jueves, 25 de mayo de 2017

Documentos que se utilizarán en el finde 4 (de 5)



PONIENDO MI NOMBRE A LA TRASCENDENCIA:  EL DIOS DE JESÚS
Síntesis de Gonzalez Fauss en cuaderno CyJ

Sabio consejo de Teresa.-
Hablando de la oración, Teresa de Jesús comenta varias veces la tentación de «abandonar la humanidad de Cristo», por la sospecha de que ir directamente a Dios sería más perfecto. Y responde con una espléndida reivindicación de lo humano de Jesús: «por esta puerta hemos de entrar si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes secretos». De tal modo que si alguien cree que «esto de apartarse de lo corpóreo, bueno debe ser», sepa este tal que «no ha de entrar en esta cuenta la sacratísima humanidad de Cristo». Advierte que eso es como «andar el alma en el aire,... que no trae arrimo». Y señala el peligro de una oculta falta de humildad, arguyendo que «los asnillos, para traer la noria del agua... aun cerrados los ojos y no entendiendo lo que hacen, sacarán más agua que el hortelano con toda su diligencia».


Pues bien, si ésta puede ser tentación del creyente en Jesús, no extrañará que aventuremos la sospecha de que una gran tentación de hoy pudiera ser muy similar a ésa que denunciaba Teresa: hoy no sería exactamente abandonar la humanidad de Jesús para ir más perfectamente hacia Dios, sino abandonarla para quedarse con una divinidad (¡más importante y decisiva sin duda!) pero que sería una divinidad sin rostro. Una divinidad sin el contorno humano de Jesús de Nazaret, y en la que se puede proyectar entonces una imagen humana deducida de nuestras ideas racionales sobre la divinidad.

Dos palabras: Abbá-Reino
Se trata de dos palabras de las que la crítica histórica puede asegurar no sólo que fueron pronunciadas por Jesús, sino que debieron ser constantes en su lenguaje. Con ellas se verifica una doble corrección en la visión religiosa de Dios: antes que Juez o Poder o Distancia, Dios es fuente de vida, de confianza, de dignidad humana y de libertad. Eso es lo que sugiere la alusión metafórica a la paternidad de Dios y, además, con una palabra aramea que no era nada habitual
para dirigirse a Él: Abbá.
El tema de la paternidad de Dios ha ocupado mucho espacio en la reciente teología feminista, para evitar que se le travistiera en masculinidad de Dios, dando pie a toda la teología patriarcal que hemos sufrido durante siglos. Pero una vez superado esto, y aclarado que Dios no es padre ni madre en el sentido genérico de masculino o femenino, sigue en pie algo aún más importante. La “parentalidad” de Dios significa lo mismo que dice el Nuevo Testamento en uno de sus escritos finales: Dios es Amor. El amor es casi lo contrario del poder. Y por eso, la definición significa que Dios (el «omnipotente» como nos gusta decir a nosotros), no tiene más poder que el del amor.
Esto tiene aspectos de buena noticia, pero es una buena noticia que asusta. Y da miedo sobre todo a las personas constituidas en poder.

La radical parcialidad de Jesús hacia los excluidos de la sociedad es otro de esos rasgos suyos innegables que, a la vez, seducen y asustan. Basta de ello un único ejemplo que me parece el más significativo y procede de labios de Jesús: las bienaventuranzas. Pues bien: cuando Jesús dice bienaventurados... Sabe de sobra que pobres, hambrientos, perseguidos y dolientes no son felices en ese sentido. Pero para Jesús el meollo de la felicidad es el favor de Dios. La bienaventuranzas de Lucas significan sencillamente esto: Dichosos los pobres porque Dios es de ellos. De ahí que les sigan esas cuatro terribles malaventuranzas: ay de vosotros los ricos etc. etc. Y esto es así porque, también para Jesús, «es imposible servir a Dios y a la riqueza privada»

Dos posibilidades: Dios es así o Jesús es un blasfemo
Vistos los rasgos anteriores, se deduce que, tras el paso de Jesús por nuestra historia caben ante Él dos posturas en el ámbito creyente. Fuera de la fe se podrá concluir, como Herodes y Pilatos, que era un loco o un peligro político o uno de tantos fracasados bienintencionados de la historia humana. Pero en el ámbito creyente, la pregunta y el dilema que nos deja Jesús es otro: ¿era un blasfemo imperdonable o era la revelación misma de Dios? De modo que si Jesús era así, es porque revelaba a Dios y revelaba que Dios es un Dios de los pobres y que se escapa a todo intento de codificarlo religiosamente.

De todo eso, los primeros testigos sacaron dos conclusiones que nosotros también procuramos olvidar.
a) La primera es que “a Dios nadie le ha visto nunca”. Ni le puede ver ni conocer. El único modo de acercarse a Él es “un relato” (Jn 1,18), y el intento de que nuestras vidas reflejen ese relato. Y ese relato es el de la vida de Jesús: el de la trayectoria de anonimato, ultimidad y desprecio que evocábamos al comienzo de estas líneas. Los cristianos hemos olvidado que, con frecuencia, un buen relato nos hace pensar mucho más que una espléndida arquitectura conceptual.

b) La segunda conclusión fue que, porque a Dios nadie le ha visto nunca, todo aquel que pretende amarle y conocerle, y que habla de Él al margen de ese relato, es un mentiroso. Y que lo único que nos cabe hacer para entenderle un poco y acercarnos algo a Él, es dar de comer al que tiene hambre y de beber al que tiene sed, vestir al desnudo, visitar y aliviar al enfermo y al preso, acoger al forastero... Decisivo no es que todas las personas estén y actúen ahí, pero sí que todas actúen desde ahí, desde la justicia y el amor. Si abrimos los ojos hemos de reconocer la legión de hombres y mujeres que en nuestro siglo están ya viviendo y actuando así; es un regalo tener esta referencias en nuestro entorno.
Hoy, a partir de lo dicho, de que el rostro del Dios es el rostro de Jesús de Nazaret, hemos de aceptar también  que Jesús ha dejado de ser patrimonio exclusivo de los cristianos y deberíamos hablar de una estructura “jesuánica” de la realidad social, es decir, la llegada del reinado de Dios en nuestro universo.

Como ejemplo de todo, retomo lo que escribí hace poco: «el problema actual podría estar en que se tiene miedo a Jesús. E, inconscientemente busca defenderse de Él y no sabe cómo. Por eso prefiere hablar de un 'Cristo sin rostro', alegando que podría llevar a un olvido de su divinidad o de un Dios teórico.
Pero Jesús no revela más divinidad que la de su figura humana y ese es el escándalo de la encarnación: «nadie va al Padre sino por mí», fue la respuesta dada al apóstol Tomás cuando pedía a Jesús precisamente que les «mostrase al Padre».
Desde aquí quizá sea posible comprender por qué Jesús resulta a la vez tan seductor y tan “amenazador”: abre unos horizontes casi inaccesibles que desbordan nuestra pequeñez humana. «Así de humano sólo puede serlo el mismo Dios» escribió con finura Leonardo Boff como resumen de la experiencia de muchos que convivieron con Él.

Leed especialmente el evangelio de Juan, donde repetidamente Jesús habla de la experiencia personal que tiene de su trascendencia con el nombre de su Padre Dios.
Algunos textos de Juan: (para cuando tengas tiempo)  Jn 3,5-7; Jn 4,14. 23;  Jn 5,36-40;  Jn 6,64;  Jn 7,17;  Jn 8,29.38.55; Jn 10,30.36-38;  Jn12,49;  Jn13,35;  Jn14, 6.9.20.28;  Jn16, 15.28.32; Jn 17,10.25;  Jn 18,37; 

¿Qué Jesús?  

Optar por Jesús de Nazaret es ir a la historia, a los hechos que nos llegan. Pero ha de volverse al Jesús histórico tal como lo percibieron y vivieron desde la experiencia los cercanos a esa primera comunidad.
Después en siglos posteriores hasta hoy, Jesús ha sido vivido por la propia institución eclesial con desigual fortuna, en el sentido de trasmitirla a las generaciones posteriores pero con el peligro de tergiversarla. Al árbol de su persona le ha salido mucho follaje cuyo montaje es necesario podar sin perder la original atracción. Muchos místicos han enriquecido la experiencia de Jesús, pero, por el contrario, otros celosos de los dogmas y su autoridad han desfigurado la historia a favor del poder y de las normas morales olvidando el núcleo del Jesús histórico.

Gracias a la crítica histórica ha habido una vuelta a la persona de Jesús, a su mensaje auténtico, a su experiencia espiritual, a lo que ha emocionado a tantas personas en veinte siglos para intuir con fuerza que Jesús tiene razón, que su padre Dios, será la mejor imagen de nuestro dios. Tanto para quienes han calentado su mente filosofando sobre qué será dios, como para quienes suben los hombros desconcertados por el tema, los hechos históricos y el mensaje del llamado Cristo han desarmado inseguridades y argumentos, si se han aplicado con silencio y atención a los hechos. Por vía histórica ha sido más fácil el acceso a dios que por altas elucubraciones mentales. Los hechos y el empujón de una decisión han realizado la opción de poner nombre a la trascendencia.

En ello trabajan hoy multitud de cristianos con cierta esperanza de reformar las cosas desde dentro y otros postcristianos que se han distanciado socialmente pero que se han empoderado de aquellas experiencias y verdades más auténticas, que antes descubrieron y que conservan identidad cristiana.

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