viernes, 29 de enero de 2016

Emoción y empatía: los buenos tratos reparadores

     
Recientemente pronunció este conferencia,en un congreso en Sevilla, la psicóloga y amiga MªLuisa Barrero.Nos pareció interesante y le pedimos poder publicarla en nuestro blog.
           
¿El amor da sentido y contenido a la existencia?. ¿Es una emoción básica y universal o es un invento de los poetas?. ¿Se puede vivir sin amor?.                                       

    

He querido empezar mi comunicación con la lectura de este bello poema sobre el amor. La poesía es una de las vías  más sutiles y profundas por la que podemos acercarnos a nuestras emociones y a las de los demás. Me pareció una forma entrañable de comenzar esta charla, en la que hablaremos de las emociones y de la empatía como elementos fundamentales en los cuidados parentales. Las imágenes del poema son tan evocadoras que nos trasladan al mundo de los cuidados maternales. Cuidados y atenciones desde el amor, la compresión, la  sintonía con las necesidades del bebé, ingredientes elementales para la crianza de seres humanos sanos y capaces de perpetuar y de mejorar la especie.
Para asegurar unos cuidados de calidad a los hijos es fundamental que los vínculos de apego de los padres con ellos sean sanos. El apego es el vínculo  que se establece entre el bebé y la madre a través de las relaciones que al principio son, esencialmente, de carácter sensorial y que se inician en la vida intrauterina. A partir del nacimiento, este vínculo requiere de la capacidad para captar las necesidades del bebé así como de las reacciones afectivas, positivas o negativas,  de la madre a estas necesidades. Todo esto, teniendo presente los contextos en los que se dan y las experiencias, de vinculación con sus padres y de vida, de la madre y del padre.
La capacidad de cuidar se transmite de generación en generación  desde la experiencia vivida. Además, los estilos de cuidados están matizados por los modelos sociales, culturales y religiosos. Cada sociedad ha creado sus propios modelos en base a la divulgación de saberes científicos procedentes de diversas disciplinas y a las creencias que han ido desarrollando, ejerciendo éstas últimas una gran influencia.
Al amor, desde el saber popular, se le adjudican acciones reparadoras, omnipotente. Frases como estas lo ilustran: “el amor que todo lo cura”, “el amor todo lo puede” o “el amor mueve montañas”. También, en su nombre, se han justificado acciones de dudosa moralidad, como: “la letra con sangre entra”, “quien bien te quiere te hará llorar” entre otras, para utilizar el castigo en las relaciones paterno-filiales, como método para el aprendizaje, para la educación de las buenas maneras,  respeto a la autoridad, etc.
Por otro lado, hablar, reconocer, sentir emociones estaba vetado a los hombres y era considerado signo de debilidad.  Todo lo relacionado con las emociones estaba enmarcado en el entorno de lo femenino. Las mujeres han sido las transmisoras de este campo energético que constituyen las emociones. Desde ahí nos podemos reconocer como personas, conectar con la identidad y, desde ahí, reconocer y conectar con el campo emocional de los otros. Por eso, las mujeres han sido las cuidadoras por excelencia,  atendiendo desde el amor, conectando con los deseos y con las necesidades de los que requieren cuidados. Por ello, cuando hablamos de cuidados de calidad pensamos en los cuidados maternales. 
Los tiempos están cambiando y los roles tradicionales, asociados a los géneros con sus tareas asignadas, se hacen flexibles y compartidos. Las mujeres conducen, trabajan, pueden ser directivas, competitivas, etc… Los hombres son sensibles, empáticos, y pueden ser buenos cuidadores, etc…  Existen en la actualidad diversos y variados modelos de familia.     
Uno de los grandes logros de las investigaciones del último siglo ha sido demostrar la importancia de los cuidados y de las relaciones afectivas para el desarrollo y el mantenimiento de la salud psíquica. El desarrollo cerebral y del sistema nervioso depende de los cuidados y del buen trato que cada persona ha recibido durante la infancia. Existen redes neurológicas que permiten a los seres humanos participar en dinámicas de cuidados, así,   hay circuitos que se activan en el momento de pedirlos y otros que lo hacen en el momento de proporcionarlos. De la misma manera,  nuestros circuitos biológicos se activan para regular nuestras emociones.
Hoy tenemos constancia de la existencia de un “sustrato biológico afectivo madre-bebé”, según recogen autores como Barudy, Siegel y Rotbard, entre otros. Este sustrato es el encargado de regular el afecto recibido a través de las experiencias vividas. Igualmente, sabemos que el acercamiento sensorial de la madre con su bebé influye en el desarrollo anatómico de las dendritas, receptores del sistema nervioso. En la misma línea, un vínculo de apego seguro proporciona al bebé un sentimiento de seguridad de base que reduce las tasas de cortisol en la sangre. Si la crianza se desarrolla en un entorno conflictivo, de inseguridad, de malos tratos, esto produce una situación de estrés que puede afectar, de manera grave, al desarrollo neuronal y, como reacción al estrés, producir un aumento importante en los niveles de cortisol en la sangre del bebé.

Cuando los niños y niñas no son cuidados debidamente, las consecuencias  se van a reflejar a corto, a medio  y a largo plazo. Este sufrimiento se va a almacenar en su memoria emocional, memoria desde la que se organizan los comportamientos y relaciones con las figuras que les rodean. Las carencias afectivas, la violencia física y psíquica, los abusos sexuales pueden producir un funcionamiento insuficiente del cerebro.    
No hay dudas respecto a la importancia que tiene el recibir cuidados de calidad,  especialmente,  en los primeros años de vida. Los estudios sobre el cerebro nos dicen que tan importante es proporcionar a las niñas y a los niños una alimentación adecuada y equilibrada como acariciarles, hablarles suavemente o mecerlos,  porque esto los calma y porque la estimulación es la responsable de la formación de nuevas redes neuronales.   
Un entorno protector y estructurado, unos padres capaces de sintonizar con las necesidades de su hijo o hija y de responder adecuadamente a ellas, posibilitan el establecimiento de un vínculo de apego. Según el psiquiatra Siegel, los bebés que son bien cuidados consiguen cada día nuevas capacidades, así como  la auto-organización cerebral que les permitirá desarrollar diferentes modos de procesar la información que les llega como resultado de las experiencias positivas y negativas que les proporciona su entorno, especialmente sus progenitores o cuidadores principales.     
Hay que tener presente que la empatía es uno de los mecanismos de defensa más constructivos y eficaces para poder llevar a cabo relaciones de cuidados. Si la empatía está presente se favorece en el bebé el desarrollo de una identidad individual y social. De este modo, los niños y niñas se convertirán en personas respetuosas de los derechos humanos. Cuando no se dan buenas condiciones de cuidados, las raíces del trauma  se ciernen sobre el desarrollo del bebé. A pesar de esto, hay un resquicio para la esperanza. La plasticidad del cerebro y del sistema nervioso infantil hace posible que el daño y el retraso causado puedan repararse.
Ana y David tienen 6 y 4 años y  son hermanos. Sus vidas se han desarrollado en un ambiente desestructurado. En su familia predominan las conductas negligentes por parte de ambos progenitores. El padre, que consume alcohol y otras drogas,  ha sido denunciado en varias ocasiones por malos tratos a su mujer y a los hijos. La madre es muy dependiente de su pareja. A pesar de las denuncias por malos tratos sigue conviviendo con él. En periodos de crisis de la pareja, la madre desaparece por un tiempo. No hay diagnóstico de deficiencia mental o trastorno mental de ninguno de los progenitores. No obstante, la madre presenta serias dificultades para expresarse y mantener una conversación coherente. No tiene conciencia de la situación que está viviendo, no cree que eso esté afectando a sus hijos, no asume responsabilidades en los cuidados. El padre considera que el cuidado de los hijos es tarea de la madre y la culpa de la retirada de los niños llevada a cabo por la administración. Acudían sucios al colegio, sin ropa acorde a la estación del año y faltaban con frecuencia, además de estar mal alimentados.Viven en una casa que no reúne las condiciones mínimas de habitabilidad, en situación de hacinamiento con otros miembros de la familia extensa del padre. Ambos progenitores proceden de familias desestructuradas y usuarias de los servicios sociales comunitarios.
Los niños presentan dificultades en el lenguaje, retraso madurativo, falta de control de esfínteres, desnutrición, anemia, problemas con el sueño y la concentración, incapacidad para mantenerse sentados en clase. Llaman constantemente la atención, no controlan impulsos, les cuesta aceptar las normas, y tienen serias dificultades para reconocer y expresar emociones, para pedir y recibir afecto.
Esta breve historia de Ana y David es una muestra de la situación en la que nacen y crecen muchos niños y niñas, un ejemplo de negligencia por parte de unos padres, que se da en un modelo de sociedad estructurado y con un sistema de protección a la infancia. Hay otros casos,  muchos más casos, de situaciones en las que el entorno no es protector y se vuelve agresivo y peligroso para la supervivencia de los menores, como en situaciones de guerras, catástrofes naturales, emigraciones, racismo, o países con profundas crisis económicas.
Como decíamos, la plasticidad del cerebro abre las puertas a la esperanza. Para estos niños y niñas, que crecieron bajo el manto del dolor y del sufrimiento, existe la posibilidad de la reparación a través de otros cuidados parentales. Se puede reducir el impacto destructor de los malos tratos. Esto es posible si en la vida de esa niña o de ese niño existe alguna  persona, un hermano mayor, una abuela, una vecina, o un profesor de su entorno que lo trate con afecto, con respeto y confíe en él o en ella.  Esa persona  se convierte en un tutor de resiliencia, alguien en quien poder apoyarse y confiar, una tabla de salvación cuando se vive en un ambiente  tan desestructurado.   
Cuando el cambio en los padres negligentes y maltratadores no es posible, se abre una nueva alternativa para reparar el daño. Esta alternativa es la de las familias de  acogida y de adopción. Son  familias que se ofrecen, unas movidas por el deseo de ser madres y padres y adoptar, otras desde el deseo de la solidaridad, de acoger en su hogar y de cuidar para reducir el daño infligido por los malos tratos. Estos nuevos padres adoptivos o acogedores,  desde su hacer afectivo, su aceptación, con sus cuidados responsables, su dedicación, su paciencia, su empatía, les proporcionan un entorno seguro y estructurado, en el que el hijo o la hija incorporado se pueda sentir importante. Esos nuevos padres se convertirán en padres resilientes y reparadores. De este modo estos niños tendrán la posibilidad de vivir, de experimentar el amor y la aceptación incondicional que actuará como un bálsamo que, poco a poco, a veces también  con ayuda terapéutica, conseguirán cicatrizar sus heridas.  
Por ello, cuando el amor y la empatía impregnan los cuidados, el vínculo de apego se establece fuerte y seguro, la filiación y el sentido de pertenencia a una familia quedarán fijados. Y así, como termina el poema, concluye la reparación del trauma porque se cierra el círculo y él o ella o ambos caminan hacía el amor.


                                                        Mª LUISA BARRERO 
                                                        Sevilla, 22 de enero de 2016

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