lunes, 4 de mayo de 2020

El futuro despues del Covid19


Hemos seleccionado unos articulos entre 75 de peronajes,invitados por el diario EL PAIS el domingo 3 de mayo para opinar. Hasta pueden servir de precalentamiento para nuestro finde de primavera2020
Una advertencia a los ‘sapiens’
Pepe Mujica Expresidente de Uruguay "
Me pregunto, ¿los humanos estamos llegando al límite biológico de nuestra capacidad política?"
Nada en demasía, decían los griegos, porque todo tiene límites y la naturaleza también, pero lo olvidamos. No se debe navegar sin timón, pero en la globalización lo olvidamos. La condujo solo la fuerza del mercado y la tecnología y no estuvo la conciencia política en este proceso. El viejo liberalismo mutó, se hizo ‘liberismo’, y abandonó su humanismo. Hoy, si pudiera creer en Dios, diría que la pandemia es una advertencia a los sapiens.

La destrucción de valor augura pobreza. Ante el peligro la gente se refugió en el Estado. Hablan de nacionalizar, reindustrializar, de soberanía sanitaria y farmaceútica. Surgirán nacionalismos chauvinistas y salarios a la baja. Los escalones bajos de las clases medias en peligro cuestionarán a los Gobiernos y serán el grito de las calles. Los autoritarismos tendrán su primavera, lo mismo que la especulación, intentarán apropiarse de valores a precio de ruina. Habrá quienes pidan solidaridad económica y financiera para con los pobres del mundo y algún gesto de mil millonarios. Los unos y los otros será como cantarle a la luna.
Los bancos centrales del mundo rico inundarán de dólares y euros a sus países. Si la cooperación no logra mitigar a la competencia habrá tensiones geopolíticas dramáticas entre Oriente y Occidente. Me pregunto, ¿los humanos estamos llegando al límite biológico de nuestra capacidad política? ¿Seremos capaces de reconducirnos como especie y no como clase o país? ¿Mirará lejos la política para hacer maridaje con la ciencia? ¿Recogeremos la lección del desastre al ver cómo revive la naturaleza? ¿La medicina, la enseñanza, el trabajo digital más la robótica se afianzarán y entraremos en una nueva era? ¿Habrá fuertes batallones de médicos capaces de ir a luchar por la vida en cualquier lugar o seguiremos gastando tres millones de dólares por minuto en presupuestos militares? Todo depende de nosotros mismos
Hacia una política del bien común
Michael J. Sandel
Profesor estadounidense. Imparte Filosofía Política en la Universidad de Harvard y es premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales
"Reconocer la contribución de los trabajadores que se encuentran fuera del círculo privilegiado de las profesiones de élite y otorgarles una voz significativa en la economía y la sociedad podría ser el primer paso hacia la renovación moral y cívica cuando empecemos a salir de la crisis"
La pandemia de la covid-19 no es solo una crisis de salud pública. Es también una crisis global y cívica. Para luchar contra la enfermedad se necesita la clase de solidaridad que la mayoría de las sociedades difícilmente alcanzan excepto en tiempos de guerra. El desafío al que nos enfrentamos consiste en descubrir fuentes de solidaridad en una época en la que la mayor parte de las sociedades democráticas están profundamente divididas.
A primera vista, puede parecer que la pandemia fomenta los vínculos solidarios, porque pone de manifiesto nuestra dependencia mutua y nuestra vulnerabilidad. Los políticos, los famosos y los relaciones públicas proclaman que, en esto, "todos vamos en el mismo barco". Pero este eslogan fraternal, aunque en principio resulte motivador, en estos momentos suena hueco, ya que nos recuerda lo divididos que estamos en realidad.
La pandemia ha llegado en un momento de gran desigualdad y de rencor partidista. Las décadas precedentes han abierto una profunda división entre ganadores y perdedores. Cuarenta años de globalización neoliberal han prodigado generosas gratificaciones a los que están en lo más alto, mientras que han dejado a la mayor parte de los trabajadores con salarios estancados y menos estima social.
La brecha cada vez más dilatada entre los ricos y el resto no ha sido el único motivo de polarización. Echando sal en la herida, una concepción meritocrática del éxito ha venido a racionalizar la desigualdad. A medida que los ganadores amasaban los beneficios que les proporcionaban la subcontratación, los tratados de libre comercio, las nuevas tecnologías y la liberalización de las finanzas, llegaron a creer que su éxito era merecido, que se lo habían labrado ellos, y que quienes luchaban para llegar a fin de mes no podían culpar a nadie más que a sí mismos.
Esta visión del éxito hace difícil creer que "vamos todos en el mismo barco", ya que invita a los ganadores a considerarse artífices de su éxito, y a los que se quedan atrás a sentir que las élites los miran con desprecio. Esto ayuda a explicar por qué hemos sido testigos de una reacción furiosa y resentida contra la globalización neoliberal.
La pandemia nos recuerda a diario la contribución al bien común de unos trabajadores que reciben un sueldo modesto pero que, en cambio, realizan tareas esenciales, a menudo a riesgo de su propia salud. No estoy pensando solo en los médicos y las enfermeras que reciben los bien merecidos aplausos, sino también en los empleados y los cajeros de los supermercados, los repartidores, los camioneros, los almacenistas, los policías y los bomberos, los agricultores y los cuidadores a domicilio.
Reconocer la contribución de los trabajadores que se encuentran fuera del círculo privilegiado de las profesiones de élite y otorgarles una voz significativa en la economía y la sociedad podría ser el primer paso hacia la renovación moral y cívica cuando empecemos a salir de la crisis. La pandemia ha puesto de manifiesto hasta qué punto cuatro décadas de desigualdad creciente han deteriorado los lazos sociales. Pero, tal vez, al poner de relieve nuestra dependencia mutua, nos encamine hacia una nueva política del bien común.
El lado humano de la conectividad
Ethan Zuckerman
Analista estadounidense, dirige el Centro para Medios Cívicos del Massachusetts Institute of Tehnology y es profesor en su Media Lab
"No perdamos esta creatividad, esta noción de que podemos hacer que el mundo digital funcione como nosotros queramos, y no como algún emprendedor piense que debería funcionar"
Para muchos de nosotros, desde que empezó el coronavirus, los días siguen un patrón similar. Nos levantamos, nos vestimos y, sin salir de casa, nos vamos a alguna parte. Nos vamos a Zoom.
La necesidad de distanciamiento social ha acelerado una transición a la virtualidad que los expertos llevan décadas prediciendo. No está claro que la oficina física esté totalmente obsoleta, y muchos millones de personas no pueden realizar su trabajo fácilmente en una pantalla. Pero es probable que la situación por defecto haya cambiado. En el futuro inmediato –y quizá a largo plazo– es posible que trabajar signifique conectarse, no acudir a una oficina.
Tal vez este giro no sea inesperado, pero uno de los cambios que lo acompañan, sí: la increíble creatividad de las personas a la hora de utilizar los espacios virtuales para reunirse, apoyarse unas a otras, entretenerse y celebrar. Les he pedido a mis alumnos del MIT que documenten las distintas formas en que están usando los programas de videoconferencia para mantener el contacto con amigos y familiares durante la pandemia.
Una organiza una sesión semanal de karaoke: uno de los participantes pone un vídeo de YouTube en su ventana y todos cantan juntos. Otra asiste a clases de educación religiosa, y dice que es la primera vez que, como judía nigeriana que estudia en la Jabad, se siente plenamente integrada. Otra está en recuperación y asiste a reuniones de Alcohólicos Anónimos por Internet. Le parece que son mejores. Acuden a la cita más personas para recuperarse, porque el obstáculo de reunirse en una pantalla es menor que el de asistir al sótano de una iglesia; y para ella, la intensa tristeza que siente en esas reuniones se aminora de algún modo.
Lo que me resulta interesante no es que, en ocasiones, los espacios virtuales funcionen mejor que los físicos, sino que estamos viendo un brote de creatividad en nuestra forma de usar estos espacios digitales. Antes de la pandemia, estábamos experimentando una reacción contra la tecnología digital, una oleada de ira contra plataformas como Facebook y YouTube. Ahora observamos una ola de creatividad. Ahora, no esperamos a que las empresas de Silicon Valley inventen la siguiente aplicación. Por el contrario, estamos inventando nuestras propias formas de relacionarnos unos con otros en este mundo nuevo y escalofriante. Mi esperanza es que en los años posteriores a la pandemia no perdamos esta creatividad, esta noción de que podemos hacer que el mundo digital funcione como nosotros queramos, y no como algún emprendedor piense que debería funcionar.
La ausencia de solidaridad de Europa
Timothy Garton Ash
Catedrático británico de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford e investigador titular en la Hoover Institution, Universidad de Stanfor
"La recuperación del sur de la UE será especialmente lenta y dolorosa, lo que, entre otras consecuencias, daría a China más oportunidades para "dividir y vencer" a los Veintisiete"
La pandemia demuestra la necesidad de una acción colectiva más globalizada, y es probable que el resultado sea todo lo contrario. Ya está sumiéndonos cada vez más en una nueva Guerra Fría entre Estados Unidos y China. Frente a tantos y tan inmensos retos, desde el cambio climático hasta los probables efectos catastróficos de la pandemia en el hemisferio sur, una nuevo enfrentamiento entre grandes potencias es lo que menos necesita el planeta.
Europa debería encabezar el camino hacia una mayor cooperación internacional, cuyo máximo ejemplo es precisamente la Unión Europea (UE). Pero tampoco en este sentido podemos ser demasiado optimistas. Porque la pandemia, que ha puesto a prueba a las instituciones nacionales e internacionales, también lo ha hecho con la UE, y ha encontrado su talón de Aquiles: el hecho de que no contamos aún con el grado de solidaridad necesario entre los pueblos europeos para sostener una verdadera unión monetaria. Como historiador, estoy cada vez más convencido de que la decisión prematura de implantarla mal concebida fue el mayor error estratégico de la historia de la integración. Como europeo comprometido, sé que debemos intentar que funcione. Confío en que Alemania será consciente de la necesidad de aprobar préstamos para la recuperación y de que la carga debe repartirse.
En caso contrario, la recuperación del sur de Europa será especialmente lenta y dolorosa, lo que, entre otras consecuencias, daría a China más oportunidades para “dividir y vencer" a la UE mediante la concesión de favores económicos a los países con más dificultades. Y eso, a su vez, haría más difícil la elaboración de una estrategia europea unida y coherente respecto a China, que es algo que necesitamos con urgencia dada la perspectiva de la nueva Guerra Fría.
No es la primera vez que la política exterior de Europa debe comenzar por la propia Europa.

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