Documento 5
El Dios evolutivo y evolucionador de Teilhard
Síntesis basada en Ignacio Núñez de Castro
Para Teilhard de Chardin la imagen de Dios no podía ser otra que la del
Dios de la evolución. Imagen que tendrá para él dos vertientes: la del Dios evolucionador,
Principio animante de todo el devenir del cosmos, y la del Dios evolutivo,
Dios que se va transformando de alguna manera al crear
El día 25 de Octubre del
año 1953 regresaba Teilhard desde Rodesia del Sur. La vuelta a Nueva York la
hizo por Río de Janeiro y Trinidad. Iluminado por la luz ecuatorial escribió
unas páginas sobre “El Dios de la evolución”[1].
Teilhard se encontraba preocupado “porque el cristianismo, a pesar de una
cierta renovación de su influencia sobre los medios conservadores del mundo, se
halla a punto de perder a nuestros ojos
su prestigio y su atractivo sobre la fracción más influyente y progresiva de la
Humanidad”[2].
En otros escritos previos Teilhard había repetido la misma inquietud que,
como decíamos antes, le acompañó toda su vida: “Indudablemente, por alguna
razón, hay algo que ‘no marcha’ en nuestro tiempo entre las personas y Dios, tal
como a Dios se le presenta hoy. Todo
acontece hoy día como si las personas no tuvieran exactamente ante sí la figura
del Dios que desea adorar… De aquí, en conjunto, esta impresión obsesionante de
un ateísmo que asciende irresistiblemente, o
de una descristianización ascendente que no se puede resistir”.
A esta preocupación
Teilhard responde con una gran intuición con estas palabras: “a esta cuestión,
unánimemente planteada, es a la que voy a tratar de responder estableciendo,
mediante unas pocas proposiciones encadenadas, la realidad de un fenómeno cuya
evidencia obsesiona desde hace casi cincuenta años: quiero decir el ascenso
irresistible sobre nuestro horizonte de lo que podría llamarse un Dios de la
evolución.
Teilhard, una vez más, recorre el camino desde un universo en evolución
(Cosmogénesis), desde lo más elemental: “corpúsculos relativamente simples y
todavía inconscientes”, lo que llamaría Previda, hasta la emergencia de la vida
y de los seres conscientes, que se convierten “cada día un poco más conscientes.
El jesuita se cuestiona si para Dios sería lo mismo crear instantáneamente,
como se había creído hasta entonces apoyados en una mentalidad fijista, o crear
evolutivamente, es decir el hacer que vayan apareciendo evolutivamente los
seres tanto inanimados, como animados que pueblan el universo.
“Mientras que, en el caso de un Mundo estático, el Creador sigue
hallándose, sea como sea, estructuralmente
desprendido de su obra y, por tanto, sin fundamento para su inmanencia, en
el caso de un Mundo de naturaleza evolutiva, por el contrario, Dios ya no es
concebible más que en la medida en que, como una especie de ‘causa’ coincida
(sin confundirse) con el Centro de convergencia
de la Cosmogénesis”. (no-dualidad)
Pierre Teilhard de Chardin intentó durante toda su
vida y trabajo intelectual responder a esta pregunta, es decir, hablarnos de
Dios en términos comprensivos para el hombre moderno y lo hizo fundamentalmente
desde su oración personal, partiendo siempre de la experiencia de la presencia
de Dios en sí mismo. Una vez más se revela el profundo hijo del Cielo, que era
este hijo de la Tierra.
Esta imagen de El Dios de la evolución que él nos quiso
transmitir es fruto de una profunda experiencia religiosa, vivida desde la
juventud. A Teilhard de Chardin le
gustaba hablar del Dios de la Cosmogénesis, puesto que el Dios de un Universo
estático, considerado como transcendente al Mundo, el Dios hacia arriba, es el
modelo, según Teilhard, en el que encajaría el Dios de la tradición bíblica o
el Dios del Islam. Sin embargo, para el jesuita esta imagen de Dios no
excluye el modelo del Dios hacia delante,
principio animador y consumador del proceso evolutivo, un modelo de Dios
mucho más comprensivo para el hombre de hoy.
“Una Fe nueva en la que se integran la Fe ascensional hacia un Trascendente
y la Fe propulsora hacia un Inmanente; una Caridad nueva en la que se combinan,
divinizándose, todas las pasiones motrices de la Tierra: es, lo veo ahora y
para siempre, lo que so pena de extinguirse, el mundo espera ansiosamente en
este momento”[3].
Este Dios de lo hacia delante no puede quedar encerrado en el Universo.
“De este nuevo Dios evolucionador, dice Teilhard, hay que mantener a todo
precio, por supuesto, y en primer lugar la trascendencia primordial”[4].
El Dios de la Cosmogénesis, es no solamente Dios del cosmos, es decir un
Creador de tipo eficiente, sino también un Creador de tipo ‘animante’.
Solamente un Dios así, repite Teilhard puede satisfacer y saciar nuestra
capacidad de adoración, puesto que esto es lo que so pena de desfallecer espera
en este momento desesperadamente el mundo. Este Creador animante, el Dios de la
Cosmogénesis es a su vez el Foco o Principio animador de una creación
evolutiva, modelo de Dios que el hombre moderno puede adorar en espíritu y en
verdad.
Esta nueva
fe síntesis del Dios hacia Arriba y
el Dios Hacia adelante desemboca
en un término de dimensiones ‘teocósmicas’,siguiendo los pasos de Cosmogénesis,
Biogénesis y Noogénesis. Y en otro lugar: “Dios se realiza, se completa de
alguna manera, en el Pleroma”. Adelanta en cuatro líneas la síntesis de su
vida:
“Creo que la evolución se
dirige hacia el espíritu
Creo que el Universo es una
evolución
Creo que el espíritu
desemboca en lo personal
Creo que lo personal supremo
es el Cristo Universal” (Pleroma)
“Por formación soy “hijo del Cielo”,
por temperamento y estudios profesionales “hijo de la Tierra”. He dejado
que reaccionaran con plena libertad una sobre otra, en el fondo de sí mismas,
dos influencias aparentemente contrarias. Ninguna de las dos ha acabado con la
otra, sino que la ha reforzado. Hoy creo probablemente más que nunca en Dios, y
ciertamente más que nunca en el Mundo.”[5]
[1]
Pierre Teilhard de Chardin, Como yo creo,
pp. 263-270.
[2]
Ibidem, p. 263.
[3]
Pierre Teilhard de Chardin, El Corazón de
la Materia, Sal Terrae, Santander, 2002, p. 57.
[4]
Pierre Teilhard de Chardin, La Activación
de la Energía, citado por Claude Cuénot, Nuevo léxico de Teilhard de Chardin, Taurus Ediciones, Madrid,
1970, p.101.
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