Recientemente pronunció este conferencia,en un congreso en Sevilla, la psicóloga y amiga MªLuisa Barrero.Nos pareció interesante y le pedimos poder publicarla en nuestro blog.
¿El amor da sentido y contenido a la existencia?. ¿Es una emoción básica y universal o es un invento de los poetas?. ¿Se puede vivir sin amor?.
He
querido empezar mi comunicación con la lectura de este bello poema sobre el
amor. La poesía es una de las vías más
sutiles y profundas por la que podemos acercarnos a nuestras emociones y a las de
los demás. Me pareció una forma entrañable de comenzar esta charla, en la que
hablaremos de las emociones y de la empatía como elementos fundamentales en los
cuidados parentales. Las imágenes del poema son tan evocadoras que nos trasladan
al mundo de los cuidados maternales. Cuidados y atenciones desde el amor, la compresión,
la sintonía con las necesidades del bebé,
ingredientes elementales para la crianza de seres humanos sanos y capaces de
perpetuar y de mejorar la especie.
Para
asegurar unos cuidados de calidad a los hijos es fundamental que los vínculos
de apego de los padres con ellos sean sanos. El apego es el vínculo que se establece entre el bebé y la madre a
través de las relaciones que al principio son, esencialmente, de carácter
sensorial y que se inician en la vida intrauterina. A partir del nacimiento,
este vínculo requiere de la capacidad para captar las necesidades del bebé así
como de las reacciones afectivas, positivas o negativas, de la madre a estas necesidades. Todo esto,
teniendo presente los contextos en los que se dan y las experiencias, de
vinculación con sus padres y de vida, de la madre y del padre.
La
capacidad de cuidar se transmite de generación en generación desde la experiencia vivida. Además, los
estilos de cuidados están matizados por los modelos sociales, culturales y
religiosos. Cada sociedad ha creado sus propios modelos en base a la
divulgación de saberes científicos procedentes de diversas disciplinas y a las
creencias que han ido desarrollando, ejerciendo éstas últimas una gran
influencia.
Al
amor, desde el saber popular, se le adjudican acciones reparadoras,
omnipotente. Frases como estas lo ilustran: “el amor que todo lo cura”, “el
amor todo lo puede” o “el amor mueve montañas”. También, en su nombre, se han justificado
acciones de dudosa moralidad, como: “la letra con sangre entra”, “quien bien te
quiere te hará llorar” entre otras, para utilizar el castigo en las relaciones
paterno-filiales, como método para el aprendizaje, para la educación de las
buenas maneras, respeto a la autoridad,
etc.
Por
otro lado, hablar, reconocer, sentir emociones estaba vetado a los hombres y era
considerado signo de debilidad. Todo lo
relacionado con las emociones estaba enmarcado en el entorno de lo femenino. Las
mujeres han sido las transmisoras de este campo energético que constituyen las
emociones. Desde ahí nos podemos reconocer como personas, conectar con la
identidad y, desde ahí, reconocer y conectar con el campo emocional de los
otros. Por eso, las mujeres han sido las cuidadoras por excelencia, atendiendo desde el amor, conectando con los
deseos y con las necesidades de los que requieren cuidados. Por ello, cuando
hablamos de cuidados de calidad pensamos en los cuidados maternales.
Los
tiempos están cambiando y los roles tradicionales, asociados a los géneros con
sus tareas asignadas, se hacen flexibles y compartidos. Las mujeres conducen,
trabajan, pueden ser directivas, competitivas, etc… Los hombres son sensibles,
empáticos, y pueden ser buenos cuidadores, etc… Existen en la actualidad diversos y variados
modelos de familia.
Uno
de los grandes logros de las investigaciones del último siglo ha sido demostrar
la importancia de los cuidados y de las relaciones afectivas para el desarrollo
y el mantenimiento de la salud psíquica. El desarrollo cerebral y del sistema
nervioso depende de los cuidados y del buen trato que cada persona ha recibido
durante la infancia. Existen redes neurológicas que permiten a los seres
humanos participar en dinámicas de cuidados, así, hay circuitos que se activan en el momento
de pedirlos y otros que lo hacen en el momento de proporcionarlos. De la misma manera,
nuestros circuitos biológicos se activan
para regular nuestras emociones.
Hoy
tenemos constancia de la existencia de un
“sustrato biológico afectivo madre-bebé”,
según recogen autores como Barudy, Siegel y Rotbard, entre otros. Este sustrato
es el encargado de regular el afecto recibido a través de las experiencias
vividas. Igualmente, sabemos que el acercamiento
sensorial de la madre con su bebé influye en el desarrollo anatómico de las
dendritas, receptores del sistema nervioso. En la misma línea, un vínculo de
apego seguro proporciona al bebé un
sentimiento de seguridad de base que reduce las tasas de cortisol en la
sangre. Si la crianza se desarrolla en un entorno conflictivo, de inseguridad, de
malos tratos, esto produce una situación de estrés que puede afectar, de manera
grave, al desarrollo neuronal y, como reacción al estrés, producir un aumento
importante en los niveles de cortisol en la sangre del bebé.
Cuando los niños y niñas no son cuidados debidamente, las consecuencias se van a reflejar a corto, a medio y a largo plazo. Este sufrimiento se va a almacenar en su memoria emocional, memoria desde la que se organizan los comportamientos y relaciones con las figuras que les rodean. Las carencias afectivas, la violencia física y psíquica, los abusos sexuales pueden producir un funcionamiento insuficiente del cerebro.
Cuando los niños y niñas no son cuidados debidamente, las consecuencias se van a reflejar a corto, a medio y a largo plazo. Este sufrimiento se va a almacenar en su memoria emocional, memoria desde la que se organizan los comportamientos y relaciones con las figuras que les rodean. Las carencias afectivas, la violencia física y psíquica, los abusos sexuales pueden producir un funcionamiento insuficiente del cerebro.
No
hay dudas respecto a la importancia que tiene el recibir cuidados de
calidad, especialmente, en los primeros años de vida. Los estudios
sobre el cerebro nos dicen que tan importante es proporcionar a las niñas y a
los niños una alimentación adecuada y equilibrada como acariciarles, hablarles
suavemente o mecerlos, porque esto los
calma y porque la estimulación es la
responsable de la formación de nuevas redes neuronales.
Un
entorno protector y estructurado, unos padres capaces de sintonizar con las necesidades de su hijo o
hija y de responder adecuadamente a ellas, posibilitan el establecimiento de un
vínculo de apego. Según el psiquiatra Siegel, los bebés que son bien cuidados consiguen
cada día nuevas capacidades, así como la
auto-organización cerebral que les
permitirá desarrollar diferentes modos de procesar la información que les llega
como resultado de las experiencias positivas y negativas que les proporciona su
entorno, especialmente sus progenitores o cuidadores principales.
Hay
que tener presente que la empatía es uno
de los mecanismos de defensa más constructivos y eficaces para poder llevar
a cabo relaciones de cuidados. Si la empatía está presente se favorece en el
bebé el desarrollo de una identidad individual y social. De este modo, los
niños y niñas se convertirán en personas respetuosas de los derechos humanos. Cuando
no se dan buenas condiciones de cuidados, las raíces del trauma se ciernen sobre el desarrollo del bebé. A
pesar de esto, hay un resquicio para la esperanza. La plasticidad del cerebro y
del sistema nervioso infantil hace posible que el daño y el retraso causado
puedan repararse.
Ana
y David tienen 6 y 4 años y son
hermanos. Sus vidas se han desarrollado en un ambiente desestructurado. En su
familia predominan las conductas negligentes por parte de ambos progenitores.
El padre, que consume alcohol y otras drogas,
ha sido denunciado en varias ocasiones por malos tratos a su mujer y a
los hijos. La madre es muy dependiente de su pareja. A pesar de las denuncias
por malos tratos sigue conviviendo con él. En periodos de crisis de la pareja,
la madre desaparece por un tiempo. No hay diagnóstico de deficiencia mental o
trastorno mental de ninguno de los progenitores. No obstante, la madre presenta
serias dificultades para expresarse y mantener una conversación coherente. No
tiene conciencia de la situación que está viviendo, no cree que eso esté
afectando a sus hijos, no asume responsabilidades en los cuidados. El padre
considera que el cuidado de los hijos es tarea de la madre y la culpa de la
retirada de los niños llevada a cabo por la administración. Acudían sucios al
colegio, sin ropa acorde a la estación del año y faltaban con frecuencia,
además de estar mal alimentados.Viven en una casa que no reúne las
condiciones mínimas de habitabilidad, en situación de hacinamiento con otros
miembros de la familia extensa del padre. Ambos progenitores proceden de
familias desestructuradas y usuarias de los servicios sociales comunitarios.
Los
niños presentan dificultades en el lenguaje, retraso madurativo, falta de
control de esfínteres, desnutrición, anemia, problemas con el sueño y la
concentración, incapacidad para mantenerse sentados en clase. Llaman
constantemente la atención, no controlan impulsos, les cuesta aceptar las
normas, y tienen serias dificultades para reconocer y expresar emociones, para pedir
y recibir afecto.
Esta
breve historia de Ana y David es una muestra de la situación en la que nacen y
crecen muchos niños y niñas, un ejemplo de negligencia por parte de unos padres,
que se da en un modelo de sociedad estructurado y con un sistema de protección
a la infancia. Hay otros casos, muchos
más casos, de situaciones en las que el entorno no es protector y se vuelve
agresivo y peligroso para la supervivencia de los menores, como en situaciones
de guerras, catástrofes naturales, emigraciones, racismo, o países con profundas
crisis económicas.
Como
decíamos, la plasticidad del cerebro abre las puertas a la esperanza. Para
estos niños y niñas, que crecieron bajo el manto del dolor y del sufrimiento,
existe la posibilidad de la reparación a
través de otros cuidados parentales. Se puede reducir el impacto destructor
de los malos tratos. Esto es posible si en la vida de esa niña o de ese niño
existe alguna persona, un hermano mayor,
una abuela, una vecina, o un profesor de su entorno que lo trate con afecto, con respeto
y confíe en él o en ella. Esa
persona se convierte en un tutor de resiliencia, alguien en
quien poder apoyarse y confiar, una tabla de salvación cuando se vive en un
ambiente tan desestructurado.
Cuando
el cambio en los padres negligentes y maltratadores no es posible, se abre una
nueva alternativa para reparar el daño. Esta alternativa es la de las familias
de acogida y de adopción. Son familias que se ofrecen, unas movidas por el
deseo de ser madres y padres y adoptar, otras desde el deseo de la solidaridad,
de acoger en su hogar y de cuidar para reducir el daño infligido por los malos
tratos. Estos nuevos padres adoptivos o acogedores, desde su hacer afectivo, su aceptación, con
sus cuidados responsables, su dedicación, su paciencia, su empatía, les proporcionan
un entorno seguro y estructurado, en el que el hijo o la hija incorporado se pueda
sentir importante. Esos nuevos padres se convertirán en padres resilientes y reparadores. De este modo estos niños tendrán
la posibilidad de vivir, de experimentar el amor y la aceptación incondicional que
actuará como un bálsamo que, poco a poco, a veces también con ayuda terapéutica, conseguirán cicatrizar
sus heridas.
Por
ello, cuando el amor y la empatía impregnan los cuidados, el vínculo de apego
se establece fuerte y seguro, la filiación y el sentido de pertenencia a una
familia quedarán fijados. Y así, como termina el poema, concluye la reparación
del trauma porque se cierra el círculo y él o ella o ambos caminan hacía el amor.
Mª
LUISA BARRERO
Sevilla,
22 de enero de 2016
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