Los Findes
son un parón compartido, tras releer mis notas sobre los textos de reflexión
que teníamos de fondo común, sigo en ese laberinto que bien resume Ivone Gebara
en su poema “Sed de sentido”.
Y es que éste cuerpo mío biológico, social, espiritual y político necesita calma y tiempo para resituar la nueva construcción de experiencias y contenidos diferentes a los patriarcales que estamos viviendo y no es tarea fácil.
Y es que éste cuerpo mío biológico, social, espiritual y político necesita calma y tiempo para resituar la nueva construcción de experiencias y contenidos diferentes a los patriarcales que estamos viviendo y no es tarea fácil.
Con
el texto de Carlos Díaz, a quien conocí allá por los 70 retrocedí en mis
recuerdos a lo que pudo ser mi primera percepción de “ser” y “de entender el
sentido de mi vida”, mucho más tarde me llegó el cuestionamiento de los tipos
de relación y la repercusión que éstas tenían en mí.
Nacer
y crecer en una dictadura bajo la aplastante relación moral de defensa de
derechos y libertades cubrían de manera muy tupida la libertad de conciencia,
ésta sólo era privilegio de los círculos más instruidos o de mayor edad y
experiencia militante.
Descubrir
el derecho y la libertad de mi conciencia me llenó lógicamente de alegría y
desconcierto (como pasar de la esclavitud
de la obediencia a la libertad), dudaba de tener una conciencia bien
formada ¿debería confiar y seguir a quienes consideraba que la tuvieran?
Dependencias y riesgos vividos, ¿fueron demasiados años…o tal vez los
necesarios?. Esto se complicó con la identidad de género y el descubrimiento
del feminismo.
Los
roles impuestos socavaron mis esfuerzos y aunque sí multiplicaron el desarrollo
de muchas de mis capacidades, la confusión y la asertividad o “disponibilidad
permanente como mandato moral y de género” limitó mi desarrollo intelectual y
crítico en esa supuesta y engañosa “libertad de elección”.
Anduve
sujeta y envuelta en un mar de emociones bajo leyes morales en las que había de
confiar necesariamente para poder vivir con la dignidad en la que había de reconocerme.
Hoy
la razón envuelve todo mi ser, pero un ser que no puede eludir el amor en el
que he crecido con sus errores y aciertos ¡estoy en paz con ello¡. Una paz
incierta y sujeta a una permanente reflexión de cuanto he descubierto, desde lo
pequeño y aparentemente poco útil pero que intuyo como lo único verdadero y
cierto: “el respeto a l@s otr@s, a la
vida concreta de cada día, de cada momento”.
Vivir conscientemente de manera permanente, no es fácil, a
veces es agotador, quizás porque la mirada es demasiado larga y profunda,
puesta en ese horizonte cósmico del que formamos parte y con la certeza de esa
sed de vida que nos mueve, de ese querer caminar hacia el lugar de donde
partimos, que es misterio y voluntad.
Reconocer
la experiencia de amar y sentirnos amad@s presupone haber estado en ella
anteriormente…sed de felicidad está en la base de toda aspiración humana. Por
ello afirmo como ya dijo Margarita Porete que si nos falta la paz “aún no estamos donde no querer nada, el
lugar donde estábamos antes de tener el querer”. Esto me lleva a pensar que
la obra que soy o llegue a ser, será “indudablemente salvada por la fe”.
Entender la pedagogía del tiempo en mí, no
sólo con paciencia histórica, sino como la comprensión de la acción de D*s,
en la que “el crecimiento lleva ineludiblemente aparejado el sufrimiento desde
toda actividad intelectual y afectiva” [1], es la que me lleva a
empeñarme en volver a ese lugar que ansío y del que no tengo conciencia de
haber habitado, desalienando mi ser a través de nuevas formas de comportamiento
desde mi vocación amorosa originaria.
El
desafío permanente de discernimiento amoroso en las elecciones responsables
desde mi libertad, conecta con mi experiencia personal de búsqueda de sentido
en toda relación[2].
Recuerdo perfectamente el momento de juventud en que tomé conciencia de ello y
me reafirmé con la frase “soy pura relación” defendiéndome de quienes
posiblemente me consideraban poco o nada definida en según qué causas. Creo que
siempre apliqué el intento de entender a otr@s con la misma pedagogía del
tiempo que he descrito en el párrafo anterior.
En
cuanto a la feminidad y masculinidad que plantean Rose Muraro y Leonardo Boff,
nada nuevo para mí a estas alturas de mi vida, y de mi propia e intensa experiencia
de pareja muy comprometida con el feminismo.
El compromiso con las causas de las mujeres en las que me he visto
crecer en la acción y en el pensamiento a la luz del estudio de la teología
feminista, extasiada, iluminada, con ilusión y alegría de reconocerme en la
cadena genealógica de las seguidoras de Jesús de Nazaret, me proporcionó las
bases de una identidad sororal fundamentada, por lo tanto más segura y fuerte a
la hora de entender también la indignación patriarcal compartida.
Se
completa una importante etapa de mi vida, en la que los puntos de rescate que
se plantean Muraro y Boff, me parecen comúnmente acertados como esquema para
resituar el modo de relacionarnos y de generar “nuevas actitudes” para
encontrar el camino personal, imprescindible, para un nuevo paradigma de género
en el que la espiritualidad deje ser la ilegítima y ocupe su lugar.
Estos
valores[3], imprescindibles,
para el crecimiento espiritual tienen al menos para mí el desafío de ser
rescatados a la manera de “La alegoría del huerto” de Teresa de Jesús, y es
aquí donde concluyo que los Findes son un “parón mixto compartido” esa es la
apuesta que creo (creímos Jesús y yo) necesaria e importante. Soy lenta para
enterarme de lo que están produciendo en mí, pero la percibo como una
experiencia que me provoca cambios profundos por lo que sólo puedo decir-me que
únicamente tengo la certeza de que hay que continuar por este camino.
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