TEMA: Vivencias ante el Covid-19
Nota informativa: en estas circunstancias especiales de confinamiento se celebraráid-19 con este tema nuestro encuentro modo on line, plataforma Jit.si, abierto a quien, deseando participar, lo diga por el whatsapp Findes deencias ante Espiritualidad. Dias 5 y 6 de junio a las 20h. En la actual semana se publicarán 8 textos previos para la meditación, esperando tu aportación en la puesta en común final.
Escrito en tiempos de
Corona virus
Alvaro Melgar
Madrid 17 de Mayo de 2020.
La experiencia de
sufrir personalmente el covid-19, no tendría mayor importancia, sino fuera
porque, simultáneamente, está afectando a la totalidad de nuestro planeta. A
unos con la enfermedad y al resto con el miedo a contraerla, o con el confinamiento.
En cualquier gripe,
una fiebre alta puede producir pesadillas, inquietudes e incluso ciertas alucinaciones,
pero sin mayores consecuencias, pues todo desaparece al despertar. Pero cuando
volver a la realidad, es hacerse consciente, de que amigos muy cercanos han
muerto por ese mismo virus, y de forma rápida, sin haber podido decirles un último
adiós, ni abrazar a su viuda y a sus hijos, entonces todo cambia. La siguiente
noche, y la siguiente, se hacen más y más angustiosas. Ir a dormir significa volver
a pasar por miedos ya vividos, sin poder ver el final de la ansiedad y de los
malos sueños.
Es lógico que en
circunstancias tan extrañas, uno se pregunte: ¿seré el siguiente? Y si se es creyente, como yo, ¿por qué no atreverse
a hacerle esa pregunta al mismo Dios, que lo sabe todo? Y ese fue mi caso. Me
atreví y pregunté. ¡Dios mío! ¿Voy a morir? Y lo más curioso es que, en medio
de mi sueño, me respondió y me dijo: “Sí”. Animado por tener tan ilustre conversador,
continué mi interrogatorio: ¿Y cuando moriré? Y sorprendentemente también me respondió: “Cuando
llegue tu hora”. Sí, sí, claro, ¿pero cuándo? Ya te lo he dicho: “Cuando llegue
tu hora”. No quise seguir, porque sospechaba que no avanzaríamos y porque ya,
medio despierto comprendí lo extraño de mi conversación. Ya en el desayuno, me volvía
la imagen de media humanidad de nuestro planeta, asomada a la ventana, pensando
que todos estábamos en peligro y podríamos morir, y eso me parecía un
espectáculo alucinante, jamás visto por nadie en nuestra larga trayectoria de “homo
sapiens”. No podía quitarme esa imagen de la cabeza. Y al final, no recuerdo
cuantos días más tarde, lo entendí. Somos seres “para la muerte”. Lo sabemos, ya
lo habían dicho los filósofos existencialistas. Pero
vivimos como si no fuera cierto. Nos agarramos a la idea de que estamos hechos
para la vida, para vivir la vida, y el resto… puede esperar. Ahora, con el
confinamiento, todos estamos alarmados y avisados. Tengamos o no la enfermedad,
todos nos hemos podido preguntar por el final inevitable de nuestra propia
vida.
A San Francisco de
Asís, que sufrió muchas dolencias, la mayoría relacionados con su costumbres de
vida activa y penitente, cuando estuvo enfermo de hidropesía, le asignaron un
médico para que le diera un pronóstico. El médico le dijo «Hermano, con la gracia de Dios, te irá bien». Pero él advirtió
cierta condescendencia y le pidió que fuera más directo: «Hermano, dime la verdad; yo no soy un cobarde que teme a la muerte. El
Señor, por su gracia y misericordia, me ha unido estrechamente a Él, y me
siento tan feliz para vivir como para morir». Entonces el médico le dice: Hermano, tus días
de vida no pasarán de un mes. A lo que contesta: «Bienvenida sea mi hermana la muerte». Esta frase la había oído,
pero sin entender ni aceptar su significado. Hermano sol, hermana luna, hermano
viento, hermano fuego. No es difícil compartir esos sentimientos con san
Francisco. Pero incluir la muerte en esa fraternidad, resultaba algo más
complicado.
Dadas las
circunstancias, cualquier cosa era posible en esas noches oscuras. Pero una vez
terminada la medicación y suprimidos los síntomas más agudos, al tratar de
conciliar el sueño, sin el anterior sobresalto, empecé a notar una rara
actividad en el pecho, sin relación con los pulmones, sino más bien con el
corazón. Como si éste se pusiera a hablarme en la penumbra, sin palabras ni
pensamientos. Supuse que una consecuencia de la fiebre podría ser descolocar el
normal funcionamiento del cerebro. Pero se repitió lo mismo varias noches.
Recordé entonces un libro de Annie Marquier titulado “El Maestro del Corazón”, que había caído en mis manos un año antes.
Lo busqué y volví a releerlo más despacio. Dice la autora: Hasta no hace mucho se venía considerando que, desde el punto de vista
fisiológico, el cerebro era el único órgano que dirigía el funcionamiento del
cuerpo humano, a través de los nervios, ya sea desde la parte límbica, como desde
el neocortex. Pero desde 1970, ciertos experimentos en neurobiología
comprobaron que también el corazón contenía un sistema nervioso independiente y
bien desarrollado, con más de cuarenta mil neuronas y con una compleja red de
neurotrasmisores. En 1986 dos investigadores de Québec, Cantin y Genest tras
haber descubierto la hormona ANF (Atrial Natriuretic Factor) atribuyeron al
corazón unas funciones muy por encima de la simple actividad cardiovascular. El
corazón segrega la adrenalina, cuando el organismo lo necesita, así como otras
hormonas, que hasta hace poco se creía que solo las producía el cerebro y que
tienen una influencia directa en el comportamiento emocional, como la
occitonina, que se libera cuando hay un estado de emociones afectuosas: la
madre con su bebé, los enamorados, etc. El corazón es como un segundo cerebro
diferente del que se aloja en el cráneo. Curiosamente, advierte Annie
Marquier, cuando instintivamente queremos señalar nuestro “yo”, apuntamos al
pecho, no a la cabeza.
Ahora, en el
confinamiento, con mucha frecuencia, mis diálogos internos se han mudado de la
cabeza al corazón, de los conceptos racionales y las verdades lógicas a las
certezas sentidas, descubiertas en su verdad profunda, evidencias intuidas, no
demostrables. Una manera diferente de ver el mundo. Y también ahora he
aprendido que, tratando de seguir el método del libro de Karen Armstrong: “Doce pasos hacia una vida compasiva”, me
sorprendía porque que nunca pude realizar el ejercicio tan fundamental de dirigir
a todos los rincones del mundo, “las
cuatro mentes inconmensurables”, amabilidad, compasión, alegría y
ecuanimidad. Me resultaba abstracto, teórico e incomprensible. Ahora no tengo
ningún problema. Es sencillísimo. En lugar de intentarlo con la cabeza, dejo
hablar al corazón.
Otra consecuencia o
secuela de la enfermedad ha sido la “hipersensibilidad”.
No soporto la crítica emocionalmente incontrolada. He tardado más de mes y
medio en poder ver los telediarios, con sus macabras estadísticas de
contagiados, muertos, enfermos en las UCI, como si fuera un concurso de TV o
una competición deportiva. Como no podíamos salir de casa, estuve también sin
leer los periódicos, y lo agradezco, pero todavía a día de hoy, solo leo la
parte internacional. No aguanto los rifirrafes partidistas en la política
nacional. Por no hablar de los WhatsApp con centenares de reenvíos, llenos de
desprecio por los que no son los míos. Descubrí la opción de “vaciar chat”,
cómoda y eficiente, que me ayudó a sobrellevar la tarea con resignación. Pero pocos
días más tarde, me sorprendí a mí mismo, alegrándome de que Trump metiera la
pata con sus declaraciones y aumentará en EEUU el número de muertos y
contagiados, pues eso le restaría posibilidades de reelección. El corazón me
decía, pacíficamente, que yo también estaba situándome “con los míos”. Y entonces me pregunto: ¿cuando termine el
confinamiento y salgamos de nuevo a nuestras tareas, habremos aprendido algo?
Hace varios días, en
una conferencia por Internet sobre “Corona
virus y violencia”, se nos advertía que con esta pandemia se están
omitiendo las noticias sobre conflictos armados. Pero estos, no solo siguen
vigentes, sino que: “ahora existen
mejores oportunidad para hacer negocio y rematarlos sin que nadie levante la
voz”. Un mensaje pesimista de los peligros que nos acechan por la falta de
respuesta a tantos avisos como nos llegan sobre el cambio climático y ciertas
estructuras, social y económicamente insostenibles. Tenía delante de mí un
retrato de mi hija (la que trabaja en Atención Primaria), de cuando tenía cinco
años. Empecé a notar que su mirada, profunda e inquisitiva, ahora, por primera
vez me parecía triste. El observador modifica la realidad al observarla. Algo
así creo recordar que dicen los teóricos de la física cuántica. Cosa que
tampoco nunca entendí.
Espero que cuando acabe
este obligatorio y largo “finde de silencio”, el cerebro del corazón me siga
hablando, y que a pesar del ruido de la calle, pueda oír sus advertencias y
cuando oiga decir que “primero hay que
ocuparse de los de casa”, entienda que la casa es “nuestro planeta”. Si además aprendiera a leer en el rostro y los
gestos de mis “próximos” lo que dice
su corazón, entonces sí que todo habrá merecido la pena. Curiosamente, haber
aprendido a llamar “Hermana” a la
muerte, me ha dado la posibilidad de vivir la vida de cada día sin miedos y con
mayor plenitud. Pienso que la muerte es solo el tránsito de nuestra vivencia
del “yo individual” al “nosotros comunitario”. Dijo Maharishi
Mahesh Yogi, pensador hinduista: Todos tenemos dos cumpleaños. El día en el que
nacemos, y el día en el que despierta nuestra conciencia. Y me atrevo a añadir
un tercero: el día en que muriendo “renacemos”
y nuestra conciencia individual pasa a ser un definitivo “nosotros”.
Un abrazo muy fuerte
para todos mis amigos de los Findes.
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