PONIENDO
MI NOMBRE A LA TRASCENDENCIA: EL DIOS DE
JESÚS
Síntesis
de Gonzalez Fauss en cuaderno CyJ
Sabio consejo de Teresa.-
Hablando
de la oración, Teresa de Jesús comenta varias veces la tentación de «abandonar
la humanidad de Cristo», por la sospecha de que ir directamente a Dios sería
más perfecto. Y responde con una espléndida reivindicación de lo humano de
Jesús: «por esta puerta hemos de entrar si queremos nos muestre la soberana
Majestad grandes secretos». De tal modo que si alguien cree que «esto de
apartarse de lo corpóreo, bueno debe ser», sepa este tal que «no ha de entrar
en esta cuenta la sacratísima humanidad de Cristo». Advierte que eso es como
«andar el alma en el aire,... que no trae arrimo». Y señala el peligro de una
oculta falta de humildad, arguyendo que «los asnillos, para traer la noria del
agua... aun cerrados los ojos y no entendiendo lo que hacen, sacarán más agua
que el hortelano con toda su diligencia».
Pues
bien, si ésta puede ser tentación del creyente en Jesús, no extrañará que
aventuremos la sospecha de que una gran tentación de hoy pudiera ser muy
similar a ésa que denunciaba Teresa: hoy no sería exactamente abandonar la
humanidad de Jesús para ir más perfectamente hacia Dios, sino abandonarla para
quedarse con una divinidad (¡más importante y decisiva sin duda!) pero que sería
una divinidad sin rostro. Una divinidad sin el contorno humano de
Jesús de Nazaret, y en la que se puede proyectar entonces una imagen humana
deducida de nuestras ideas racionales sobre la divinidad.
Dos palabras: Abbá-Reino
Se
trata de dos palabras de las que la crítica histórica puede asegurar no sólo
que fueron pronunciadas por Jesús, sino que debieron ser constantes en su
lenguaje. Con ellas se verifica una doble corrección en la visión religiosa de
Dios: antes que Juez o Poder o Distancia, Dios es fuente de vida, de confianza,
de dignidad humana y de libertad. Eso es lo que sugiere la alusión metafórica a
la paternidad de Dios y, además, con una palabra aramea que no era nada
habitual
para dirigirse a Él: Abbá.
El
tema de la paternidad de Dios ha ocupado mucho espacio en la reciente teología
feminista, para evitar que se le travistiera en masculinidad de Dios, dando pie
a toda la teología patriarcal que hemos sufrido durante siglos. Pero una vez
superado esto, y aclarado que Dios no es padre ni madre en el sentido genérico
de masculino o femenino, sigue en pie algo aún más importante. La “parentalidad”
de Dios significa lo mismo que dice el Nuevo Testamento en uno de sus escritos
finales: Dios es Amor. El amor es casi lo contrario del poder. Y por eso,
la definición significa que Dios (el «omnipotente» como nos gusta decir a
nosotros), no tiene más poder que el del amor.
Esto tiene
aspectos de buena noticia, pero es una buena noticia que asusta. Y da miedo
sobre todo a las personas constituidas en poder.
La
radical parcialidad de Jesús hacia los excluidos de la sociedad es otro de esos
rasgos suyos innegables que, a la vez, seducen y asustan. Basta de ello un
único ejemplo que me parece el más significativo y procede de labios de Jesús:
las bienaventuranzas. Pues bien: cuando Jesús dice bienaventurados... Sabe de
sobra que pobres, hambrientos, perseguidos y dolientes no son felices en ese
sentido. Pero para Jesús el meollo de la felicidad es el favor de Dios. La
bienaventuranzas de Lucas significan sencillamente esto: Dichosos los pobres
porque Dios es de ellos. De ahí que les sigan esas cuatro terribles
malaventuranzas: ay de vosotros los ricos etc. etc. Y esto es así porque,
también para Jesús, «es imposible servir a Dios y a la riqueza privada»
Dos posibilidades:
Dios es así o Jesús es un blasfemo
Vistos
los rasgos anteriores, se deduce que, tras el paso de Jesús por nuestra
historia caben ante Él dos posturas en el ámbito creyente. Fuera de la
fe se podrá concluir, como Herodes y Pilatos, que era un loco o un peligro
político o uno de tantos fracasados bienintencionados de la historia humana.
Pero en el ámbito creyente, la pregunta y el dilema que nos deja Jesús es otro:
¿era un blasfemo imperdonable o era la revelación misma de Dios? De modo que si
Jesús era así, es porque revelaba a Dios y revelaba que Dios es un Dios de los
pobres y que se escapa a todo intento de codificarlo religiosamente.
De
todo eso, los primeros testigos sacaron dos conclusiones que nosotros también
procuramos olvidar.
a) La primera es
que “a Dios nadie le ha visto nunca”. Ni le puede ver ni conocer. El único
modo de acercarse a Él es “un relato” (Jn 1,18), y el intento de que
nuestras vidas reflejen ese relato. Y ese relato es el de la vida de Jesús: el
de la trayectoria de anonimato, ultimidad y desprecio que evocábamos al
comienzo de estas líneas. Los cristianos hemos olvidado que, con frecuencia, un
buen relato nos hace pensar mucho más que una espléndida arquitectura
conceptual.
b) La segunda
conclusión fue que, porque a Dios nadie le ha visto nunca, todo aquel que
pretende amarle y conocerle, y que habla de Él al margen de ese relato,
es un mentiroso. Y que lo único que nos cabe hacer para entenderle un poco y
acercarnos algo a Él, es dar de comer al que tiene hambre y de beber al que
tiene sed, vestir al desnudo, visitar y aliviar al enfermo y al preso, acoger
al forastero... Decisivo no es que todas las personas estén y actúen ahí, pero
sí que todas actúen desde ahí, desde la justicia y el amor. Si abrimos los ojos
hemos de reconocer la legión de hombres y mujeres que en nuestro siglo están ya
viviendo y actuando así; es un regalo tener esta referencias en nuestro
entorno.
Hoy, a partir de
lo dicho, de que el rostro del Dios es el rostro de Jesús de Nazaret,
hemos de aceptar también que Jesús ha
dejado de ser patrimonio exclusivo de los cristianos y deberíamos hablar de una
estructura “jesuánica” de la realidad social, es decir, la llegada del
reinado de Dios en nuestro universo.
Como ejemplo de
todo, retomo lo que escribí hace poco: «el problema actual podría estar en que
se tiene miedo a Jesús. E, inconscientemente busca defenderse de Él y no
sabe cómo. Por eso prefiere hablar de un 'Cristo sin rostro', alegando que
podría llevar a un olvido de su divinidad o de un Dios teórico.
Pero Jesús no revela
más divinidad que la de su figura humana y ese es el escándalo de la encarnación:
«nadie va al Padre sino por mí», fue la respuesta dada al apóstol Tomás cuando
pedía a Jesús precisamente que les «mostrase al Padre».
Desde aquí quizá
sea posible comprender por qué Jesús resulta a la vez tan seductor y tan “amenazador”:
abre unos horizontes casi inaccesibles que desbordan nuestra pequeñez humana.
«Así de humano sólo puede serlo el mismo Dios» escribió con finura Leonardo Boff
como resumen de la experiencia de muchos que convivieron con Él.
Leed especialmente
el evangelio de Juan, donde repetidamente Jesús habla de la experiencia
personal que tiene de su trascendencia con el nombre de su Padre Dios.
Algunos textos de
Juan: (para cuando tengas tiempo) Jn
3,5-7; Jn 4,14. 23; Jn 5,36-40; Jn 6,64; Jn 7,17; Jn 8,29.38.55; Jn 10,30.36-38; Jn12,49; Jn13,35; Jn14, 6.9.20.28; Jn16, 15.28.32; Jn 17,10.25; Jn 18,37;
¿Qué Jesús?
Optar
por Jesús de Nazaret es ir a la historia, a los hechos que nos llegan.
Pero ha de volverse al Jesús histórico tal como lo percibieron y vivieron desde
la experiencia los cercanos a esa primera comunidad.
Después
en siglos posteriores hasta hoy, Jesús ha sido vivido por la propia institución
eclesial con desigual fortuna, en el sentido de trasmitirla a las generaciones
posteriores pero con el peligro de tergiversarla. Al árbol de su persona le ha
salido mucho follaje cuyo montaje es necesario podar sin perder la original
atracción. Muchos místicos han enriquecido la experiencia de Jesús, pero, por
el contrario, otros celosos de los dogmas y su autoridad han desfigurado la
historia a favor del poder y de las normas morales olvidando el núcleo del
Jesús histórico.
Gracias
a la crítica histórica ha habido una vuelta a la persona de Jesús, a su
mensaje auténtico, a su experiencia espiritual, a lo que ha emocionado a tantas
personas en veinte siglos para intuir con fuerza que Jesús tiene razón, que su
padre Dios, será la mejor imagen de nuestro dios. Tanto para quienes han
calentado su mente filosofando sobre qué será dios, como para quienes suben los
hombros desconcertados por el tema, los hechos históricos y el mensaje del
llamado Cristo han desarmado inseguridades y argumentos, si se han aplicado con
silencio y atención a los hechos. Por vía histórica ha sido más fácil el
acceso a dios que por altas elucubraciones mentales. Los hechos y el empujón de
una decisión han realizado la opción de poner nombre a la trascendencia.
En
ello trabajan hoy multitud de cristianos con cierta esperanza de reformar las
cosas desde dentro y otros postcristianos que se han distanciado socialmente
pero que se han empoderado de aquellas experiencias y verdades más auténticas,
que antes descubrieron y que conservan identidad cristiana.
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