Los medios de comunicación y la cultura de la violencia
Aportado por Reyes
Aunque las
formas de transmisión de los valores que configuran la cultura de la violencia
son múltiples, empezando por el mismo núcleo familiar, ninguna ha alcanzado el
nivel de influencia como el que en las últimas décadas ha proporcionado la
televisión. En la perpetuación de la mística de la masculinidad vinculada a la
violencia, la televisión ha popularizado y comercializado la violencia gratuita
(que es presentada además como divertida), lo ruin, el enriquecimiento a costa
de los demás,
la fuerza física y el desprecio hacia otros seres, hasta el punto
de convertir estas actitudes en valores normalizados, aparentemente
irremediables, y a imitar, invitando a los televidentes a comportarse con la
vileza que muestran continuamente las pantallas, con lo que se difuminan las
fronteras entre el bien y el mal y considerando respuestas normales o
aceptables lo que en realidad no son más que conductas sociopáticas (1).El
consumo de violencia mediática, evidentemente, no convierte en asesinos a
quienes visionan horas y horas escenas de crueldad, pero influye poderosamente
en personas que por diversas circunstancias están en grupos de riesgo, y en
especial si son jóvenes. En cualquier caso, no deja de ser preocupante, además
de estúpido, que un niño o una niña puedan llegar a ver unas 20.000 muertes
violentas en televisión a lo largo de una década, cuando su entorno natural y
real apenas le mostrará dos o tres experiencias de este tipo. Esta abrumadora
presencia de muerte por violencia dificultará su percepción de la realidad, el
valor de la vida y lo que significa el sufrimiento, aspecto éste normalmente no
mostrado por la violencia televisiva.
En un excelente estudio sobre este tema, Myriam Miedzian (2) advierte con
razón que estamos empujando a los niños a un mundo de conflictos sin fin al que
parece no haber otra forma de hacerle frente más que a base de puñetazos,
espadas, pistolas y sofisticadas armas destructivas. Muchos, muchísimos
programas televisivos y películas cinematográficas son una invitación directa y
constante a practicar actitudes antisociales y violentas, y en el mejor de los
casos, una simple invitación a la grosería, a saltarse todo tipo de normas y a
hacerse valer en función de la excentricidad. Pocas veces, en cambio, las
películas, los dibujos animados o los programas de entretenimiento son escuelas
de solidaridad, de empatía, de tolerancia, de desbloqueo de posiciones, de
comprensión mutua y de todos los elementos que configuran una educación
prosocial.
Pero la
televisión no actúa en solitario. Su influencia modeladora va acompañada de
canciones rockeras y de mensajes procedentes de otros productos, incluidos los
suplementos dominicales o páginas especiales para los jóvenes, que en ocasiones
invitan a denigrar y humillar a las mujeres, invitan a los chicos a ser
dominantes, a despreciar a sus padres, a liquidar a gente por ser diferente (es
típico de muchos videojuegos) y a adoptar como héroes a cualquier cantante,
artista o deportista que consiga mayores niveles de agresividad en sus
palabras, movimientos o estética. Todo vale en estas producciones de
entretenimiento, que degradan la cultura y los sentimientos al nivel máximo de
"todo a cien", e instalan a los individuos, en particular a los
chicos, en una cómoda irresponsabilidad, en una permanente inmadurez y en un
infantilismo que les incapacita a enfrentarse con la adversidad, la diversidad
y la responsabilidad. Si algo no te gusta, no lo entiendes o no sabes cómo
tratarlo, simplemente desprécialo o atácalo.
En un libro
reciente comentaba el director general de la Unesco que "tenemos la
obligación moral de fomentar en nosotros y en nuestros hijos la capacidad de
oponernos a que un sinfín de cosas parezcan normales, cotidianas y aceptables
en el entorno, tanto natural como social... Debemos luchar contra la pereza y
la tendencia al conformismo y el silencio que la sociedad fomenta" (3).
Educar, en otras palabras, significa dotar al individuo de la autonomía
suficiente para que pueda razonar y decidir con toda libertad. Significa
proporcionar los criterios que nos permiten defender nuestras diferencias y
divergencias sin violencia, fomentar la capacidad de apreciar el valor de la
libertad y las aptitudes que permitan responder a sus retos. Pero esto supone
un aprendizaje, en la familia, en la escuela y en la vida social. Para la
Unesco, ello implica que se prepare a los ciudadanos para que sepan manejar
situaciones difíciles e inciertas, prepararlos para la responsabilidad
individual, la cual ha de estar ligada al reconocimiento del valor del compromiso
cívico, de la asociación con los demás para resolver problemas y trabajar por
una comunidad justa, pacífica y democrática, porque el derecho y la necesidad
de alcanzar una autorrealización personal no han de ser ni un obstáculo ni una
incompatibilidad con la necesidad de formamos como ciudadanos responsables y
con conciencia pública. ¿Es éste el papel que están realizando la televisión y
otros medios de comunicación?
Hace ya unos
cuantos años, el pedagogo Bruno Betelheim señalaba que "la violencia es el
comportamiento de alguien incapaz de imaginar otra solución a un problema que
le atormenta". Cuando observamos con terror el surgimiento de "niños
asesinos" o la extensión de comportamientos infantiles y juveniles de gran
crueldad es probable que estemos asistiendo a la escenificación de esa falta de
educación para manejarse en los inevitables conflictos que una persona ha de
tener a lo lar go de su existencia y en su incapacidad para imaginar salidas
positivas para dichos conflictos. Sabemos que no hay violencia gratuita si
previamente no ha existido frustración, miedo, maltrato, desamor o desamparo en
la persona que la protagoniza, puesto que la agresión maligna no es instintiva,
sino que se aprende. Es fácil deducir, por tanto, la gran cantidad de jóvenes que
sentirán la tentación de utilizar la violencia como primer recurso para superar
cualquier contrariedad, y por el simple hecho de que nadie se ha preocupado en
enseñarles otras vías para solucionar sus problemas.
Aunque
importante, la cuestión, por tanto, no es sólo la de que la televisión sea en
muchos hogares el eje central de influencia y que esa influencia sea tan
negativa debido a la actual programación. El problema está también en los
motivos sociales, culturales y económicos que han llevado a que muchos padres y
madres hayan abandonado su responsabilidad central de educadores, y la
impunidad con que actúa esa extraña red de conspiradores en favor de la
difusión de comportamientos violentos, acelerados (por irreflexivos) o
degradantes, y de la que forman parte personajes tan diversos y vacuos como
locutores de programas radiofónicos (de música o de tertulias), deportistas
(con entrenadores y presidentes de clubes), entrevistadores, políticos,
artistas y un larguísimo etcétera, ante los que los ciudadanos de a pie se
sienten completamente indefensos.
Para
defendernos de esta ofensiva de la cultura de la violencia, quizá sería más
inteligente y provechoso dedicar una parte de lo que nos costará comprar tantos
carros y aviones de combate a la promoción de productos culturales y educativos
más creativos y prosociales, porque lo que parece evidente es que no saldremos
de este embrollo más que tejiendo una potente conspiración ciudadana, pero ésta
dirigida a desenmascarar y contrarrestar la que día a día invita a nuestros
jóvenes a convertirse en sociópatas.
Vicenç Fisas
es titular de la Cátedra Unesco sobre Paz y Derechos Humanos
de la Universidad Autónoma de Barcelona.
1.
Rojas Marcos, Luis: Las semillas
de la violencia, Espasa-Calpe, 1995.
2.
Miedzian, Myriam: Chicos son,
hombres serán, Edit. Horas y Horas. Madrid, 1996.
3.
Mayor Zaragoza, Federico: La
nueva página, Unesco / Círculo de Lectores, 1994.
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