A juicio de Eckhart, si algo nos caracteriza es la ausencia o carencia de
infinitud, de ser, de completitud en definitiva.
Por su parte, la divinidad estaría
constituida por la más pura indeterminación: por ello, frente a Dios (Ser absoluto),
quedamos hechos de una nihilidad que,
lejos de hundirnos en una inoperante y estéril nada, supone el aguijón
para acercarnos, cada vez más, a la Unidad originaria, al Uno, allí donde todas
las diferencias dejan de existir. Un conocimiento que empuja a Eckhart al deseo de aprehender lo inefable.
Por ello, un ánimo
libre es aquel que no se perturba por nada ni está atado a nada, ni tiene atado
lo mejor de sí mismo a ningún modo, ni mira por lo suyo en cosa alguna. En tu
fuero íntimo no surge nunca ninguna discordia que no provenga de la propia
voluntad, no importa si se la nota o no. Quien te perturba eres tú mismo a
través de las cosas y circunstancias, porque te comportas desordenadamente
frente a ellas. Por ende, comienza primero contigo mismo y ¡renuncia a ti
mismo! De cierto, si no huyes primero de tu propio yo, adondequiera que huyas
encontrarás estorbos y discordia, sea donde fuere.
Para Eckhart, convivimos con el enemigo a cuestas,
al que debemos prestar combate constante y vorazmente: un yo (ese
“fastidioso” o “penoso” yo al que tanto aludirá y tan bien caracterizará siglos
más tarde Schopenhauer) que se traduce en una
voluntad de querer ser todo en todo momento y a pesar de todo y de todos.
El anhelo de Eckhart es conducir a sus lectores y oyentes a la esencia de lo
Uno, a lo que se encuentra más allá de cualquier multiplicidad y diferenciación
mundana, y que constituye, al fin, el origen de cuanto existe, al margen de lo
que llamamos realidad.
El ánimo libre se
caracteriza porque es “capaz de hacer todas las cosas”, escribe el propio
Eckhart. Una antropología volitiva que se traduce en un impulso por el desasimiento (por
desprenderse del aguijón constante de nuestra voluntad): “Quien renuncia a su
voluntad y a sí mismo, ha renunciado tan efectivamente a todas las cosas como
si hubieran sido de su libre propiedad y él las hubiera poseído con pleno
poder”. Ahora bien, esta lucha nunca se
agota, pues “en esta vida nunca hombre alguno se ha desasido de sí mismo
sin haber descubierto que debe desasirse aún más”. Un combate que hará
suyo -en el turbulento siglo XX- la pensadora, de tan intensa y funesta
existencia, Edith Stein, en su curso de
1929 sobre La estructura de la persona humana. En
este texto, exponía la pensadora alemana que:
“Aunque abandonado a sí mismo, el hombre
no queda sin embargo totalmente a merced de las fuerzas oscuras: la luz de la
razón no se ha apagado en él por completo, y conserva la libertad. De esta
manera, todo hombre tiene la posibilidad de luchar contra su naturaleza inferior,
si bien siempre estará en peligro de ser vencido, y nunca logrará por sus
propias fuerzas la victoria total. Ello se debe, por un lado, a que ha de
pugnar con enemigos invisibles; por otro, a que tiene al traidor detrás de sus
propias líneas: la voluntad. Con todo, durante esta vida el hombre permanece
sometido a la necesidad de luchar.
Tender a este objetivo sin desviarse de él; ésta debe ser la pauta para
toda su vida.”En uno de los escritos más importantes de Eckhart, de título
elocuente (Del desasimiento), asegura que “el puro desasimiento
supera a todas las cosas”, en virtud del cual ya no se persigue cosa alguna:
“no quiere estar ni por encima ni por debajo, quiere subsistir por sí mismo sin
consideración de nadie”, ya que quien desea ser “esto o aquello, quiere ser
algo: el desasimiento, en cambio, no quiere
ser nada”, y por ello, en el sujeto que lo ha alcanzado, las cosas
permanecen libres.El verdadero desasimiento no consiste sino en el hecho
de que el espíritu se halle tan inmóvil frente a todo cuanto le suceda, ya sean
cosas agradables o penosas, honores, oprobios y difamaciones, como es inmóvil
una montaña de plomo ante el soplo de un viento leve.
Una impronta, la del
desasimiento, que alude a la distinción entre el “hombre exterior” (propio de
la sensualidad, atado a sus cinco sentidos y a sus inconstantes y molestos
influjos, también denominado por Eckhart “hombre hostil”) y el “hombre interior” o espiritual. El
sufrimiento sólo se da en el mundo de la diferencia, en la pura
representación: sufrimos porque no nos hallamos incluidos en la unidad de la
divinidad, de lo Uno, pues somos “un punto entre el tiempo y la eternidad”, una
condición limítrofe que, a juicio de Eckhart, puede ayudarnos a alcanzar la
consciencia de la futilidad de todo lo existente.
Quien en definitiva
abraza el desasimiento (concepto de capital importancia en alguien como Teresa
de Ávila), “… semejante hombre no busca la tranquilidad porque ninguna
intranquilidad lo puede perturbar… Esta actitud no la puede aprender el ser
humano mediante la huida, es decir, que exteriormente huya de las cosas y vaya
al desierto; al contrario, él debe aprender a tener un desierto interior dondequiera
y con quienquiera que esté.”
Esta persona es
más agradable a Dios pues recibe todas las cosas según su aspecto divino y por más
de lo que son en sí mismas. De veras, para esto se necesita fervor y amor y
hace falta una consideración atenta de la interioridad, un saber vigilante,
verdadero, intelectual y efectivo, que oriente la actitud del corazón hacia las
cosas y los hombres. Esta actitud no la puede aprender el ser humano mediante
la huida, es decir, que exteriormente huya de las cosas y vaya al desierto; al
contrario, se debe
aprender a tener
un desierto interior dondequiera y con quienquiera que se esté. Aprender a
penetrar en las cosas y aprehender a nuestro Dios ahí dentro, y por un vigoroso
esfuerzo interior. Podemos compararlo con alguien que quiere
aprender a
escribir: es claro que si quiere lograr esta destreza, tiene que ejercitarse
mucho y a menudo en esta actividad, por más penoso y difícil que le resulte o
por imposible que le parezca; si está dispuesto a ejercitarse asiduamente y con
frecuencia, lo aprenderá y dominará este arte. Primero tiene que fijar sus pensamientos
en cada letra individual y grabársela muy firmemente en la memoria. Pero más
tarde, cuando ya domina el arte de escribir, no le hacen falta en absoluto la
representación de la imagen ni la reflexión; escribe despreocupada y
libremente… Basta saber que quiere poner en práctica su arte o destreza; y aun
cuando no lo haga siempre de manera consciente, ejecuta su tarea gracias a su
habilidad, sea cual sea su pensamiento.
Adaptado por Jesús
Maestro
Eckhart: la filosofía del desasimiento
Podemos recurrir a un pensador poco
tenido en cuenta en los programas universitarios y académicos: el Maestro Eckhart (ca.1260-1327), uno de los primeros autores que acerca
los más hondos misterios religiosos al pueblo a través de sus tratados y
sermones transmitidos en lengua vernácula, en su caso el alemán, lo que le
procuró fuertes y fatales conflictos con la Iglesia oficial.
A juicio de Eckhart, si algo nos caracteriza es la ausencia o carencia de
infinitud, de ser, de completitud en definitiva. Por su parte, la divinidad estaría
constituida por la más pura indeterminación: por ello, frente a Dios (Ser absoluto),
quedamos hechos de una nihilidad que,
lejos de hundirnos en una inoperante y estéril nada, supone el aguijón
para acercarnos, cada vez más, a la Unidad originaria, al Uno, allí donde todas
las diferencias dejan de existir. Un conocimiento que empuja a Eckhart al deseo de aprehender lo inefable.
Por ello, un ánimo
libre es aquel que no se perturba por nada ni está atado a nada, ni tiene atado
lo mejor de sí mismo a ningún modo, ni mira por lo suyo en cosa alguna. En tu
fuero íntimo no surge nunca ninguna discordia que no provenga de la propia
voluntad, no importa si se la nota o no. Quien te perturba eres tú mismo a
través de las cosas y circunstancias, porque te comportas desordenadamente
frente a ellas. Por ende, comienza primero contigo mismo y ¡renuncia a ti
mismo! De cierto, si no huyes primero de tu propio yo, adondequiera que huyas
encontrarás estorbos y discordia, sea donde fuere.
Para Eckhart, convivimos con el enemigo a cuestas,
al que debemos prestar combate constante y vorazmente: un yo (ese
“fastidioso” o “penoso” yo al que tanto aludirá y tan bien caracterizará siglos
más tarde Schopenhauer) que se traduce en una
voluntad de querer ser todo en todo momento y a pesar de todo y de todos.
El anhelo de Eckhart es conducir a sus lectores y oyentes a la esencia de lo
Uno, a lo que se encuentra más allá de cualquier multiplicidad y diferenciación
mundana, y que constituye, al fin, el origen de cuanto existe, al margen de lo
que llamamos realidad.
El ánimo libre se
caracteriza porque es “capaz de hacer todas las cosas”, escribe el propio
Eckhart. Una antropología volitiva que se traduce en un impulso por el desasimiento (por
desprenderse del aguijón constante de nuestra voluntad): “Quien renuncia a su
voluntad y a sí mismo, ha renunciado tan efectivamente a todas las cosas como
si hubieran sido de su libre propiedad y él las hubiera poseído con pleno
poder”. Ahora bien, esta lucha nunca se
agota, pues “en esta vida nunca hombre alguno se ha desasido de sí mismo
sin haber descubierto que debe desasirse aún más”. Un combate que hará
suyo -en el turbulento siglo XX- la pensadora, de tan intensa y funesta
existencia, Edith Stein, en su curso de
1929 sobre La estructura de la persona humana. En
este texto, exponía la pensadora alemana que:
“Aunque abandonado a sí mismo, el hombre
no queda sin embargo totalmente a merced de las fuerzas oscuras: la luz de la
razón no se ha apagado en él por completo, y conserva la libertad. De esta
manera, todo hombre tiene la posibilidad de luchar contra su naturaleza inferior,
si bien siempre estará en peligro de ser vencido, y nunca logrará por sus
propias fuerzas la victoria total. Ello se debe, por un lado, a que ha de
pugnar con enemigos invisibles; por otro, a que tiene al traidor detrás de sus
propias líneas: la voluntad. Con todo, durante esta vida el hombre permanece
sometido a la necesidad de luchar.
Tender a este objetivo sin desviarse de él; ésta debe ser la pauta para
toda su vida.”En uno de los escritos más importantes de Eckhart, de título
elocuente (Del desasimiento), asegura que “el puro desasimiento
supera a todas las cosas”, en virtud del cual ya no se persigue cosa alguna:
“no quiere estar ni por encima ni por debajo, quiere subsistir por sí mismo sin
consideración de nadie”, ya que quien desea ser “esto o aquello, quiere ser
algo: el desasimiento, en cambio, no quiere
ser nada”, y por ello, en el sujeto que lo ha alcanzado, las cosas
permanecen libres.El verdadero desasimiento no consiste sino en el hecho
de que el espíritu se halle tan inmóvil frente a todo cuanto le suceda, ya sean
cosas agradables o penosas, honores, oprobios y difamaciones, como es inmóvil
una montaña de plomo ante el soplo de un viento leve.
Una impronta, la del
desasimiento, que alude a la distinción entre el “hombre exterior” (propio de
la sensualidad, atado a sus cinco sentidos y a sus inconstantes y molestos
influjos, también denominado por Eckhart “hombre hostil”) y el “hombre interior” o espiritual. El
sufrimiento sólo se da en el mundo de la diferencia, en la pura
representación: sufrimos porque no nos hallamos incluidos en la unidad de la
divinidad, de lo Uno, pues somos “un punto entre el tiempo y la eternidad”, una
condición limítrofe que, a juicio de Eckhart, puede ayudarnos a alcanzar la
consciencia de la futilidad de todo lo existente.
Quien en definitiva
abraza el desasimiento (concepto de capital importancia en alguien como Teresa
de Ávila), “… semejante hombre no busca la tranquilidad porque ninguna
intranquilidad lo puede perturbar… Esta actitud no la puede aprender el ser
humano mediante la huida, es decir, que exteriormente huya de las cosas y vaya
al desierto; al contrario, él debe aprender a tener un desierto interior dondequiera
y con quienquiera que esté.”
Esta persona es
más agradable a Dios pues recibe todas las cosas según su aspecto divino y por más
de lo que son en sí mismas. De veras, para esto se necesita fervor y amor y
hace falta una consideración atenta de la interioridad, un saber vigilante,
verdadero, intelectual y efectivo, que oriente la actitud del corazón hacia las
cosas y los hombres. Esta actitud no la puede aprender el ser humano mediante
la huida, es decir, que exteriormente huya de las cosas y vaya al desierto; al
contrario, se debe
aprender a tener
un desierto interior dondequiera y con quienquiera que se esté. Aprender a
penetrar en las cosas y aprehender a nuestro Dios ahí dentro, y por un vigoroso
esfuerzo interior. Podemos compararlo con alguien que quiere
aprender a
escribir: es claro que si quiere lograr esta destreza, tiene que ejercitarse
mucho y a menudo en esta actividad, por más penoso y difícil que le resulte o
por imposible que le parezca; si está dispuesto a ejercitarse asiduamente y con
frecuencia, lo aprenderá y dominará este arte. Primero tiene que fijar sus pensamientos
en cada letra individual y grabársela muy firmemente en la memoria. Pero más
tarde, cuando ya domina el arte de escribir, no le hacen falta en absoluto la
representación de la imagen ni la reflexión; escribe despreocupada y
libremente… Basta saber que quiere poner en práctica su arte o destreza; y aun
cuando no lo haga siempre de manera consciente, ejecuta su tarea gracias a su
habilidad, sea cual sea su pensamiento.
Adaptado por Jesús
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