jueves, 16 de julio de 2020

Escuela de Verano 2020. Primera Semana. 2


EL CEREBRO Y LA MENTE: DE LAS NEURONAS A LA CONCIENCIA
Dr.Ramón Nogués, profesor Bioética U. Ramón Llull y de U. Loyola

*TRASCENDENCIAS MÁS ALLÁ DE LA SUPERVIVENCIAS
La dirección fundamental del cerebro del ser vivo se orienta a sobrevivir.
Los humanos hemos añadido evidentes funciones de “lujo” a esta dimensión de supervivencia. Las dimensiones singulares humanas se despliegan en la solemnidad cultural, pero mantienen un enraizamiento claro en las estructuras arcaicas de nuestro cerebro.
Así que incluso en nuestras manifestaciones más “elevadas” o “espirituales” manifestamos claramente las raíces arcaicas que las alimentan.
Baste indicar, por ejemplo, la importancia que tienen en las manifestaciones estéticas o religiosas los aspectos más “animales” de nuestras conductas, como los relacionados con la alimentación o el sexo.
Los artistas expresan con frecuencia sus percepciones estéticas a propósito de representaciones del cuerpo desnudo, lo que deja pocas dudas sobre la implicación del deseo sexual sublimado en estas expresiones artísticas, o los místicos se refieren a desposorios con la deidad, o los grupos religiosos colocan en el centro de sus ritos ágapes de tipo sagrado. Este enraizamiento en la carne es muy importante para comprender la base antropológica que explica el origen, estructura, constancia y venturosa inevitabilidad de estas manifestaciones trascendentes humanas.
¿Cuáles son estas “trascendencias”? El filósofo vienés Ludwig Wittgenstein profundizó en el mundo mental humano y la filosofía del lenguaje, señalando los tres campos privilegiados de los que era tan difícil como inevitable hablar: la estética, la ética y la mística o religiosa.
Estas constituyen las principales trascendencias. Las tres dimensiones expresadas por Wittgenstein no son un añadido estrictamente superestructural al cerebro sino una manifestación “natural”, una función espontánea, de un cerebro enriquecido, una carne que se convierte en palabra significativa. Ahora bien, si ya resulta difícil en neurología entender cómo se genera una conducta a partir de una estructura cerebral, más difícil es todavía escudriñar cómo se producen los naturales procesos que llevan al conocimiento estético, la exigencia ética o la expansión espiritual o religiosa. Con todo, parece obligado admitir que las sorprendentes capacidades mentales citadas que singularizan la especie humana responden a disposiciones cerebrales. Cada una de ellas nos coloca ante un acceso por vía simbólica, hacia alguna dimensión que no forma parte de las necesidades de supervivencia. La ética vive de una utopía simbólica que le orienta hacia un modelo social de convivencia ideal; la estética se recrea en una expresión sensorial simbólica que apunta a una belleza que nos descubre la “otredad” de lo real; lo espiritual y religioso trabajan normalmente sobre relatos simbólicos que aportan sentido y trascendencia profunda a lo que vivimos. Si recurriésemos al símil alimentario en relación a la mente, el conocimiento científico y la técnica constituirían los nutrientes de base, pero el sazonamiento de la alimentación correspondería a las trascendencias que son la “sal de la vida” y aquello que le da sentido, profundidad y fruición. El análisis de estas dimensiones mentales humanas suscita la atención de muchos neurobiólogos en la actualidad.

*TRANSCENDENCIAS ESPIRITUALES Y RELIGIOSAS
La tercera gran dimensión de las trascendencias corresponde a las espiritualidades/religiones. Se trata de aquella inevitable dimensión en la que los humanos nos enfrentamos ante el gran Misterio/Enigma en el que se desenvuelve nuestra presencia en el Cosmos. Ignorar esta dimensión significaría un grave error de interpretación acerca de lo que es la mente humana. Equivaldría a negar la capacidad de pensar y orientar el mundo emocional. El interés por la dimensión espiritual/religiosa efectivamente está programado en nuestro cerebro, tal como admite casi unánimemente la antropología biológica.
Nos encontramos hoy ante un interesante panorama en el tema de las religiones/espiritualidades en el que habiendo entrado en crisis el viejo debate ideológico sobre el valor de lo religioso, se replantea el problema en nuevas e interesantes perspectivas : nadie niega el valor de los intereses espirituales, entre ellos los de la espiritualidades religiosas, con lo que el debate se sitúa en la valoración de la dimensión espiritual, incluya o no lo religioso, como una dimensión trascendente igualmente válida, programada, positiva y eficaz como lo son la ética o la estética (cuyo interés nadie pone en duda), y que lo que examina es el valor concreto de cada postura, ya sea en ética, en estética o en espiritualidad o religión. En el tema de esta dimensión humana trascendente vamos a entrar en detalle.
Si entendemos por espirituales las manifestaciones amplias del interés que los humanos manifiestan por dimensiones trascendentes a las necesidades de supervivencia (y aquí se podrían incluir intereses de profundización del mundo interior, aspiraciones éticas, actitudes de sintonía profunda con las grandes dimensiones de la realidad, intereses estéticos, aspiraciones religiosas, pasión por el establecimiento de la justicia…) a nadie se le ocurriría desautorizar en bloque estas manifestaciones como contrarias a los intereses humanos. Siendo así que las espiritualidades abarcan este conjunto de fenómenos, es lógico que, abandonando posturas ideológicas, el estudio de los fenómenos espirituales i/o religiosos curse hoy por veredas más objetivas y neutrales que las que ha recorrido en la más reciente historia europea desde la ilustración. Veamos a continuación los abordajes desde los que hoy se observa el hecho espiritual/religioso.

* PUNTO DE VISTA EVOLUTIVO-CULTURAL
Las dimensiones simbólicas trascendentes como expresiones de la espiritualidad o la religión son coextensivas con el nacimiento de la humanidad. Prácticamente todas las culturas de todas las épocas han tenido y siguen manifestando intereses espirituales o religiosos generalizados. De los casi 7500 millones de humanos que hoy día pueblan la Tierra, bastantes más de 6000 millones se adscriben a alguna versión de la espiritualidad o la religión. Solamente este hecho constituye un argumento de peso en favor de interpretar la trascendencia espiritual como algo natural y positivo. En una primera aproximación científica no es lógico desde el punto de vista evolutivo considerar que un fenómeno tan connatural es perjudicial. Lo lógico es interesarse por la interpretación del papel evolutivo positivo de este hecho. Esto es lo que se propone Matt J. Rossano en un libro dedicado a estudiar el papel evolutivo de lo religioso (Rossano, M. T. 2010). Considera este autor, Profesor de psicología Evolutiva en Louisiana, que la religión ha gozado de una perspectiva adaptativa positiva en la evolución humana. En este punto Rossano considera que el hecho religioso en general ha formado parte del eje del proceso adaptativo evolutivo y no es simplemente un subproducto (consecuencia marginal y secundaria) de un proceso general, como consideren algunos, probablemente influenciados por un prejuicio ideológico en contra de lo religioso Para Rossano el carácter adaptativo del fenómeno espiritual y religioso se basa en diversos parámetros evaluables. Desde el punto de vista neurológico la fuerza selectiva de lo religioso expande la experiencia consciente, promueve la capacidad imaginativa y consolida el pensamiento simbólico. Desde las consideraciones sociales, lo religioso refuerza los lazos de comunicación interactiva de las comunidades, consolida el sentimiento de identidad, fundamenta la moralidad y aumenta la fitness del grupo.
Matthew Alper considera que el interés por la espiritualidad y la religión forma parte de lo que este autor denomina “función espiritual” y que considera normal en la mente humana. Lo escribe así: “Así como Kant sostuvo que nosotros heredamos una conciencia temporal y espacial, yo creo que también heredamos una conciencia religiosa/espiritual; y que, así como Kant sugirió que el hombre nace con modos de percepción espacial y temporal, dos de los recursos “programados” que tiene nuestra especie para interpretar la realidad, yo sugiero que la espiritualidad es simplemente una característica más de estos modos de percepción. Esto implicaría que, al igual que todas las demás, nuestras percepciones espirituales no son representativas de ninguna verdad absoluta, sino que existen únicamente como una derivación de la forma en que nuestra especie está programada para interpretar la realidad” (Alper, M. 2008.)
Andrés Moya, biólogo y filósofo, catedrático de genética en Valencia y premiado investigador en el tema evolutivo, considera que la preocupación espiritual entendida de modo genérico puede considerarse una característica adquirida por la humanidad por vía evolutiva: “¿Existe alguna ventaja en ser más o menos espiritual? Podemos especular sobre los posibles beneficios asociados a tener genes con predisposición a la espiritualidad. Tales genes podrían proporcionarnos estados de satisfacción personal en la medida que nos sintiéramos uno con el universo, o que entendiéramos que la existencia tiene sentido; podrían ser condición para su evolución diferencial frente a aquellos otros individuos que carecieran de ellos como suele ser recurrente en las consideraciones en torno a la evolución de determinados caracteres singulares de la especie humana, hemos de suponer que, en momentos concretos de nuestra evolución, cuando todavía la especie era numéricamente escasa y estaba atomizada en múltiples pequeños grupos, la aparición de genes con tales características podría facilitar una mayor capacidad reproductiva de sus portadores, básicamente por la positividad y felicidad de apreciar sentido a la existencia personal”. (Moya, A. 2014). Este tipo de reflexión se sitúa más allá de cualquier intención ideológica o apologética. Corresponde simplemente a la forma habitual de reflexionar en biología evolutiva acerca de la aparición de caracteres.

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