Nunca existió una buena guerra ni una mala paz.
Benjamin Franklin
Enviado por Alvaro Melgar, sentado ante la TV estos días, como
introducción al silencio del finde
Si sientes odio que te quema
por dentro mientras oyes la opinión de ese listo de la tele al que no soportas,
eso hace que le oigas, sí, pero no que le escuches. Para que le escucharas y
pudieras comprender su punto de vista, o tuvieras compasión por él, tendrías
que estar en paz. Y no lo estás, porque tiñes todo lo que percibes con tu
propia emoción.
No estás en paz.
Si odias es
que te está consumiendo el odio, o el miedo, o la negación, o tus prejuicios, o
las fidelidades inconscientes. Y eso, no te hace feliz, ni nunca podría
hacerlo. Nada bueno puede salir de tu odio, porque el mal solo multiplica el
mal y no lo cura. Sin saberlo se está extendiendo un lado oscuro dentro de ti y
entre los tuyos y produciendo un daño que destruye la felicidad en la tierra.
Es un incendio. Es la guerra.
Pero esto puede ser curado de
dos maneras: la primera a través de
tu propia comprensión es decir a través del “discernimiento”. Para
comprenderte es necesario que te entiendas y para entenderte es necesario que
te mires. Pero no sabes mirarte porque estás lleno de malas emociones, de
miedos, y de dudas. Y eso te haría caer en la cuenta de que, a lo mejor, eres,
cobarde, ignorante y no tan bueno y justo como supones. ¿Quién querría verse
así?
Pero esto no es la verdad
completa. El niño inocente que fuiste y que vive en el fondo de ti, se daría
cuenta, si mirara atentamente, porque no está tan ofuscado. De hecho, es ese
niño quien lee esto, más allá de la rabia, y el miedo, o la duda que sientes
mientras ahora lo estás leyendo.
La segunda manera de entenderte es a
través del sufrimiento inevitable, porque permite expresar el
dolor que hay en el fondo de ti y doblegarte. Y al rendirte podrás perdonar y
perdonarte y quererte de nuevo, y recuperar la inocencia y la bondad y el placer
de la verdad, que fue original en ti, antes de que no te quisieras, quizás
porque no te querían cómo tú creías que lo necesitabas.
El dolor es la pena por
desamor. Y el dolor te da miedo. Y el miedo hace que te pongas agresivo, para
defenderte. Es la agresividad que llevas tapando durante tantos años. Y por eso
sale a borbotones cuando ves al de la tele.
Ese de la tele, querido amigo,
también dice lo malo y lo estúpido porque sufre. Quizá no te lo parece y en
esto te equivocas. Lo sigues viendo y juzgando como un listo. Pero ser listo
está muy lejos de ser sabio. El sabio no sufre demasiado, el listo sí. El que
no sufre y es adulto, es bueno. Si no distingues los sabios de los
listos es porque casi todos los que oyes son listos, y has tenido
pocas ocasiones de escuchar a personas sabias. Algunas haberlas las hay, aunque
tú apenas las distingas. En realidad solo se reconocen entre ellas. Pero eso no
es tu culpa.
Cabe la posibilidad de que ni
la comprensión, ni el sufrimiento te den la oportunidad de mejorarte y eso te
llevará a otras tres salidas: la primera es casi como una locura:
separarte de la realidad y comenzar a vivir aislado en tu propio mundo interno.
Prefieres tener razón a ser feliz, tener razón a ver la realidad. Literalmente,
una verdadera locura.
La segunda salida es la
parálisis: tratar de no sentir, quedarte como muerto, ser un zombi
que deja pasar el tiempo, sin esperanzas, por tanto, sin vivir.
La tercera es morir poco a
poco de tristeza y odio, sintiéndote fracasado, perdiendo los
días entre decepciones y rabias, buscando sin darte cuenta la muerte.
Mejor será intentar curarnos.
Date cuenta de que todo
lo que sientes y piensas del otro, no es el otro. No lo es. Eres tú:
son tus pensamientos, son tus sentimientos, son tus emociones. Y uno debería
poder sentirse responsable de uno mismo. Si lo haces, podrás mirarte con amor y
compasión y poder curarte. En el fondo te gustaría, pero da pereza el esfuerzo.
Sí, es duro, pero es tu responsabilidad, porque es necesario para tu felicidad.
Imagino que aún deseas ser feliz. Y ayudar a hacer felices a los otros. ¿O
prefieres la guerra?
Por todo esto, cuando salga en
la tele ese listo, o ese tonto, o ese malo, obsérvate primero a ti mismo
mientras le escuchas. Hazte responsable de ese odio y recíclalo
dentro de ti, hasta que se elimine. No dejes que te vaya lastimando y
deteriorando, haciendo mayor este mundo de insensatos, que acceden al poder, a
los medios de comunicación, a las redes sociales. No seas un agente del ciclo
interminable de dolor y venganza que produce daño, temor y guerra.
Para emprender este camino es
imprescindible una buena dosis de silencio inicial, que nos permita acallar, no
solo el odio y la rabia, sino el alboroto interno que todo lo desfigura y lo
trastoca.
Todo esto no es pesimista. Es
exactamente lo contrario.
Quizá no, quizá tú ya vivas en
paz, con buenos sentimientos y amor a la belleza de la verdad cuando ves
invocar a la guerra al listo de la tele.
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