Hemos seleccionado unos articulos entre 75 de peronajes,invitados por el diario EL PAIS el domingo 3 de mayo para opinar. Hasta pueden servir de precalentamiento para nuestro finde de primavera2020
Una advertencia a los ‘sapiens’
Pepe Mujica Expresidente de Uruguay
"
Me pregunto, ¿los humanos estamos llegando al límite
biológico de nuestra capacidad política?"
Nada en
demasía, decían los griegos, porque todo tiene límites y la naturaleza también,
pero lo olvidamos. No se debe navegar sin timón, pero en la globalización lo
olvidamos. La condujo solo la fuerza del mercado y la tecnología y no estuvo la
conciencia política en este proceso. El viejo liberalismo mutó, se hizo
‘liberismo’, y abandonó su humanismo. Hoy, si pudiera creer en Dios, diría que
la pandemia es una advertencia a los sapiens.
La
destrucción de valor augura pobreza. Ante el peligro la gente se refugió en el
Estado. Hablan de nacionalizar, reindustrializar, de soberanía sanitaria y
farmaceútica. Surgirán nacionalismos chauvinistas y salarios a la baja. Los
escalones bajos de las clases medias en peligro cuestionarán a los Gobiernos y
serán el grito de las calles. Los autoritarismos tendrán su primavera, lo mismo
que la especulación, intentarán apropiarse de valores a precio de ruina. Habrá
quienes pidan solidaridad económica y financiera para con los pobres del mundo
y algún gesto de mil millonarios. Los unos y los otros será como cantarle a la
luna.
Los bancos
centrales del mundo rico inundarán de dólares y euros a sus países. Si la
cooperación no logra mitigar a la competencia habrá tensiones geopolíticas
dramáticas entre Oriente y Occidente. Me pregunto, ¿los humanos estamos
llegando al límite biológico de nuestra capacidad política? ¿Seremos capaces de
reconducirnos como especie y no como clase o país? ¿Mirará lejos la política
para hacer maridaje con la ciencia? ¿Recogeremos la lección del desastre al ver
cómo revive la naturaleza? ¿La medicina, la enseñanza, el trabajo digital más
la robótica se afianzarán y entraremos en una nueva era? ¿Habrá fuertes
batallones de médicos capaces de ir a luchar por la vida en cualquier lugar o
seguiremos gastando tres millones de dólares por minuto en presupuestos
militares? Todo depende de nosotros mismos
Hacia una política del bien común
Michael J. Sandel
Profesor
estadounidense. Imparte Filosofía Política en la Universidad de Harvard y es
premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales
"Reconocer
la contribución de los trabajadores que se encuentran fuera del círculo
privilegiado de las profesiones de élite y otorgarles una voz significativa en
la economía y la sociedad podría ser el primer paso hacia la renovación moral y
cívica cuando empecemos a salir de la crisis"
La pandemia
de la covid-19 no es solo una crisis de salud pública. Es también una crisis
global y cívica. Para luchar contra la enfermedad se necesita la clase de
solidaridad que la mayoría de las sociedades difícilmente alcanzan excepto en
tiempos de guerra. El desafío al que nos enfrentamos consiste en descubrir
fuentes de solidaridad en una época en la que la mayor parte de las sociedades
democráticas están profundamente divididas.
A primera
vista, puede parecer que la pandemia fomenta los vínculos solidarios, porque
pone de manifiesto nuestra dependencia mutua y nuestra vulnerabilidad. Los
políticos, los famosos y los relaciones públicas proclaman que, en esto,
"todos vamos en el mismo barco". Pero este eslogan fraternal, aunque
en principio resulte motivador, en estos momentos suena hueco, ya que nos
recuerda lo divididos que estamos en realidad.
La pandemia
ha llegado en un momento de gran desigualdad y de rencor partidista. Las
décadas precedentes han abierto una profunda división entre ganadores y
perdedores. Cuarenta años de globalización neoliberal han prodigado generosas
gratificaciones a los que están en lo más alto, mientras que han dejado a la
mayor parte de los trabajadores con salarios estancados y menos estima social.
La brecha
cada vez más dilatada entre los ricos y el resto no ha sido el único motivo de
polarización. Echando sal en la herida, una concepción meritocrática del éxito
ha venido a racionalizar la desigualdad. A medida que los ganadores amasaban
los beneficios que les proporcionaban la subcontratación, los tratados de libre
comercio, las nuevas tecnologías y la liberalización de las finanzas, llegaron
a creer que su éxito era merecido, que se lo habían labrado ellos, y que
quienes luchaban para llegar a fin de mes no podían culpar a nadie más que a sí
mismos.
Esta visión
del éxito hace difícil creer que "vamos todos en el mismo barco", ya
que invita a los ganadores a considerarse artífices de su éxito, y a los que se
quedan atrás a sentir que las élites los miran con desprecio. Esto ayuda a
explicar por qué hemos sido testigos de una reacción furiosa y resentida contra
la globalización neoliberal.
La pandemia
nos recuerda a diario la contribución al bien común de unos trabajadores que
reciben un sueldo modesto pero que, en cambio, realizan tareas esenciales, a
menudo a riesgo de su propia salud. No estoy pensando solo en los médicos y las
enfermeras que reciben los bien merecidos aplausos, sino también en los
empleados y los cajeros de los supermercados, los repartidores, los camioneros,
los almacenistas, los policías y los bomberos, los agricultores y los
cuidadores a domicilio.
Reconocer la
contribución de los trabajadores que se encuentran fuera del círculo
privilegiado de las profesiones de élite y otorgarles una voz significativa en
la economía y la sociedad podría ser el primer paso hacia la renovación moral y
cívica cuando empecemos a salir de la crisis. La pandemia ha puesto de
manifiesto hasta qué punto cuatro décadas de desigualdad creciente han
deteriorado los lazos sociales. Pero, tal vez, al poner de relieve nuestra
dependencia mutua, nos encamine hacia una nueva política del bien común.
El lado humano de la conectividad
Ethan Zuckerman
Analista
estadounidense, dirige el Centro para Medios Cívicos del Massachusetts
Institute of Tehnology y es profesor en su Media Lab
"No
perdamos esta creatividad, esta noción de que podemos hacer que el mundo
digital funcione como nosotros queramos, y no como algún emprendedor piense que
debería funcionar"
Para muchos
de nosotros, desde que empezó el coronavirus, los días siguen un patrón
similar. Nos levantamos, nos vestimos y, sin salir de casa, nos vamos a alguna
parte. Nos vamos a Zoom.
La necesidad
de distanciamiento social ha acelerado una transición a la virtualidad que los
expertos llevan décadas prediciendo. No está claro que la oficina física esté
totalmente obsoleta, y muchos millones de personas no pueden realizar su
trabajo fácilmente en una pantalla. Pero es probable que la situación por
defecto haya cambiado. En el futuro inmediato –y quizá a largo plazo– es
posible que trabajar signifique conectarse, no acudir a una oficina.
Tal vez este
giro no sea inesperado, pero uno de los cambios que lo acompañan, sí: la
increíble creatividad de las personas a la hora de utilizar los espacios
virtuales para reunirse, apoyarse unas a otras, entretenerse y celebrar. Les he
pedido a mis alumnos del MIT que documenten las distintas formas en que están
usando los programas de videoconferencia para mantener el contacto con amigos y
familiares durante la pandemia.
Una organiza
una sesión semanal de karaoke: uno de los participantes pone un vídeo de
YouTube en su ventana y todos cantan juntos. Otra asiste a clases de educación
religiosa, y dice que es la primera vez que, como judía nigeriana que estudia
en la Jabad, se siente plenamente integrada. Otra está en recuperación y asiste
a reuniones de Alcohólicos Anónimos por Internet. Le parece que son mejores.
Acuden a la cita más personas para recuperarse, porque el obstáculo de reunirse
en una pantalla es menor que el de asistir al sótano de una iglesia; y para
ella, la intensa tristeza que siente en esas reuniones se aminora de algún
modo.
Lo que me
resulta interesante no es que, en ocasiones, los espacios virtuales funcionen
mejor que los físicos, sino que estamos viendo un brote de creatividad en
nuestra forma de usar estos espacios digitales. Antes de la pandemia, estábamos
experimentando una reacción contra la tecnología digital, una oleada de ira
contra plataformas como Facebook y YouTube. Ahora observamos una ola de
creatividad. Ahora, no esperamos a que las empresas de Silicon Valley inventen
la siguiente aplicación. Por el contrario, estamos inventando nuestras propias
formas de relacionarnos unos con otros en este mundo nuevo y escalofriante. Mi
esperanza es que en los años posteriores a la pandemia no perdamos esta
creatividad, esta noción de que podemos hacer que el mundo digital funcione
como nosotros queramos, y no como algún emprendedor piense que debería
funcionar.
La ausencia de solidaridad de Europa
Timothy Garton Ash
Catedrático
británico de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford e investigador
titular en la Hoover Institution, Universidad de Stanfor
"La
recuperación del sur de la UE será especialmente lenta y dolorosa, lo que,
entre otras consecuencias, daría a China más oportunidades para "dividir y
vencer" a los Veintisiete"
La pandemia
demuestra la necesidad de una acción colectiva más globalizada, y es probable
que el resultado sea todo lo contrario. Ya está sumiéndonos cada vez más en una
nueva Guerra Fría entre Estados Unidos y China. Frente a tantos y tan inmensos
retos, desde el cambio climático hasta los probables efectos catastróficos de
la pandemia en el hemisferio sur, una nuevo enfrentamiento entre grandes
potencias es lo que menos necesita el planeta.
Europa
debería encabezar el camino hacia una mayor cooperación internacional, cuyo
máximo ejemplo es precisamente la Unión Europea (UE). Pero tampoco en este
sentido podemos ser demasiado optimistas. Porque la pandemia, que ha puesto a
prueba a las instituciones nacionales e internacionales, también lo ha hecho
con la UE, y ha encontrado su talón de Aquiles: el hecho de que no contamos aún
con el grado de solidaridad necesario entre los pueblos europeos para sostener
una verdadera unión monetaria. Como historiador, estoy cada vez más convencido
de que la decisión prematura de implantarla mal concebida fue el mayor error
estratégico de la historia de la integración. Como europeo comprometido, sé que
debemos intentar que funcione. Confío en que Alemania será consciente de la
necesidad de aprobar préstamos para la recuperación y de que la carga debe
repartirse.
En caso
contrario, la recuperación del sur de Europa será especialmente lenta y
dolorosa, lo que, entre otras consecuencias, daría a China más oportunidades
para “dividir y vencer" a la UE mediante la concesión de favores
económicos a los países con más dificultades. Y eso, a su vez, haría más
difícil la elaboración de una estrategia europea unida y coherente respecto a
China, que es algo que necesitamos con urgencia dada la perspectiva de la nueva
Guerra Fría.
No es la
primera vez que la política exterior de Europa debe comenzar por la propia
Europa.
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