Con un mes de antelación al Finde del 12-13 noviembre, enviamos este texto para ambientar. Allí en el encuentro entregaremos otros cinco textos, todos alrededor del Tema Central: El Sentido Comunitario. Dias antes se colgaran también aquí para interesad@s.
EL AMOR, LA RESPUESTA AL PROBLEMA DE LA EXISTENCIA
HUMANA
Extracto
de “El Arte de Amar” de Erich Fromm
El hombre está dotado de razón, es vida consciente de sí misma; tiene conciencia de sí mismo, de sus semejantes, de su pasado y de las posibilidades de su futuro. Esa conciencia de sí mismo como una entidad separada, la conciencia de su soledad y su "separatidad" *, de su desvalidez frente a las fuerzas de la naturaleza y de la sociedad. Se volvería loco si no pudiera liberarse de su prisión y extender la mano para unirse en una u otra forma con los demás hombres, con el mundo exterior.
La vivencia
de la separatidad provoca angustia; es, por cierto, la fuente de toda angustia.
Estar separado significa estar aislado, sin posibilidad alguna para utilizar
mis poderes humanos. De ahí que estar separado signifique estar desvalido, ser
incapaz de aferrar el mundo -las cosas y las personas- activamente; significa
que el mundo puede invadirme sin que yo pueda reaccionar. Así, pues, la
separatidad es la fuente de una intensa angustia. Por otra parte, produce
vergüenza y un sentimiento de culpa. El relato bíblico de Adán y Eva expresa
esa experiencia de culpa y vergüenza en la separatidad. Después de haber comido
Adán y Eva del fruto del "árbol del conocimiento del bien y del mal",
después de haber desobedecido (el bien y el mal no existen si no hay libertad
para desobedecer), después de haberse vuelto humanos al emanciparse de la
originaria armonía animal con la naturaleza, es decir, después de su nacimiento
como seres humanos, vieron "que estaban desnudos y tuvieron
vergüenza". ¿Debemos suponer que un mito tan antiguo y elemental como ése
comparte la mojigatería del enfoque moralista del siglo XIX, y que el punto
importante que el relato quiere transmitirnos es la turbación de Adán y Eva
porque sus genitales eran visibles? Es muy difícil que así sea, y si
interpretamos el relato con un espíritu victoriano, pasamos por alto el punto
principal, que parece ser el siguiente: después que hombre y mujer se hicieron
conscientes de sí mismos y del otro, tuvieron conciencia de su separatidad, y
de la diferencia entre ambos, en la medida en que pertenecían a sexos
distintos. Pero, al reconocer su separatidad, siguen siendo desconocidos el uno
para el otro, porque aún no han aprendido a amarse (como lo demuestra el hecho
de que Adán se defiende, acusando a Eva, en lugar de tratar de defenderla). La
conciencia de la separación humana -sin la reunión por el amor- es la fuente de
la vergüenza. Es, al mismo tiempo, la fuente de la culpa y la angustia.
La necesidad
más profunda del hombre es, entonces, la necesidad de superar su separatidad,
de abandonar la prisión de su soledad. El fracaso absoluto en el logro de tal
finalidad significa la locura, porque el pánico del aislamiento total sólo
puede vencerse por medio de un retraimiento tan radical del mundo exterior que
el sentimiento de separación se desvanece -porque el mundo exterior, del cual
se está separado, ha desaparecido-.
La raza
humana, en su infancia, se siente una con la naturaleza. El suelo, los
animales, las plantas, constituyen aún el mundo del ser humano, quien se
identifica con los animales, como lo expresa el uso que hace de máscaras
animales, la adoración de un animal totémico o de dioses animales. Pero cuanto
más se libera la raza humana de tales vínculos primarios, más intensa se torna
la necesidad de encontrar nuevas formas de escapar del estado de separación. Una
forma de alcanzar tal objetivo consiste en diversas clases de estados
orgiásticos. Estos pueden tener la forma de un trance autoinducido, a veces con
la ayuda de drogas. Muchos rituales de tribus primitivas ofrecen un vívido
cuadro de ese tipo de solución. En un estado transitorio de exaltación, el
mundo exterior desaparece, y con él el sentimiento de separatidad con respecto
al mismo. En estrecha relación con la solución orgiástica, y frecuentemente
unida a ella, está la experiencia sexual. El orgasmo sexual puede producir un
estado similar al provocado por un trance o a los efectos de ciertas drogas. En
una cultura no orgiástica, el alcohol y las drogas son los medios a su
disposición. En contraste con los que participan en la solución socialmente
aceptada, tales individuos experimentan sentimientos de culpa y remordimiento.
Tratan de escapar de la separatidad refugiándose en el alcohol o las drogas;
pero cuando la experiencia orgiástica concluye, se sienten más separados aún, y
ello los impulsa a recurrir a tal experiencia con frecuencia e intensidad
crecientes.
El poder del
miedo a ser diferente, a estar solo unos pocos pasos alejado del rebaño,
resulta evidente si se piensa cuán profunda es la necesidad de no estar
separado. A veces el temor a la no conformidad se racionaliza como miedo a los
peligros prácticos que podrían amenazar al rebelde. Pero en realidad la gente
quiere someterse en un grado mucho más alto de lo que está obligada a hacerlo,
por lo menos en las democracias occidentales.La mayoría de las gentes ni
siquiera tienen conciencia de su necesidad de conformismo. Viven con la ilusión
de que son individualistas, de que han llegado a determinadas conclusiones como
resultado de sus propios pensamientos -y que simplemente sucede que sus ideas
son iguales que las de la mayoría-. El consenso de todos sirve como prueba de
la corrección de "sus" ideas.
En la
sociedad capitalista contemporánea, el significado del término igualdad se ha
transformado. Por él se entiende la igualdad de los autómatas, de hombres que
han perdido su individualidad. Además de la conformidad como forma de aliviar
la angustia que surge de la separatidad, debemos considerar otro factor de la
vida contemporánea: el papel de la rutina en el trabajo y en el placer.
LA PRÁCTICA DEL AMOR
Habiendo
examinado ya el aspecto teórico del arte de amar, nos enfrentamos ahora con un
problema mucho más difícil, el de la práctica del arte de amar. ¿Puede
aprenderse algo acerca de la práctica de un arte, excepto practicándolo?
De acuerdo
con lo dicho sobre la naturaleza del amor, la condición fundamental para el
logro del amor es la superación del propio narcisismo. En la orientación
narcisista se experimenta como real sólo lo que existe en nuestro interior,
mientras que los fenómenos del mundo exterior carecen de realidad de por sí y
se experimentan sólo desde el punto de vista de su utilidad o peligro para uno
mismo. El polo opuesto del narcisismo es la objetividad; es la capacidad de ver
a la gente y las cosas tal como son, objetivamente, y poder separar esa imagen
objetiva de la imagen formada por los propios deseos y temores. En todas las
formas de psicosis hay una incapacidad extrema para ser objetivo. Para el
insano, la única realidad que existe es la que está dentro de él, la de sus
temores y deseos. Ve el mundo exterior como símbolos de su mundo interior, como
su creación. Y todos procedemos de idéntica manera cuando soñamos. En el sueño
producimos hechos, ponemos dramas en escena, que constituyen la expresión de
nuestros anhelos y temores (aunque algunas veces también de nuestras
intuiciones y juicios), y, mientras dormimos, estamos convencidos de que el
producto de nuestros sueños es tan real como la realidad que percibimos en el
estado de vigilia.
Superado el
narcisismo es obligado tener fe en nosotros mismos. Tenemos conciencia de la
existencia de un yo, de un núcleo de nuestra personalidad que es inmutable y
que persiste a través de nuestra vida, no obstante las circunstancias
cambiantes y con independencia de ciertas modificaciones de nuestros
sentimientos y opiniones. Ese núcleo constituye la realidad que sustenta a la
palabra "yo", la realidad en la que se basa nuestra convicción de
nuestra propia identidad.
La fe en los
demás culmina en la fe en la humanidad.
El examen del arte de amar no puede limitarse al dominio personal de la
adquisición y desarrollo de las características y aptitudes que hemos descrito.
Está inseparablemente relacionado con el dominio social. Si amar significa
tener una actitud de amor hacia todos, si el amor es un rasgo caracterológico,
necesariamente debe existir no sólo en las relaciones con la propia familia y
los amigos, sino también para con los que están en contacto con nosotros a
través del trabajo, los negocios, la profesión. No hay una "división del
trabajo" entre el amor a los nuestros y el amor a los ajenos. Por el
contrario, la condición para la existencia del primero es la existencia del
segundo. Comprender esto seriamente sin duda implica un cambio bastante
drástico con respecto a las relaciones sociales acostumbradas. Si bien se habla
mucho del ideal religioso del amor al prójimo, nuestras relaciones están de
hecho determinadas, en el mejor de los casos, por el principio de equidad.
Equidad significa no engañar ni hacer trampas en el intercambio de artículos y
servicios, o en el intercambio de sentimientos. "Te doy tanto como tú me
das", así en los bienes materiales como en el amor, es la máxima ética
predominante en la sociedad capitalista. Hasta podría decirse que el desarrollo
de una ética de la equidad es la contribución ética particular de la sociedad
capitalista.
Las razones
de tal situación radican en la naturaleza misma de la sociedad capitalista. En
las sociedades precapitalistas, el intercambio de mercaderías estaba
determinado por la fuerza directa, por la tradición, o por lazos personales de
amor o amistad. En el capitalismo, el factor que todo lo determina en el
intercambio es el mercado. Se trate del mercado de productos, del laboral o del
de servicios, cada persona trueca lo que tiene para vender por lo que quiere
conseguir en las condiciones del mercado, sin recurrir a la fuerza o al fraude.
La ética de
la equidad se presta a confusiones con la ética de la Regla Dorada. La máxima
"haz a los demás lo que quisieras que te hicieran a ti" puede
interpretarse como "sé equitativo en tu intercambio con los demás".
Pero, en realidad, se formuló originalmente como una versión popular del
"Ama a tu prójimo como a ti mismo" bíblico. Por cierto, la norma
judeocristiana de amor fraternal es totalmente diferente de la ética de la
equidad. Significa amar al prójimo, es decir, sentirse responsable por él y uno
con él, mientras que la ética equitativa significa no sentirse responsable y
unido, sino distante y separado; significa respetar los derechos del prójimo,
pero no amarlo. No es un accidente el que la Regla Dorada se haya convertido en
la más popular de las máximas religiosas actuales; obedece ello a que es
susceptible de interpretarse en términos de una ética equitativa que todos
comprenden y están dispuestos a practicar. Pero la práctica del amor debe
comenzar por reconocer la diferencia entre equidad y amor.
Tengo la
convicción de que la respuesta a la absoluta incompatibilidad del amor y la
vida "normal" sólo es correcta en un sentido abstracto. El principio
sobre el que se basa la sociedad capitalista y el principio del amor son
incompatibles. Pero la sociedad moderna en su aspecto concreto es un fenómeno
complejo.
Con esa
afirmación, sin embargo, no deseo significar que podemos esperar que el sistema
social actual continúe indefinidamente, y, al mismo tiempo, confiar en la
realización del ideal de amor hacia nuestros hermanos. La gente capaz de amar,
en el sistema actual, constituye por fuerza la excepción; el amor es
inevitablemente un fenómeno marginal en la sociedad occidental contemporánea.
No tanto porque las múltiples ocupaciones no permiten una actitud amorosa, sino
porque el espíritu de una sociedad dedicada a la producción y ávida de
artículos es tal que sólo el no conformista puede defenderse de ella con éxito.
Los que se preocupan seriamente por el amor como única respuesta racional al
problema de la existencia humana deben, entonces, llegar a la conclusión de que
para que el amor se convierta en un fenómeno social y no en una excepción
individualista y marginal, nuestra estructura social necesita cambios
importantes y radicales. Dentro de los límites de este libro, sólo podemos
sugerir la dirección de tales cambios. (En mi libro Psicoanálisis de la
sociedad contemporánea, México, Fondo de Cultura Económica, 1956, procuré
examinar detalladamente ese problema.) Nuestra sociedad está regida por una burocracia
administrativa, por políticos profesionales; los individuos son motivados por
sugestiones colectivas; su finalidad es producir más y consumir más, como
objetivos en sí mismos. Todas las actividades están subordinadas a metas
económicas, los medios se han convertido en fines; el hombre es un autómata
-bien alimentado, bien vestido, pero sin interés fundamental alguno en lo que
constituye su cualidad y función peculiarmente humana-.
Si la
persona quiere ser capaz de amar, debe colocarse en su lugar supremo. La
máquina económica debe servirlo, en lugar de ser él quien esté a su servicio.
Debe capacitarse para compartir la experiencia, el trabajo, en vez de
compartir, en el mejor de los casos, sus beneficios. La sociedad debe
organizarse en tal forma que la naturaleza social y amorosa del hombre no esté
separada de su existencia social, sino que se una a ella. Si es verdad, como he
tratado de demostrar, que el amor es la única respuesta satisfactoria al
problema de la existencia humana, entonces toda sociedad que excluya,
relativamente, el desarrollo del amor, a la larga perece a causa de su propia
contradicción con las necesidades básicas de la naturaleza del hombre. Hablar
del amor no es "predicar", por la sencilla razón de que significa hablar
de la necesidad fundamental y real de todo ser humano. Que esa necesidad haya
sido oscurecida no significa que no exista. Analizar la naturaleza del amor es
descubrir su ausencia general en el presente y criticar las condiciones
sociales responsables de esa ausencia. Tener fe en la posibilidad del amor como
un fenómeno social y no sólo excepcional e individual, es tener una fe racional
basada en la comprensión de la naturaleza misma del hombre.
(Nota: respetando del original la palabra
“hombre”, te sugerimos que te acostumbres a sustituirla por “persona”, “ser
humano”, “el hombre y la mujer”,)
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