jueves, 24 de febrero de 2022

Encuentro mensual. 2 marzo 2022

 

Encuentro mensual del colectivo Convocatoria de Iguales

DINÁMICA: sesión on line. Después de los saludos de entrada, Alvaro como responsable en esta ocasión, nos introduce en el texto que nos ha dado. Mientras cada persona va seleccionando alguna idea que más le gusta subrayándola y la explica al grupo. Al final se dialoga a partir de las preguntas que el texto presenta al final.

 -El diálogo verdadero, el abrazo y la apertura al otro.

Alvaro Melgar, Mensual 2 marzo 2022

 El diálogo verdadero consiste en abrazar a otra persona en medio de preguntas sin responder. Este “abrazar”, escribe Miroslav Volf, comienza extendiendo los brazos. «Los brazos abiertos son un gesto de nuestro propio cuerpo para llegar al del otro. Son un signo de insatisfacción con mi propia identidad, cerrada en sí misma y un código de anhelo del otro. No quiero ser yo separadamente; quiero que la otra persona sea parte de quien yo soy, y a la vez, quiero ser parte de esa otra persona». Un yo que está “lleno de sí”, no puede recibir al otro. Tener los brazos abiertos supone que «he creado un espacio en mí para que la otra persona otro acuda mí y que he salido de mí para entrar en el espacio creado por ese otro».

No obstante, Volf señala que uno no se detiene en el abrazo, porque el propósito del abrazo no es hacer de dos cuerpos uno solo; no pretende disolver un cuerpo en el otro. Si el abrazo no quiere “auto-anularse”, los brazos deben abrirse de nuevo; esto garantiza la genuina identidad de cada sujeto en el abrazo. Si queremos salvaguardar en el abrazo la “alteridad”, o sea, la genuina identidad del otro, no debemos aspirar a comprenderlo. Si tratamos de comprenderle en nuestras propias categorías, lo convertimos en una proyección de nosotros mismos. El abrazo genuino conlleva la capacidad, no de “comprender”, sino de “aceptar a la otra persona como una pregunta, permitiendo que el interrogante que ella es siga siendo un misterio. Esta idea del abrazo de Volf nos ayuda a darnos cuenta de que el verdadero diálogo comienza por uno mismo, pues reconozco mi propia pobreza interior y la necesidad que tengo de la alteridad. Se trata de un intercambio de experiencias más que de doctrinas; o mejor dicho, el intercambio de experiencias es lo que nos permite compartir también las ideas de los demás. Si no se parte de una base de pobreza interior, el diálogo verdadero no es posible; y se convierte en charla banal.

 

El verdadero diálogo exige también ciertas actitudes, como son: la honestidad, la apertura intelectual y la disposición a renunciar a los prejuicios en la búsqueda de la verdad, pero sin renunciar a las propias costumbres y tradiciones recibidas». Hay que comenzar asumiendo que la otra persona es también una fuente original de comprensión humana y que, en cierto modo, las personas que entablan el diálogo tienen capacidad de comunicarse unas a otras sus propias e individuales experiencias e interpretaciones. El diálogo verdadero solamente puede llevarse a cabo sobre la base de la confianza en “la identidad de la otra persona en cuanto diferente”, o sea, sin convertirle en una imagen de uno mismo. Esto requiere una «confianza total» en el desarrollo de la realidad. Pero esta confianza, no nace de la comprensión intelectual, sino de la” madurez”, de un profundo espíritu interior, arraigado en la búsqueda de la verdad última. Sin la espiritualidad como fundamento del diálogo, el miedo y la desconfianza apagan fácilmente el deseo de dialogar, y la confianza se convierte en sospecha y en defensa de la propia posición. Y así, el diálogo queda reducido a un intento de conquistar a los demás y convencerlos para que asuma nuestra posición.

Según Panikkar el diálogo no debería, más aún, no puede adoptar un único punto de vista privilegiado o una perspectiva superior, ajena a las tradiciones de los demás. Para el entendimiento a través de la práctica del diálogo, es necesario crear un espacio común entre las diversas tradiciones. El punto de partida para este diálogo verdadero es, a su juicio, el diálogo intrapersonal, por el que, cada cual se apropia de su tradición de forma consciente y crítica. Sin esta profunda comprensión y compromiso con las tradiciones propias, no existe terreno alguno para que se desarrolle el verdadero diálogo.

Pero se necesita también un sincero esfuerzo por comprender las tradiciones diferentes de la propia, lo cual supone estar abiertos a una “nueva” experiencia de la verdad, pues «no se pueden entender verdaderamente las opiniones de otra persona si no se comparten». Esto no significa asumir una postura “acrítica” ante las otras tradiciones; se trata más bien de la disposición a dejar de lado juicios prematuros, que nacen del prejuicio y la ignorancia y que son los enemigos gemelos de la verdad y el entendimiento. En opinión de Panikkar, el verdadero diálogo es principalmente el encuentro entre personas; y su objetivo es «la convergencia de los corazones, no solo la fusión de las mentes». En el encuentro, cada participante intenta pensar con y a través de los símbolos de “ambas” tradiciones, de modo que tenga lugar una transformación de experiencias. Ambos interlocutores son alentados a «cruzar» primero a la otra tradición», para luego «cruzar de vuelta a la propia». Al hacer esto, integran sus testimonios en el marco de un horizonte más amplio, “creando” una nueva “realidad. No es solo que cada cual comience a comprender a las otras personas según la comprensión que este tiene de sí, sino que además varíe la forma en que cada tradición se comprende a sí misma, y por tanto se desarrolle y evolucione.

 

El verdadero diálogo niega la idea de que las ideologías y las religiones, en general, son sistemas cerrados e invariables. Al contrario, asume que es posible entrar en el mundo simbólico del diferente y experimentarlo, para a partir de esta experiencia, integrarlo en la tradición e ideología propia. Este es el método que sigue el propio Panikkar en su obra El Cristo desconocido del hinduismo. «La fe cristiana en Cristo y la comprensión que el vedanta hindú tiene de Isvará son notablemente distintas; sin embargo, una vez que Cristo e Isvará se interpretan según las funciones que desempeñan en sus respectivas tradiciones, surgen ciertas correlaciones y semejanzas». El descubrimiento de parecidos funcionales entre diferentes ideologías y religiones solo puede producirse a través de la praxis del diálogo verdadero. La entrada en el mundo ideológico y religioso de otras personas puede ser un momento de revelación o iluminación en que el encuentro entre diferentes mundos culturales o religiosos alcanza un nuevo estadio de ser.

Tal diálogo, señala Panikkar, no solo supone un crecimiento de la conciencia humana, sino que «el universo entero se amplía». Este pensador hispano-indio nos recuerda que en una época de crisis humana y ecológica no hay lugar para una ideología y religión triunfalista, que se cree legitimada para conquistar el mundo. Para él, dialogar es caminar hacia una nueva conciencia propia de la segunda era axial. El giro hacia el diálogo es el elemento más fundamental, radical y completamente transformador del nuevo paradigma que identificamos como la segunda era axial.

También Leonard Swidler sostiene que el diálogo propicia una forma de conciencia más compleja, que es característica del siglo XXI, un tipo de conciencia que no es una conciencia indiferenciada, universal y abstracta, sino realmente global en virtud de la convergencia de culturas y religiones y complejizada por la dinámica del diálogo verdadero. El diálogo verdadero, según este autor, es una conversación con los que piensan distinto y cuya finalidad es que yo aprenda del otro: un ”cruzar” hacia su mundo, para luego regresar al propio. Esta es una forma de pensar completamente nueva en la historia humana. Un diálogo que aspira a «crear nuevas formas de conciencia humana». Esto implica el entrecruzamiento de tradiciones, de modo que uno no abandone su propia tradición originaria, sino que profundice en ella y la expanda. Algo nuevo se crea en el plano de la conciencia humana.

Otro autor, Peter Phan, señala que el diálogo no siempre tiene carácter de conversación, sino que posee numerosas dimensiones, e identifica cuatro tipos de diálogo, que complementan el enfoque de Panikkar:

1) un diálogo de vida, en el que las personas interaccionan con otras personas de su comunidad en un atento intercambio de alegrías, problemas e inquietudes cotidianas.

2) un diálogo de acción, que es una llamada a que todas las personas colaboren con “otras” de “otros” credos en proyectos de interés común.

3) un diálogo de experiencia, en el que las personas comparten prácticas espirituales, tales como la contemplación y el silencio, con miembros de otros credos.

4) un diálogo de intercambio teológico, que involucra a especialistas, que se comprometen a enriquecer mutuamente la concepción que tienen de sus respectivas tradiciones religiosas y espirituales.

Phan sostiene que el diálogo interreligioso puede ser llevado a cabo por cualquier creyente, sin importar su nivel educativo. Este diálogo no es simplemente un paso preparatorio hacia la pacificación y la reconciliación; es el proceso mismo de “pacificación” y “reconciliación”, un proceso que acontece en los actos de la convivencia, el trabajo en común y la acción compartida. Es la superación de la alteridad y el camino hacia la unión. Tales diálogos son medios poderosos para corregir prejuicios, borrar odios arraigados y restañar viejas heridas y pueden ayudar a forjar un nuevo estilo de vida.

En el verdadero diálogo se persigue la verdad, depositando su confianza en el valor de la razón y los argumentos sólidos. Es cierto que la “dialéctica” profesa el “optimismo de la razón” y sostiene que es posible encontrar la verdad confiando en la coherencia objetiva de las ideas. Pero el diálogo verdadero, sostiene Panikkar, no busca primordialmente ser un “dúo-logo”, un dueto o una exposición de dos conjuntos de ideas; en tal caso, seguiríamos en el terreno de la pura dialéctica. No, el diálogo quiere ser “diá-logos”, un “atravesar el logos” para alcanzar una verdad que lo trasciende. Este diálogo se sostiene por el optimismo del corazón y cree posible progresar en el camino hacia la verdad, confiando en la coherencia de los interlocutores en ese diálogo. No parte de la doctrina, ni de la teología, ni de la diplomacia. Es diálogo «intra», lo que significa, según explica Pannikar, que si no descubro en mí, el terreno donde hindúes, musulmanes, judíos y el ateo puedan encontrar un espacio en mi propio corazón, en mi propia inteligencia, en mi propia vida, nunca podré entablar un diálogo genuino con esas otras personas. Mientras no abra mi corazón, mientras no vea que “la otra persona” no es “una alteridad”, sino una parte de mí, que me dilata y completa, no podré entablar diálogo alguno.

 

El valor del silencio

Junto al valor de la sinceridad para entablar un auténtico dialogo esta otra condición que, aunque en apariencia puede parecer contradictoria, en realidad es una condición necesaria. Estamos hablando del “silencio”, una de las cualidades de nuestros encuentros.

Dice Hans Margolius: “Solo el agua tranquila refleja claramente las cosas. Solo la mente serena recibe una percepción adecuada de la realidad”. El silencio físico nos permite adentrarnos en el silencio mental; y este facilita el contacto con nuestro yo profundo. Pero la sociedad actual va en contra del silencio. Está organizada para embrutecer la sensibilidad mediante el ruido permanente. Y la juventud es la que más fácilmente cae en la trampa. Tiene mucha energía y siente de modo más o menos confuso que algo le falta. Sin saberlo buscan su yo profundo, intentando superar los límites normales de la percepción del mundo.

Los métodos que se utilizan son cada vez más violentos y agresivos para el sistema nervioso. Y aunque a veces proporcionen una aparente superación de la conciencia ordinaria, no hacen sino recorrer una y otra vez los viejos circuitos de nuestro cerebro reptiliano. Tras los momentos de éxtasis viene el vacio. Se ha perdido el valor del silencio y en muchos hogares y en espacios públicos, la televisión, la radio o las cadenas musicales funcionan a todas horas. Se habla ya de la contaminación acústica como mucho más nociva de lo que imaginamos.

El “ego” puede querer llenarse de ruido para no sentir el propio vacio. Se teme el silencio, porque en él, uno puede verse a sí mismo y en definitiva puede sentir su verdadera realidad humana, con sus alegrías y sus penas. Porque en el silencio cada persona vuelve a ser sensible, abierta, más vulnerable quizás, pero más viva. Solo siendo consciente de esta realidad y no huyendo de ella es cómo podemos trascenderla. El ruido anestesia. El silencio despierta.

Pero no se trata solo de un silencio privado y personal, se trata también del silencio en nuestras relaciones humanas. Un modo de practicar el silencio es sencillamente dejar de hablar a tontas y a locas. En muchas ocasiones nuestras palabras no son simple comunicación, sino descarga emocional incontrolada e invasión del espacio ajeno, o también intento de valoración de uno mismo, manipulación del otro y exaltación del ego.

Todos los maestros de la sabiduría han insistido siempre en el poder del silencio para el conseguir el control emocional. Crear en nuestra vida periodos de silencio es permitir a nuestro interior más profundo volver a las fuentes originarias de la vida, es en definitiva, darnos la oportunidad de percibir el mundo de una manera diferente. Es posible que el cuerpo emocional proteste, pero es bueno para la salud mental. Y así tal vez podamos oír cosas que proceden de otra sintonía. En el silencio no estamos tan en soledad como creemos.

 

REFLEXIONES PARA COMPARTIR

¿Cómo recordamos ahora nuestros findes de silencio?

¿Qué suponía comer en una misma mesa, pero en silencio, aportar experiencias sin discutirlas, oír valoraciones sin juzgarlas y sentir sus propias verdades sin querer manipularla?

¿Cómo valoramos nuestra experiencia de confinamiento por el covid, con el inevitable aislamiento, soledad y silencio? ¿Una suerte o una desgracia?

¿Qué pensar de nuestra falta de abrazos, de los miedos al contagio, de la mascarilla que oculta la sonrisa o el desánimo? ¿Nos ha cambiado por dentro?

¿Cómo serán nuestras futuras reuniones virtuales, sin la cercanía y el contacto físico de otras personas, pero sobretodo, sin poder oír sus silencios?

 

Reflexiones sacadas de los escritos de la teóloga “ILIA DELIO”, catedrática de la Universidad de Georgetown EEUU y de Annie Marquier, directora y fundadora del Instituto de Desarrollo de la Persona, en Quebec (Canadá).

                       

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