martes, 24 de octubre de 2017

Textos de Reflexión Finde Octubre (7 de 7)



Diez Alegría comenta palabras de S. Basilio en s. IV

José María Diez Alegría, profesor durante muchos años en la Universidad Pontificia de Roma y gran conocedor de textos antiguos en la tradición de la Iglesia, traduce uno de San Basilio, que si no fuera por la honestidad incuestionable de quien lo presenta, pensaríamos que se trata de una burda y grosera manipulación de un traductor mal intencionado.


Según señala dicho profesor, “…con el nombre de “Santos Padres” se distingue a ciertos obispos y otros escritores cristianos de reconocida ejemplaridad, considerados como testigos privilegiados de la fe en los primeros siglos del cristianismo. El siglo IV se encontraban en una situación análoga a la nuestra. Se estaba produciendo una progresión del latifundismo, que constituyó el substrato para la instauración del feudalismo medieval y ellos asisten impotentes a esta concentración arrolladora de la gran propiedad. Su mensaje es de “comunidad” o “comunicación” de bienes, en razón de una justicia social solidaria.

San Basilio fue uno de ellos. Nació en Cesárea, capital de Capadocia, en Asia Menor, a mediados del año 329. El 14 de junio de año 370 fue nombrado arzobispo de esa ciudad. Antes de cumplirse doce meses de su nombramiento, el emperador arriano Valente llegó a Cesárea, después de una despiadada campaña de persecuciones en Bitrina y Galacia. Envió delante suyo al prefecto Modesto, con la misión de convencer a Basilio para que se sometiera o, por lo menos, accediera a tratar algún tipo de compromiso. Varios antes que él habían renegado por miedo, pero Basilio le respondió:

¿Qué me vas a poder quitar si no tengo ni casas ni bienes?, ¿Acaso me vas a atormentar? Es tan débil mi salud, que no resistiré un día de tormento sin morir y no podrás seguir atormentándome. ¿Me vas a desterrar? A cualquier sitio a donde me destierres, allá estará Dios, y allí estará mi patria, y allí me sentiré contento.

Basilio murió el 1º de enero del año 379, a la edad de cuarenta y nueve años, agotado por la austeridad en que había vivido, el trabajo incansable y una penosa enfermedad. Toda Cesárea quedó enlutada y sus habitantes lo lloraron como a un padre y a un protector. Los paganos, los judíos y los cristianos se unieron en el duelo.

He aquí sus palabras:

 “¿A quién hago injusticia reteniendo y conservando lo que es mío? -dice el rico.
Dime, ¿qué cosas son tuyas?
Es como si uno, después de ocupar su puesto en el teatro, impidiera ver a los que entran después, pensando que es suyo propio lo que está puesto delante para utilidad de todos: así son también los ricos.
Porque, adelantándose a coger las cosas comunes, se las apropian en razón de esa prevención. Porque si cada uno se contentase con tomar lo que necesita, ninguno sería rico, ninguno pobre.
Pero tú, acumulándolo todo en los antros de una avaricia inextinguible y privando a tantos de estos bienes ¿te crees que a nadie le haces injusticia?
Quién es el avaro? El que no se contenta con lo suficiente.
¿Quién es el ladrón? El que quita lo ajeno.
¿Acaso no eres tú avaro? ¿No eres ladrón?.
Tú, quiero decir, que te apropias las cosas que recibiste para distribuirlas.
¿Es que se va a llamar ladrón a quien desnuda al que está vestido y va haber que dar otro nombre al que no viste al desnudo, pudiendo hacerlo?
El pan que tu retienes es del hambriento. El abrigo que tienes guardado en el armario es del desnudo. El calzado que está pudriéndose en tu poder es del descalzo, la plata que tienes enterrada es del necesitado.
En conclusión, cuantos son los hombres a quienes podrías dar, tantas son las injusticias que cometes.”

Difícil encontrar palabras más subversivas, ajustadas y clarividentes para denunciar la injusticia del orden establecido. Estas peroratas fueron escritas y por supuesto, leídas y proclamadas ante las autoridades competentes, hace dieciocho siglos, por un hombre, que ha sido considerado dentro de la tradición cristiana, (y en teoría lo sigue siendo), nada menos que como Santo Padre de la Iglesia.

Repasemos la casuística que utiliza el bueno de San Basilio, empezando por esa desfachatez en llamar al pan, pan y al vino, vino, como si fuera un adolescente irreflexivo en plena ebullición contestataria.

¿Quién puede –exclama- apropiarse para su propio provecho de lo que es común de todos? ¿cómo no llamar ladrón al que se adelanta a coger “preventivamente” las cosas comunes?. Esta insolidaria actuación, no ya a través de la “guerra preventiva”, sino a través de la “propiedad preventiva”, es la causa de todas las injusticias. Y a sus autores no les dice “sois poco caritativos”, “egoístas”, “malos cristianos”. Les llama lisa y llanamente: “ladrones”, “ladrones repletos de una avaricia inexcusable”.

Continúa después con una perogrullada que haría sonrojarse a cualquiera: “Si todos nos contentáramos con lo necesario no habría ni pobres ni ricos”. Y nuevamente da otra vuelta de tuerca a lógica implacable de sus razonamientos, que sigue derroteros cada vez más ásperos.:...”No dudamos en llamar ladrón a quien desnuda al que está vestido. Pero ¿alguien sabe otra manera más fundada de nombrar a quien no viste al desnudo, pudiendo hacerlo?

Finalmente hace un ataque en plena línea de flotación a la propiedad privada, de tal forma que no creo que pudiera ser tenida como legal dentro del ordenamiento jurídico de nuestra actual “Constitución Española”. Fundamenta el “compartir” no en el hecho de que los que más tenemos debamos ser generosos con los que tienen menos, sino en que realmente, lo que tenemos no nos pertenece. El pan es del hambriento. No dice “tienes que darle “tu” pan al hambriento, como un gesto de caridad. Sino simplemente “es suyo” y debes devolvérselo. El abrigo que tienes guardado es del desnudo. No que debas ceder generosamente “tu” abrigo a quien lo necesita. Es suyo, sin más y debes devolvérselo. Y el calzado que se pudre en tu poder es también del descalzo. No que debas ser magnánimo y compasivo con aquel que no lo tiene. Sencillamente también es suyo y debes devolvérselo.

Este texto, como tantos otros que Díez Alegría recoge en su libro, pertenecen a la doctrina oficial de esa misma Iglesia, qué aunque no los haya censurado por heréticos, si los ha ocultado lo suficiente, como para que solo los muy eruditos hayan tenido acceso a ellos. A los demás se nos ha privado de recibir ese aire fresco que hubiera supuesto en nuestra juventud una lectura así de arriesgada, comprometida y solidaria.

Como texto a analizar en cualquiera de nuestras muy distinguidas Escuelas de Negocio no tendría desperdicio. Menos mal que autores como éste son los suficientemente desconocidos por la intelectualidad bien pensante, como para que a creyentes y no creyentes no le planteen demasiados problemas.

No vamos a entrar en reproches tardíos, porque es cierto que el hombre que no ha aceptado sus propias limitaciones, siempre encuentra a alguien a quien poder culpar de ellas. Pero si la palabra solidaridad ha tenido hasta ahora, un significado evidente, a partir de nuestro encuentro con este personaje del siglo IV va a ser difícil prescindir de la radical perspectiva que él establece. Su último aviso golpea como un martillo inmisericorde la apacible tranquilidad en que solemos acomodar nuestros entumecidos compromisos: “En conclusión, cuantos son los hombres a quienes podrías dar, tantas son las injusticias que cometes.”

Podemos hacernos la ilusión de pensar que estas diatribas tenían sentido en aquella sociedad clasista, llena de privilegios de los poderosos y que afortunadamente las diferencias sociales han ido disminuyendo a lo largo de los siglos. Nuestras circunstancias son diferentes. Hoy día hay una mayor igualdad social y tenemos una economía desarrollada con un alto grado de protección ante el desempleo, reconocimiento de la igualdad de todos los hombres, etc. etc. Pero en realidad no es así.

Los informes de la Organización Mundial de la Salud señalan que en el África subsahariana sólo la mitad de los niños tienen acceso a las vacunas contra tuberculosis, sarampión, tétanos y tosferina. Con una modesta cantidad de dinero todos los niños del mundo podrían estar vacunados. Mientras se emiten estos informes, la Asociated Press nos anuncia que las mascotas de Palm Beach están a punto de tener su propia revista y acuden a fiestas de cumpleaños de más de mil dólares. Tienen pólizas de seguro, lo mismo que el 14% de los 14,4 millones de perros y gatos de Gran Bretaña.

No quiero ni imaginar lo que hubiera dicho Basilio en estas circunstancias. ¿Es que ya no hay hombres así? ¿O él en nuestro siglo XXI habría hablado de otra manera?. Cada uno debe responderse con honestidad a esta pregunta.

Los testimonios que denuncian la injusticia ni empezaron ni terminaran con San Basilio. Solo tres ejemplos más:

En cierta ocasión alguien la preguntó al santo hindú Swami Ramdas que un agnóstico occidental había dicho. -Yo no creo en Dios. Si lo hiciera tendría que buscarlo y estrangularlo por todo el sufrimiento que ha originado en el mundo- Y Swami Ramdas respondió -Si yo me encontrara con ese hombre, tomaría sus manos, se las pondría alrededor de su cuello y le diría: ”¡Adelante! Aquí tienes a  alguien que está causando sufrimiento ¡Estrangúlalo!-

Otro, las palabras del Profeta Isaías (capítulo 58, versículos 5-12):
¿Es este el ayuno que me agrada, el día en que el hombre se mortifica?
¿Doblar como un junco la cabeza, acostarse sobre saco y ceniza?
¿A eso le llamáis ayuno, día agradable a Yavé?
El ayuno que yo quiero es este:
Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos,
dejar libres a los oprimidos, romper todos los yugos;
repartir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo,
vestir al que ves desnudo y no apartarte del que es tu propia carne.

Y otra del siempre sorprendente Albert Einstein, persona llena de rigor científico pero también de preocupación por la dimensión ética y moral del hombre: “La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa.”  
Alvaro

(Es impactante. Menos centrado en la Política explicita.)


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