Mirad el pensamiento estoico(ElPais): Más Séneca y menos ansiolíticos
Vanidad sin control,
obsesión por la seguridad, aceleración tecnológica, ... ¿Qué tiene que decir el
renovado interés editorial por el estoicismo sobre el mundo en el que vivimos?
FERNANDO VICENTE
Cultiva el espíritu porque obstáculos no faltarán. El consejo de Confucio
podría haberlo firmado cualquiera de los filósofos estoicos. Una versión
moderna de esta máxima se la debemos a Woody Allen: “Si quieres hacer reír a
Dios, cuéntale tus planes”.
Un poeta barcelonés la remató con un verso
lapidario sobre el inexorable juicio del tiempo: “Que la vida iba en serio uno
lo empieza a comprender más tarde”. Esos son, a grandes rasgos, los tres
vértices del estoicismo antiguo, que parece resurgir en nuestros días. ¿Se
trata de un espejismo? Las sociedades modernas se encuentran dominadas por la
rentabilidad tecnocrática del selfie, la
autoindulgencia (todo nos lo merecemos, sobre todo si hay desembolso) y el
capricho. Se trata de fabricar un ego frágil e injustificadamente vanidoso. Una
situación que supuestamente podría remediar una buena dosis de estoicismo. Dado
que no podemos controlar lo que nos pasa y vivimos totalmente hacia afuera,
atemorizados y estresados, dado que somos más circunstancia que nunca, quizá
pueda ayudarnos esta antigua filosofía que inspiró a Marco Aurelio, un hombre que, dada su posición, conoció el estrés mejor que nadie.
Pero en ese desplazamiento, en esa búsqueda de inspiración en el pasado
grecolatino, se corre el riego de confundir, y de hecho se hace, estoicismo con
voluntarismo, tan vigente y puritano. La cultura del esfuerzo y la búsqueda del
éxito dominan las sesiones de coaching, que es,
según sus proponentes, el arte de ayudar a otras personas a cumplir sus
objetivos o a “llenar el vacío entre lo que se es y lo que se desea ser”. No
cabe mayor traición al legado estoico. El voluntarismo reseca el alma y uno de
los fines del estoicismo es recrearla. Lo que llamamos “retos” o “metas” no son
sino anteojeras que no permiten ver más que un único aspecto de la realidad y
uno acaba estrellando el avión contra la montaña, como en el caso de Germanwings. Esas metas nos trabajan por dentro y parecen diseñadas para excluir la
contemplación y la observación atenta y desinteresada. Frente a la tiranía de
la meta, los estoicos pretendían desembarazarse de pasiones demasiado
apremiantes y acaparadoras. De hecho, uno de sus signos distintivos fue
considerar la poesía como medio legítimo de conocimiento. La lírica nos
mantiene en una actitud abierta y nada sabe de metas y objetivos. La poesía era
para los estoicos, sobre todo la de Homero, genuina paideia. Entender esto requiere ganar una libertad
interior, no estar eternamente abducidos por el circo o las pantallas, una
independencia moral, no la opinión general o el vocerío de Twitter, y
trascender la dependencia de la persona respecto a su parte animal (en el
supuesto de que el hombre es ese ser singular que, como decía Novalis, vive al
mismo tiempo dentro y fuera de la naturaleza). Con ese “cuidado de sí”, que
Marco Aurelio llamaba meditaciones, era posible lograr una autarquía ética que
tendría una importancia decisiva en el pensamiento político griego.
No quedan muy lejos algunos ejemplos de estoicismo moderno. Wittgenstein
cuenta que de joven experimentó esa sensación de que “nada podía ocurrirle”. Era
un modo de decir que, ocurriera lo que le ocurriera (una bala perdida, un
cáncer), sabría aprovechar la experiencia. Una actitud que le permitió asumir
el puesto de vigía en medio del fuego cruzado durante la primera gran guerra.
Algo parecido encontramos en Simone Weil, siempre arriesgándose, ya fuera en la fábrica de la Renault o en los
hospitales de Londres, con la humildad como valor supremo, que hace que el ego
no apague la llama de lo divino. Curiosamente, la actitud de estos dos grandes
filósofos, en los que reviven los viejos ideales grecolatinos, contrasta con
algunas obsesiones actuales. Desde el miedo al propio cuerpo, que requiere un
examen continuado, hasta la obsesión por la seguridad (to feel safe, to feel at home). Como si un
escáner o un refugio pudieran otorgar esa tranquilidad, como si hubiera que
encerrarse para sentirse seguro. Mientras un mandatario reciente se preguntaba
cuánto dinero necesitaba para sentirse seguro y, al no hallar la cifra, se
consagró a amontonar capitales, Wittgenstein se exponía en la trinchera y Weil
en la columna de Durruti.
Imaginen a Zuckerberg
abrazando esta filosofía; pues bien, eso es lo que hizo el emperador Marco
Aurelio
El estoicismo supone, como apuntó Zambrano, la recapitulación fundamental
de la filosofía griega. En este sentido fue y es tanto un modo de vida como un
modo de estar en el mundo. Zenón de Citio, natural de la colonia griega de
Chipre, figura como fundador de la escuela. Tenían algo en común con los
cínicos, sobre todo la vida frugal y el desprecio de los bienes mundanos, y
reflexionaron sobre el destino y la relación entre naturaleza y espíritu. Hubo
un estoicismo medio (platónico, pitagórico y escéptico), pero los que dieron
fama a la escuela fueron sus representantes romanos: un emperador, un senador y
un esclavo. Todos ellos surgieron, como ahora, al abrigo del Imperio. Aquel
imperio era militar, el de hoy es tecnológico. Imaginen ustedes a Zuckerberg abrazando
el estoicismo; pues bien, eso es lo que hizo el emperador Marco Aurelio. Séneca
nació en la periferia del Imperio, en la colonia bética de Hispania, pero fue
una figura fundamental de la política en Roma, senador con Calígula y tutor de
Nerón. Epicteto había llegado a la ciudad siendo un esclavo. Cuando fue
liberado fundó una escuela, y aunque, siguiendo el ejemplo de Sócrates, no
escribió nada, sus discípulos se encargarían de transmitir su legado.
Moralistas y contemplativos, todos ellos defendieron la vida virtuosa, la
imperturbabilidad y el desapasionamiento, sentimientos todos ellos muy poco
rentables para una sociedad del entretenimiento. El estoicismo conquistó gran
parte del mundo político-intelectual romano, pero, a diferencia del 15-M, no cristalizó en “partido”, sino que se decantó en norma de acción y su
influencia alcanzaría a grandes filósofos como Plotino o Boecio. No entraremos
a describir su refinada lógica, pero merece la pena recordar que la
subordinaban a la ética. Al contrario de hoy, al menos en el mundo financiero,
donde el algoritmo domina la moral. Destaca en ella su doctrina de los
indemostrables, probablemente de origen indio. Concebían el alma como un
encerado donde se graban las impresiones. De ellas surgen las certezas (si el
alma acepta la impresión) y los interrogantes (si es incapaz de ubicarla). Para
los estoicos, el mundo era, como para nosotros, sustancialmente corporal, pero
su física no niega lo inmaterial. Concibe la naturaleza como un continuo
dinámico, cohesionado por el pneuma, un aliento
frío y cálido, compuesto de aire y fuego. Heredaron de Heráclito el fuego como
principio activo y primordial, del que han surgido el resto de los elementos y
al que regresarán. Como el humor o el llanto, el pneuma no se desplaza, sino que se “propaga”,
contagiando alegría o enfermedad.
Nuestra obsesión por la
seguridad contrasta con la actitud de estoicos modernos como Weil o
Wittgenstein
Hoy no estaría de más poner en práctica algunos de sus principios. El
imperativo ético de vivir conforme a la naturaleza, que nuestro planeta
agradecería. El ejercicio constante de la virtud, o eudemonía, que permite el desprendimiento. Y,
finalmente, lo que Nietzsche llamó el amor fati, la
aceptación y querencia del propio destino, remedio eficaz para todo aquello que
produce desasosiego. No puede decirse que estos principios proliferen en
nuestros días. Si un viejo estoico pudiera asomarse a nuestro tiempo, vería, en
las grandes desigualdades propiciadas por la economía financiera, un descuido
de sí, un olvido de esa autonomía moral que evita que se desaten emociones como
el miedo y la vanidad, que crean la codicia. Emociones contrarias a la razón
del mundo que, en nuestro caso, es la razón del planeta.
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