sábado, 26 de octubre de 2019

Finde sobre la Violencia en las relaciones 6

         APUNTES PARA UNA ESPIRITUALIDAD EN TIEMPOS DE VIOLENCIA

 Extracto de la conferencia pronunciada en Bilbao por Jon Sobrino el 18-2-1993

 l. Minimizar los males de la violencia                  (Adaptado por Manolo)

Primera proposición: La única forma de humanizar en verdad la violencia es ponerle fin, pero, mientras dura, el humanizarla exige un serio esfuerzo teórico y práxico para mantenerla dentro de proporciones. Esto es logro del espíritu y es expresión de honradez con lo real.

Según la fe cristiana, la violencia siempre está relacionada con algún tipo de mal, de modo que si en este mundo no hubiera pecado no habría violencia, lo cual debiera bastar para exigir sobriedad ante la violencia y no exaltarla de ningún modo, como suele ser frecuente en la historia en movimientos entusiásticos. 
Pero además de la relación que la violencia tiene con el mal, ella es en sí misma un mal por los graves males físicos que intende en directo y otros graves males que la acompañan con necesidad histórica.

Aceptar esto, aparentemente tan obvio, y sacar la obvia conclusión de que a la violencia - sea cuales fueren las pérdidas y ganancias para los bandos - hay que ponerle fin cuanto antes es la primera exigencia al espíritu humano. Lo que ocurre es que muchas veces - ciertamente en el tercer mundo - la violencia de respuesta se hace históricamente inevitable, y por ello se puede pasar por alto lo que tiene de grave mal. Por ello, la primera afirmación sobre la violencia, ciertamente sobre la violencia originante, pero también sobre la violencia de respuesta, es que constituye un grave mal. Y recordarlo no es superfluo, al menos a un nivel existencial, cuando nos encontramos en medio de un conflicto. 

Así lo expresó Ignacio Ellacuría: "La lucha armada es siempre un mal, mayor de lo que se piensa, que sólo puede ser permisivamente utilizado cuando con seguridad se van a evitar males mayores... Desde un punto de vista realista, es inevitable, incluso para el cristiano, acoplar ciertas formas de violencia, según los principios y cautelas que antes se han expuesto, siempre que se trate de una violencia liberadora no terrorista referida sobre todo a la liberación de la muerte que se abate sobre las mayorías populares en el tercer mundo"'.

Ellacuría no fue un pacifista a ultranza y sintió en su carne - lo llevó hasta el martirio – la injusta pobreza, la opresión y la represión de los pobres, y por ello defendió teóricamente la posibilidad de una violencia revolucionaria legítima. Sin embargo, simultáneamente mantuvo y recalcó los males de la violencia y que con esos males hay que acabar cuanto antes. Por ello trató de poner fin al conflicto cuanto antes, y mientras duró se desvivió por racionalizar al máximo el uso de la violencia (en su estadio de inevitabilidad y aun de legitimidad) para minimizar sus males.

a) Para racionalizar al máximo el uso de la violencia - es decir para minimizarla y, así, humanizarla, Ellacuría estableció el principio fundamental de la proporcionalidad. Esto nos lleva al problema de la proporcionalidad. Si a uno le quitan un diente no tiene derecho en su defensa a quitar un ojo. La vida material sólo puede ser quitada cuando está en juego la vida material. En el caso de la violencia revolucionaria... se trata de defender la vida material de una inmensa mayoría... Pero poner en peligro la vida material, sobre todo la de las mayorías pobres y necesitadas, por objetivos que desbordan la salvaguarda de esa vida material no está justificado. Algunos piensan que la libertad, la propiedad, la identidad cultural, etc., son más valiosos que la vida material, pero nada hay más originante y sustentante que la vida como posibilidad fundamental de cualquier otro valor. En general, el principio de proporcionalidad fundamental sostiene que los bienes culturales se consigan y se defiendan por medios culturales, los políticos por medios políticos, los religiosos por medios religiosos, etc. Quitar la vida a otro no guarda proporción con objetivos étnicos-culturales, clasistas o políticos. Esto es tanto más cierto cuando más se den condiciones para conseguir esos objetivos por sus medios proporcionados.

Ellacuría trató, pues, de desarrollar criterios de racionalización para el uso de la violencia, pero lo que aquí nos interesa recalcar es que lo hizo no en directo por hacer avanzar teóricamente la discusión ética sobre la guerra, sino afectado hondamente por la tragedia y ajustado a la realidad. A esto es a lo que llamamos una reacción del espíritu ante la realidad histórica. En este caso, la búsqueda de minimizar, racionalizando al máximo, el uso de la violencia es el primer paso aunque parezca pequeño y alejado de utopías pacifistas - de la espiritualidad en tiempos de violencia.

b) Y desde aquí - desde la espiritualidad - habría que comprender, en nuestra opinión, la lógica más profunda actuante en la llamada doctrina tradicional sobre la guerra justa, que también fue recogida fácticamente por Ellacuría. Lo más importante de ella es la confesión implícita de que la guerra siempre es un mal, y de ahí la decisión de buscar condiciones para minimizarla. El que la finalidad sea justa es ciertamente esencial desde la perspectiva ética, pero al añadir como condiciones necesarias para su legitimidad el que se hayan agotado los medios no bélicos, la posibilidad de que la guerra tenga éxito y el que no traiga mayores males se está reconociendo la seria necesidad de autocontrol aun antes de aceptar la violencia en esa situación límite, autocontrol que es ante todo acto del espíritu para humanizar una trágica situación.


Teorizar sobre la violencia para eliminarla o, al menos, para minimizarla es la primera expresión de la espiritualidad. En la persona de Ignacio Ellacuría la guerra causó un gran impacto como mal real. Y ese mal real para todos, sobre todo para las mayorías, es lo que movilizó su espíritu para ponerle fin. En la práctica, el personaje Ellacuría propició diálogos y negociaciones entre las partes, propició el debate nacional y la creación de una tercera fuerza (incomprendida, en general, por la izquierda) para acelerar el fin de la guerra, dialogó innumerables veces con unos y con otros. Y en la teoría, el intelectual Ellacuría desarrolló nuevas tesis sobre la violencia para humanizarla y minimizarla.

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