conocerse,
conversarse, analizarse, explicarse, entenderse, cuestionarse, castigarse,
quererse. La soledad, en su faceta de estar consigo mismo, es una forma de
auto-acompañamiento y de auto-brindarnos todo lo que la compañía de otros trae
de paz y sosiego. Hoy, sin embargo, nuestra atención a las redes gravita en
contra de la atención que prestamos a nuestra yoidad. Las redes se han
convertido en una fuga de nosotros mismos; tan pronto tenemos un momento de
inactividad sacamos el móvil para “conectarnos” al ciberespacio y así no
escuchar nuestra voz interna.
Para poder
entablar relación con otros necesitamos empezar por tener relación con nosotros
mismos, abrazar nuestra propia soledad para saber convertir la soledad frente a
los demás en efectiva convivencia.
Por eso, ambos acompañamientos se necesitan,
requerimos tiempo y silencio para estar con nosotros mismos y requerimos la
harmonía, sostén y comprensión del otro.
Los
dispositivos tecnológicos compiten hoy con nuestras compañías; nos aíslan de
los demás y de nosotros.
Quizás por
eso somos una sociedad tan triste, histérica y alienada.
Ojalá el
Coronavirus sirva para solidificar las verdaderas compañías… de quienes lo
sobrevivan.
Tomado de
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