viernes, 25 de mayo de 2018

Finde junio 2018: Laa filosofia del desasimiento/ Texto 8

Maestro Eckhart: la filosofía del desasimiento
 Podemos recurrir a un pensador poco tenido en cuenta en los programas universitarios y académicos: el Maestro Eckhart (ca.1260-1327), uno de los primeros autores que acerca los más hondos misterios religiosos al pueblo a través de sus tratados y sermones transmitidos en lengua vernácula, en su caso el alemán, lo que le procuró fuertes y fatales conflictos con la Iglesia oficial.
A juicio de Eckhart, si algo nos caracteriza es la ausencia o carencia de infinitud, de ser, de completitud en definitiva.
Por su parte, la divinidad estaría constituida por la más pura indeterminación: por ello, frente a Dios (Ser absoluto), quedamos hechos de una nihilidad que, lejos de hundirnos en una inoperante y estéril nada, supone el aguijón para acercarnos, cada vez más, a la Unidad originaria, al Uno, allí donde todas las diferencias dejan de existir. Un conocimiento que empuja a Eckhart al deseo de aprehender lo inefable.
Por ello, un ánimo libre es aquel que no se perturba por nada ni está atado a nada, ni tiene atado lo mejor de sí mismo a ningún modo, ni mira por lo suyo en cosa alguna. En tu fuero íntimo no surge nunca ninguna discordia que no provenga de la propia voluntad, no importa si se la nota o no. Quien te perturba eres tú mismo a través de las cosas y circunstancias, porque te comportas desordenadamente frente a ellas. Por ende, comienza primero contigo mismo y ¡renuncia a ti mismo! De cierto, si no huyes primero de tu propio yo, adondequiera que huyas encontrarás estorbos y discordia, sea donde fuere.
Para Eckhart, convivimos con el enemigo a cuestas, al que debemos prestar combate constante y vorazmente: un yo (ese “fastidioso” o “penoso” yo al que tanto aludirá y tan bien caracterizará siglos más tarde Schopenhauer) que se traduce en una voluntad de querer ser todo en todo momento y a pesar de todo y de todos. El anhelo de Eckhart es conducir a sus lectores y oyentes a la esencia de lo Uno, a lo que se encuentra más allá de cualquier multiplicidad y diferenciación mundana, y que constituye, al fin, el origen de cuanto existe, al margen de lo que llamamos realidad.
El ánimo libre se caracteriza porque es “capaz de hacer todas las cosas”, escribe el propio Eckhart. Una antropología volitiva que se traduce en un impulso por el desasimiento (por desprenderse del aguijón constante de nuestra voluntad): “Quien renuncia a su voluntad y a sí mismo, ha renunciado tan efectivamente a todas las cosas como si hubieran sido de su libre propiedad y él las hubiera poseído con pleno poder”. Ahora bien, esta lucha nunca se agota, pues “en esta vida nunca hombre alguno se ha desasido de sí mismo sin haber descubierto que debe desasirse aún más”. Un combate que hará suyo -en el turbulento siglo XX- la pensadora, de tan intensa y funesta existencia, Edith Stein, en su curso de 1929 sobre La estructura de la persona humana. En este texto, exponía la pensadora alemana que:
“Aunque abandonado a sí mismo, el hombre no queda sin embargo totalmente a merced de las fuerzas oscuras: la luz de la razón no se ha apagado en él por completo, y conserva la libertad. De esta manera, todo hombre tiene la posibilidad de luchar contra su naturaleza inferior, si bien siempre estará en peligro de ser vencido, y nunca logrará por sus propias fuerzas la victoria total. Ello se debe, por un lado, a que ha de pugnar con enemigos invisibles; por otro, a que tiene al traidor detrás de sus propias líneas: la voluntad. Con todo, durante esta vida el hombre permanece sometido a la necesidad de luchar.  Tender a este objetivo sin desviarse de él; ésta debe ser la pauta para toda su vida.”En uno de los escritos más importantes de Eckhart, de título elocuente (Del desasimiento), asegura que “el puro desasimiento supera a todas las cosas”, en virtud del cual ya no se persigue cosa alguna: “no quiere estar ni por encima ni por debajo, quiere subsistir por sí mismo sin consideración de nadie”, ya que quien desea ser “esto o aquello, quiere ser algo: el desasimiento, en cambio, no quiere ser nada”, y por ello, en el sujeto que lo ha alcanzado, las cosas permanecen libres.El verdadero desasimiento no consiste sino en el hecho de que el espíritu se halle tan inmóvil frente a todo cuanto le suceda, ya sean cosas agradables o penosas, honores, oprobios y difamaciones, como es inmóvil una montaña de plomo ante el soplo de un viento leve.
Una impronta, la del desasimiento, que alude a la distinción entre el “hombre exterior” (propio de la sensualidad, atado a sus cinco sentidos y a sus inconstantes y molestos influjos, también denominado por Eckhart “hombre hostil”) y el “hombre interior” o espiritual. El sufrimiento sólo se da en el mundo de la diferencia, en la pura representación: sufrimos porque no nos hallamos incluidos en la unidad de la divinidad, de lo Uno, pues somos “un punto entre el tiempo y la eternidad”, una condición limítrofe que, a juicio de Eckhart, puede ayudarnos a alcanzar la consciencia de la futilidad de todo lo existente.
Quien en definitiva abraza el desasimiento (concepto de capital importancia en alguien como Teresa de Ávila), “… semejante hombre no busca la tranquilidad porque ninguna intranquilidad lo puede perturbar… Esta actitud no la puede aprender el ser humano mediante la huida, es decir, que exteriormente huya de las cosas y vaya al desierto; al contrario, él debe aprender a tener un desierto interior dondequiera y con quienquiera que esté.”
Esta persona es más agradable a Dios pues recibe todas las cosas según su aspecto divino y por más de lo que son en sí mismas. De veras, para esto se necesita fervor y amor y hace falta una consideración atenta de la interioridad, un saber vigilante, verdadero, intelectual y efectivo, que oriente la actitud del corazón hacia las cosas y los hombres. Esta actitud no la puede aprender el ser humano mediante la huida, es decir, que exteriormente huya de las cosas y vaya al desierto; al contrario, se debe
aprender a tener un desierto interior dondequiera y con quienquiera que se esté. Aprender a penetrar en las cosas y aprehender a nuestro Dios ahí dentro, y por un vigoroso esfuerzo interior. Podemos compararlo con alguien que quiere
aprender a escribir: es claro que si quiere lograr esta destreza, tiene que ejercitarse mucho y a menudo en esta actividad, por más penoso y difícil que le resulte o por imposible que le parezca; si está dispuesto a ejercitarse asiduamente y con frecuencia, lo aprenderá y dominará este arte. Primero tiene que fijar sus pensamientos en cada letra individual y grabársela muy firmemente en la memoria. Pero más tarde, cuando ya domina el arte de escribir, no le hacen falta en absoluto la representación de la imagen ni la reflexión; escribe despreocupada y libremente… Basta saber que quiere poner en práctica su arte o destreza; y aun cuando no lo haga siempre de manera consciente, ejecuta su tarea gracias a su habilidad, sea cual sea su pensamiento.
Adaptado por Jesús
Maestro Eckhart: la filosofía del desasimiento

 Podemos recurrir a un pensador poco tenido en cuenta en los programas universitarios y académicos: el Maestro Eckhart (ca.1260-1327), uno de los primeros autores que acerca los más hondos misterios religiosos al pueblo a través de sus tratados y sermones transmitidos en lengua vernácula, en su caso el alemán, lo que le procuró fuertes y fatales conflictos con la Iglesia oficial.
A juicio de Eckhart, si algo nos caracteriza es la ausencia o carencia de infinitud, de ser, de completitud en definitiva. Por su parte, la divinidad estaría constituida por la más pura indeterminación: por ello, frente a Dios (Ser absoluto), quedamos hechos de una nihilidad que, lejos de hundirnos en una inoperante y estéril nada, supone el aguijón para acercarnos, cada vez más, a la Unidad originaria, al Uno, allí donde todas las diferencias dejan de existir. Un conocimiento que empuja a Eckhart al deseo de aprehender lo inefable.
Por ello, un ánimo libre es aquel que no se perturba por nada ni está atado a nada, ni tiene atado lo mejor de sí mismo a ningún modo, ni mira por lo suyo en cosa alguna. En tu fuero íntimo no surge nunca ninguna discordia que no provenga de la propia voluntad, no importa si se la nota o no. Quien te perturba eres tú mismo a través de las cosas y circunstancias, porque te comportas desordenadamente frente a ellas. Por ende, comienza primero contigo mismo y ¡renuncia a ti mismo! De cierto, si no huyes primero de tu propio yo, adondequiera que huyas encontrarás estorbos y discordia, sea donde fuere.
Para Eckhart, convivimos con el enemigo a cuestas, al que debemos prestar combate constante y vorazmente: un yo (ese “fastidioso” o “penoso” yo al que tanto aludirá y tan bien caracterizará siglos más tarde Schopenhauer) que se traduce en una voluntad de querer ser todo en todo momento y a pesar de todo y de todos. El anhelo de Eckhart es conducir a sus lectores y oyentes a la esencia de lo Uno, a lo que se encuentra más allá de cualquier multiplicidad y diferenciación mundana, y que constituye, al fin, el origen de cuanto existe, al margen de lo que llamamos realidad.
El ánimo libre se caracteriza porque es “capaz de hacer todas las cosas”, escribe el propio Eckhart. Una antropología volitiva que se traduce en un impulso por el desasimiento (por desprenderse del aguijón constante de nuestra voluntad): “Quien renuncia a su voluntad y a sí mismo, ha renunciado tan efectivamente a todas las cosas como si hubieran sido de su libre propiedad y él las hubiera poseído con pleno poder”. Ahora bien, esta lucha nunca se agota, pues “en esta vida nunca hombre alguno se ha desasido de sí mismo sin haber descubierto que debe desasirse aún más”. Un combate que hará suyo -en el turbulento siglo XX- la pensadora, de tan intensa y funesta existencia, Edith Stein, en su curso de 1929 sobre La estructura de la persona humana. En este texto, exponía la pensadora alemana que:
“Aunque abandonado a sí mismo, el hombre no queda sin embargo totalmente a merced de las fuerzas oscuras: la luz de la razón no se ha apagado en él por completo, y conserva la libertad. De esta manera, todo hombre tiene la posibilidad de luchar contra su naturaleza inferior, si bien siempre estará en peligro de ser vencido, y nunca logrará por sus propias fuerzas la victoria total. Ello se debe, por un lado, a que ha de pugnar con enemigos invisibles; por otro, a que tiene al traidor detrás de sus propias líneas: la voluntad. Con todo, durante esta vida el hombre permanece sometido a la necesidad de luchar.  Tender a este objetivo sin desviarse de él; ésta debe ser la pauta para toda su vida.”En uno de los escritos más importantes de Eckhart, de título elocuente (Del desasimiento), asegura que “el puro desasimiento supera a todas las cosas”, en virtud del cual ya no se persigue cosa alguna: “no quiere estar ni por encima ni por debajo, quiere subsistir por sí mismo sin consideración de nadie”, ya que quien desea ser “esto o aquello, quiere ser algo: el desasimiento, en cambio, no quiere ser nada”, y por ello, en el sujeto que lo ha alcanzado, las cosas permanecen libres.El verdadero desasimiento no consiste sino en el hecho de que el espíritu se halle tan inmóvil frente a todo cuanto le suceda, ya sean cosas agradables o penosas, honores, oprobios y difamaciones, como es inmóvil una montaña de plomo ante el soplo de un viento leve.
Una impronta, la del desasimiento, que alude a la distinción entre el “hombre exterior” (propio de la sensualidad, atado a sus cinco sentidos y a sus inconstantes y molestos influjos, también denominado por Eckhart “hombre hostil”) y el “hombre interior” o espiritual. El sufrimiento sólo se da en el mundo de la diferencia, en la pura representación: sufrimos porque no nos hallamos incluidos en la unidad de la divinidad, de lo Uno, pues somos “un punto entre el tiempo y la eternidad”, una condición limítrofe que, a juicio de Eckhart, puede ayudarnos a alcanzar la consciencia de la futilidad de todo lo existente.
Quien en definitiva abraza el desasimiento (concepto de capital importancia en alguien como Teresa de Ávila), “… semejante hombre no busca la tranquilidad porque ninguna intranquilidad lo puede perturbar… Esta actitud no la puede aprender el ser humano mediante la huida, es decir, que exteriormente huya de las cosas y vaya al desierto; al contrario, él debe aprender a tener un desierto interior dondequiera y con quienquiera que esté.”
Esta persona es más agradable a Dios pues recibe todas las cosas según su aspecto divino y por más de lo que son en sí mismas. De veras, para esto se necesita fervor y amor y hace falta una consideración atenta de la interioridad, un saber vigilante, verdadero, intelectual y efectivo, que oriente la actitud del corazón hacia las cosas y los hombres. Esta actitud no la puede aprender el ser humano mediante la huida, es decir, que exteriormente huya de las cosas y vaya al desierto; al contrario, se debe
aprender a tener un desierto interior dondequiera y con quienquiera que se esté. Aprender a penetrar en las cosas y aprehender a nuestro Dios ahí dentro, y por un vigoroso esfuerzo interior. Podemos compararlo con alguien que quiere
aprender a escribir: es claro que si quiere lograr esta destreza, tiene que ejercitarse mucho y a menudo en esta actividad, por más penoso y difícil que le resulte o por imposible que le parezca; si está dispuesto a ejercitarse asiduamente y con frecuencia, lo aprenderá y dominará este arte. Primero tiene que fijar sus pensamientos en cada letra individual y grabársela muy firmemente en la memoria. Pero más tarde, cuando ya domina el arte de escribir, no le hacen falta en absoluto la representación de la imagen ni la reflexión; escribe despreocupada y libremente… Basta saber que quiere poner en práctica su arte o destreza; y aun cuando no lo haga siempre de manera consciente, ejecuta su tarea gracias a su habilidad, sea cual sea su pensamiento.
Adaptado por Jesús

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