EL YO DE THOMAS MERTON ES UN NO-YO
"Lo que realmente
cuenta es estimar a una persona, pura y simplemente, por lo que es.
― Thomas Merton
Querer a una persona por lo que es, y no por cualquier otra razón, es un apoyo genuino. Nosotros no amamos a nuestros prójimos por lo que hagan o dejen de hacer.
Nadie tiene que
pagar por la estima que recibe. No es como aprobar un examen y pasar de grado.
Si todo el discurso en torno a la libertad no presupone esto, es una falacia, o
es sospechoso.Querer a una persona por lo que es, y no por cualquier otra razón, es un apoyo genuino. Nosotros no amamos a nuestros prójimos por lo que hagan o dejen de hacer.
Las personas pueden ser
raras o diferentes, y hasta tener ideas abstrusas. Sin embargo, cada una de
ellas merece respeto. No es necesario que entren dentro de una u otra categoría
o clasificación para ser dignas de respeto”
Aunque la siguiente cita de Merton no alude directamente a la
discriminación sexual, implica toda discriminación, y se hace hoy en extremo
vigente, ante la abominable masacre en Orlando, E.U. “Es mi intención
hacer de mi vida entera un rechazo y una protesta contra los crímenes y las
injusticias de la guerra y de la tiranía política que amenazan con destruir a toda la raza humana y al mundo
entero.
A través de mi vida monástica y de mis votos digo NO a todos los campos
de concentración, a los bombardeos aéreos, a los juicios políticos que son
una pantomima, a los asesinatos judiciales, a las injusticias raciales, a las
tiranías económicas, y a todo el aparato socioeconómico que no parece
encaminarse sino a la destrucción global a pesar de su hermosa palabrería en
favor de la paz.
Hago de mi silencio monástico una protesta contra las mentiras de los
políticos,de los propagandistas y de los agitadores, y cuando hablo es para
negar que mi fe y mi iglesia puedan estar jamás seriamente alineadas junto a
esas fuerzas de injusticia y destrucción. Pero es cierto, a pesar de ello, que
la fe en la que creo también la invocan muchas personas que creen en la
guerra, que creen en la injusticia racial, que justifican como legítimas
muchas formas de tiranía. Mi vida debe, pues, ser una protesta, ante todo,
contra ellas.
Si digo que NO a todas esas fuerzas seculares, también digo SÍ a todo lo
que es bueno en el mundo y en el hombre. Digo SÍ a todo lo que es hermoso en
la naturaleza, y para que éste sea el sí de una libertad y no de
sometimiento, debo negarme a poseer cosa alguna en el mundo puramente como mía
propia.
Digo SÍ a todos los hombres y mujeres que son mis hermanos y hermanas en el
mundo, pero para que este sí sea un asentimiento de liberación y no de
subyugación, debo vivir de modo tal que ninguno de ellos me pertenezca ni yo
pertenezca a alguno de ellos. Porque quiero ser más que un mero amigo de todos
ellos me convierto, para todos, en un extraño”.
"Dios se busca a sí mismo en nosotros. Pero nosotros oscurecemos todo
esto porque no lo creemos, porque nos negamos a creerlo. No es que odiemos a
Dios, sino más bien que nos odiamos a nosotros mismos y hemos perdido la
esperanza en nosotros mismos, Si empezáramos a reconocer, humilde pero
verdaderamente, el verdadero valor de nuestro yo, veríamos que este valor es el
signo de Dios sobre nuestro ser, la firma de Dios sobre nuestro ser.
Por suerte, el amor del prójimo se nos da como camino para comprender esto,
pues el amor de nuestro hermano, de nuestra hermana, de la persona amada, de
nuestra esposa, de nuestro hijo, está ahí para que veamos, con la claridad de
Dios mismo, que somos buenos. Es el amor de quien me ama, de mis hermanos o de
mi hijo lo que ve Dios en mí. Y es mi amor a la persona que amo, a mi hijo, a
mi hermano, lo que me permite mostrarles que Dios está en ellos. El amor es la
epifanía de Dios en nuestra pobreza. "
VALOR DEL TIEMPO ORDINARIO
Sólo cuenta realmente lo que aprendemos
mientras hacemos lo que parece ser pura rutina: cómo resistir, cómo producir,
cómo hacer rica la vida en sus momentos más mudos. «Hay más verdades en
veinticuatro horas -decía Raoul Vaneigem- que en todas las filosofías».
Únicamente lo ordinario hace especial lo especial. Atiborrarse de
especialidad es perder todo sentido de lo excepcional de la vida.
El tiempo ordinario es el mentor de todos nosotros. «Un oficinista de
correos -decía Camus- es comparable a un conquistador, si ambos tienen en
común la consciencia». Quienes, allí donde están, miran y pueden ver lo
que están mirando, son los que hacen extraordinario el tiempo ordinario.
Nunca confundas lo ordinario con lo simple, lo estático o lo aburrido.
Vivir una vida ordinaria puede perfectamente ser algo muy complicado. Se
requiere un gran talento para hacer una gran vida de una vida rutinaria.
Queremos que la vida sea apasionante cuando, de hecho, la vida no es
más que vida. Deseamos que lo espiritual sea místico, en lugar de ser
real. Para el verdadero místico, el paso de las estaciones nunca es
una banalidad. Es la repetición lo que, por fin, abre nuestros ojos a Dios
donde Dios ha estado siempre: justamente delante de nuestros ojos.
«Vivir -decía Antoine de Saint-Exupéry- es nacer lentamente». El hecho es
que llegar a estar plenamente vivo lleva toda una vida. Hay en todos nosotros
tanto que nunca hemos tocado, tanta belleza en la que estamos inmersos y
que pasamos por alto... La consciencia es lo que eleva lo ordinario al nivel de
lo sublime.
"Dios no es un 'problema' y nosotros, que vivimos la vida
contemplativa, hemos aprendido por experiencia que nadie puede conocer a Dios
mientras esté intentando resolver 'el problema de Dios'.
Tratar de resolver el problema de Dios es tratar de verse los ojos. Uno no
puede verse los ojos porque son aquello con lo que ve, y Dios es la luz por la
que vemos - por la que vemos no un objeto claramente definido llamado Dios,
sino todo lo demás, en el Único invisible-. Dios es entonces Aquel que ve y la
Visión, pero Él no es visto en la tierra..."
(14 de mayo de 1967. Pentecostés.)
Lo que hay de 'erróneo' en mi vida no es tanto una cuestión de 'pecado'
(aunque también es pecado) sino de inconsciencia, confusión, flojedad,
relajación, desaparición del deseo, falta de valor y decisión, de suerte que me
dejo arrastrar por un movimiento extraño y me someto a sus dictados. El curso
del 'mundo' que yo conozco no es el mío. Continuamente me veo desviado hacia un
camino que no es el mío y no conduce hacia donde yo estoy llamado.
Solo si voy por el camino que debo seguir puedo serle de alguna utilidad
'al mundo'.
Como mejor puedo servir al mundo es manteniendo la debida distancia y
salvaguardando mi libertad."
"Thomas Merton ha sido y continúa siendo, por medio de sus escritos,
director espiritual de muchísimas personas. La obra literaria de Merton les
descubrió un estilo de vida enteramente nuevo. Cambió la forma de su
espiritualidad.
El 31 de enero, como parte de las celebraciones del centenario de Merton,
el reverendo anglicano John Moses tuvo una breve intervención que se publica
como apéndice final de la bibliografía del Diccionario de Thomas Merton, que
acaba de publicar la editorial Mensajero: «Por qué Merton importa».
Merton era consciente de que algunas cosas tienen que ser dichas, y dichas
otra vez. Por ejemplo, su gozo en el mundo natural. Muchas de sus horas más
felices, muchos de sus momentos más profundos, los pasó en los bosques que
rodeaban su abadía, cuando deambulaba libremente. Fue allí donde se admiraba de
la maravilla del orden creado y los lazos de parentesco que unificaban toda la
vida. Pero él miraba más allá de los confines del recinto monástico y observaba
las consecuencias de la agricultura intensiva, del traslado de la gente del
campo a la ciudad. Y temía que nuestra capacidad para la autodestrucción
causara daños incalculables en las plantas, los pájaros, los insectos, el
equilibrio de todo el sistema ecológico. Es difícil discrepar de su juicio de
que «repartimos muerte a todo nuestro alrededor simplemente por la forma en que
vivimos». ¿Es esta una afirmación que aún importa?
Es nuestra forma de vida lo que le llevó a ser tan franco en su crítica a
su país de adopción, Estados Unidos. Sabía todo sobre lo que el sueño americano
era, pero conocía sus limitaciones, y escribió sobre «una sociedad que a pesar
de todas sus indiscutibles ventajas, no parece que sea capaz de ofrecer a la
gente vidas que sean completamente humanas y completamente reales».
Pero el diagnóstico de Merton se extendía a todo el mundo occidental.
Deploraba el culto a la celebridad y al vacío que yacía justo debajo de la
superficie. Pidió a sus lectores que hicieran frente a la realidad de que
«vivimos en una cultura bastante enferma». ¿Es esta una frase que aún suena a
verdad?
Él podía ser estridente, demasiado estridente a veces, en sus juicios
políticos; pero casi cincuenta años después de su muerte podríamos titubear
antes de condenar sin más su queja de que Estados Unidos falló al no prestar
atención suficiente a la forma en que otras naciones podían ver el mundo. Hay
ocasiones en que necesitamos recordarnos a nosotros mismos que Merton escribía
contra el telón de fondo de la Guerra Fría, con la posibilidad real de una
guerra nuclear.
Era inconcebible que la Iglesia escapara de su censura. Veía a una Iglesia
que había perdido el norte en un mundo poscristiano. Abogaba por una Iglesia
que entrara en un diálogo sin reservas con el mundo. Buscaba una Iglesia que no
solo representara el pasado sino que pudiera realmente abrazar el futuro.
Quería una orientación mucho más contemplativa en la vida de la Iglesia, pero
también quería que la Iglesia volviera a descubrir su vocación profética, que
fuera «una fuerza de choque para el mundo, un signo de contradicción».
Y, por supuesto, a través de su extensa correspondencia –con judíos,
musulmanes, hindúes, budistas–, llegó a ser uno de los precursores del diálogo
entre comunidades mundiales de fe. Quería un libre intercambio de ideas, de
experiencias. Quería explorar esa herencia compartida de la sabiduría
contemplativa sin la cual, así lo creía, los hombres y mujeres nunca
encontrarían su verdadera humanidad.
Lo que el Diccionario de Thomas Merton pone en evidencia es que Thomas
Merton descubrió una dimensión de la existencia humana que durante mucho tiempo
se le había escapado. Descubrió la espiritualidad, una espiritualidad muy
antigua centrada en la conciencia de la divina presencia. Esta espiritualidad
contemplativa fue el regalo de Merton a la comunidad cristiana; regalo no en el
sentido de que él la inventara, sino en el de que la rescató del lugar marginal
que había ocupado durante mucho tiempo. Básicamente, la espiritualidad
contemplativa no tiene que ver con la oración ni con los métodos de oración. No
es un simple compartimento de la vida humana; abarca todos y cada uno de los
aspectos de nuestras vidas y todas nuestras relaciones: con Dios, con los
otros, con todo el universo creado.

Compendio del blog “Amigos de Merton”
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