ESPIRITUALIDAD DE LA LIBERACIÓN
Pedro CASALDALIGA y José María VIGIL
Espíritu y espiritualidad
1. El problema de ciertas palabras.
«Espiritualidad», decididamente, es una palabra desafortunada. Tenemos que comenzar por decirlo, para abordar el problema de frente. Porque la primera dificultad de este libro muchos la tendrán ya en el título mismo. Para ellos espiritualidad podrá significar algo alejado de la vida real, inútil, y hasta quizá odioso. Se trata de personas que, legítimamente, huyen de viejos y nuevos espiritualismos, de abstracciones irreales, y no tienen por qué perder el tiempo.
La palabra espiritualidad deriva de «espíritu». Y en la mentalidad más común, espíritu se opone a materia. Los «espíritus» son seres inmateriales, sin cuerpo, muy distintos de nosotros. En ese sentido, será espiritual lo que no es material, lo que no tiene cuerpo. Y se dirá de una persona que es «espiritual» o «muy espiritual» si vive como sin preocuparse de lo material, ni siquiera de su propio cuerpo, tratando de vivir únicamente de realidades espirituales.
Estos conceptos de espíritu y espiritualidad como realidades opuestas a lo material y a lo corporal provienen de la cultura griega. De ella pasaron al castellano, al portugués, al francés, al italiano, e incluso al inglés y al alemán... Es decir, casi todo lo que puede llamarse «cultura occidental» está como infectado de este concepto griego de lo espiritual.
Para la Biblia el espíritu no es algo que está fuera de la materia, fuera del cuerpo o fuera de la realidad real, sino algo que está dentro, que inhabita la materia, el cuerpo, la realidad, y les da vida, los hace ser lo que son. Nosotros, desde ahora ya, abandonamos el sentido griego del término espíritu y miraremos de acercarnos al sentido bíblico.
2. Primeras definiciones de E/espíritu y de espiritualidad.
El espíritu de una persona es lo más hondo de su propio ser: sus «motivaciones» últimas, su ideal, su utopía, su pasión, la mística por la que vive y lucha y con la cual contagia a los demás.
Diremos, por ejemplo, que una persona «tiene buen espíritu» cuando es de buen corazón, de buenas intenciones, con objetivos nobles, con veracidad. Diremos que «tiene mal espíritu» cuando la habitan malas intenciones, o la dominan pasiones bajas o cuando algo en ella nos hace sentir la desconfianza de la falsedad. Diremos que una persona «tiene mucho espíritu» cuando se nota en ella la presencia y la fuerza de unas motivaciones profundas, de una pasión que la arrastra, de un fuego que la pone en ebullición, o de una riqueza interior que la hace rebosar. Y diremos, por el contrario, que «no tiene espíritu» cuando se la ve sin ánimo, sin pasión, sin ideales; cuando se encierra en una vida ramplona y sin perspectivas.
Espíritu es el sustantivo concreto y espiritualidad es el sustantivo abstracto. Al igual que amigo es el sustantivo concreto del sustantivo abstracto amistad. Amigo es aquel que tiene la cualidad de la amistad; y el carácter o la forma con que la viva le hará tener un tipo u otro de amistad, más intenso o menos, más o menos sincero. Lo mismo ocurre con el espíritu y la espiritualidad.
Podemos entender la espiritualidad de una persona o de una determinada realidad como su carácter o forma de ser espiritual, como el hecho de estar adornada de ese carácter, como el hecho de vivir o de acontecer con espíritu, sea ese espíritu el que fuere.
La espiritualidad es dimensión susceptible de una cierta «medida» o evaluación. Es decir, se dará una mayor o menor, mejor o peor espiritualidad en una persona o en una realidad, en la medida en que sea mayor o menor la presencia en ellas de un espíritu, mejor o peor. Una persona será verdaderamente espiritual cuando haya en ella presencia clara y actuación marcante del espíritu, cuando viva realmente con espíritu. Y según cuál sea ese espíritu, así será su espiritualidad
3. Espiritualidad, patrimonio de todos los seres humanos.
La afirmación clásica de que el ser humano es un ser espiritual significa que el hombre y la mujer son algo más que la vida biológica, que en ellos hay algo que les da una calidad de vida superior a la vida de un simple animal. Ese plus, ese algo más que los distingue, que los hace ser lo que son dándoles su especificidad humana, es esa realidad misteriosa, pero bien real, que tantas religiones y filosofías, a lo largo de la historia, han designado como «espíritu».
Llamado así o con otra palabra, el espíritu es la dimensión de más profunda calidad que el ser humano tiene, sin la cual no sería persona humana. Esa profundidad personal-el hondón, en el lenguaje de los místicos clásicos- va siendo forjada por las motivaciones que hacen vibrar a la persona, por la utopía que la mueve y anima, por la comprensión de la vida que esa persona se ha ido haciendo laboriosamente a través de la experiencia personal, en la convivencia con sus semejantes y con los otros seres, la mística que esa persona pone como base de su definición individual y de su orientación histórica.
Cuanto más conscientemente vive y actúa una persona, cuanto más cultiva sus valores, su ideal, su mística, sus opciones profundas, su utopía... más espiritualidad tiene, más profundo y más rico es su hondón. Su espiritualidad será la talla de su propia humanidad.
4. ¿Es algo religioso la espiritualidad?
Ahora bien, ¿qué tiene que ver la espiritualidad con la religión? ¿No se ha pensado siempre que la espiritualidad es una realidad religiosa? Para responder a estas preguntas debemos dar previamente un rodeo.
Ser persona es algo más profundo que el ser simplemente miembro de esta raza animal concreta que es la raza humana.
Es asumir la propia libertad frente al misterio, al destino, al futuro; optar por un sentido ante la
Historia, dar una respuesta personal a las cuestiones últimas de la existencia. En un momento u otro de su vida, todo ser humano rompe la capa superficial en la que solemos movernos, como hojas llevadas por la corriente, y se formula las preguntas fundamentales: « ¿qué es el hombre?, ¿cuál es el sentido y el fin de nuestra vida?, ¿por qué el dolor?, ¿cómo conseguir la felicidad?, ¿qué es la muerte?, ¿qué podemos esperar?» No se trata de preguntas «formalmente religiosas» sino de preguntas «profundamente humanas» o, para ser más exactos, de las cuestiones humanas más profundas. Aunque, a nuestro entender, plantearse estas cuestiones es ya de por sí formular la pregunta religiosa. Toda persona tiene que enfrentarse con el misterio de su propia existencia. Tiene que optar ineludiblemente por unos valores que den vertebración y consistencia a su vida. De una manera u otra ha de elegir un punto sobre el que construir y articular la composición de su conciencia, su toma de postura frente a la realidad, dentro de la historia. Es la opción fundamental. Y lo genuinamente religioso es esa profunda opción fundamental, esa humana profundidad, antes de todo dogma y de todo rito, de toda adscripción a una confesión determinada. Porque en esa opción fundamental la persona define qué valor coloca en el centro de su vida, cuál es su punto absoluto, cuál es su Dios, o su dios. El gran maestro Orígenes decía que «Dios es aquello que uno coloca por encima de todo lo demás».
No se puede dejar de ser «religioso» -en este sentido fundamental- sin abdicar de lo más profundo de la propia humanidad.
Ni siquiera abjurando de una religión determinada la persona dejará de ser religiosa en su profundidad humana.
Dios, decía el inquieto Agustín de Hipona, me es «más íntimo que mi propia intimidad». Esta religiosidad profunda coincide con lo que hemos llamado espíritu o espiritualidad.
5. ¿Qué es entonces la espiritualidad cristiana?
Si la espiritualidad del seguimiento de Jesús merece el nombre de espiritualidad es porque cumple la definición de espiritualidad que hemos dado más arriba; o sea, porque es motivación, impulso, utopía, causa por la que vivir y luchar... Seguir a Jesús será la definición de su especificidad. La espiritualidad cristiana, como espiritualidad, en principio, es un caso más entre las muchas espiritualidades que se dan en el mundo de los humanos: la islámica, la maya, la hebraica, la guaraní, la budista, la kuna, la sintoísta...
En principio, miradas las cosas con la luz normal, la espiritualidad cristiana no es más que «un caso más» entre las espiritualidades religiosas. Repetimos: miradas las cosas «con la luz normal». Ahora bien, si las miramos a la luz de la fe cristiana, descubrimos un «algo más» nuevo y peculiar. ¿Qué es?
Para responder a esa pregunta necesitamos pasar a encender la luz de la fe cristiana, entrando en ese otro plano de conocimiento, más allá, o más adentro, gratuito, inmerecido, que, en sí, antes de nuestra respuesta fiel, no nos hace ni mejores ni peores, pero que es una luz «diferente» de «la luz normal».
Pero la fe cristiana nos descubre, además, un sentido propio y una significación nueva de las realidades salvíficas explícitamente cristianas. Dios no sólo ha creado el mundo y lo ha hecho escenario de su Salvación. No sólo se ha revelado a través de la mediación de la Creación y de la Historia, sino que ha decidido revelarse a la Humanidad directamente, personalmente. Los cristianos creemos que en Jesús Dios ha pronunciado su palabra en carne, en sangre, en historia, en muerte y resurrección. En Jesús de Nazaret, nacido de mujer (Gal 4,4) habita personal e históricamente la plenitud de la divinidad (Col 1, 15-20). En él Dios se nos ha revelado como el amor. Nos ha revelado en él el sentido y el fin de la existencia: la utopía del Reino. Y se ha revelado a sí mismo por la trayectoria de Jesús como la realización anticipada de la plenitud de la Nueva Humanidad.
Es una espiritualidad desde el Jesús Histórico.
Aportado por Manolo y resumido por Jesús
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