sábado, 7 de octubre de 2017

Finde octubre 2017. Texto de ambientación 4



 Nunca existió una buena guerra ni una mala paz. 
Benjamin Franklin
Enviado por Alvaro Melgar, sentado ante la TV estos días, como introducción al silencio del finde

Si sientes odio que te quema por dentro mientras oyes la opinión de ese listo de la tele al que no soportas, eso hace que le oigas, sí, pero no que le escuches. Para que le escucharas y pudieras comprender su punto de vista, o tuvieras compasión por él, tendrías que estar en paz. Y no lo estás, porque tiñes todo lo que percibes con tu propia emoción.
No estás en paz.
Si odias es que te está consumiendo el odio, o el miedo, o la negación, o tus prejuicios, o las fidelidades inconscientes. Y eso, no te hace feliz, ni nunca podría hacerlo. Nada bueno puede salir de tu odio, porque el mal solo multiplica el mal y no lo cura. Sin saberlo se está extendiendo un lado oscuro dentro de ti y entre los tuyos y produciendo un daño que destruye la felicidad en la tierra. Es un incendio. Es la guerra.
Pero esto puede ser curado de dos maneras: la primera a través de tu propia comprensión es decir a través del “discernimiento”. Para comprenderte es necesario que te entiendas y para entenderte es necesario que te mires. Pero no sabes mirarte porque estás lleno de malas emociones, de miedos, y de dudas. Y eso te haría caer en la cuenta de que, a lo mejor, eres, cobarde, ignorante y no tan bueno y justo como supones. ¿Quién querría verse así?
Pero esto no es la verdad completa. El niño inocente que fuiste y que vive en el fondo de ti, se daría cuenta, si mirara atentamente, porque no está tan ofuscado. De hecho, es ese niño quien lee esto, más allá de la rabia, y el miedo, o la duda que sientes mientras ahora lo estás leyendo.
La segunda manera de entenderte es a través del sufrimiento inevitable, porque permite expresar el dolor que hay en el fondo de ti y doblegarte. Y al rendirte podrás perdonar y perdonarte y quererte de nuevo, y recuperar la inocencia y la bondad y el placer de la verdad, que fue original en ti, antes de que no te quisieras, quizás porque no te querían cómo tú creías que lo necesitabas.
El dolor es la pena por desamor. Y el dolor te da miedo. Y el miedo hace que te pongas agresivo, para defenderte. Es la agresividad que llevas tapando durante tantos años. Y por eso sale a borbotones cuando ves al de la tele.
Ese de la tele, querido amigo, también dice lo malo y lo estúpido porque sufre. Quizá no te lo parece y en esto te equivocas. Lo sigues viendo y juzgando como un listo. Pero ser listo está muy lejos de ser sabio. El sabio no sufre demasiado, el listo sí. El que no sufre y es adulto, es bueno. Si no distingues los sabios de los listos es porque casi todos los que oyes son listos, y has tenido pocas ocasiones de escuchar a personas sabias. Algunas haberlas las hay, aunque tú apenas las distingas. En realidad solo se reconocen entre ellas. Pero eso no es tu culpa.
Cabe la posibilidad de que ni la comprensión, ni el sufrimiento te den la oportunidad de mejorarte y eso te llevará a otras tres salidas: la primera es casi como una locura: separarte de la realidad y comenzar a vivir aislado en tu propio mundo interno. Prefieres tener razón a ser feliz, tener razón a ver la realidad. Literalmente, una verdadera locura.
La segunda salida es la parálisis: tratar de no sentir, quedarte como muerto, ser un zombi que deja pasar el tiempo, sin esperanzas, por tanto, sin vivir.
La tercera es morir poco a poco de tristeza y odio, sintiéndote fracasado, perdiendo los días entre decepciones y rabias, buscando sin darte cuenta la muerte.
Mejor será intentar curarnos.
Date cuenta de que todo lo que sientes y piensas del otro, no es el otro. No lo es. Eres tú: son tus pensamientos, son tus sentimientos, son tus emociones. Y uno debería poder sentirse responsable de uno mismo. Si lo haces, podrás mirarte con amor y compasión y poder curarte. En el fondo te gustaría, pero da pereza el esfuerzo. Sí, es duro, pero es tu responsabilidad, porque es necesario para tu felicidad. Imagino que aún deseas ser feliz. Y ayudar a hacer felices a los otros. ¿O prefieres la guerra?
Por todo esto, cuando salga en la tele ese listo, o ese tonto, o ese malo, obsérvate primero a ti mismo mientras le escuchas. Hazte responsable de ese odio y recíclalo dentro de ti, hasta que se elimine. No dejes que te vaya lastimando y deteriorando, haciendo mayor este mundo de insensatos, que acceden al poder, a los medios de comunicación, a las redes sociales. No seas un agente del ciclo interminable de dolor y venganza que produce daño, temor y guerra.
Para emprender este camino es imprescindible una buena dosis de silencio inicial, que nos permita acallar, no solo el odio y la rabia, sino el alboroto interno que todo lo desfigura y lo trastoca.
Todo esto no es pesimista. Es exactamente lo contrario.
Quizá no, quizá tú ya vivas en paz, con buenos sentimientos y amor a la belleza de la verdad cuando ves invocar a la guerra al listo de la tele.

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