Nota:- De interés los
conceptos sobre espiritualidad y análisis válidos hoy para todas las
espiritualidades, con los que inicia el primer capítulo el libro de
Casaldáliga/Vigil titulado “Espiritualidad de la liberación”
ESPIRITUALIDAD
PEDRO CASALDÁLIGA
INTRODUCCIÓN
De entrada, en cinco afirmaciones
podemos definir nuestra espiritualidad como el seguimiento de Jesús, hoy, aquí.
Es espiritualidad, y es nuestra. Es el seguimiento de Jesús: asumiendo su causa,
adoptando sus actitudes, viviendo según su espíritu. Hoy, bajo el imperio
neoliberal.
Aquí, en nuestra América Latina, en medio de nuestro pueblo.
Podríamos cortar aquí ya el texto y sumergirnos en estas palabras subrayadas.
Abriendo con sinceridad el corazón al clamor del pueblo y al viento del espíritu,
no sería tan difícil descubrir cual debe ser nuestra espiritualidad.
I. ESPIRITUALIDAD
En nuestro libro “Espiritualidad
de la liberación”, José María Vigil y yo reconocíamos, ya en la primera línea
del primer capitulo, que “espiritualidad” es una palabra infeliz,
desmoralizada, por el abuso teórico y práctico con que fue utilizada - aún lo
es- como esfera distante de la vida real, como espiritualismo desencarnado y
huida de compromiso. Si espiritualidad deriva de “espíritu”, y si espíritu se
opone a la materia, al cuerpo, una persona será espiritual cuando viva sin
preocuparse de lo que es material ni siquiera de su propio cuerpo, instalándose
en etéreas realidades espirituales. Esta concepción de espíritu y
espiritualidad como realidades opuestas a lo material de lo corporal, provienen
de la cultura griega. En las culturas indígenas no es así. Y tampoco en el
mundo cultural semítico de la Biblia. La palabra de Dios es mucho más
integradora
. En esta última década, después
de ciertas decepciones, aprendiendo de la historia y por un verdadero proceso
de maduración, debemos reconocer, agradecidos al Dios que nos acompaña y a los
hermanos y hermanas que dieron por nosotros su sangre, que la “espiritualidad”
ya no es una palabra infeliz. Hoy es un horizonte que necesitamos, un clamor
que viene de dentro, agua viva para nuestro caminar. Hay una auténtica y
profunda sed de espiritualidad en las comunidades eclesiales, en los y las
agentes de pastoral, en los y las militantes cristianos, en la juventud más despierta.
Se multiplican los encuentros, las publicaciones, las conferencias, las
entidades que estudian, propagan y dinamizan la espiritualidad y, más
concretamente, nuestra espiritualidad. Cada día son más las personas que
quieren “beber en el propio pozo”.
1. Qué es entonces
espiritualidad?
El espíritu de una persona es lo
profundo y dinámico de su propio ser: sus motivaciones mayores y últimas, su
ideal, su utopía, su pasión, la mística por la cual vive y lucha y con la cual
contagia. “Espíritu” es el sustantivo concreto, y “espiritualidad” es el
sustantivo abstracto. En lenguaje común estas dos palabras se usan
indistintamente: “Fulano tiene mucho espíritu, tiene una espiritualidad
profunda”. Cuando decimos de alguien que “no tiene espíritu”, queremos afirmar
que no tiene pasión, ideal, vida profunda. Es más que una persona es un tronco,
es una máquina. Hay espíritus diferentes, eso sí. Y es preciso distinguir
discernir. Según algunos códices, cuando los apóstoles soñaban o actuaban fuera
del Reino, Jesús les advertía: “No saben ustedes de que espíritu son” (Lc
9,55). Hay espíritu malo y espíritu bueno. No se habla y escribe sobre “el
espíritu del capitalismo”, sobre “espíritu del mercado neoliberal”?. 2
2. La espiritualidad es
patrimonio de todos los seres humanos.
Toda persona está animada por una
espiritualidad o por otra, porque todo ser humano -cristiano o no, religioso o
no- es un ser también fundamentalmente también espiritual. Toda mujer todo
hombre son más que simple biología. Y es ese algo más, o mucho más, los que los
distingue del simple animal. Las religiones y filosofías designan esa realidad
misteriosa, pero real, como “espíritu”. Perder esa dimensión profunda es dejar
de ser humano, es embrutecerse. Paul Tillich habla de esa “dimensión perdida”
como de la gran tragedia de nuestro tiempos materialistas y consumistas.
3. Toda espiritualidad es también
algo religioso? Si entendemos la palabra “religión” como una referencia
explícita a Dios, habremos de reconocer que hay espiritualidades no religiosas,
personas con mucha espiritualidad, con profundos ideales de lucha y de
servicio, que son ateas, o agnósticas. “No dudamos en afirmar que pueden
existir y que existirán no sólo espiritualidades no cristianas, sino incluso no
creyentes”, escribe A.M. Besnard
. Sin embargo, para nosotros, que
creemos en Dios como presencia felizmente “inevitable” y animadora de nuestras
vidas, agua y luz de todo pensamiento bueno y de toda acción honesta, la
espiritualidad sincera, esa radical profundidad humana, es siempre “religiosa”.
El gran maestro Orígenes decía que “Dios es aquello que alguien pone por encima
de todo”. Y el inquieto Obispo de Hipona, San Agustín, dejó escrito en sus “ confesiones”
que “Dios me es más íntimo que mi propia intimidad”
. Sin embargo, no es la
religiosidad lo que hace la verdad o la mentira de una vida humana, sino la
autenticidad de esa misma vida. “En espíritu y verdad quiere ser adorado el
Padre”, recordaba Jesús a la samaritana junto al pozo de Jacob (Jn 4,23).
4. Nuestra espiritualidad es
cristiana.
A la luz de la fe cristiana (hay
una fe religiosa quichua, fe religiosa islámica, fe religiosa hindú) nosotros
descubrimos la presencia de Dios en el cosmos, en la vida humana y en la
historia como amor gratuito y salvación precisamente porque Jesús, hijo de Dios
e hijo de María de Nazaret, con su palabra, actividad, muerte y resurrección,
nos hace entrar vitalmente en ese descubrimiento. A partir de este encuentro de
fe, nuestra espiritualidad solo puede ser “religiosa” (como vuelta hacia el
Dios vivo, revelado por Jesús) e incluso “cristiana” (como seguimiento del
propio Jesús). El Dios de Jesús es nuestro Dios. El es la profundidad máxima de
nuestra vida. La causa de Jesús es nuestra causa. Nuestro vivir es Cristo (Fil
1,21). El es nuestra pasión y su espíritu es nuestra espiritualidad
.
5. Nuestra espiritualidad
Nuestra espiritualidad es
nuestra en dos sentidos: 1º) Porque es una espiritualidad personalizada,
por que nosotros vivimos consciente y libremente en la condición de personas
adultas también en la fe, con la totalidad de nuestro ser humano, en todas las
dimensiones de nuestra vida. Yo soy mi espiritualidad. Nadie la vive por mí;
2º) Porque es una espiritualidad explícitamente latinoamericana; y de una
manera clara, espiritualidad de la liberación
. Antes de todo es necesario
subrayar este aspecto, que oportunamente la modernidad (la post-modernidad
también, a su modo) hizo salir a la superficie y que nos libera del gregarismo,
del infantilismo, y, finalmente, de una posible, justificada, deserción. La
espiritualidad o es
personalizada o no es
espiritualidad. O abarca todas las dimensiones de mi ser (alma y cuerpo,
pensamiento y voluntad, sexo y fantasía, palabra y acción, interioridad y
comunicación, contemplación y lucha, gratuidad y compromiso) o no será mía, no
me realizaré en ella, acabará mutilándome. Dio gusto de ofrecer a los
compañeros y compañeras de caminada un esquema de referencias que me ha servido
mucho en la vida, después de haber experimentado, en ciertas épocas, de la
formación sobre todo, métodos reduccionismo o unilateralidades que nos
angustiaban y que reprimían la realización personal y el vuelo del espíritu.
Así como para corregir un formación espiritual dispersa o mutilada, por ser
contabilista o por ser dicotómica y unilateral, y para ser la síntesis de la
propia existencia (¡ese es el desafío!), debemos pensar la vida así: Toda
nuestra vida es: una problemática ( a partir de la fe, un misterio); un desafío
(a partir de la de, una misión); un espacio (a partir de la fe, don, gracia);
que debemos asumir con ciertas actitudes (generadas por ciertos actos o
praxis y, que, a su vez generan praxis); a través de ciertas
mediaciones (psicológicas, sociológicas, políticas, pastorales, evangélicas…);
con vistas a la opción fundamental , que dará sentido, fuerza, alegría y
victoria a nuestra vida. A lo largo de este texto - y espero que, sobretodo, a
lo largo de cada una de nuestras vidas-, irá apareciendo mejor lo que estoy
queriendo decir cuando hablo de “nuestra” espiritualidad cristiana. El espíritu
es quien sabe de eso. El es quien enseña a quien quiera entrar en su escuela
gratuita y amorosa. De mi parte me siento cada vez con menos coraje para dar
lecciones de espiritualidad, porque la vida no se enseña. Nadie puede sustituir
al Maestro, que es el Espíritu de Dios, ni siquiera el discípulo o discípula,
que es el espíritu de cada uno de nosotros. Puedo indicar donde tropecé, eso
sí, y compartir júbilos y descubrimientos; porque también es verdad que, en Cristo,
somos un solo cuerpo y que es uno solo el espíritu que nos anima (cf 1 Cor
12,12, s). En nuestro libro “Espiritualidad de la liberación ”, explicamos
largamente lo que entendemos por Espíritu/ espíritu / espiritualidad, las
diferentes acepciones de esas palabras, la complementariedad con que se debe
vivir la espiritualidad “natural” y “latinoamericana” como la espiritualidad
“cristiana”, por parte de una persona simultáneamente humana, bautizada y
latinoamericana. Con ese fin, nuestro libro está dividido en tres grandes
capítulos: I. El Espíritu y la Espiritualidad; II. El Espíritu liberador en
nuestra patria grande; III. En el espíritu de Jesucristo liberador. A los tres
capítulos añadimos “las 7 características del pueblo nuevo”, conscientes de que
“de mujeres nuevas y de hombres nuevos nace el pueblo nuevo”: 1ª. la lucidez
crítica; 2ª. la contemplación en la caminada; 3ª. la libertad de los pobres;
4ª. la solidaridad fraterna; 5ª. la cruz y la conflictividad; 6ª. la
insurrección evangélica (la revolución de la Buena Noticia); 7ª. la tenaz
esperanza pascual. Y presentamos también las “constantes de la espiritualidad
de la liberación”: la profundidad personal; el reinocentrismo; una
espiritualidad de lo esencial y universal cristiano; la ubicación: en la realidad,
en la historia, en el lugar , en los pobres, en la política; la critica; la
praxis; la integralidad, sin dicotomías y sin reduccionismos.
Hoy, Aquí. Toda América Latina,
que forma parte del tercer mundo, pasa por una hora de mundialización, de neoliberalismo,
de post-modernidad. Esta hora tiene, ciertamente, mucho de “poder de las
tinieblas”, pero puede tener mucho más si creemos en el espíritu, “caídos del
Reino”. Hay, sin duda, una crisis de estrategia liberadoras “clásicas”, un
desconcierto entre los y las militantes, un sentimiento de “sin salida”, de
depresión psicosocial. Para muchos discípulos y 4 discípulas, en
este atardecer por el camino del seguro, la sensación de hora baja es la misma
de los discípulos cabizbajos de Emaús: “Nosotros esperábamos que…” (Lc 24,21).
Añádese, para mayor desorientación, esa avalancha de fundamentalismos,
exotismos y esoterismos que convulsionan el mundo. La mundialización se
está imponiendo como neoliberal, de sistema único, de mercado total, mercantilizador
de la vida humana, idólatra, de una escatología inmediatista en un estúpido
“fin de la historia”, inmolador de las mayorías bajo las garras del progreso
consumista, privatizador de la sociedad, sin alternativa socializadora posible.
La post-modernidad niega la radicalidad espiritual, el compromiso, la
utopía; substituye la ética por la estética, lo utópico por lo fruitivo; ignora
a los pobres y deja de lado la justicia; renuncia a los “grandes
relatos”; es narcisista: dicen incluso que pasamos de Prometeo a Narciso. Todo
en la vida debe ser ligth, según el instante y el instinto. Yo mismo vengo
alertando, hacia el tiempo, de cara a tres grandes tentaciones que nos acechan
en esta hora neoliberal de “noche oscura de los pobres” y de sus aliados y
aliadas: la tentación de renunciar a la memoria y a la historia; la tentación
de renunciar a la cruz y a la militancia; la tentación de renunciar a la
esperanza y a la utopía. Por nuestra parte, creemos que la mundialización
legítima, la otra mundialización, es voluntad del Dios único, destino de la
familia humana que es una sola, en una sola casa en la tierra y en los cielos.
La intercomunicación, la inter-solidaridad, la autoridad plural en la unidad
humana, el concierto universal de todos los pueblos, respetados igualmente,
complementarios entre si, todas las personas “iguales y diferentes” al
mismo tiempo, en la macro-armonía criatural que Dios soñó. Creemos también en
una legítima modernidad / postmodernidad que potencia la autonomía,
subjetividad, libertad, igualdad, sueño lúcido y placentero, fricción del
cosmos y de la vida, diario cantar las aguas próximas, en la interioridad, en
la familia, en la amistad, en la ciudadanía; la integración de la persona
humana en la fiesta de la creación divina. En la Iglesia de esta hora hemos
entrado, hace tiempo, según el teólogo Rahner, en una especie de invierno
involucionista, después de la bella primavera abierta por el Concilio Vaticano
II. Víctor Codina habla de “miedo e inseguridad en la Iglesia” .
Muchos miedos, muchas
perplejidades, muchos cortes, muchas irritaciones. El mismo Jubileo del año
2000 -más de lo legítimo para la celebración penitencial y agradecida de
nuestra fe y de la historia de nuestra Iglesia- puede convertirse en una
evasión, un festival catolicista o cristianista, cuando llegaría a ser el
tiempo fuerte de renunciar proféticamente el anti-Reino neoliberal y de
anunciar proféticamente el Reino del Dios de la vida de la justicia y de
la paz: El porque y para que Dios se hizo en Jesucristo el Dios -tan-
plenamente -con nosotros- !. También, hablando de la iglesia podemos cantar, en
contrapartida, una letanía de realizaciones esperanzadoras, en la
espiritualidad, en la liturgia, en la teología, en la vivencia bíblica; en las
comunidades eclesiales, en la vida religiosa e inserta, en las pastorales
especificas; en la diversidad de los misterios, en el profetismo de los laicos
y laicas, con una creciente presencia conquistadora de la mujer hasta en el
altar; en ecumenismo de las bases y de ciertos líderes generosos; en el diálogo
inter-religioso o macro-ecuménico; en la presencia y participación de la
Iglesia comprometida por la lucha de los derechos humanos, por la ciudadanía,
por la ecología, por la tierra, por la salud, por la vivienda, por la educación,
por la comunicación. El obispo mártir de Argentina, Enrique Angelelli, pastor
de “tierra adentro”, en el período de plena dictadura militar en su país,
proclamaba una esperanza inquebrantable con estas evangélicas palabras: “me
siento feliz de vivir en la época en la época en que vivo. Todo eso que estamos
viviendo es ciertamente lleno de vida. La Iglesia se hace más evangélica, más
sencilla, mas misionera, comprometida con su pueblo.
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