Extracto del cuadernillo de
Cristianismo y Justicia:
“CÓMO PENSAR EL CAMBIO HOY
APUNTES
Y PROPUESTAS PARA EL COMPROMISO”.
(Aportado por Reyes)
Rasgos que caracterizan este
“cambio de época”
En primer lugar, hay que resaltar el fin del llamado “contrato
social”, un pacto tácito entre capitalismo industrial y trabajo que dio
forma a los llamados “estados del bienestar”. Mediante este se otorgaba al
Estado un papel redistributivo y corrector de la desigualdad generada por la
economía de libre mercado, a través de un sistema fiscal de tipo redistributivo
y el despliegue de políticas sociales dirigidas a establecer una serie de
derechos sociales considerados de carácter universal. Este marco que otorgaba
al Estado una suerte de contrapoder ha ido derivando progresivamente –y más aún
a partir de 2008– en un proceso marcado por los recortes en gasto social, por
la privatización y la mercantilización de sectores hasta entonces públicos y
por la imposición de políticas de austeridad.
En segundo lugar, cabe señalar el «divorcio entre poder y política» de los últimos decenios, en palabras de Zygmun Bauman.
En el contexto de la globalización, el Estado nación ha sido incapaz de controlar y regular la actividad financiera promovida por unos mercados que operan en el orden global y en los que el crédito y la deuda se convierten en dispositivos disciplinadores hacia los países. En consecuencia, esto ha producido una asimetría creciente entre la esfera reguladora del Estado y el marco de actuación del poder financiero. O, dicho de otro modo, entre una política que sigue jugándose en el obsoleto mapa de los Estados nación y el desplazamiento del poder hacia unas esferas financieras que operan en el plano global. En palabras de Bauman: «Hoy tenemos un poder que se ha quitado de encima a la política y una política despojada de poder. El poder ya es global; la política sigue siendo lastimosamente local»13. Y es precisamente la crisis de las instituciones atrapadas en un contexto aún territorial o nacional lo que está en la base de fenómenos como la emergencia de las retóricas identitarias o nacionalistas mencionadas anteriormente.En tercer lugar, la globalización ha facilitado la movilidad de
capital y que estas grandes corporaciones busquen mano de obra más barata
que permita rebajar los procesos de producción. Las deslocalizaciones
industriales han supuesto un proceso de industrialización de los países del
Sur, a la par que la desindustrialización –al menos parcial– de muchos países
del Norte, lo que ha desembocado de facto
en una «división internacional del trabajo»14. Todo ello ha llevado a un
aumento del desempleo y a un cierto proceso global de igualación a la baja de
los salarios, del poder adquisitivo y de las condiciones sociales entre los
países occidentales y los emergentes.
Por último, debe destacarse cómo todos estos procesos han ido
acompañados del triunfo de un pensamiento neoliberal, cuyo relato puede
resumirse en pocas palabras: individualismo, libertad de mercado y estado
mínimo.
¿Qué hacer? Un paseo por algunos posibles espacios para trabajar
por el cambio social.
En un mundo que está
sufriendo profundas transformaciones y en un contexto que a veces puede invitar
al desánimo ante sufrimientos y circunstancias que nos desbordan, vale la pena
ahondar en ofrecer algunas pistas para la reflexión que animen a trabajar en la
construcción de una realidad más esperanzadora.
⮚
La dimensión personal
El auge del neoliberalismo ha
comportado que su visión del mundo se haya convertido en hegemónica en el
ámbito cultural, con un marco de pensamiento cuyo relato se basa en pilares
como una política subordinada a la economía, una mirada economicista, un individualismo
exacerbado o la exaltación del hiperconsumo.
Ante esta realidad, que además se nos
presenta negando la existencia de otras posibilidades, cabe preguntarse cómo
podemos situarnos y qué podemos hacer para abrir los límites de lo posible
adoptando una mirada crítica, pero esperanzada sobre la realidad, y afirmar,
como decía el poeta Miquel Martí i Pol, que «todo está por hacer y todo es
posible». Para ello, a continuación ofrecemos una serie de pistas.
1. Cultivar una mirada crítica hacia la realidad
Ello tiene que ver con la
necesidad de desarrollar una conciencia crítica hacia nuestro mundo, que
pretenda tener una mirada interconectada entre la dimensión global y lo que
ocurre en el plano más local, así como una mirada globalizadora y no
fragmentada a la hora de analizar los fenómenos sociales.
Si
miramos el telediario de cualquier cadena observamos cómo se nos presenta una
sucesión de piezas fugaces que hablan de acontecimientos inconexos y
superpuestos, no exentos de su dosis de morbo y de espectacularización. El
relato resultante de esta forma de presentar las cosas es una mirada
fragmentada y dispersa que banaliza la realidad, no permite un análisis
profundo de las causas que están detrás de cualquier acontecimiento y no
establece interrelaciones entre los diferentes fenómenos. Así, la llegada
masiva de refugiados a Europa, por ejemplo, se presenta totalmente ajena a los
conflictos bélicos en Oriente Próximo y a los posibles intereses de carácter
geopolítico que pueda haber detrás de estos conflictos.
Además
de esta mirada fragmentada, hallamos múltiples temas que rara vez son noticia
en los grandes medios de comunicación como, por ejemplo, los relacionados con
los negocios de venta de armas, con la distribución de la riqueza en el mundo,
con los paraísos fiscales o el volumen de economía sumergida ni con la relación
de las grandes empresas con el fisco.
Por
ello, un primer paso individual para cultivar una conciencia más informada y
crítica pasa por buscar información alternativa alejada de la que aparece en
los medios de comunicación de masas controlados por grandes grupos de poder.
Estos medios de comunicación, muchos de ellos
digitales y algunos especializados en temáticas concretas, nos proporcionan
información crítica oculta muchas veces invisibilizada en los medios de masas,
como por ejemplo conflictos olvidados, información relacionada con las
condiciones laborales o ambientales de la producción de algunas empresas o
llaman la atención sobre fenómenos que tenemos normalizados (como las personas que
mueren en el Mediterráneo intentando migrar). De esta forma, estas iniciativas
tratan de llevar a cabo un acercamiento más sosegado y profundo que vaya a las
causas de los acontecimientos sin dejarse llevar por la lógica de la
inmediatez, y que proponen otro acercamiento a la realidad.
2. Avanzar hacia un
consumo más responsable
El consumo es una excelente
herramienta para pensar sobre cómo nuestros hábitos conectan con otras
cuestiones más globales de carácter social, laboral o ambiental. Para ello,
es fundamental que cuando vayamos a comprar no tengamos en cuenta únicamente el
precio e intentemos pensar e informarnos sobre las condiciones laborales,
sociales y ambientales que están detrás de cada producto.
Y es
que es importante tener en cuenta que cada vez que compramos estamos optando de
alguna manera por un determinado modelo económico, social y ambiental, lo que
nos debería hacer más conscientes de nuestras elecciones cotidianas. Así pues,
con nuestras compras, podemos penalizar a aquellas empresas que ejercen
prácticas que no concuerdan con nuestros valores o favorecer aquellas
iniciativas que actúan de acuerdo a ellos.
Una
mirada desde esta óptica convierte al consumo en una herramienta útil para la
transformación social y ayuda a tomar conciencia sobre la importancia de
nuestros hábitos, para avanzar hacia una forma de vida más sobria, sencilla y
coherente con nuestros valores. Para ello, son diversas las acciones que
podemos realizar como reducir el consumo a lo necesario; reciclar y reutilizar objetos;
o reducir al máximo el desperdicio de alimentos o los residuos generados. Otra
posibilidad pasa por apoyar con nuestras compras a proyectos que siguen
criterios enmarcados en el ámbito de un consumo responsable acorde a valores
éticos, a la solidaridad con los excluidos de la “mano invisible del mercado”,
y que tenga en cuenta el impacto medioambiental. Afortunadamente, en los
últimos años, se ha producido un fuerte crecimiento de este tipo de
iniciativas.
Por
otro lado, otra posibilidad de actuación pasa por probar y buscar otras formas
de aprovisionamiento que vayan más allá del mercado, dado que el abastecimiento
de productos o servicios realizados por uno mismo (ropa, alimentos u otros
objetos), además de suponer un ahorro económico, permite descubrir y potenciar
talentos propios y es una buena forma de avanzar en la simplicidad voluntaria.
Finalmente, podemos preguntarnos sobre qué pasos podemos dar para extender
algunas de estas prácticas a nuestro entorno de trabajo.
3. Actuar de forma responsable a nivel fiscal
Desde los años 80, la
política económica internacional ha estado dominada por la desregulación de los
mercados financieros, vinculada al auge del capitalismo financiero. Desde el
punto de vista fiscal, este proceso se ha traducido en un aumento de la evasión
fiscal con la consecuente proliferación de numerosos paraísos fiscales y una
política impositiva cada vez más regresiva, como han puesto de manifiesto
diversos informes. Así, en el caso de España, el sindicato de Técnicos de Hacienda
estima que la evasión y el fraude fiscal ronda los 60.000 millones de euros. De
esa cantidad, el 72% de los impuestos no pagados corresponden a grandes
fortunas y empresas (casi 43.000 millones de euros).
La combinación de la menor
recaudación por parte de los Estados, el hecho de que el grueso de la evasión
fiscal se concentre en las grandes fortunas y la existencia de una fiscalidad
regresiva ha llevado a una erosión de los mecanismos de cohesión y equidad, y a
un aumento de la desigualdad, lo que ha generado problemas de recaudación a los
estados.
Por
ello, todos estos factores deberían concienciarnos sobre la importancia que
tiene el pago de nuestros impuestos para sufragar los servicios públicos
básicos y para hacernos reflexionar sobre la necesidad de exigir un modelo
fiscal más justo y basado en criterios de progresividad.
4. Cultivar una mirada empática
Vivimos en una sociedad que
rinde culto continuamente al individualismo posesivo y al hedonismo, a través
de mecanismos como la publicidad o el consumo en un contexto marcado por la
crisis de las utopías y un cierto vacío de sentido. Una sociedad en la que la
presentación de la realidad llega a menudo de manera espectacularizada, como
señaló el filósofo Guy Debord, y en la que frecuentemente se banaliza el dolor
y el sufrimiento ajeno, en un momento, en el que los vínculos sociales se han
debilitado notablemente y en el que la fragmentación social se extiende.
En
este contexto, que invita a la indiferencia y a ser meros espectadores,
corremos el riesgo de normalizar la pobreza, la exclusión social y otras
situaciones marcadas por el dolor, y acercarnos a ellas desde la indiferencia.
Para evitarlo, es necesario el cultivo de una mirada empática hacia el otro o,
como afirma Jorge Riechmann, una «ética de la compasión como paso para
construir una sociedad humana y justa». Básicamente, porque una mirada empática
atravesada por una visión profunda hacia la injusticia, el empobrecimiento y el
sufrimiento invita sin duda a nuestro descentramiento, lo que, a su vez, nos
interpela por nuestros estilos de vida y nuestros compromisos. Para ello, puede
ser muy útil la educación de lo que Rafael Díaz-Salazar denomina el “yo
interior”, en tanto que paso fundamental para vincular progresivamente la
dimensión interior y la dimensión política de la vida humana. Y es que, como
señala, «la indiferencia y la pérdida de sensibilidad ante el dolor social y
ecológico constituyen el cemento del consenso pasivo que hace posible la reproducción
del desorden existente».
⮚
La dimensión comunitaria
En la
construcción de la transformación social, además de las acciones que podamos
desarrollar en el plano individual de las que ya hemos dado cuenta, es
fundamental construir iniciativas colectivas basadas en la cooperación.
En
los últimos años, y especialmente tras la emergencia del 15-M, hemos asistido a
una proliferación de múltiples proyectos de carácter comunitario en cierta
medida como reacción de la sociedad civil ante la crisis financiera, la
desconfianza hacia el plano institucional y como respuesta ante los recortes y
el retroceso del Estado del Bienestar. Muchas de estas iniciativas han sido
protagonizadas y generadas por diversos movimientos sociales, lo que supone,
como señala Subirats, un giro en sus formas de actuación. Para él, los movimientos
sociales ahora no canalizan su actuación únicamente en la presentación de
demandas ante las instituciones, sino que también buscan dar respuesta directa
a través de la realización de iniciativas y acciones que en muchos casos
presentan un fuerte componente de innovación social.
Más
allá de la utilidad concreta que tienen este tipo de iniciativas, hay que
destacar que su valor es triple: son un espacio que permite afirmar desde la
práctica que es posible realizar las cosas de otra manera; tienen un valor
educativo importante en sí mismas; y, para las personas que forman parte de
ellas, constituyen un espacio de socialización prepolítica con valores
diferentes al individualismo imperante en un momento en el que existe una
carencia de espacios de socialización contrahegemónicos.
Si
hacemos un breve recorrido por las iniciativas de carácter comunitario que
existen, en primer lugar podemos destacar aquellas propuestas que intentan
ofrecer respuestas colectivas y con lógicas cooperativas a personas en situación
de vulnerabilidad a partir de necesidades concretas y partiendo de la
autoorganización y el apoyo mutuo. En este marco, podemos situar
iniciativas como las asambleas de parados que han surgido: la denominada “obra
social de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca”, y otras iniciativas
asociadas a los desahucios; la Red de Solidaridad Popular; o algunas despensas
solidarias o comedores solidarios creados a la luz de centros sociales,
asambleas populares y otras iniciativas similares.
Una
segunda línea de trabajo, quizás la más numerosa, está conformada por aquellos
proyectos que tratan de constituirse en una iniciativa alternativa en sí misma
y que se caracterizan en muchas ocasiones por su carácter innovador y creativo.
Así, encontramos una enorme diversidad de iniciativas comunitarias que tratan
de luchar contra la exclusión social, inspirándose en muchos casos en la economía
social y solidaria, en el cooperativismo o en la denominada “economía
colaborativa”. Ello sucede, por ejemplo, con prácticas como las monedas
sociales y complementarias, los huertos comunitarios, las tiendas de ropa a
coste cero o las redes de intercambio de servicios. O algunos equipamientos e
infraestructuras como el cohousing,
las cooperativas de vivienda en derechos de uso, la producción comunitaria de
energía renovable de producción comunitaria o los medios de comunicación de
carácter comunitario… Muchas de estas iniciativas beben de procesos colectivos,
comunitarios o solidarios que se constituyen como verdaderos «ingenios de
producción colectiva», como los denomina Ecologistas en Acción en la
interesante y sugerente recopilación que realiza de estos.
En
tercer lugar, cabe destacar y poner en valor el papel que en muchas ocasiones
juegan algunas asociaciones vecinales, culturales y deportivas, las
Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos o algunas parroquias. Muchos de
estos espacios son fundamentales para promover la cohesión y la inclusión
social, y constituyen un espacio privilegiado para favorecer la convivencia
y fortalecer el tejido social y comunitario. Algunos ejemplos interesantes
serían el club de fútbol Los Dragones, en el barrio de Lavapiés (Madrid), que
alberga en su equipo a jóvenes de más de 21 nacionalidades; la fiesta de
Arroces del mundo del barrio de San Francisco (Bilbao),…
Sin duda, no es fácil el reto
que tenemos ante nuestros ojos, pero como afirma Pedro Casaldáliga:
Es tarde pero es nuestra hora.
Es tarde pero es todo el tiempo que tenemos a mano para hacer el
futuro.
Es tarde pero somos nosotros esta hora tardía.
Es tarde pero es madrugada si
insistimos un poco.
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