«Es
imposible revertir la crisis económica sin resolver antes la ecológica»
La antropóloga Yayo Herrero ha
conseguido, junto a otras compañeras, llevar a los medios el concepto de
‘ecofeminismo’.
Somos herederos del modelo económico del siglo XX
basado en comprar, usar y tirar, que tiene mucho que ver con la crisis
ecológica y medioambiental. ¿Es la economía circular una solución realista?
Estamos en un modelo que se sostiene produciendo y
consumiendo a gran escala, lo que a su vez se basa en recursos finitos de la
naturaleza, algo imposible de mantener, y lo que llamamos crisis ecológica es
la evidencia de ello. Entre las alternativas, la economía ecológica plantea
utilizar una serie de indicadores que permitan analizar la economía de forma
diferente, incorporando a los sistemas de contabilidad nacional criterios que
no solamente midan en términos monetarios sino también biofísicos. Del mismo
modo, la economía feminista plantea que parte de las necesidades humanas están
muy vinculadas al cuidado de los cuerpos, y por lo tanto, habría que introducir
indicadores sobre el tiempo de las personas. La economía circular se enmarca
dentro de lo que propone el paradigma ecológico, que busca articular la economía
humana como la propia naturaleza, viviendo con cargo a las energías renovables
y favoreciendo sistemas que cierren los círculos. Se pretende que cualquier
material utilizado sea objeto de un uso posterior, que sufra un proceso de
reciclaje para volver a ser incorporado dentro de los sistemas de naturaleza.
Si tenemos en cuenta que la circularidad perfecta no existe, tendríamos que
hablar más de una economía espiral, ya que en cada proceso de reciclaje hay que
utilizar energía y siempre hay una parte que se pierde. El objetivo sería que
cada cosa pudiera dar el mayor número de vueltas posibles hasta que deje de ser
completamente utilizable. En realidad, todas esas miradas económicas pasan por
asumir que el crecimiento permanente de una población y sus consumos es
imposible y, por tanto, tenemos que evolucionar hacia sociedades que aprendan a
vivir bien con menos materiales y energía.
«El calentamiento global va a entrar en la agenda sí o
sí, diga Trump lo que diga»
La crisis de los últimos años ha provocado cierta
despreocupación y falta de inversión en sostenibilidad. ¿Eso cambiará cuando
mejore la economía?
Aún falta analizar que gran parte de la crisis
ecológica que vivimos es la que ha motivado la crisis económica. Detrás de esta
última hay fenómenos relacionados con que se ha basado la economía en lo
especulativo, en crear burbujas que crecen y explotan llevándose la riqueza
ficticia que habían generado. Hay que tener en cuenta que, tras las
dificultades de la economía para crecer, está que la cantidad de petróleo de
alta calidad empieza a caer, los conflictos geoestratégicos y bélicos que se
producen por hacerse con los recursos finitos que quedan, la lógica del propio
cambio climático que dificulta procesos básicos como la fotosíntesis o la
renovación hídrica… Eso es signo de que detrás de la crisis económica o, más
bien debajo, está la crisis ecológica. Es imposible que la primera se vaya a
poder revertir en condiciones justas, generando bienes y servicios para las
mayorías sociales, si no se resuelve la ecológica. Nuestro modelo económico ha
interiorizado casi como una creencia sagrada que lo importante es el dinero, y
que hay que producir y vender cuanto más mejor, sacrificando cualquier cosa con
tal de que haya crecimiento económico, porque de él depende nuestro bienestar.
Por eso es un modelo tóxico que crece devorándose a sí mismo y acabando con las
propias posibilidades de existir y sostenerse para satisfacer de las mayorías
sociales.
Según cálculos de la OPEP, queda petróleo para menos
de cincuenta años. Las energías renovables ya no son una opción. ¿Se está
haciendo lo suficiente para fomentarlas?
No. Estamos en un momento de encrucijada en el que hay
sociedades que ya están viviendo con mucha menos energía, pero por la vía
violenta del empobrecimiento máximo. La clave estaría en cómo hacer para que el
proceso de transición a un modelo que va a llegar sí o sí sea por una vía
pausada, que ponga las necesidades de las mayorías sociales en el centro, pero
los partidos están bastante fuera de esta dinámica. Las políticas energéticas
de España en los últimos años son nefastas en la transición a las energías
renovables, porque se ha seguido favoreciendo un modelo fosilista que
profundiza el cambio climático y nos deja en una situación de tremenda vulnerabilidad.
Incluso los partidos que critican esa política energética aún no han hecho un
análisis profundo sobre qué significa eso: implica un cambio radical del modelo
productivo y del reparto de la riqueza, nuevas formas de relacionarnos…
Aunque el cambio climático es evidente, entre el
reducto de escépticos está Donald Trump, presidente de una de las economías más
poderosas y contaminantes, que ha sacado a EEUU del Acuerdo de París. ¿Qué
supondrá realmente esta retirada a nivel social y político?
El cambio climático se ha puesto en la agenda y ha
venido para quedarse. El aumento del nivel del mar y los fenómenos extremos, la
sequía en latitudes como la nuestra o la alteración de los propios ciclos
naturales va a tener que ser tratada sí o sí, pero la clave está en cómo. Hay
formas muy diferentes de abordar estas cuestiones y algunas pueden ser
tremendamente injustas. Si la apuesta es priorizar los intereses de las
minorías protegidas por los poderes económicos, políticos y militares, habrá
mucha gente que quede fuera. Las fotos de Manhattan sin luz durante el huracán
Sandy dieron la vuelta al mundo, pero el único sitio que quedó perfectamente
iluminado era la torre de Goldman Sachs. Hay sectores del poder que ya están
desarrollando formas de organizar la economía que hacen del capitalismo de
desastre una nueva forma de lucro y ejércitos que se están convirtiendo en
especialistas del caos. No es cierto que no se esté mirando, lo que no se está
haciendo es priorizar la protección de la vida de la gente. El calentamiento
global va a entrar en la agenda sí o sí, diga Trump lo que diga, la cuestión es
que se aborde desde la perspectiva de todos.
Las mujeres y los niños son hasta 14 veces más
vulnerables a los efectos del cambio climático, según un informe Ecodes.
Sí, y los sectores de poder son muy conscientes de
ello. Cuando hay un huracán o una catástrofe natural intensa y miras los datos
de a qué estrato social pertenecen la mayoría de las víctimas y los
damnificados, te das cuenta de que las clases más empobrecidas se llevan la
peor parte, porque sus casas son más endebles y tienen menos posibilidades de
huida. En el Katrina se vio cómo influyen en ello los ejes de dominación:
murieron más personas pobres, más si eran negras y más si eran pobres, negras y
mujeres, demostrando que en los desastres la mayor parte de la población que
sale perdiendo es la que acumula más vectores de empobrecimiento, sometimiento
y desigualdad. Y eso no sucede solamente ante catástrofes sino ante la vida
cotidiana, donde todo se les pone muchísimo más difícil. Siempre decimos que la
crisis ecológica no tiene ideología, pero cómo impactan todos estos problemas y
la políticas que se acometen para tratarlos sí la tienen: se puede hacer
poniendo en el centro la vida de todo el mundo o desentendiéndose de las
condiciones de vida de gran parte de la población.
¿Cómo podría cambiarse el modelo productivo según la
economía social? ¿Implantarla es una utopía?
Nuestro sistema se ha orientado hacia la creencia casi
fundamentalista de que las personas, más que respirar, necesitan dinero. Ese
principio pasa por encima de destrozar cualquier cosa, pero lo grave no es que
se pueda crecer destruyendo naturaleza, sino que al propio crecimiento
económico le preocupa poco cómo se reparte el excedente. La economía
convencional capitalista no se preocupa de cómo repartirlo sino de que éste se
produzca, suponiendo que el beneficio siempre cae en todas partes, pero no es
así. Desde un punto de vista ecofeminista, el sistema tendría que hacerse tres
preguntas. La primera es qué necesidades hay que satisfacer para todos y todas,
ya que la economía normalmente no habla de necesidades sino de demandas, y
demanda quien tiene dinero para ello, pero necesidades de abrigo, alimento,
casa y relaciones tenemos todas las personas. La segunda es qué hace falta
producir para satisfacer esas necesidades, ya que hay producciones que son
absolutamente nefastas desde el punto de vista humano, por ejemplo el
armamento, en contraste con otras imprescindibles como la de alimentos. Por
último, la cuestión sobre cuáles son los trabajos socialmente necesarios para
satisfacer esas producciones, porque no todos lo son y hay trabajos igualmente
nefastos para nuestras necesidades, aunque las personas que lo realizan
merezcan ser protegidas. No sé si es utópico, pero la verdadera fantasía es
seguir pensando que, si seguimos como hasta ahora, se van a resolver las
necesidades de las mayorías sociales y vamos a poder seguir mucho tiempo en el
planeta. No es cierto que no haya propuestas ni planes: hay muchos estudios
realizados a nivel estatal sobre cómo transitar del modelo fosilista a uno
basado en renovables o sobre cómo vivir utilizando más energía limpia y
muchísimos menos recursos. Hay iniciativas, lo que no hay son propuestas
políticas o apuestas por hacer cambios estructurales.
En este planteamiento se habla de la invisibilización
de los trabajos de cuidados dentro del modelo social y económico, casi siempre
realizados por mujeres. ¿Cómo evidenciar y revalorizar estas labores?
Se necesita un importante trabajo cultural. Se han
visibilizado en lo que rodeó la manifestación del 8 de marzo, ya que nunca se
había hablado tanto de cómo, para feminizar la economía o la política, es
necesario desfeminizar antes el espacio de cuidados y que los hombres y mujeres
los asuman en condiciones de igualdad. Hay que defender el derecho de toda
persona a ser cuidada y garantizar que ninguna en concreto tenga que cuidar de
otra, es decir, que ninguna mujer tenga forzosamente que ocuparse de su padre y
de su madre si no lo desea, aunque tenga que poner su parte como todo el mundo
para que se sostenga el sistema global de cuidados. Economistas y sociólogas
como Mª Ángeles Durán han intentado calcular qué impacto tendría económicamente
el trabajo de cuidados en los hogares si se pagase al nivel de un salario
medio, y sería equivalente al 60% del PIB. Es una gran cantidad de trabajo el
aportado que se asigna a las mujeres de forma no libre y que se realiza
mayoritariamente en espacios no visibilizados, por no hablar de que, cuando se
convierte en un trabajo remunerado, es uno de los más precarios.
Las manifestaciones del 8 de marzo fueron un hito que
puede marcar un antes y un después en la situación de millones de mujeres.
¿Supondrá un cambio real?
El cambio está en el movimiento feminista, que ha sido
muy despreciado, muy poco entendido y tergiversado por la lógica de que las ‘feminazis’
quieren colocarse por encima de los hombres, sin entender que se pretendía
un modelo en el que la vida de hombres, mujeres y personas que no se reconocen
con ninguna identidad de género merezca la pena vivirse. Pone de manifiesto la
desigual contribución de hombres y mujeres en trabajos como los de cuidados o
las brechas salariales que no se sustentan en nada. La visibilidad que tuvo
este año la movilización fue gracias al trabajo previo de mujeres de colectivos
muy diversos que han sido capaces de componer un movimiento que visibilizara la
injusticia de forma plena. Que el debate salte a la agenda pública es muy
importante, pero la clave está en que el propio movimiento no permita que se
convierta en algo descafeinado que se quede en las portadas de los periódicos.
El feminismo aborda problemas estructurales muy grandes a nivel político,
económico y de poder, y reformular la economía desde una perspectiva feminista
es algo tan radical a nivel económico y social como hacerlo desde una
perspectiva ecológica. Supone una nueva organización de los tiempos de las
personas, porque se ha pensado la sociedad como si el sujeto que llega todos
los días a su puesto de trabajo lavado y planchado fuera el sujeto universal,
desconociendo que puede llegar allí desentendiéndose del cuidado de niños,
mayores y de su propio cuidado porque, en ámbitos ocultos alguien lo hace, y
mayoritariamente es una mujer.
¿Ese debate público tendrá impacto en los hogares?
Sí que lo creo. Por un lado, habrá mujeres que quieran
seguir cuidando, también porque tenemos procesos de socialización basados en la
culpabilización del hecho de no hacerlo. Esas mujeres deben tener un apoyo de
los servicios públicos que les permita cuidar sin renunciar a sus proyectos
vitales y sin caer en situaciones de semiesclavitud. La última gran huelga de
trabajadoras que se ha mantenido fue la de las cuidadoras de residencias en
Vizcaya, que lo han ganado todo gracias a que buscaron alianzas en las personas
cuidadas y sus familias, que veían claramente que si una mujer tiene que
cambiar y levantar a sesenta ancianos en dos horas no puedo hacerlo con cariño
y sin violentar sus cuerpos. La relación estaba clara: a más tiempo, personas
más cuidadas y más contentas, y menos culpabilidad de las familias. La
movilización es fundamental, porque el patriarcado es un sistema donde los
sujetos, mayoritariamente hombres, tienen una importante serie de privilegios y
no hay ningún proceso social en el que las personas hayan renunciado a ellos
voluntariamente.
«Desde el nacimiento hasta la muerte, las personas
dependemos materialmente del tiempo que otras personas nos dedican. Vivir en
soledad es, sencillamente, imposible». ¿Cómo se conjuga eso en una sociedad que nos empuja a
estar cada vez más solos?Si la crisis ecológica es el choque entre la naturaleza y las dinámicas
capitalistas, esto es un naufragio antropológico fruto de la tensión entre la
dinámica económica y lo que somos como personas interdependientes. El
capitalismo, para crecer, ha introducido cada vez más cosas dentro de la
economía. Una buena parte del crecimiento se ha producido porque cada vez hemos
ido pagando más por cosas por las que antes no, sin que eso sea siempre justo.
Durante la mayor parte de la Historia, la riqueza natural era gestionada a
partir de las relaciones de las personas, que decidían qué y quién podía
utilizar los recursos, cuándo, qué pasaba cuando alguien se saltaba las normas…
Pero ahora las personas se perciben tan desconectadas de la naturaleza que se
interioriza en la idea de quien te lo proporciona es un sistema tecnológico o
económico. No nos relacionamos con las cosas a través de las personas sino del
dinero: si tengo dinero puedo comprar todo. Esa transformación nos ha hecho
asumir que, si necesito cuidados, pago a alguien que me cuide, sin darnos
cuenta de que no todo el mundo puede hacerlo.
«Es necesario desfeminizar el espacio de cuidados y
que hombres y mujeres asuman las tareas de forma igualitaria»
Esa polarización también tiene que ver con los
problemas ecológicos en los hogares. Según las comparativas, una cesta de la
compra de setenta euros superaría los cien con productos ecológicos. ¿Son
conscientes las familias de que tienen que reducir su huella medioambiental?
Ahora mismo hay problemas de mala nutrición en
familias empobrecidas. Eso no se plasma en ver a personas raquíticas, sino con
problemas de obesidad porque se comen productos que tienen tóxicos o mucha
grasa porque son baratos. Los que estamos alrededor del movimiento ecologista
insistimos bastante en que, si solamente hacemos una apuesta por los productos
ecológicos, sin analizarlo de una perspectiva de clase, puede haber una especie
de pijoecologismo que signifique que haya personas adineradas que
consuman productos más sanos inalcanzables para las mayorías sociales. Eso
también tiene elementos de voluntad política ya que, cuando analizamos las
políticas de incentivos o penalizaciones, es más fácil que encuentres
incentivos para la agricultura industrial que para la ecológica, y eso puede
cambiar de forma que la estructura de precios varíe. Por otro lado, también hay
que asumir cambios en las pautas de alimentación, y reducir la ingesta de
proteína animal es una clave de justicia para con los animales y las personas.
Es necesario un proceso de educación dentro de las familias, ya que cuando se
hacen campañas de sensibilización funcionan rápidamente. La clave está en que
la perspectiva de clase esté muy incorporada, y que el sistema alimentario de
calidad que sea para todas las personas, no solo para los ricos.
Después de las últimas polémicas, las ONG están en el
punto de mira. ¿Hay suficiente transparencia?
Las organizaciones son muy distintas. Hay algunas que
se fueron transformando en verdaderas empresas que preferían mantener su
organización por encima de sus fines y otras han hecho un trabajo muy intenso
pero de forma poco democrática y respetuosa con el lugar donde se cooperaba. En
otro lado están otras organizaciones asamblearias y participativas que intentan
confrontar con aquellos intereses que destruyen la vida en su conjunto global.
Claro que generalizar puede hacer daño a la imagen de las organizaciones, pero
es más dañino no afrontar los problemas e intentar tapar los que hay. Siempre
habrá sectores interesados en igualar en lo malo a las organizaciones, pero las
personas no somos iguales, ni los medios de comunicación, ni los partidos. Lo
que ha sucedido en los últimos meses pone en evidencia que hay que revisar
desde el punto de vista feminista todos los aspectos de la vida. El patriarcado
se cuela en todos los espacios y hay hombres machistas también en estas
organizaciones, que se tienen que blindar para que ninguna persona que desprecie
a las mujeres o las infravalora pueda llegar a estar haciendo este tipo de
trabajos, en contextos vulnerables donde hay grandes desequilibrios de poder.
Enviado por Manolo Alcalde
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