APUNTES PARA UNA ESPIRITUALIDAD EN TIEMPOS DE VIOLENCIA
Extracto de la conferencia pronunciada en Bilbao por Jon Sobrino el 18-2-1993
Extracto de la conferencia pronunciada en Bilbao por Jon Sobrino el 18-2-1993
l. Minimizar los males de
la violencia
(Adaptado por Manolo)
Primera proposición: La
única forma de humanizar en verdad la violencia es ponerle fin, pero, mientras
dura, el humanizarla exige un serio esfuerzo teórico y práxico para mantenerla dentro
de proporciones. Esto es logro del espíritu y es expresión de honradez con lo
real.
Según la fe cristiana, la
violencia siempre está relacionada con algún tipo de mal, de modo que si en
este mundo no hubiera pecado no habría violencia, lo cual debiera bastar para
exigir sobriedad ante la violencia y no exaltarla de ningún modo, como
suele ser frecuente en la historia en movimientos entusiásticos.
Pero además de la relación que la violencia tiene con el mal, ella es en sí misma un mal por los graves males físicos que intende en directo y otros graves males que la acompañan con necesidad histórica.
Pero además de la relación que la violencia tiene con el mal, ella es en sí misma un mal por los graves males físicos que intende en directo y otros graves males que la acompañan con necesidad histórica.
Aceptar esto,
aparentemente tan obvio, y sacar la obvia conclusión de que a la violencia -
sea cuales fueren las pérdidas y ganancias para los bandos - hay que
ponerle fin cuanto antes es la primera exigencia al espíritu humano. Lo
que ocurre es que muchas veces - ciertamente en el tercer mundo - la
violencia de respuesta se hace históricamente inevitable, y por ello se puede
pasar por alto lo que tiene de grave mal. Por ello, la primera afirmación sobre
la violencia, ciertamente sobre la violencia originante, pero también
sobre la violencia de respuesta, es que constituye un grave mal. Y
recordarlo no es superfluo, al menos a un nivel existencial, cuando nos
encontramos en medio de un conflicto.
Así lo expresó Ignacio Ellacuría: "La
lucha armada es siempre un mal, mayor de lo que se piensa, que sólo puede ser permisivamente
utilizado cuando con seguridad se van a evitar males mayores... Desde un punto
de vista realista, es inevitable, incluso para el cristiano, acoplar ciertas
formas de violencia, según los principios y cautelas que antes se han
expuesto, siempre que se trate de una violencia liberadora no terrorista
referida sobre todo a la liberación de la muerte que se abate sobre las
mayorías populares en el tercer mundo"'.
Ellacuría no fue un
pacifista a ultranza y sintió en su carne - lo llevó hasta el martirio – la injusta
pobreza, la opresión y la represión de los pobres, y por ello defendió
teóricamente la posibilidad de una violencia revolucionaria legítima. Sin embargo,
simultáneamente mantuvo y recalcó los males de la violencia y que con esos
males hay que acabar cuanto antes. Por ello trató de poner fin al
conflicto cuanto antes, y mientras duró se desvivió por racionalizar al máximo
el uso de la violencia (en su estadio de inevitabilidad y aun de legitimidad)
para minimizar sus males.
a) Para racionalizar al
máximo el uso de la violencia - es decir para minimizarla y, así, humanizarla,
Ellacuría estableció el principio fundamental de la proporcionalidad. Esto
nos lleva al problema de la proporcionalidad. Si a uno le quitan un diente no
tiene derecho en su defensa a quitar un ojo. La vida material sólo puede
ser quitada cuando está en juego la vida material. En el caso de la
violencia revolucionaria... se trata de defender la vida material de una
inmensa mayoría... Pero poner en peligro la vida material, sobre todo la
de las mayorías pobres y necesitadas, por objetivos que desbordan la
salvaguarda de esa vida material no está justificado. Algunos piensan que
la libertad, la propiedad, la identidad cultural, etc., son más valiosos que la
vida material, pero nada hay más originante y sustentante que la vida como
posibilidad fundamental de cualquier otro valor. En general, el principio
de proporcionalidad fundamental sostiene que los bienes culturales se
consigan y se defiendan por medios culturales, los políticos por medios
políticos, los religiosos por medios religiosos, etc. Quitar la vida a
otro no guarda proporción con objetivos étnicos-culturales, clasistas o políticos.
Esto es tanto más cierto cuando más se den condiciones para conseguir esos objetivos
por sus medios proporcionados.
Ellacuría trató, pues, de
desarrollar criterios de racionalización para el uso de la violencia, pero
lo que aquí nos interesa recalcar es que lo hizo no en directo por hacer
avanzar teóricamente la discusión ética sobre la guerra, sino afectado
hondamente por la tragedia y ajustado a la realidad. A esto es a lo que
llamamos una reacción del espíritu ante la realidad histórica. En este
caso, la búsqueda de minimizar, racionalizando al máximo, el uso de la violencia
es el primer paso aunque parezca pequeño y alejado de utopías pacifistas - de
la espiritualidad en tiempos de violencia.
b) Y desde aquí - desde la
espiritualidad - habría que comprender, en nuestra opinión, la lógica más
profunda actuante en la llamada doctrina tradicional sobre la guerra justa, que
también fue recogida fácticamente por Ellacuría. Lo más importante de ella es
la confesión implícita de que la guerra siempre es un mal, y de ahí la
decisión de buscar condiciones para minimizarla. El que la finalidad sea
justa es ciertamente esencial desde la perspectiva ética, pero al añadir
como condiciones necesarias para su legitimidad el que se hayan agotado
los medios no bélicos, la posibilidad de que la guerra tenga éxito y el
que no traiga mayores males se está reconociendo la seria necesidad de
autocontrol aun antes de aceptar la violencia en esa situación límite, autocontrol
que es ante todo acto del espíritu para humanizar una trágica situación.
Teorizar sobre la
violencia para eliminarla o, al menos, para minimizarla es la primera expresión
de la espiritualidad. En la persona de Ignacio Ellacuría la guerra causó un
gran impacto como mal real. Y ese mal real para todos, sobre todo para las
mayorías, es lo que movilizó su espíritu para ponerle fin. En la práctica,
el personaje Ellacuría propició diálogos y negociaciones entre las partes,
propició el debate nacional y la creación de una tercera fuerza (incomprendida,
en general, por la izquierda) para acelerar el fin de la guerra, dialogó innumerables
veces con unos y con otros. Y en la teoría, el intelectual Ellacuría desarrolló nuevas
tesis sobre la violencia para humanizarla y minimizarla.
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