TEXTOS 1
Historias reales para reflexionar.
Analiza las características del “YO” de cada uno de los personajes.
Compáralas con tu propio y secreto “YO”.
¿Cuál es nuestra capacidad de someter nuestro “YO” a la autocrítica?
***
Hoy treinta de abril de 2003 me han pasado una hoja escrita con una
historia que circula por Internet.
Hace muchos años, trabajando como voluntario en un Hospital de Stanford,
conocí a una niñita llamada Liz que sufría de una extraña enfermedad. Su única
oportunidad de recuperarse era una transfusión de sangre de su hermano de 5
años, que había sobrevivido milagrosamente a la misma enfermedad y había
desarrollado los anticuerpos necesarios para combatirla. El doctor explicó la
situación al hermano de la niña y le pregunto si estaría dispuesto a dar su
sangre a su hermana.
Yo lo vi dudar por un momento, antes de dar un largo suspiro y decir:
Si, lo haré, si eso salva a Liz.
Mientras la transfusión continuaba, él estaba acostado en una cama al
lado de la niña y sonreía mientras nosotros lo asistíamos a él y a su hermana.
Todos nos alegramos viendo retornar el color a las mejillas de Liz. Entonces la
cara del niño se puso pálida y su sonrisa desapareció. Miró al doctor y le
pregunto con voz temblorosa ¿A qué hora empezaré a morirme?
Siendo solo un niño, había entendido que debía dar toda su sangre a su
hermana.
Cuando todavía no hemos aprendido demasiado de la vida, de su crueldad,
de su barbarie, podemos entregarla con la misma naturalidad que el hermano de
Liz. Después, nuestras generosidades no encuentran la respuesta que esperábamos
y la solidaridad espontánea deja paso a los resentimientos y reproches.
El
País Lunes 17 de Marzo de 2003.
Una pacifista de EE UU muere aplastada por
una excavadora israelí en Gaza
Una
pacifista norteamericana, Raquel Corey de 23 años, murió ayer aplastada por una
excavadora del ejército israelí en un campo de refugiados de Gaza cuando
trataba de impedir que los soldados destruyeran una casa. La víctima formaba
parte del grupo Movimiento de Solidaridad Internacional, que desde principios
de la Intifada actúa en los territorios palestinos como escudos humanos
tratando de impedir la demolición de viviendas.
La
activista, armada de un megáfono y de una pancarta, trataba de convencer al
soldado, conductor de la excavadora, para que no llevara a término la
demolición de la vivienda, cuando el vehículo se puso en marcha aplastando con
su pala a la muchacha. El conductor dio luego marcha atrás a la excavadora, que
pasó nuevamente sobre el cuerpo de la víctima. La casa finalmente no fue
destruida.
Raque era una estudiante de la Universidad de Olympia (Washington) y con la
asociación pacifista a la que pertenecía había organizado iniciativas con
ocasión del aniversario del 11 septiembre, en memoria de las víctimas del
desastre y en contra de la guerra en Afganistán.
Había decidido pasar de la teoría a una acción más
comprometida, marchándose a Israel, donde se había unido a un grupo de
palestinos del Movimiento Internacional de la Solidaridad. Con esta Asociación
participaba en acciones para bloquear las excavadoras israelíes, que intentaban
abatir las casas de los kamikazes palestinos y de sus familiares. Las
autoridades israelíes han dado diferentes versiones del suceso desmintiendo a los
testigos. Raquel Corrie perdió la vida mientras defendía con su propio cuerpo el
derecho de los ciudadanos palestinos a tener un techo y una tierra.
En el estado de Israel el
miedo nacido del recuerdo a la terrible persecución que padecieron los judíos
sigue influyendo en la política de seguridad de las actuales autoridades y
secuestra la posibilidad de iniciar un autentico camino hacia una paz justa en
la región.
Durante la II Guerra Mundial, Maximiliano Kolbe, fue apresado por la
Gestapo acusado de proteger a los judíos y llevado a Auschwitz el día 28 de
mayo de 1941 con otros 320 presos. Le tatuaron con el número 16.670.
El muro más sólido para evitar fugas de aquel campo de prisioneros era
la solidaridad entre sus ocupantes. A ella apelaban los carceleros cuando
dijeron que se ejecutaría a diez presos por cada uno que se escapara. Ahora en
Israel las autoridades utilizan también la solidaridad humana para evitar
atentados y toman represalias sobre la familia de los terroristas suicidas.
No siempre era suficientemente esta muralla en Auschwitz, como tampoco
lo es ahora en Gaza y un día un prisionero escapó. El comandante del campo se
dispuso elegir a los diez presos para morir en las celdas del hambre.
"¡Quítense los zapatos!", ordenó el oficial, porque descalzos
y desnudos debían ir al suplicio.
-“Decidles adiós a mi mujer, a mis hijos”, dijo con un desgarrador
lamento Francisco Gajowniczek, uno de los prisioneros designados. Entonces otro
dio un paso al frente y se atrevió a lo que nunca nadie hacía: hablar
directamente al comandante.
«Kolbe, es Kolbe», se pasaban la noticia sigilosamente unos a otros.
¿Qué quieres cerdo polaco? Él se quitó el gorro de preso y dijo sin levantar la
cabeza: -Señor comandante... yo le pido permiso para ocupar el puesto de uno de
los condenados.
Todos los presentes pensaron que aquella estupidez solo lograría que en
vez de diez fueran once los destinados a morir. Por un momento el comandante
dudó. -¿Morir tú en su lugar? ¿Por qué? -Yo estoy viejo y enfermo, ya no sirvo
para trabajar.
Él era el jefe del campo de prisioneros. Él era quien decidía. Nunca
podremos saber si finalmente prefirió ser justo y respetar el número
establecido o simplemente sorprender a todos. -¿A cuál de los condenados
quieres sustituir? -A ese que tiene
mujer y tiene hijos. -De acuerdo, tú ocuparás su lugar.
A los diez condenados los encerraron todos juntos, en la celda del
hambre, en el sótano, el famoso bunker de la muerte. Ni un trozo de pan, ni una
gota de agua durante los quince días que duro la agonía. Por todo el campo se
pudieron oír sus lamentos hasta que pereció el último.
El día en que Pablo VI beatificaba al cura franciscano Maximiliano
Kolbe, llegó a Roma desde Polonia con los peregrinos un viejecito superviviente
de Auschwitz de nombre Francisco Gajowniczek.
Esta generosa manera de entregar la vida ocurrida
hace ahora 60 años es la misma que nos ofrecía Raquel Corrie, la joven pacifista que con su
coraje quiso parar de forma pacífica las injusticias de una guerra interminable
en Palestina.
Nos debería resultar natural
aceptar que estos sentimientos de crueldad y miedo o de generosidad y esperanza
son parte inseparable de los personajes reales que forman nuestra humanidad
desconfiada y solidaria escribiendo su propio destino.
Seguramente el soldado israelí
que aplastó a Raquel no conoce la historia de Maximiliano Kolbe. Probablemente algún familiar antepasado
suyo haya estado muy cerca de aquellos diez prisioneros que murieron en Auschwitz en junio de 1941. Nosotros sabemos que el
soldado israelí, el cura polaco y la pacifista norteamericana son parte de la misma historia.
El
País Jueves 3 de Octubre de 2002.
Sangre judía en un cuerpo palestino
Yasmin
Abu Ramila, una niña palestina de seis años, vivirá gracias al riñón de Yoni
Jesner, un muchacho judío de origen escocés de 19 años, muerto en un atentado
suicida perpetrado por un terrorista de Hamás contra un autobús de transporte
público en el centro de Tel-Aviv, en el que fallecieron otras cinco personas y
más de sesenta resultaron heridas. El proceso de trasplante ha culminado con
éxito en un hospital israelí. La intifada ha impedido a los familiares de
Yasmina y Yoni intercambiar una sola palabra. “No he podido aún dar las gracias
a la familia Jesner, no he tenido ocasión de hablar nunca con ellos” asegura
Fuar, padre de Yasmin.
Una
semana antes había aparecido en el periódico el comienzo de esta historia.
El
País Martes 24 de Septiembre de 2002.
Un transplante contra el fanatismo
Yoni
Jesner y Yasmin Abu Ramila crecieron en mundos muy distintos. Separados por la
religión y miles de millas de distancia tuvieron infancias muy diferentes. Yoni
Jesner era un brillante estudiante judío en Glasgow. Se encontraba en Israel
para un período de dos años sabáticos dedicados a estudiar religión, antes de
empezar sus estudios de medicina en el King’s College de Londres.
La
cuna de la pequeña Yasmin fue una Ramala destrozada por la guerra entre árabes
e israelíes. A sus siete años hacía ya más de dos que sufría de fallos
constantes al riñón.
“La
gente puede reservarse el derecho de a quien donan un órgano, especialmente
cuando se trata de un atentado terrorista, pero en ningún momento éste fue el
caso” dijo Tamar Ashkenazi director general de la Organización Israelí de
Transplantes. “Esa familia solo pensaba en salvar una vida”
Ari
Jesner hermano mayor de Yoni Jesner declaraba: “El principio de salvar una vida
es uno de los grandes valores del judaísmo, en los que se basa el estado de
Israel. Lo único importante es que se ha salvado la vida de un ser humano.
Estamos orgullosos y felices de que la memoria de Yoni siga viva de alguna
manera. Esta es la forma en que Yoni hubiera querido que se hicieran las cosas”
Parece imposible que entre los individuos de nuestra especie se den
situaciones con tan terribles paradojas. Generosidad y fanatismo se cruzan en
un cortísimo espacio de tiempo y lugar. Un terrorista islámico entrega su vida,
por un ideal llevado al límite, que ha logrado anular su instinto de
conservación, convirtiéndose en mártir. Y ese acto heroico de entrega
voluntaria de su vida ha quitado la vida a otros seres humanos como él. Pero al
mismo tiempo y muy cerca de allí, este hecho provoca que el cuerpo destrozado
de una de las víctimas se convierta en vida para una niña palestina enferma.
Que dos hechos como estos, coincidan en tiempo y espacio, supone que
estamos ante factores emocionales que nublan la racionalidad de nuestros
sentimientos. ¿Cómo es posible, que sucesos como estos no hagan reflexionar a
unos y otros sobre lo absurdo de un interminable odio que durante décadas ha
traído dolor y sufrimientos a tantas personas que se merecían otro destino?.
¿No pertenecen todos a la misma tribu humana que habita este planeta? ¿Son tan
distintos unos y otros, como para no poder convivir en vecindad, para no poder
compartir una tierra, un aire y un sol, que nos pertenece a todos?.
Seguramente no son tan diferentes, pues sino ¿cómo órganos judíos
pueden ser implantados en un niña palestina? o ¿será simplemente porque el odio
no se trasmite a través de nuestro ADN?.
Lamentablemente tampoco se trasmiten biológicamente las inmensas
cantidades de generosidad que a veces surgen entre ciertos ejemplares de la
raza humana. De momento tenemos que conformarnos con verlos pasar a nuestro
lado, dar un suspiro de admiración y esperar a que, tal vez, en otro momento de
la historia, surja en el firmamento una nueva estrella fugaz que ilumine
brevemente nuestro camino.
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