Teilhard de Chardín. El Fenómeno Humano
Del amor, en general (¡y con qué refinado análisis!), no consideramos más que la cara sentimental: las alegrías y las panas que nos proporciona. Con el fin de determinar las causas últimas del Fenómeno humana, me veo conducido aquí a considerar su dinamismo natural y su significación evolutiva.
Considerado desde el punto de vista de su plena realidad biológica, el amor (es decir, la afinidad del ser para el ser) no es especial al Hombre. Representa en realidad una propiedad general de la Vida, y como tal adhiere, en cuanto a variedad y grados, a todas las formas realizadas sucesivamente por la materia organizada. En los Mamíferos, tan próximas a nosotros, lo reconocemos fácilmente por sus diversas modalidades: pasión sexual, instinto paternal o maternal, solidaridad social, etc.
Más lejos o más abajo en el Árbol de la Vida, las analogías son menos claras. Y, finalmente, se atenúan hasta hacerse imperceptibles. Pero aquí debo repetir cuanto decía acerca del "Interior de las Cosas". Si en un nivel prodigiosamente rudimentario, sin duda, pero ya en estado naciente, no existiera alguna propensión interna a la unión, incluso en la misma molécula, le sería imposible al amor manifestarse más arriba, en nosotros, en el estado hominizado. De derecho, para darnos cuenta de manera cierta de su presencia, por lo menos incoativa, en todo cuanto existe. Y de hecho, si observamos a nuestro alrededor la ascensión confluyente de las conciencias, vemos que no falta en parte alguna. Platón lo sintió ya, y lo expresó de forma inmortal en sus Diálogos. Más tarde, con pensadores tales como Nicolás de Cusa, la filosofía del Medievo volvió técnicamente a la misma idea. Para que el Mundo sea, son los mismos fragmentos de este Mundo los que se buscan bajo las potencias del amor. En esto no hay metáfora, y es mucho más que poesía. La gravedad universal de los cuerpos, que tanto nos choca, ya sea una fuerza o un encorvamiento, no es más que el reverso o la sombra de aquello que mueve en realidad a la Naturaleza. Si las Cosas tienen un Interior, es necesario descender hacia la zona interna o radial de las atracciones espirituales si queremos percibir la energía cósmica "fontal".El amor, con todos sus matices, no es ni más ni menos que el rasgo marcado directamente sobre el corazón del elemento gracias a la Convergencia psíquica del Universo sobre sí mismo.
Y he aquí, si no me engaño, el rasgo luminoso que puede ayudarnos a ver más claramente a nuestro alrededor.
Sufrimos y nos inquietamos al darnos cuenta de que las modernas tentativas de la colectivización humana, contrariamente a las previsiones de la teoría y a nuestra esperanza, no conducen más que a una disminución y a una esclavitud de las conciencias. Pero en realidad, ¿cuál es el camino que hemos escogido hasta ahora para unificarnos? Considerémoslo: una posición material que defender; un nuevo dominio industrial que crear; mejores condiciones para una determinada clase social o para unas naciones desfavorecidas... He aquí los únicos y mediocres caminos por los cuales nos hemos aventurado todavía. ¿Qué de extraño puede tener si tal como acontece con las sociedades animales nos llegamos a mecanizar mediante el juego mismo de nuestro modo de asociación? Incluso en el acto, tan extremadamente intelectual, de la edificación de la Ciencia (por lo menos mientras este acto consiste en algo especulativo y abstracto), el impacto de nuestras almas no se realiza más que de manera oblicua, como de través. Contacto, pues, superficial, y, por tanto, un peligro de crear una nueva servidumbre... Sólo el amor, por la misma razón de ser el único que debe tomar y reunir a todos los seres por el fondo de sí mismos, es capaz -y éste es un hecho de la cotidiana experiencia- pie dar plenitud a los seres, como tales, al unirlos. Y, en efecto, ¿en qué momento llegan a adquirir dos amantes la más completa posesión de sí mismos, sino en aquel en que se proclaman perdidos el uno en el otro? Y en verdad, este gesto mágico, este gesto considerado como contradictorio de "personalizar" totalizando, ¿no lo realiza el amor en cada momento y a nuestro alrededor, en la pareja y en el equipo? Y lo que ahora realiza de una manera tan cotidiana a una escala reducida, ¿por qué no podrá repetirlo un día a la de las dimensiones de la Tierra misma?
La Humanidad, el Espíritu de la Tierra, la Síntesis de los individuos y de los puebles, la paradójica Conciliación del Elemento y el Todo, de la Unidad y de la Multitud para que todas estas cosas consideradas utópicas y, no obstante, biológicamente tan necesarias, lleguen a adquirir cuerpo en este Mundo, ¿no sería suficiente que imagináramos que nuestro poder de amar se desarrolla hasta abrazar a la totalidad de los hombres y de la Tierra?
Ahora bien: se dirá, ¿no es ahí precisamente donde ponéis el dedo sobre lo imposible?
Todo cuanto puede hacer un hombre, ciertamente, es dar su afecto a un solo ser o a algunos contados seres humanes. Más allá, en un radio mayor, el corazón ya no puede llegar y ya no queda lugar sino para la justicia fría y la fría razón. Amarlo todo y a todos: he aquí, se dice, un gesto contradictorio y falso que no conduce finalmente sino a no amar nada.
Pero entonces, contestaría yo, si como pretendéis, el amor universal es imposible, ¿qué puede significar, pues, esté instinto irresistible que nos lleva hacia la Unidad cada vez que nuestra pasión se exalta por una dirección cualquiera? Sentido del Universo, sentido del Todo: enfrente de la Naturaleza, ante la Belleza, en la Música, la nostalgia se apodera de nosotros, expectación y sentimiento de una gran Presencia. ¿Cómo se explica que aparte de los "místicos" y de sus analistas, la psicología haya podido menospreciar tanto esta vibración fundamental, cuyo timbre para un oído ejercitado llega a distinguirse en la base, aún mejor, en la cima de toda gran emoción? Resonancia en el Todo: he aquí la nota esencial de la Poesía pura y de la pura Religión. Nuevamente aún, ¿qué es lo que traduce este fenómeno que nació con el Pensamiento y que creció con él, sino el profundo acorde entre dos realidades que se atraen: la parcela aislada que tiembla con la proximidad del Resto.
Imaginamos a menudo haber agotado las diversas formas naturales del querer con el amor del hombre por la mujer, por sus hijos, por sus amigos y, hasta cierto punto, por su país. Ahora bien: precisamente en esa lista halla ausente la forma de pasión más fundamental: aquella que precipita el uno al otro bajo la presión de un Universo que se cierra a todos los elementos del Todo. La afinidad y, como consecuencia, el sentido cósmico.
El amor universal: no ya un algo psicológicamente posible, sino más aún, la única forma completa y última con que podemos amar.
Y ahora, una vez establecido este punto, ¿cómo nos será posible explicar que siempre y aun de una manera progresiva veamos crecer, de modo aparente y a nuestro alrededor, la repulsión y el odio? Si de verdad aquella tan poderosa virtualidad nos impele desde dentro hacia la unión, ¿qué es lo que espera para hacerse operante?
De una manera simple y sin lugar a dudas, lo que espera es que, después de vencer el complejo "antipersonalista" que nos paraliza, nos decidamos a aceptar la posibilidad, la realidad de algo Amante y Amable en la cima del Mundo, por encima de nuestras propias cabezas. En tanto que absorbe o parece absorber a la persona, lo Colectivo mata al amor que quisiera nacer. Como tal, lo colectivo es esencialmente no amable. Y he aquí por donde fracasan las filantropías. El sentido común tiene razón. Resulta imposible el entregarse al Número Anónimo. Y no obstante, que el Universo, por el contrario, tome para nosotros, hacia adelante, una cara y un corazón, que se personifique si así puede decirse: ya veremos entonces cómo las atracciones elementales encuentran su expansión dentro de la atmósfera creada por este hogar. Y es entonces, sin duda, cuando bajo la presión forzosa provocada por una Tierra que se encierra, estallarán las formidables energías atractivas todavía larvarias existentes entre las moléculas humanas.
Los descubrimientos realizados desde hace un siglo han aportado a nuestro sentido del Mundo, y a nuestro sentido de la Tierra y a nuestro sentido humano, un aliento nuevo y decisivo. De ahí la resurrección de los panteísmos modernos. Pero 'este aliento no hará más que arrojarnos de nuevo en la supermateria si no es capaz de llevarnos hacia alguien. Para que el fracaso que nos amenaza se convierta en éxito -para que se realice la conspiración de las mónadas humanas-, es necesario y suficiente, al prolongar nuestra Ciencia hasta sus límites últimos, que reconozcamos y aceptemos, como algo necesario para cerrar y equilibrar el Espacio-Tiempo, no sólo el hecho de alguna existencia vaga en el porvenir, sino todavía (y he de insistir sobre ello), la realidad y la irradiación, ya actuales, de este misterioso Centro de nuestros Centros que he llamado Omega.
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