EL CEREBRO Y LA MENTE: DE LAS NEURONAS A LA CONCIENCIA
Dr.Ramón Nogués,
profesor Bioética U. Ramón Llull y de U. Loyola
*TRASCENDENCIAS MÁS ALLÁ DE LA
SUPERVIVENCIAS
La dirección fundamental del cerebro del
ser vivo se orienta a sobrevivir.
Los humanos hemos
añadido evidentes funciones de “lujo” a esta dimensión de supervivencia. Las
dimensiones singulares humanas se despliegan en la solemnidad cultural, pero
mantienen un enraizamiento claro en las estructuras arcaicas de nuestro
cerebro.
Así que incluso en
nuestras manifestaciones más “elevadas” o “espirituales” manifestamos
claramente las raíces arcaicas que las alimentan.
Baste indicar, por
ejemplo, la importancia que tienen en las manifestaciones estéticas o
religiosas los aspectos más “animales” de nuestras conductas, como los
relacionados con la alimentación o el sexo.
Los artistas expresan con
frecuencia sus percepciones estéticas a propósito de representaciones del
cuerpo desnudo, lo que deja pocas dudas sobre la implicación del deseo sexual
sublimado en estas expresiones artísticas, o los místicos se refieren a
desposorios con la deidad, o los grupos religiosos colocan en el centro de sus
ritos ágapes de tipo sagrado. Este enraizamiento en la carne es muy importante
para comprender la base antropológica que explica el origen, estructura,
constancia y venturosa inevitabilidad de estas manifestaciones trascendentes
humanas.
¿Cuáles son estas
“trascendencias”? El filósofo vienés Ludwig Wittgenstein profundizó en el mundo
mental humano y la filosofía del lenguaje, señalando los tres campos
privilegiados de los que era tan difícil como inevitable hablar: la estética,
la ética y la mística o religiosa.
Estas constituyen las
principales trascendencias. Las tres dimensiones expresadas por Wittgenstein no
son un añadido estrictamente superestructural al cerebro sino una manifestación
“natural”, una función espontánea, de un cerebro enriquecido, una carne que se
convierte en palabra significativa. Ahora bien, si ya resulta difícil en
neurología entender cómo se genera una conducta a partir de una estructura
cerebral, más difícil es todavía escudriñar cómo se producen los naturales
procesos que llevan al conocimiento estético, la exigencia ética o la expansión
espiritual o religiosa. Con todo, parece obligado admitir que las sorprendentes
capacidades mentales citadas que singularizan la especie humana responden a
disposiciones cerebrales. Cada una de ellas nos coloca ante un acceso por vía
simbólica, hacia alguna dimensión que no forma parte de las necesidades de supervivencia.
La ética vive de una utopía simbólica que le orienta hacia un modelo social de
convivencia ideal; la estética se recrea en una expresión sensorial simbólica
que apunta a una belleza que nos descubre la “otredad” de lo real; lo
espiritual y religioso trabajan normalmente sobre relatos simbólicos que
aportan sentido y trascendencia profunda a lo que vivimos. Si recurriésemos al
símil alimentario en relación a la mente, el conocimiento científico y la
técnica constituirían los nutrientes de base, pero el sazonamiento de la
alimentación correspondería a las trascendencias que son la “sal de la vida” y
aquello que le da sentido, profundidad y fruición. El análisis de estas
dimensiones mentales humanas suscita la atención de muchos neurobiólogos en la
actualidad.
*TRANSCENDENCIAS ESPIRITUALES Y RELIGIOSAS
La tercera gran
dimensión de las trascendencias corresponde a las espiritualidades/religiones.
Se trata de aquella inevitable dimensión en la que los humanos nos enfrentamos
ante el gran Misterio/Enigma en el que se desenvuelve nuestra presencia en el
Cosmos. Ignorar esta dimensión significaría un grave error de interpretación
acerca de lo que es la mente humana. Equivaldría a negar la capacidad de pensar
y orientar el mundo emocional. El interés por la dimensión espiritual/religiosa
efectivamente está programado en nuestro cerebro, tal como admite casi
unánimemente la antropología biológica.
Nos encontramos hoy ante
un interesante panorama en el tema de las religiones/espiritualidades en el que
habiendo entrado en crisis el viejo debate ideológico sobre el valor de lo
religioso, se replantea el problema en nuevas e interesantes perspectivas :
nadie niega el valor de los intereses espirituales, entre ellos los de la
espiritualidades religiosas, con lo que el debate se sitúa en la valoración de
la dimensión espiritual, incluya o no lo religioso, como una dimensión
trascendente igualmente válida, programada, positiva y eficaz como lo son la
ética o la estética (cuyo interés nadie pone en duda), y que lo que examina es
el valor concreto de cada postura, ya sea en ética, en estética o en
espiritualidad o religión. En el tema de esta dimensión humana trascendente
vamos a entrar en detalle.
Si entendemos por
espirituales las manifestaciones amplias del interés que los humanos
manifiestan por dimensiones trascendentes a las necesidades de supervivencia (y
aquí se podrían incluir intereses de profundización del mundo interior,
aspiraciones éticas, actitudes de sintonía profunda con las grandes dimensiones
de la realidad, intereses estéticos, aspiraciones religiosas, pasión por el
establecimiento de la justicia…) a nadie se le ocurriría desautorizar en bloque
estas manifestaciones como contrarias a los intereses humanos. Siendo así que
las espiritualidades abarcan este conjunto de fenómenos, es lógico que,
abandonando posturas ideológicas, el estudio de los fenómenos espirituales i/o
religiosos curse hoy por veredas más objetivas y neutrales que las que ha
recorrido en la más reciente historia europea desde la ilustración. Veamos a
continuación los abordajes desde los que hoy se observa el hecho
espiritual/religioso.
* PUNTO DE VISTA
EVOLUTIVO-CULTURAL
Las dimensiones
simbólicas trascendentes como expresiones de la espiritualidad o la religión
son coextensivas con el nacimiento de la humanidad. Prácticamente todas las
culturas de todas las épocas han tenido y siguen manifestando intereses
espirituales o religiosos generalizados. De los casi 7500 millones de humanos
que hoy día pueblan la Tierra, bastantes más de 6000 millones se adscriben a
alguna versión de la espiritualidad o la religión. Solamente este hecho
constituye un argumento de peso en favor de interpretar la trascendencia
espiritual como algo natural y positivo. En una primera aproximación científica
no es lógico desde el punto de vista evolutivo considerar que un fenómeno tan
connatural es perjudicial. Lo lógico es interesarse por la interpretación del
papel evolutivo positivo de este hecho. Esto es lo que se propone Matt J.
Rossano en un libro dedicado a estudiar el papel evolutivo de lo religioso
(Rossano, M. T. 2010). Considera este autor, Profesor de psicología Evolutiva
en Louisiana, que la religión ha gozado de una perspectiva adaptativa positiva
en la evolución humana. En este punto Rossano considera que el hecho religioso
en general ha formado parte del eje del proceso adaptativo evolutivo y no es
simplemente un subproducto (consecuencia marginal y secundaria) de un proceso
general, como consideren algunos, probablemente influenciados por un prejuicio
ideológico en contra de lo religioso Para Rossano el carácter adaptativo del
fenómeno espiritual y religioso se basa en diversos parámetros evaluables.
Desde el punto de vista neurológico la fuerza selectiva de lo religioso expande
la experiencia consciente, promueve la capacidad imaginativa y consolida el
pensamiento simbólico. Desde las consideraciones sociales, lo religioso
refuerza los lazos de comunicación interactiva de las comunidades, consolida el
sentimiento de identidad, fundamenta la moralidad y aumenta la fitness del
grupo.
Matthew Alper considera
que el interés por la espiritualidad y la religión forma parte de lo que este
autor denomina “función espiritual” y que considera normal en la mente humana.
Lo escribe así: “Así como Kant sostuvo que nosotros heredamos una conciencia
temporal y espacial, yo creo que también heredamos una conciencia
religiosa/espiritual; y que, así como Kant sugirió que el hombre nace con modos
de percepción espacial y temporal, dos de los recursos “programados” que tiene
nuestra especie para interpretar la realidad, yo sugiero que la espiritualidad
es simplemente una característica más de estos modos de percepción. Esto
implicaría que, al igual que todas las demás, nuestras percepciones
espirituales no son representativas de ninguna verdad absoluta, sino que
existen únicamente como una derivación de la forma en que nuestra especie está
programada para interpretar la realidad” (Alper, M. 2008.)
Andrés Moya, biólogo y
filósofo, catedrático de genética en Valencia y premiado investigador en el
tema evolutivo, considera que la preocupación espiritual entendida de modo
genérico puede considerarse una característica adquirida por la humanidad por
vía evolutiva: “¿Existe alguna ventaja en ser más o menos espiritual? Podemos
especular sobre los posibles beneficios asociados a tener genes con
predisposición a la espiritualidad. Tales genes podrían proporcionarnos estados
de satisfacción personal en la medida que nos sintiéramos uno con el universo,
o que entendiéramos que la existencia tiene sentido; podrían ser condición para
su evolución diferencial frente a aquellos otros individuos que carecieran de
ellos como suele ser recurrente en las consideraciones en torno a la evolución
de determinados caracteres singulares de la especie humana, hemos de suponer
que, en momentos concretos de nuestra evolución, cuando todavía la especie era
numéricamente escasa y estaba atomizada en múltiples pequeños grupos, la
aparición de genes con tales características podría facilitar una mayor capacidad
reproductiva de sus portadores, básicamente por la positividad y felicidad de
apreciar sentido a la existencia personal”. (Moya, A. 2014). Este tipo de
reflexión se sitúa más allá de cualquier intención ideológica o apologética.
Corresponde simplemente a la forma habitual de reflexionar en biología
evolutiva acerca de la aparición de caracteres.
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