miércoles, 27 de mayo de 2020

Finde Primvera 2020 Texto 4

TEMA: Vivencias ante el Covid-19

Nota informativa: en estas circunstancias especiales de confinamiento se celebraráid-19 con este tema nuestro encuentro modo on line, plataforma Jit.si, abierto a quien, deseando participar, lo diga por el whatsapp Findes deencias ante  Espiritualidad. Dias 5 y 6 de junio a las 20h. En la actual semana se publicarán 8 textos previos para la meditación, esperando tu aportación en la puesta en común final. 

 


Escrito en tiempos de Corona virus
Alvaro Melgar
Madrid 17 de Mayo de 2020.
La experiencia de sufrir personalmente el covid-19, no tendría mayor importancia, sino fuera porque, simultáneamente, está afectando a la totalidad de nuestro planeta. A unos con la enfermedad y al resto con el miedo a contraerla, o con el confinamiento.
En cualquier gripe, una fiebre alta puede producir pesadillas, inquietudes e incluso ciertas alucinaciones, pero sin mayores consecuencias, pues todo desaparece al despertar. Pero cuando volver a la realidad, es hacerse consciente, de que amigos muy cercanos han muerto por ese mismo virus, y de forma rápida, sin haber podido decirles un último adiós, ni abrazar a su viuda y a sus hijos, entonces todo cambia. La siguiente noche, y la siguiente, se hacen más y más angustiosas. Ir a dormir significa volver a pasar por miedos ya vividos, sin poder ver el final de la ansiedad y de los malos sueños.

Es lógico que en circunstancias tan extrañas, uno se pregunte: ¿seré el siguiente?  Y si se es creyente, como yo, ¿por qué no atreverse a hacerle esa pregunta al mismo Dios, que lo sabe todo? Y ese fue mi caso. Me atreví y pregunté. ¡Dios mío! ¿Voy a morir? Y lo más curioso es que, en medio de mi sueño, me respondió y me dijo: “Sí”. Animado por tener tan ilustre conversador, continué mi interrogatorio: ¿Y cuando moriré?  Y sorprendentemente también me respondió: “Cuando llegue tu hora”. Sí, sí, claro, ¿pero cuándo? Ya te lo he dicho: “Cuando llegue tu hora”. No quise seguir, porque sospechaba que no avanzaríamos y porque ya, medio despierto comprendí lo extraño de mi conversación. Ya en el desayuno, me volvía la imagen de media humanidad de nuestro planeta, asomada a la ventana, pensando que todos estábamos en peligro y podríamos morir, y eso me parecía un espectáculo alucinante, jamás visto por nadie en nuestra larga trayectoria de “homo sapiens”. No podía quitarme esa imagen de la cabeza. Y al final, no recuerdo cuantos días más tarde, lo entendí. Somos seres “para la muerte”. Lo sabemos, ya lo habían dicho los filósofos existencialistas. Pero vivimos como si no fuera cierto. Nos agarramos a la idea de que estamos hechos para la vida, para vivir la vida, y el resto… puede esperar. Ahora, con el confinamiento, todos estamos alarmados y avisados. Tengamos o no la enfermedad, todos nos hemos podido preguntar por el final inevitable de nuestra propia vida.
A San Francisco de Asís, que sufrió muchas dolencias, la mayoría relacionados con su costumbres de vida activa y penitente, cuando estuvo enfermo de hidropesía, le asignaron un médico para que le diera un pronóstico. El médico le dijo «Hermano, con la gracia de Dios, te irá bien». Pero él advirtió cierta condescendencia y le pidió que fuera más directo: «Hermano, dime la verdad; yo no soy un cobarde que teme a la muerte. El Señor, por su gracia y misericordia, me ha unido estrechamente a Él, y me siento tan feliz para vivir como para morir».  Entonces el médico le dice: Hermano, tus días de vida no pasarán de un mes. A lo que contesta: «Bienvenida sea mi hermana la muerte». Esta frase la había oído, pero sin entender ni aceptar su significado. Hermano sol, hermana luna, hermano viento, hermano fuego. No es difícil compartir esos sentimientos con san Francisco. Pero incluir la muerte en esa fraternidad, resultaba algo más complicado.
Dadas las circunstancias, cualquier cosa era posible en esas noches oscuras. Pero una vez terminada la medicación y suprimidos los síntomas más agudos, al tratar de conciliar el sueño, sin el anterior sobresalto, empecé a notar una rara actividad en el pecho, sin relación con los pulmones, sino más bien con el corazón. Como si éste se pusiera a hablarme en la penumbra, sin palabras ni pensamientos. Supuse que una consecuencia de la fiebre podría ser descolocar el normal funcionamiento del cerebro. Pero se repitió lo mismo varias noches. Recordé entonces un libro de Annie Marquier titulado “El Maestro del Corazón”, que había caído en mis manos un año antes. Lo busqué y volví a releerlo más despacio. Dice la autora: Hasta no hace mucho se venía considerando que, desde el punto de vista fisiológico, el cerebro era el único órgano que dirigía el funcionamiento del cuerpo humano, a través de los nervios, ya sea desde la parte límbica, como desde el neocortex. Pero desde 1970, ciertos experimentos en neurobiología comprobaron que también el corazón contenía un sistema nervioso independiente y bien desarrollado, con más de cuarenta mil neuronas y con una compleja red de neurotrasmisores. En 1986 dos investigadores de Québec, Cantin y Genest tras haber descubierto la hormona ANF (Atrial Natriuretic Factor) atribuyeron al corazón unas funciones muy por encima de la simple actividad cardiovascular. El corazón segrega la adrenalina, cuando el organismo lo necesita, así como otras hormonas, que hasta hace poco se creía que solo las producía el cerebro y que tienen una influencia directa en el comportamiento emocional, como la occitonina, que se libera cuando hay un estado de emociones afectuosas: la madre con su bebé, los enamorados, etc. El corazón es como un segundo cerebro diferente del que se aloja en el cráneo. Curiosamente, advierte Annie Marquier, cuando instintivamente queremos señalar nuestro “yo”, apuntamos al pecho, no a la cabeza.
Ahora, en el confinamiento, con mucha frecuencia, mis diálogos internos se han mudado de la cabeza al corazón, de los conceptos racionales y las verdades lógicas a las certezas sentidas, descubiertas en su verdad profunda, evidencias intuidas, no demostrables. Una manera diferente de ver el mundo. Y también ahora he aprendido que, tratando de seguir el método del libro de Karen Armstrong: “Doce pasos hacia una vida compasiva”, me sorprendía porque que nunca pude realizar el ejercicio tan fundamental de dirigir a todos los rincones del mundo, “las cuatro mentes inconmensurables”, amabilidad, compasión, alegría y ecuanimidad. Me resultaba abstracto, teórico e incomprensible. Ahora no tengo ningún problema. Es sencillísimo. En lugar de intentarlo con la cabeza, dejo hablar al corazón.
Otra consecuencia o secuela de la enfermedad ha sido la “hipersensibilidad”. No soporto la crítica emocionalmente incontrolada. He tardado más de mes y medio en poder ver los telediarios, con sus macabras estadísticas de contagiados, muertos, enfermos en las UCI, como si fuera un concurso de TV o una competición deportiva. Como no podíamos salir de casa, estuve también sin leer los periódicos, y lo agradezco, pero todavía a día de hoy, solo leo la parte internacional. No aguanto los rifirrafes partidistas en la política nacional. Por no hablar de los WhatsApp con centenares de reenvíos, llenos de desprecio por los que no son los míos. Descubrí la opción de “vaciar chat”, cómoda y eficiente, que me ayudó a sobrellevar la tarea con resignación. Pero pocos días más tarde, me sorprendí a mí mismo, alegrándome de que Trump metiera la pata con sus declaraciones y aumentará en EEUU el número de muertos y contagiados, pues eso le restaría posibilidades de reelección. El corazón me decía, pacíficamente, que yo también estaba situándome “con los míos”. Y entonces me pregunto: ¿cuando termine el confinamiento y salgamos de nuevo a nuestras tareas, habremos aprendido algo?
Hace varios días, en una conferencia por Internet sobre “Corona virus y violencia”, se nos advertía que con esta pandemia se están omitiendo las noticias sobre conflictos armados. Pero estos, no solo siguen vigentes, sino que: “ahora existen mejores oportunidad para hacer negocio y rematarlos sin que nadie levante la voz”. Un mensaje pesimista de los peligros que nos acechan por la falta de respuesta a tantos avisos como nos llegan sobre el cambio climático y ciertas estructuras, social y económicamente insostenibles. Tenía delante de mí un retrato de mi hija (la que trabaja en Atención Primaria), de cuando tenía cinco años. Empecé a notar que su mirada, profunda e inquisitiva, ahora, por primera vez me parecía triste. El observador modifica la realidad al observarla. Algo así creo recordar que dicen los teóricos de la física cuántica. Cosa que tampoco nunca entendí.
Espero que cuando acabe este obligatorio y largo “finde de silencio”, el cerebro del corazón me siga hablando, y que a pesar del ruido de la calle, pueda oír sus advertencias y cuando oiga decir que “primero hay que ocuparse de los de casa”, entienda que la casa es “nuestro planeta”. Si además aprendiera a leer en el rostro y los gestos de mis “próximos” lo que dice su corazón, entonces sí que todo habrá merecido la pena. Curiosamente, haber aprendido a llamar “Hermana” a la muerte, me ha dado la posibilidad de vivir la vida de cada día sin miedos y con mayor plenitud. Pienso que la muerte es solo el tránsito de nuestra vivencia del “yo individual” al “nosotros comunitario”. Dijo Maharishi Mahesh Yogi, pensador hinduista: Todos tenemos dos cumpleaños. El día en el que nacemos, y el día en el que despierta nuestra conciencia. Y me atrevo a añadir un tercero: el día en que muriendo “renacemos” y nuestra conciencia individual pasa a ser un definitivo “nosotros”.
Un abrazo muy fuerte para todos mis amigos de los Findes.

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