En primer lugar quiero
expresar mi convencimiento de que la crisis que estamos
viviendo va mucho
más allá del
agua, los alimentos y la energía, y que esta triple crisis está íntimamente ligada a las actuales crisis
económica, financiera, social, climática y ecológica. Quizás
estemos perdiendo la perspectiva cuando hablamos de múltiples crisis. Para mí existe una única crisis
que es la causa de todas las crisis:
una crisis de valores, que nos impide identificar las verdaderas
prioridades para nuestro planeta y de nuestra sociedad, y nos lleva a marcar
objetivos parciales y miopes que desembocan
necesariamente en procesos y sistemas insostenibles.
Sin embargo, entender lo que
está pasando y la interrelación entre las distintas crisis no es suficiente. Si el ser
humano ha sido suficientemente osado como para haber los equilibrios naturales del mundo, cambiando los ecosistemas y condicionando la evolución, no puede eludir ahora la respon- sabilidad en la reconstrucción del equilibrio para un futuro, que tiene que ser como mínimo sostenible.
Como me ha sido solicitado centraré mi intervención en la parte más en consonancia con mi experiencia y mi trayectoria profesional: la crisis alimentaria. Estudiaremos sus causas, veremos sus consecuencias, y analizaremos las soluciones que nos puedan
llevar a un futuro libre de hambre, más justo y sostenible.
En la última parte, sin embargo, integraré la crisis alimentaria en el contexto de las demás facetas
de la crisis global en que nos encontramos y también aquí intentaré compartir con
ustedes mi visión para el desarrollo de un mundo mejor y sostenible, donde el objetivo no sea simplemente el crecimiento económico, sino la felicidad y donde el motor del proceso no sea el consumo y la
sobreexplotación de los recursos naturales, sino
la relación armónica
entre y con todos los componentes del ecosistema Tierra. Un mundo en el que crecimiento
material no sea sinónimo de desarrollo, y donde la ciencia, las tecnologías, el mercado
e incluso la democracia no sean dioses infalibles a los que rendir pleitesía, sino meros instrumentos que pueden ayudarnos
a transformar nuestra
casa la Tierra en un paraíso.
El hambre en el mundo agrava la crisis alimentaria
El hambre en el mundo agrava la crisis alimentaria
En 1996 la Cumbre sobre
Seguridad Alimentaria convocada por la FAO y en la que participaron todos los países,
muchos al más alto nivel, se fijó un objetivo no excesivamente ambicioso: reducir a la mitad el número de hambrientos para el año 2015. Este mismo objetivo se consagró unos años más tarde como parte integrante del primer Objetivo del Milenio. Hoy existen 1.020
millones de personas que pasan hambre
(el 20% de la población mundial) y de seguir a este ritmo
en 2015 se habría duplicado, en vez de reducirse a la mitad, el número de hambrientos.
Por ello no sería exagerado decir que el hambre es con mucho la mayor pandemia y la mayor vergüenza
de la humanidad.
Pero aún hay más, el hambre y la pobreza son también el caldo de cultivo en el que crecen
problemas que tanto
preocupan a Occidente, como la emigración ilegal y la violencia inter- nacional. Cuando, como
consecuencia del hambre
y la pobreza, el valor de la vida humana en muchos países
pobres es casi despreciable y cuando
el riesgo de embarcarse en una patera no es necesariamente mayor que el de quedarse
en casa, la decisión está
servida.
La FAO anunció en 2007 que el aumento
de los precios de alimentos podría conducir a un
aumento en los conflictos globales.
Lo realmente paradójico e indignante es que el hambre no es consecuencia como creen
muchos y explican
algunos de la falta de alimentos
En otras palabras, el problema no es la producción de alimentos, sino el acceso a los mismos. Esta situación llevó a alguien
tan moderado como el presidente norteamericano Dwight D. Eisenhower a denunciar en su discurso «Oportunidad para la Paz» (16 de abril de 1953):«Cada fusil que se fabrica,
cada barco de guerra que se cons-truye, cada bomba
que se lanza
significa en última
instancia, un robo a aquellos
que tienen hambre
y no tienen comida…». Diez años después
otro gran presidente USA John F. Kennedy reconoció explícitamente la naturaleza política del problema en su discurso ante el Primer Congreso
Mundial de Alimentos (1963): «En nuestra generación tenemos los medios,
y la capa- cidad de eliminar el hambre de la faz de la Tierra.
Sólo necesitamos la voluntad
política de hacerlo». Hoy 46 años después sigue faltando la voluntad política de poner los medios necesarios para acabar con el hambre
en el mundo.
Sin embargo, aunque el hambre
no sea contagiosa, su crecimiento en
el momento actual constituye una bomba que puede estallar en cualquier
momento, y no podemos permitirnos la miopía política de ignorarlo
Cómo combatir el hambre y la crisis alimentaria
Diversos análisis académicos ponen el dedo en la llaga y contribuyen con ideas y propuestas nuevas entre las que destacan:
La principal causa del hambre en el mundo no es la falta de alimento sino el acceso a los mismos. Para mejorar el acceso es preciso apoyar los sistemas agrícolas locales y a los pequeños agricultores.
La FAO en su reciente informe
«Los caminos hacia
el éxito» (Nov. 2009) señala que una de las mejores y más rentables vías para salir de la pobreza y el hambre
en el medio rural es apoyar a los
pequeños campesinos. Cerca del 85% de las fincas agrícolas en el mundo tienen
menos de dos
hectáreas, y los
pequeños agricultores y sus familias
representan unos 2.000 mi-llones de personas, un tercio de la población mundial.
La mayor parte de las variedades de cultivos comerciales no están
adaptadas a las necesidades de los agricultores más pobres que, especialmente en muchos países en desarrollo, tienen
acceso limitado o no tienen acceso al regadío, los fertilizantes y los pesticidas. Para satisfacer las necesidades de
estos agricultores se necesita desarrollar programas.
Soberanía alimentaria y agriculturas tradicionales
La soberanía alimentaria debe considerarse una parte esencial de la seguridad alimentaria. Para no crear dependencia de los precios agrícolas internacionales no se puede
fomentar el desmantelamiento de los sistemas
agrícolas tradicionales, sino apoyar su desarrollo y evolución
paulatina que permitan
aumentar su productividad y su
capacidad de adaptarse a las necesidades cambiantes del medio y la sociedad en los que se desarrollaron. A continuación ponemos
dos ejemplos ilustrativos de las consecuencias del desmantelamiento de los sistemas
agrícolas tradicionales:
- En Benin, el desarrollo de grandes cultivos del algodón para satisfacer la demanda de Occidente, ha llevado al desplazamiento de millones de pequeños agricultores productores de alimento que han vendido sus tierras pasando a ser jornaleros, muchos de ellos en las nuevas plantaciones de algodón. Esto, sin embargo, no fue percibido como un problema ya que los jornales recibidos les permitieron comprar alimentos procedentes del mercado internacional a buen precio y por ello a menudo en mayor cantidad que los que producían antes en su pequeña parcela. Sin embargo, la subida de los precios internacionales de los alimentos en los últimos años les ha dejado en una situación de indigencia y hambre sin precedente. Ahora ya no pueden volver a su agricultura tradicional ya que con la venta de sus parcelas crearon una situación de dependencia prácticamente irreversible.
- En Haití, donde siguiendo las directrices del Banco Mundial se ha desarrollado en los últimos años un proceso similar, la brusca subida de los precios internacionales de los alimentos básicos ha llevado a una situación insostenible en 2008, con 6 millones de hambrientos en una población total de 9 millones. Las revueltas callejeras provocaron en este caso la caída del gobierno.
El proceso desencadenado en ambos casos con la venta de tierras y el desmantelamiento de sus sistemas agrícolas es ahora irreversible y al perder
su capacidad de producir sus alimentos estos países han
hipotecado su propia
soberanía.
La historia también
nos dice que los países
que han protegido su desarrollo agrícola de las amenazas
de los mercados internacionales, tales como India o Vietnam,
han logrado reducciones sustanciales de la pobreza
agrícola.
Para afrontar la crisis alimentaria y en la lucha contra el hambre
y la malnutrición debe prestarse más atención a los cultivos locales
y a la biodiversidad agrícola
en general, por las siguientes razones:
- Los cultivos marginados se han adaptado durante milenios a las condiciones agro-ecológicas y las necesidades locales y forman parte de la cultura local. Ellos han sido y siguen siendo a menudo elementos claves de una alimentación adecuada en armonía con el medio ambiente y las costumbres locales. En época de crisis los cultivos marginados no se ven prácticamente afectados por la fluctuación de los precios y la especulación que se produce a nivel mundial en los principales cultivos comerciales.
- Los cultivos marginados se producen y consumen localmente y son, por lo tanto, de fácil acceso en las zonas rurales donde vive una gran parte de las personas que pasan hambre. Además, esos cultivos viajan menos, ahorrando dinero y energía en el transporte, contribuyen menos al cambio climático y necesitan menos intermediarios. Invertir para lograr la independencia de alimentos fue precisamente el enfoque que a partir de 1945 ayudó a la Europa de la posguerra a lograr la soberanía alimentaria en menos de 20 años. Cada nación debería dotarse de los medios para alimentarse a sí misma.
OTROS
- Biocombustibles: se debe regular y desacelerar la producción de biocombustibles, especialmente aquellos de primera generación.
- Promover uso de granos y verduras frente a la carne: el incremento de la demanda de carne que se ha producido, sobre todo, en los países de economías emergentes ha aumentado la presión sobre las tierras cultivables, ya que se necesita aproximadamente 9 veces más tierra para producir una determinada cantidad de alimentos con valor nutritivo equivalente. Un consumo de carne más racional contribuye también a la mejora en la dieta alimentaria y a reducir el nú- mero de obesos, así como a la reducción de emisiones de CO2 procedentes especialmente del ganado vacuno.
- Cambios climáticos: se debe destacar aquí el importante papel que tiene la agricultura de pequeña escala en un escenario de cambios climáticos graduales, mayor número de desastres naturales y peores condiciones de producción en las zonas tradicionales.
- Reducir la longitud de las cadenas alimentarias con el fin de reducir costes energéticos y económicos: a ello puede contribuir el acercamiento entre los centros de producción y de consumo, el incremento de la producción local y el consumo de productos locales y estacionales, intereses nacionales generalmente a corto plazo, que no siempre coinciden con los intereses de la humanidad.
Por ello consideramos que el papel de la sociedad civil y las ONG, que pueden permitirse defender
los ideales que nos conduzcan al desarrollo de un mundo mejor, sin hambre y sin pobreza, debe ser clave a todos
los niveles. y cumplir en lo posible el papel crítico y purificador
que la oposición parlamentaria ejerce
en los gobiernos democráticos a nivel nacional.
Y a pesar de sus limitaciones, las Naciones Unidas y el sistema de «un país, un voto» es lo menos malo que tenemos, y es imprescindible mimarlo y mantenerlo a la espera
de que algún día consigamos un sistema de Gobierno mundial
mucho más ambicioso y democrático.
La crisis alimentaria como parte y consecuencia de la crisis de valores: consideraciones finales y objetivos a largo plazo
La crisis alimentaria como parte y consecuencia de la crisis de valores: consideraciones finales y objetivos a largo plazo
Decíamos al principio y reafirmamos de nuevo que la crisis alimentaria y las otras crisis actuales
se derivan de una única crisis: crisis de valores.
La causa última de esta crisis hay que buscarla en la miopía del género humano, que está llevando al mundo
en una dirección consumista insostenible e insolidaria con la naturaleza y con otros seres de nuestra propia especie. Confundimos desarrollo con crecimiento material y felicidad
con consumismo. Gastamos más recursos energéticos y de materia prima de los que disponemos, y si no corregimos a tiempo
esta ruta nos llevara
inexorablemente al suicidio colectivo de
la humanidad, porque aquí, no nos engañemos,
o nos salvamos juntos o perecemos
todos.
Una breve historia que se contaba
en mi infancia narraba la historia de un piloto
que un buen día, habiendo
perdido la ruta de vuelo, dijo a los pasajeros: «Estimados pasajeros, es mi deber informarles de que nos hemos perdido,
pero no hay motivo para preocuparse… mantenemos una velocidad
formidable». Actualmente a bordo de nuestra pequeña astronave
Tierra vivimos una paradoja muy similar a la que cuenta esta historia.
Esta crisis exige
decisiones audaces a nivel institucional, estructural y jurídico, y ello solo
será posible con
un enfoque ético, donde la solidaridad y la responsabilidad de todos primen sobre
los intereses miopes
de algunos.
La solución definitiva exige un cambio de actitud del hombre frente a la naturaleza y un replanteamiento del concepto de desarrollo. Es preciso
iniciar un proceso
en el que el objetivo sea el desarrollo humano (y no sólo el desarrollo económico), en un mundo en el que la sostenibilidad ecológica y la justicia social no sean opciones sino requisitos. En este tipo de desarrollo el progreso no debe valorarse solamente en función
del rendimiento económico o del
flujo de dinero, sino y, sobre todo, en función
de si conduce o no a la felicidad.
Para ello la medida del nivel de vida no puede simplemente seguir estando basada en el PIB (Producto Interior
Bruto) sino en el FIB (Felicidad Interior
Bruta) en ingles
GNH (Gross National Happiness).
La cuestión es qué tipo de globalización deseamos y como conseguirla. Hay dos
valores esenciales que
debemos mantener en este proceso global:
la sostenibilidad y la diversidad a todos los niveles.
- Sostenibilidad ecológica, económica y social. Para que el sistema sea duradero y estable no debe destruir los recursos naturales sobre los que se basa (Comisión Brundtland), y para ello es necesario internalizar el coste de la conservación de estos recursos en el coste de producción de los productos derivados de los mismos (según se estableció en el Vértice de la Tierra en Río, 1992).
- Mantener la diversidad reduce la vulnerabilidad y proporciona un amortiguador y una válvula de escape para absorber los cambios. Mientras el siglo XX fue el siglo de la uniformidad y del crecimiento rápido aunque insostenible, el siglo XXI puede y debe ser, si queremos que la humanidad tenga un futuro, el siglo de la diversidad y el desarrollo humano equilibrado.
CONCLUSIÓN
Estamos todos a bordo de nuestra
pequeña nave (astronave) la Tierra, con unos recursos limitados
y una población creciente, y si hay una avería
y se hunde la barca –no importa que la avería esté en España, en África o en Estados
Unidos–, la barca va a pique y con ella todos nosotros. No podemos asumir
ese riesgo,
pero tampoco podemos conformarnos
con tapar agujeros para evitar el hundimiento de nuestra
nave Tierra, hemos de replantearnos la forma en la que la conducimos y la dirección en queremos llevarla hacia un futuro
necesariamente común. Nuestra generación ha arrebatado a la naturaleza el volante
de la evolución y ahora sería
suicida eludir la responsabilidad de decidir a dónde vamos. El tipo de futuro
que queremos para nosotros y para nuestros
hijos, y la velocidad
a la que es posible
construirlo, no puede seguir
siendo la mera
resultante de fuerzas ajenas a la voluntad expresa de la humanidad. No sirve correr, sin saber a dónde
vamos. Es preciso replantearnos nuestro
sistema de vida. Quizás no sea preciso
ni deseable crecer, producir y consumir más y más deprisa, sino desarrollar una sociedad
más feliz y más solidaria con la naturaleza y con todos. Nunca como hasta ahora
ha tenido el ser humano
en sus manos las llaves del futuro de la humanidad, y nunca como hasta ahora ha dejado
relegada la filosofía, las humanidades, la moral
y la
ética a un segundo plano.
El futuro de nuestros hijos en un planeta sostenible debe ser la responsabilidad de todos y cada uno de nosotros,
y no podemos ni debemos
eludirla ni dejarla en manos del azar. La
crisis actual, y no sólo la alimentaria, constituye un gran reto y también una oportunidad única
para construir un mundo justo, sostenible, en armonía con el medio ambiente, solidario con todos los seres humanos, sin hambre y sin pobreza.
Esto hoy no es una alternativa sino una necesidad
imperiosa para la supervivencia de nuestra propia
especie. Hagamos hoy, movidos por un egoísmo inteligente, lo que no hemos querido
o sabido hacer antes por solidaridad. Nuestra
generación es la primera
obligada a enfrentarse a esta
responsabilidad, pero también
podría ser la última.
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