Encuentro mensual del colectivo Convocatoria de Iguales
DINÁMICA: sesión on line. Después de los saludos de entrada, Alvaro como responsable en esta ocasión, nos introduce en el texto que nos ha dado. Mientras cada persona va seleccionando alguna idea que más le gusta subrayándola y la explica al grupo. Al final se dialoga a partir de las preguntas que el texto presenta al final.
-El diálogo verdadero, el abrazo y la apertura al otro.
Alvaro Melgar, Mensual 2 marzo 2022
El verdadero diálogo
exige también ciertas actitudes, como son: la honestidad, la apertura
intelectual y la disposición a renunciar a los prejuicios en la búsqueda de la
verdad, pero sin renunciar a las propias costumbres
y tradiciones recibidas». Hay que comenzar asumiendo que la otra persona es
también una fuente original de comprensión humana y que, en cierto modo, las
personas que entablan el diálogo tienen capacidad de comunicarse unas a otras
sus propias e individuales experiencias e interpretaciones. El diálogo verdadero
solamente puede llevarse a cabo sobre la base de la confianza en “la identidad de la otra persona en cuanto diferente”,
o sea, sin convertirle en una imagen de uno mismo. Esto requiere una «confianza
total» en el desarrollo de la realidad. Pero esta confianza, no nace de la
comprensión intelectual, sino de la” madurez”,
de un profundo espíritu interior, arraigado en la búsqueda de la verdad última.
Sin la espiritualidad como fundamento del diálogo, el miedo y la desconfianza
apagan fácilmente el deseo de dialogar, y la confianza se convierte en sospecha
y en defensa de la propia posición. Y así, el diálogo queda reducido a un
intento de conquistar a los demás y convencerlos para que asuma nuestra
posición.
Según Panikkar
el diálogo no debería, más aún, no puede adoptar un único punto de vista
privilegiado o una perspectiva superior, ajena a las tradiciones de los demás. Para
el entendimiento a través de la práctica del diálogo, es necesario crear un
espacio común entre las diversas tradiciones. El punto de partida para este
diálogo verdadero es, a su juicio, el diálogo intrapersonal, por el que, cada
cual se apropia de su tradición de forma consciente y crítica. Sin esta
profunda comprensión y compromiso con las tradiciones propias, no existe
terreno alguno para que se desarrolle el verdadero diálogo.
Pero se necesita
también un sincero esfuerzo por comprender las tradiciones
diferentes de la propia, lo cual supone estar abiertos a una “nueva” experiencia de la verdad,
pues «no se pueden entender
verdaderamente las opiniones de otra persona si no se comparten». Esto no
significa asumir una postura “acrítica”
ante las otras tradiciones; se trata más bien de la disposición a dejar de lado juicios prematuros, que nacen del
prejuicio y la ignorancia y que son los enemigos gemelos de la verdad y el
entendimiento. En opinión de Panikkar, el verdadero diálogo es principalmente el encuentro entre personas; y su objetivo es «la convergencia de los corazones, no solo la
fusión de las mentes». En el encuentro, cada participante intenta pensar
con y a través de los símbolos de “ambas”
tradiciones, de modo que tenga lugar una transformación de experiencias. Ambos
interlocutores son alentados a «cruzar»
primero a la otra tradición», para luego «cruzar de vuelta a la propia». Al hacer esto, integran sus
testimonios en el marco de un horizonte más amplio, “creando” una nueva “realidad. No es solo que cada cual comience a
comprender a las otras personas según la comprensión que este tiene de sí, sino
que además varíe la forma en que cada tradición se comprende a sí misma, y por
tanto se desarrolle y evolucione.
El verdadero diálogo
niega la idea de que las ideologías y las religiones, en general, son sistemas
cerrados e invariables. Al contrario, asume que es
posible entrar en el mundo simbólico del diferente y experimentarlo, para a
partir de esta experiencia, integrarlo en la tradición e ideología propia.
Este es el método que sigue el propio Panikkar en su obra El Cristo desconocido
del hinduismo. «La fe cristiana en Cristo
y la comprensión que el vedanta hindú tiene de Isvará son notablemente
distintas; sin embargo, una vez que Cristo e Isvará se interpretan según las
funciones que desempeñan en sus respectivas tradiciones, surgen ciertas correlaciones
y semejanzas». El descubrimiento de parecidos funcionales entre diferentes
ideologías y religiones solo puede producirse a través de la praxis del diálogo
verdadero. La entrada en el mundo ideológico y religioso de otras personas puede ser un momento de revelación o iluminación en
que el encuentro entre diferentes mundos culturales o religiosos alcanza un
nuevo estadio de ser.
Tal diálogo,
señala Panikkar, no solo supone un crecimiento de la conciencia humana, sino
que «el universo entero se amplía». Este
pensador hispano-indio nos recuerda que en una época de crisis humana y
ecológica no hay lugar para una ideología y religión triunfalista, que se cree
legitimada para conquistar el mundo. Para él, dialogar es caminar hacia una
nueva conciencia propia de la segunda era axial. El giro hacia el diálogo es el
elemento más fundamental, radical y completamente transformador del nuevo
paradigma que identificamos como la segunda era axial.
También Leonard
Swidler sostiene que el diálogo propicia una forma de conciencia más compleja,
que es característica del siglo XXI, un tipo de conciencia que no es una
conciencia indiferenciada, universal y abstracta, sino realmente global en
virtud de la convergencia de culturas y religiones y
complejizada por la dinámica del diálogo verdadero. El diálogo verdadero,
según este autor, es una conversación con los que piensan distinto y cuya
finalidad es que yo aprenda del otro: un ”cruzar”
hacia su mundo, para luego regresar al propio. Esta es una forma de pensar
completamente nueva en la historia humana. Un diálogo que aspira a «crear nuevas formas de conciencia humana».
Esto implica el entrecruzamiento de tradiciones, de
modo que uno no abandone su propia tradición originaria, sino que
profundice en ella y la expanda. Algo nuevo se crea en el plano de la
conciencia humana.
Otro autor, Peter
Phan, señala que el diálogo no siempre tiene carácter de conversación, sino que
posee numerosas dimensiones, e identifica cuatro tipos de diálogo, que
complementan el enfoque de Panikkar:
1) un
diálogo de vida, en el que las personas interaccionan con otras personas de
su comunidad en un atento intercambio de alegrías, problemas e inquietudes
cotidianas.
2) un
diálogo de acción, que es una llamada a que todas las personas colaboren
con “otras” de “otros” credos en proyectos de interés común.
3) un
diálogo de experiencia, en el que las personas comparten prácticas espirituales,
tales como la contemplación y el silencio, con miembros de otros credos.
4) un
diálogo de intercambio teológico, que involucra a especialistas, que se
comprometen a enriquecer mutuamente la concepción que tienen de sus respectivas
tradiciones religiosas y espirituales.
Phan sostiene
que el diálogo interreligioso puede ser llevado a cabo por cualquier creyente,
sin importar su nivel educativo. Este diálogo no es simplemente un paso
preparatorio hacia la pacificación y la reconciliación; es el proceso mismo de “pacificación” y “reconciliación”, un proceso que acontece en los actos de la
convivencia, el trabajo en común y la acción compartida. Es la superación de la
alteridad y el camino hacia la unión. Tales diálogos son
medios poderosos para corregir prejuicios, borrar odios arraigados y
restañar viejas heridas y pueden ayudar a forjar un nuevo estilo de vida.
En el verdadero
diálogo se persigue la verdad, depositando su confianza en el valor de la razón
y los argumentos sólidos. Es cierto que la “dialéctica” profesa el “optimismo de la razón” y sostiene
que es posible encontrar la verdad confiando en la coherencia objetiva de las
ideas. Pero el diálogo verdadero, sostiene Panikkar, no busca primordialmente
ser un “dúo-logo”, un dueto o una
exposición de dos conjuntos de ideas; en tal caso, seguiríamos en el terreno de
la pura dialéctica. No, el diálogo quiere ser “diá-logos”, un “atravesar el
logos” para alcanzar una verdad que lo trasciende. Este diálogo se sostiene
por el optimismo del corazón y cree posible progresar en el camino hacia
la verdad, confiando en la coherencia de los interlocutores en ese diálogo. No
parte de la doctrina, ni de la teología, ni de la diplomacia. Es diálogo «intra», lo que significa, según explica
Pannikar, que si no descubro en mí, el terreno donde hindúes, musulmanes, judíos
y el ateo puedan encontrar un espacio en mi propio corazón, en mi propia inteligencia,
en mi propia vida, nunca podré entablar un diálogo genuino con esas otras
personas. Mientras no abra mi corazón, mientras no vea
que “la otra persona” no es “una alteridad”, sino una parte de mí,
que me dilata y completa, no podré entablar diálogo alguno.
El valor del silencio
Junto al valor
de la sinceridad para entablar un auténtico dialogo esta otra condición que,
aunque en apariencia puede parecer contradictoria, en realidad es una condición
necesaria. Estamos hablando del “silencio”,
una de las cualidades de nuestros encuentros.
Dice Hans
Margolius: “Solo el agua tranquila
refleja claramente las cosas. Solo la mente serena recibe una percepción
adecuada de la realidad”. El silencio físico nos permite adentrarnos en el
silencio mental; y este facilita el contacto con nuestro yo profundo. Pero la sociedad
actual va en contra del silencio. Está organizada para embrutecer la
sensibilidad mediante el ruido permanente. Y la juventud es la que más
fácilmente cae en la trampa. Tiene mucha energía y siente de modo más o menos confuso que algo le falta. Sin saberlo buscan su yo profundo,
intentando superar los límites normales de la percepción del mundo.
Los métodos que
se utilizan son cada vez más violentos y agresivos para el sistema nervioso. Y
aunque a veces proporcionen una aparente superación de la conciencia ordinaria,
no hacen sino recorrer una y otra vez los viejos circuitos de nuestro cerebro
reptiliano. Tras los momentos de éxtasis viene el vacio. Se ha perdido el valor
del silencio y en muchos hogares y en espacios públicos, la televisión, la
radio o las cadenas musicales funcionan a todas horas. Se habla ya de la contaminación
acústica como mucho más nociva de lo que imaginamos.
El “ego” puede querer llenarse de ruido
para no sentir el propio vacio. Se teme el silencio, porque en él, uno puede
verse a sí mismo y en definitiva puede sentir su verdadera realidad humana, con
sus alegrías y sus penas. Porque en el silencio cada persona vuelve a ser
sensible, abierta, más vulnerable quizás, pero más viva. Solo siendo consciente
de esta realidad y no huyendo de ella es cómo podemos trascenderla. El ruido
anestesia. El silencio despierta.
Pero no se
trata solo de un silencio privado y personal, se trata también del silencio en
nuestras relaciones humanas. Un modo de practicar el silencio es sencillamente
dejar de hablar a tontas y a locas. En muchas ocasiones nuestras palabras no son simple comunicación, sino descarga emocional incontrolada
e invasión del espacio ajeno, o también intento de valoración de uno mismo,
manipulación del otro y exaltación del ego.
Todos los
maestros de la sabiduría han insistido siempre en el poder del silencio para el
conseguir el control emocional. Crear en nuestra vida periodos de silencio es
permitir a nuestro interior más profundo volver a las fuentes originarias de la
vida, es en definitiva, darnos la oportunidad de percibir el mundo de una
manera diferente. Es posible que el cuerpo emocional proteste, pero es bueno para
la salud mental. Y así tal vez podamos oír cosas que proceden de otra sintonía.
En el silencio no estamos tan en soledad como creemos.
REFLEXIONES PARA COMPARTIR
¿Cómo
recordamos ahora nuestros findes de silencio?
¿Qué suponía
comer en una misma mesa, pero en silencio, aportar experiencias sin
discutirlas, oír valoraciones sin juzgarlas y sentir sus propias verdades sin querer
manipularla?
¿Cómo valoramos
nuestra experiencia de confinamiento por el covid, con el inevitable
aislamiento, soledad y silencio? ¿Una suerte o una desgracia?
¿Qué pensar de
nuestra falta de abrazos, de los miedos al contagio, de la mascarilla que
oculta la sonrisa o el desánimo? ¿Nos ha cambiado por dentro?
¿Cómo serán
nuestras futuras reuniones virtuales, sin la cercanía y el contacto físico de otras
personas, pero sobretodo, sin poder oír sus silencios?
Reflexiones
sacadas de los escritos de la teóloga “ILIA DELIO”, catedrática de la
Universidad de Georgetown EEUU y de Annie Marquier, directora y fundadora del
Instituto de Desarrollo de la Persona, en Quebec (Canadá).
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